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Memoria sentimental

Corazón tan blanco es el mismo libro de todos los inviernos. Vuelvo, una y otra vez, a fragmentos que ya ni recordaba. Fragmentos que parecen melodías, que sólo consigo recordar si empiezan a sonar, tres segundos bastarían para saber cómo siguen. Pedazos de literatura, frases sueltas o páginas enteras, que recuerdo como una película de infancia, la canción de desamor que escuchaba en bucle hace cinco años o el rostro de alguien en quien me fijé con esmero. Forma parte de mi memoria sentimental. Es posible que, para algunos, Corazón tan blanco sea una novela sobre las consecuencias de no usar la razón. Para otros, el resultado de pensarlo todo demasiado.

La escucha escondida de las primeras páginas marca los tiempos de la novela. Escuchar, saber, es peligroso. Se intuye que el gran misterio de la vida es la gente. ¿Por qué hacen lo que hacen? Ese no he querido saber, pero he sabido puede marcar una vida entera. Un corazón tan blanco que poco a poco se va ennegreciendo pues, como bien dijo Marías, no se sabe si es tan blanco por ser demasiado puro o, simplemente, por ser un cobarde. Cada uno libra sus propias batallas, de ahí que el imaginario de Javier Marías, sus divagaciones constantes, logren emocionarnos. Hoy me doy cuenta de una cosa: las pasiones amorosas, diversas, son raras. Sólo funcionan si son sutiles, si se hacen de rogar. Si existe, en la cabeza del apasionado, ese conjunto de posibilidades, imaginaciones varias y muchas dudas, fruto de la incertidumbre.

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16 de marzo de 2023
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Ironías

Una de las ventajas de hacerte el tonto es que ante ti el otro se cree un sabio y empieza a desplegar todas sus carencias en forma de cultura automática. Fulminarle suele ser tan fácil que casi cuesta, en parte porque a los irónicos no les gustan las facilidades.

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La ironía es una de las formas más elegantes de la verdad, la otra es callar.

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Un perdedor de palabras es un perdedor de amigos, decía un filósofo taoísta, a lo que se podría añadir: y un perdedor de amigos es un perdedor de palabras: va dejando palabras infames por ahí sin darse cuenta de que las palabras vuelan y de que tarde o temprano llegan al oído que tienen que llegar. A veces para hacerlo atraviesan continentes y océanos como las aves migratorias. Es imposible imaginar una conducta menos irónica.

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Todas las sonrisas del irónico están motivadas por la piedad.

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Los que hablan de sus otras vidas se colocan a sí mismos en épocas memorables, en momentos estelares de la historia de la humanidad. Mujeres que dicen que fueron cortesanas amigas de Pericles y de Aspasia, en cuya casa tomaban el aperitivo: vino con especias y pan con pasas. Hombres que conocieron a Alejandro Margo, que viajaron con él hasta el Indo, o que estuvieron con Jesucristo poco antes de la última cena, en una callejón de Jerusalén. Pocos dicen que en otra vida fueron una gallina o un salmón. ¡Nos falta ironía con el más allá!

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Humildad zen (para compensar tanto esplendor): “En mi vida anterior/ debí de ser, / como mucho un gorrión.”

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16 de marzo de 2023

Almas en pena de Inisherin

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Los dedos del amigo

Me emocionó y me asustó la película que se ha ido de Los Ángeles sin premio y ni siquiera con comentarios corteses o atentos. Me refiero a "Almas en pena de Inisherin" ("The Banshees of Inisherin"), extraordinaria obra escrita y dirigida por el dramaturgo irlandés Martin McDonagh, aunque pongo ante todo mis cartas personales sobre la mesa del Boomeran: mi interés y mi fascinación, más que estéticas, son de índole personal, incluso íntimas.

Un día, hace 25 años, mi mejor amigo, un inseparable, no se puso al teléfono, ni dio explicación de ningún tipo a su silencio, que se hizo, a medida que pasaban los días, más drástico, más inquietante.

En la película, que trascurre en el caserío marítimo de una isla irlandesa tal vez imaginaria, el espacio vital de los dos protagonistas, Padraic el campesino rechazado, Colm el violinista rechazador, es reducido y casi parroquial. Por el contrario los amigos de los que yo hablo vivían en el Madrid de la Transición y no había una guerra civil al fondo, como en el film; con lo cual les resultó más fácil a los dos españoles disimular o ignorar la dimensión de la brecha abierta en su larga y profunda amistad.

En la aldea de ficción creada por McDonagh el amigo que ya no quería seguir viendo o hablando a su amigo del alma se siente un día obligado a dar razones de su actitud. Padraic le aburre ("Padraic is dull"; le pesa, o le carga, diríamos nosotros). Y para hacer visible y quizá más lacerante su actitud, cada vez que Padraic intenta acercarse o reconciliarse, Colm se mutila, uno por uno, los dedos de una mano. Sin mostrar odio.

McDonagh tiene una gran talento para la comedia, y su película nos hace muchas veces reír. Yo la vi risueño y embobado por el hermoso paisaje donde viven ellos dos y los animales que les acompañan, pero en mí como espectador en los cines Renoir se superpuso aquella tarde la sombra del amigo que un día dejó de serlo y me lo hizo saber. ¿Somos sin darnos cuenta, tanto en la amistad como en los amores, una carga pesada que -si no sabemos llevarla bien o compartirla- conduce al pozo de la ausencia? El escritor y cineasta irlandés no quiere ser del todo pesimista y hace juegos de mano o espejismos con los fantasmas . ¿O son resucitados? Honrado como artista, bordea la tragedia constantemente, evitando el fácil sobresalto del "gore" y los finales felices. Quizá por eso no le han dado los premios.

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15 de marzo de 2023
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Expresiones entrelazadas de una verdadera inteligencia

 

Es indiscutible que las redes neuronales artificiales son susceptibles cuando menos de conocimiento experimental. Sin embargo, cuando se habla de Deep Learning se apunta a algo más radical. Se está entonces pensando en entidades que podrían (no es desde luego el caso, por el momento) llegar a dar la clave de nuestro propio funcionamiento como seres inteligentes. Ello supone considerar que cabe atribuirles el comportamiento cognoscitivo implicado en la técnica (primera característica del ser humano) que supone conocimiento de la causa por la cual una u otra acción tiene tales o tales efectos.

En el ser humano, la capacidad técnica se trascendió en esa forma esencialmente desinteresada de conocimiento que es la ciencia, concebida como aspiración a hacer inteligible el entorno natural, y bajo otra modalidad, hacer quizás también inteligible al propio ser humano. En consecuencia, para que en Deep Learning pudiéramos encontrar un modelo de nuestra inteligencia  habría que atribuirle también digamos la capacidad y disposición propias de un científico. De manera más precisa:

Tomamos como punto de arranque la existencia de un artefacto apto a recibir información, procesarla, dar respuesta a un “interlocutor” maquinal o humano a la que se alude con la expresión “aprendizaje profundo”. Pero además, aceptamos provisionalmente que esta “profundidad” es tal que a la capacidad de hacer descripciones y previsiones el artefacto añade la de explicar esos fenómenos. En el caso de AlphaFold2 (artefacto del que me he ocupado profusamente en columnas anteriores) capaz   de un-folding ese fold que llegó a anunciar; capaz de, mostrar la razón de la concurrencia de  los elementos simples  o planos,  a fin de hacer emerger un elemento complejo; capaz en suma de ese despliegue de conocimiento que (como hemos visto) le negaba precisamente su “colega” maquinal OpenAI. Y es de señalar que como los humanos no tenemos por el momento ni la capacidad previsora que muestra Alpha-Fold2, ni menos aún el conocimiento de las causas de lo así previsto, ha de excluirse que estas hipotéticas virtudes cognitivas del artefacto fueran   el resultado de una programación.

Pero hay nuevas exigencias. Nuestra inteligencia además de una dimensión cognoscitiva (con traducción en experiencia, técnica y ciencia) tiene   asimismo a un funcionamiento que responde a imperativos de orden ético, imperativos reguladores del comportamiento. De pasada: al hablar de ética suele hacerse referencia a un campo más extenso que el de la moral; es usual entender por esta el conjunto de normas arraigadas a las que en principio los individuos de un determinado grupo obedecen; un individuo que trasciende las normas de la moral pudiera no trascender una exigencia ética, que eventualmente pusiera en cuestión tales normas. Cierto es que la moralidad es también atribuida por ciertos y relevantes autores a animales, pero pongo por el momento entre paréntesis la discusión al respecto, para ceñirme a la moralidad indiscutible, la moralidad del ser humano.

Y hay una tercera modalidad de inteligencia puesta de manifiesto en los juicios llamados estéticos, en la que intervienen las mismas facultades que en las anteriores, pero en cada caso diferentemente ordenadas y jerarquizadas. Una entidad maquinal inteligente tendría que abarcar esta tripartición de la inteligencia que en columnas ulteriores ilustraré con ejemplos.

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14 de marzo de 2023
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El obispo prisionero

Cuando en agosto del año pasado el cerco de acoso policial se cerraba alrededor de monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa, y aún sus mensajes alcanzaban las redes sociales, su voz se dejó oír, desolada, pero con entereza, con una oración que empezaba: “Señor, Señor…vengo de una larga noche; estoy saliendo de las aguas saladas. Ten piedad. La soledad es una alta muralla que me cierra todos los horizontes. Levanto los ojos y no veo nada. Mis hermanos me dieron la espalda y se fueron. Todos se fueron…”.

La calle frente a la casa episcopal estaba tomada por decena de agentes, las esquinas cerradas por retenes, no dejaban pasar alimentos, le habían cortado la energía eléctrica, y él, en compañía de unos pocos, esperaba el momento en que entraran a apresarlo, como realmente sucedió, pues el poco tiempo lo llevaron prisionero a Managua; y, mientras tanto, sus hermanos obispos de la conferencia episcopal siguieron en silencio.

A esas alturas, los párrocos de las iglesias de la diócesis de Matagalpa, y los de la diócesis de Estelí, también bajo la autoridad de monseñor Álvarez por vacancia de la sede, se hallaban bajo persecución, y luego también serían metidos presos, mientras otros habían huido al exilio; y las pequeñas estaciones de radio y televisión administradas por los curas en las regiones rurales, habían sido desmanteladas.

Se le acusaba de “desestabilizar al Estado de Nicaragua y atacar a las autoridades constitucionales”. Sus imprecaciones desde el púlpito sonaban a exorcismos: “a la oración el demonio le tiembla, a la oración de un pueblo unido el demonio le tiembla…está el mal ahogándose, estremecido ante la oración de un pueblo…”.

Su prédica se había vuelto insoportable para el régimen. La suya era la única voz profética que quedaba resonando en el país después que monseñor Silvio José Báez, obispo auxiliar de Managua, había sido enviado al exilio, una concesión del Vaticano para aplacar las furias de la dictadura contra la iglesia, que no hizo sino exacerbarlas. El nuncio apostólico fue expulsado, las procesiones religiosas se hallan ahora prohibidas, los sacerdotes extranjeros han sido deportados, y órdenes religiosas enteras, entre ellas las Religiosas de la Caridad fundada por la madre Teresa de Calcuta, deportadas también.

Menudo y ágil, a sus 56 años es capaz de desplegar una gran energía juvenil, montado a caballo por los caminos de montaña, o en pipante por los ríos, para llegar a las comunidades más lejanas en sus visitas apostólicas; de patear la pelota de futbol con los jóvenes, y de bailar en las fiestas campestres de los feligreses, un carisma que no desperdicia.

En octubre de 2015, el régimen otorgó a la empresa canadiense B2Gold una concesión de explotación minera a cielo abierto en el municipio de Rancho Grande, que pertenece a la diócesis de Matagalpa. Los pobladores se declararon en rebeldía, denunciando la catástrofe ambiental que se avecinaba. Monseñor Álvarez se puso a la cabeza de la protesta, y los acompañó en una manifestación se más de 15 mil personas. El régimen organizó una contramarcha con empleados públicos, que resultó un fracaso. Ortega tuvo que llamar por teléfono al obispo para anunciarle que la concesión había sido anulada.

Pero le fue anotado en su cuenta. Cuando tras las masacres de 2018 contra la población civil alzada en las calles, Ortega se vio forzado a abrir un diálogo nacional, monseñor Álvarez se hallaba sentado del otro lado de la mesa, reclamando el cese de la cacería de jóvenes, y de las “operaciones limpieza” en los barrios; y advirtiendo que el único camino para acallar las protestas era devolverle al país la libertad y la democracia.  También le fue anotado en su cuenta. Una celda esperaba por él desde entonces.

Cuando en febrero de este año la dictadura decidió desterrar a los prisioneros políticos hacia Estados Unidos, puso a la cabeza de la lista aquel reo incómodo, que en las audiencias judiciales aparecía digno y desafiante, ajeno a la cháchara de los fiscales y jueces. Pero se negó a subir al avión. “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”, fue toda su respuesta.

Del aeropuerto fue enviado a la Cárcel Modelo. "No acepta que lo metan en una celda donde hay centenares de presos", se quejó Ortega en cadena nacional de radio y televisión. Lo acusó de arrogante. ¿Por qué, se preguntaba, si se trata nada más de “un hombre común y corriente”? Grave equivocación. Lejos de ser un hombre común y corriente, aún en su uniforme de presidiario, monseñor Álvarez es un símbolo. El símbolo más poderoso del país.

Casi de inmediato, porque los actos de venganza se cumplen en Nicaragua con celeridad, un tribunal dócil lo condenó a 26 años de prisión por traición a la patria, le suspendió sus derechos ciudadanos a perpetuidad, y lo despojó de la nacionalidad nicaragüense.

Ahora vive sus días en una celda de aislamiento, y nadie puede verlo, ni siquiera sus familiares. Nada se sabe de él. Y aquella oración suya que cité al principio, seguirá en sus labios: “el miedo y la noche me rondan como fieras, y sólo me quedas Tú, como única defensa y baluarte”.

Y un país entero que lo acompaña.

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13 de marzo de 2023

Jeanne Moreau, en 'La Notte', de Antonioni.

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«Ce qui fait marcher le monde, c’est le cul et l’argent»: una visita a Jeanne Moreau

 

Mi memoria flaquea, pero me acuerdo muy bien de lo que me dijo Jeanne Moreau un verano lejano, en una casa solitaria, entre campos de girasoles y lavanda, cerca de Avignon. Fue en julio de 1989, los días en los que el festival de teatro que se celebraba en el Palais des Papes aún era un referente mundial que reunía a periodistas de toda Europa. La edición de aquel año tenía, además, un aliciente especial: el retorno de la actriz, después de casi cuatro décadas, al lugar donde había debutado en 1947.

El director Antoine Vitez le había pedido que encarnara a La Celestina en la obra que abría el festival y ella había aceptado, porque —dijo— se lo debía a su tutor y creador del certamen, Jean Vilar, pero me pareció entender que a sus 61 años, embarcada en filmes de poca sustancia, necesitaba un regreso a los orígenes y a la frescura perdida de la nouvelle vague.

Mi memoria flaquea y no guardo la entrevista que publiqué en el magazine de La Vanguardia, pero me acuerdo muy bien de que, hablando del deseo y del amor, dejó sin terminar una frase. Tras un breve silencio, sus ojos se hicieron más oscuros y me dijo que no había entrado en su personaje hasta que, al mirarse en el espejo, maquillada con las arrugas y la huella de la cuchillada que marcaban el rostro de la Celestina, «puta vieja alcoholada», vio la sombra de su cicatriz interior. «Ce qui fait marcher le monde, c’est le cul et l’argent», me dijo con voz cazallera, antes de sonreír como sonreía en Jules et Jim, cuando era joven y cantaba Le tourbillon. El sentimentalismo c’est dégueulasse, el amor no admite reglas. Lo dijo sin un ápice de duda, y a partir de ahí se abrió y me confesó que el único gran amor de su vida había sido Orson Welles, al que echaba en falta y al que veía como el rey destronado, no de un reino real o abolido, sino de un reino imaginario. Me dijo que no le importaba que la consideraran la mujer inalcanzable que nunca promete amar para siempre o que la identificaran con la canción de Oscar Wilde que entonaba, tan hierática, en Querelle de Brest, de Fassbinder, Each man kills the things he loves. Ella veía la vida como un regalo, un don que agradecía cada día, y dijo y volvió a decir que nunca se dejaría vencer como habían hecho muchas de las mujeres que había conocido.

Con Orson Wells

Después dijo muchas más cosas. La noche del estreno, Moreau fue un torbellino, declamando, bailando con los pliegues de su amplísima falda, subiendo y bajando por la monumental escalera que Yannis Kokkos había montado en la Cour d’Honneur, una escalera moral que unía infierno y cielo. La obra duró demasiado y las ráfagas del mistral a veces borraban las palabras. Cuando Sempronio y Parmenio mataron a la Celestina, la representación perdió fuerza y parte del público, ya de madrugada, abandonó la función.

Mi memoria flaquea, pero me acuerdo muy bien que durante un tiempo cité su frase, adaptación afortunada de un saber popular. Hoy creo, en cambio, que lo que mueve realmente el mundo es un mayúsculo y vanidoso Ego que necesita sexo, halago y dinero para engordar. Mi mala memoria no recuerda qué filósofo o qué Séneca de bar dijo que, si  el adolescente está contra el mundo, el joven quiere cambiar el mundo y el adulto desea someter el mundo, al anciano, lo único que le  reconforta es ser reconocido por el mundo. Me temo que la realidad es más simple y que, de momento, van ganando quienes reducen sus aspiraciones, en todas las edades, a los dos últimos.

Con permiso de la Real Academia, corregiría a mi aforista favorito, Lichtenberg: «Amarse sólo a sí mismo al menos tiene una ventaja: no hay muchos rivales.»

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13 de marzo de 2023

Danny Willems / LV

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Bovary también eres tú

Mucho antes del metaverso (ese espacio en que el mundo físico y el virtual se unen para crear un mundo imaginario), una tecnología más modesta, el libro, hizo que los lectores de novelas, por obra y gracia de la mente, fueran Madame Bovary. A través de un largo proceso evolutivo, nuestro cerebro, como un simulador, aprendió a anticipar los estímulos sensoriales antes de percibirlos realmente. Si una obra de ficción nos atrapa, lo que les ocurre a sus personajes nos afecta como si fueran criaturas vivas. Recuerdo a alguien que nunca se sobrepuso a la muerte de Anna Karénina.

Las grandes novelas exploran temas y emociones de una forma que a la vida real se le escapa, creando lugares propios que se convierten en paisaje íntimo y compartido. Nabokov definió los mundos literarios como una “democracia mágica” donde hasta el personaje más insignificante tiene derecho a vivir y evolucionar.

Algo de esa magia me rozó en cuanto la actriz Maaike Neuville y su partenaire, ambos belgas, llenaron con su presencia el escenario semivacío del TNC en el montaje Bovary. Tan familiar es la heroína de Flaubert que no hacía falta reproducir su caracterización. En lugar del pelo moreno de Emma recogido en un moño, peinado habitual de nuestra ama de casa de provincias, Neuville tenía el cabello corto y rojizo. Decía el novelista que todo lo que uno inventa tiene algo de verdad: “Sin duda, mi pobre Bovary está sufriendo y llorando ahora mismo en veinte pueblos de Francia”.

En una era prefeminista, Emma desafía las normas de su época al no conformarse con los roles de género asignados y acaba quitándose la vida para huir del sufrimiento. Arsénico o vías del tren, ese es el final para las dos adúlteras más célebres de la literatura. Desde una óptica de primer mundo parecería un incidente anclado en el pasado, pero afirmarlo significaría no ver el cuadro completo.

Ha sido noticia que las mujeres casadas en segundas nupcias en Afganistán temen que las detengan por adulterio, porque sus divorcios infringen la ley islámica de los talibanes. La discriminación de género sigue siendo un problema omnipresente, arraigado en el mundo de ayer y en el actual. Hoy lo padecen niñas a las que se prohíbe estudiar (recordemos la ola de envenenamientos de colegialas iraníes), así como las que son entregadas vírgenes en matrimonios concertados, o las que se mutila para incapacitarlas para el placer.

En mayor o menor medida, la mujer choca con barreras más o menos hostiles y visibles. En países como el nuestro, mujeres de sobra preparadas se dan cabezazos con un techo que, aunque se denomine de cristal, es más duro que el hormigón. El día Internacional de la Mujer, celebrado ayer, es una oportunidad global para impulsar cambios y tomar medidas concretas en favor de la igualdad en todas las esferas. A quienes se declaran hartos de reivindicaciones violetas, paciencia: no va de obtener cinco minutos de atención mediática. Aún hoy una mujer por el hecho de opinar, divorciarse, salir sola o tomar unas copas corre riesgos. No es victimismo.

Volviendo al teatro, en lo primero en que me fijé fue en el corsé de la actriz, esa prenda tan en boga en el XIX que desplazaba los órganos internos, limitaba la respiración y debilitaba la musculatura pélvica. Luego la falda sobre el miriñaque, un armazón parecido a una jaula. Iniciada la representación, a Emma la falda empieza a abrírsele por detrás. Los intentos del actor por sujetarla son inútiles, mientras ella contiene la respiración. De entre las bambalinas llega el rescate, mientras Emma bromea con el público (“esto no es parte de la función”) y exclama: “¡Qué difícil es ser mujer!”. Aplausos.

Madame Bovary, c’est moi, dijo Flaubert. Con esta novela se lo jugó todo: fue la primera que publicó, con cada palabra se esforzó como si tuviera que serrarlas de un bloque de madera, porque dedicó más de un año de vida solitaria, escribiendo y corrigiendo, para transfigurar la mediocridad de una existencia vacía desbordada por el deseo de arte. Él era ella, porque también era proclive a la desesperanza y buscaba en la literatura una manera de elevarse. Su atrevimiento fue insuflar en un cuerpo femenino la insolencia propia del deseo masculino, con todos sus defectos.

Con su crítica Flaubert apuntó a sus espectadores, esa masa complaciente incapaz de reconocer la doble vara de medir: “Un hombre es libre; puede recorrer las pasiones y los países. Pero a una mujer no le surgen sino impedimentos… Siempre algún deseo que la arrastra y algún mandato del decoro que la sujeta”.

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10 de marzo de 2023

Escena de 'Al descubierto'

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¿Por qué las mujeres firman menos?

 

Fue en un avión, rumbo a Nueva York, recién estrenada como articulista en La Vanguardia, cuando me crucé con un veterano periodista que tiró de su desdeñoso sarcasmo: “Vaya, ahora en nuestro periódico opinan las estilistas de Marie Claire. ¡A dónde iremos a parar!”. No le respondí porque siempre he tenido en gran estima a las estilistas, aunque al instante fui consciente del prejuicio que oscurecía el resto de mi currículum, así como mi encasillamiento en la frivolidad.

Empecé a firmar noticias desde pardilla, en sociedad y cultura; alternaba la mesa de redacción con la facultad. Y a pesar de las resacas y los desamores, nunca dejé de escribir la nota del día siguiente, empujada por una mezcla de vocación y mandato. Hasta que hallé en la moda una ventana olvidada, sin apenas competencia para asomarse.

Nadie quería escribir de moda. Era algo bonito pero insignificante, aunque no lo vieron así Proust, Wilde, Mallarmé o Balzac, me decía yo. Y además, a finales de los 80, la moda formaba parte de la fiesta que invocaba el espíritu de Rimbaud subido a unas plataformas.

Entonces en las redacciones todavía había pocas jefas; yo tenía entre mis ídolos a Patrícia Gabancho y a Margarita Rivière, que ya había explorado la dimensión sociocultural de la estética. Desde París, las crónicas de Laurence Benaïm en Le Monde entraban y salían de la pasarela para conectarla con un magma artístico que ordenaba el caos. Ellas fueron espejos para que la moda se convirtiera en mi coartada, un salvoconducto para seguir firmando.

A lo largo de estos años he perdido la pista a muchas colegas valiosas en los medios. Algunas fueron apartadas injustamente, otras renunciaron. También las hubo paralizadas por el síndrome de la impostora. Lo veo reflejado en el informe “Mujeres sin nombre”, realizado por LLYC y coordinado por Luisa García, sobre la presencia y el tratamiento de la mujer en los medios de comunicación.

El equipo de Deep Digital Business de la consultora ha analizado catorce millones de noticias publicadas durante el último año con mención explícita al género –de España a EE.UU.– ¿El resultado? Las mujeres firmamos un 50% menos que los hombres.

En las noticias, ellas también las ocupan en menor medida, pero el estudio arroja un dato paradójico: en uno de cada quince mensajes sobre mujeres se menciona explícitamente “mujer” o “femenino”, más del doble de lo que aparece “hombre” o “masculino” en las informaciones sobre ellos. Es decir, se subraya el género por excepcional, como anomalía. Aparecen constantemente, sí, tan presentes en el debate social, pero sin nombre. ¿Quiénes están detrás de un sujeto genérico que se refiere a la mitad de la población?

Deberíamos ir concretando, porque, a pesar del empalagoso término empoderamiento, la mayor parte de las vidas femeninas siguen siendo anónimas, y hay que contarlas. El feminismo debe bajar a pie de obra para convencer a los editores –y a las propias mujeres– sobre la inconveniencia de ese pobre porcentaje global de autoras o articulistas –una por cada dos hombres– que enhebran el relato del mundo.

La paridad en los medios resulta un acelerador real de la igualdad por su capacidad de influencia. Por ello hay que promocionar a las que ya no necesitan coartada para despuntar en las secciones de economía, política o tecnología, libres de sesgo. No se precisa que sean excepcionales, basta con que respondan a la media, tan normalitas o tan brillantes como ellos.

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9 de marzo de 2023
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Lo bello

 

Hay en Sevilla una pequeña editorial que fabrica libros preciosos, aunque no son fáciles de encontrar por librerías. Este inicio, que parece de un cuento de Washington Irving, responde a la realidad de la editorial Athenaica, cuyos dueños prefieren hacer libros como breves joyas a superventas de peluquería. Lo sé de buena tinta porque me editaron una Venecia como nadie me la había editado.

No obstante, hoy les comento un libro excepcional que es para gente de gusto afinado, el Giotto de John Ruskin, cuyo original data de 1860. Sobre el singular personaje de Ruskin y el origen de este ensayo que cuenta las pinturas de la Capilla de los Scrovegni, en Padua, figura un soberbio prólogo de Andreu Jaume que me ahorra dar explicaciones. Baste saber que el conjunto padano es la obra maestra del gótico italiano. O quizás podría decirse del prerrenacimiento, pues data de 1306 y es de una grandeza racional y serena más propia del clasicismo renacentista que del último cristianismo.

Recibió Ruskin el encargo cuando una sociedad culta londinense, la Arundel Society, editó un conjunto de grabados con la totalidad de los frescos giottescos y aunque Ruskin no estaba muy complacido con la colección (“los mejores resultados obtenibles mediante el esfuerzo mecánico no serán más que planos de los cuadros, no espejos de estos”) consideró un deber explicar cada una de las imágenes. El resultado es deslumbrante, tanto si se ha visitado ya ese monumento absoluto como si no. Pero si no lo ha visitado, llévese consigo la guía de Ruskin, no la hay mejor y cabe en el bolsillo.

Por supuesto, la visión del ensayista es la de un prerrafaelita y tiene el valor documental de la invención medieval en Inglaterra, un rearme espiritual de acuciante actualidad para nosotros. Así, por ejemplo, le irrita que a la Virgen se la represente como una matrona y no como una doncella a la manera, digamos, de Burne-Jones (p. 122), pero esa era la forma monumental de presentar a la madre de Dios. Porque lo maravilloso de Giotto es justamente el aspecto marmóreo, grandioso, de sus figuras sagradas y profanas, tan próximas a la escultura de los Pisano y de lo que se conocía de la Atenas dórica. Las fortísimas figuras suelen apoyarse en gráciles arquitecturas aéreas en contraste apolíneo. ¡Qué aplomo, qué equilibrio, qué enormidad! Esta es la historia del sacrificio de Jesús antes de que lo tomaran para sus dramatismos los barrocos y para el minucioso sentimiento los románticos. Es un sacrificio más próximo a Sófocles que a los calvarios del medioevo.

El texto de la edición tiene un gran interés, pero si lo traigo aquí con tanto empeño es porque el libro contiene todas y cada una de las grandes escenas de la capilla. La reproducción es muy buena, los colores responden con acierto al original y el conjunto me parece inmejorable. Téngase en cuenta que la mitad del relato allí pintado por Giotto pertenece a textos pseudo epigráficos sobre la vida de la Virgen que no figuran en el canon bíblico, aunque puede leerse una parte en Los evangelios apócrifos editados por Santos Otero en la Bac. Así que estamos en el mundo de la leyenda cristiana y su inspirada novelería, ilustrada por uno de sus más grandes talentos.

La traducción de Victoria León es excelente.

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7 de marzo de 2023
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A 30 años del ‘choque de civilizaciones’ de Huntington: era un plan y triunfó

A comienzos de 1993, mientras los últimos pedacitos del Muro de Berlín eran vendidos a turistas mitómanos y la guerra fría terminaba de congelarse, Francis Fukuyama se animó a aventurar El Fin de la Historia: la guerra había terminado para siempre, con el triunfo del Primer Mundo, Occidente y el Capitalismo.

En medio de tanta euforia, en un modesto artículo de la revista Foreign Affairs (vol. 72, no. 4), el académico Samuel Huntington, un adusto y atildado profesor de Harvard, le aguó la fiesta: lanzó su teoría de que lo peor estaba aún por venir.

El mundo estaba en los albores de El Choque de Civilizaciones.

En ese ensayo provocador e influyente, Huntington presentaba un mundo aterrador y comprensible: todos los conflictos, matanzas y atropellos tenían su origen en el hecho de que “las diferencias entre civilizaciones son (...) básicas. Las civilizaciones se diferencias unas de otras por historia, lengua, cultura, tradición y – lo más importante – religión. Las gentes de diferentes civilizaciones tienen diferentes puntos de vista sobre las relaciones entre Dios y el hombre, entre el individuo y el grupo, entre el ciudadano y el estado, entre padres e hijos, entre maridos y mujeres, así como diferentes puntos de vista sobre la relativa importancia de derechos y deberes, libertad y autoridad, igualdad y jerarquía”.

Así seguía: “Estas diferencias son el producto de siglos. No desaparecerán pronto. Son mucho más fundamentales que las diferencias entre ideologías o regímenes políticos. Estas diferencias no necesariamente significan conflicto, y los conflictos no necesariamente significan violencia. Sin embargo, a lo largo de los siglos las diferencias entre civilizaciones han generado los más prolongados y los más violentos conflictos”.

Apoyaba el profesor Huntington estas ideas en copiosas citas de expertos, todos norteamericanos y europeos.

En el número siguiente de Foreign Affairs, siete analistas en relaciones internacionales e historia con nombres como Ajami, Binyan o Mahbubani le contestaron: unos cuestionaron su peculiar selección de “civilizaciones”, donde geografía y etnia se mezcla con religión y cultura (en la lista original estaban, en alegre cambalache, ‘civilizaciones’ como “la occidental, la confuciana, la japonesa, la islámica, la hindú, la eslava-ortodoxa, la latinoamericana y posiblemente la africana”).

Otros recordaron que históricamente los conflictos inter-occidentales y las guerras civiles interculturales provocaron más muertos (¡las dos Guerras Mundiales!) y duraron más (¡la Guerra de los Cien Años!) que los choques entre los bloques que Huntington presentaba.

La mayoría también deploró que el profesor mostrara como ontológicos e inmutables características que las sociedades cambiaban a lo largo de los años. ¿O no eran los valores “occidentales” de tolerancia religiosa y respeto a los derechos humanos de las otras “civilizaciones” fenómenos recientes que significaron enormes cambios en sólo cinco o seis generaciones, un lapso brevísimo para la historia de las ideas? ¿No había cambiado radicalmente Japón en el último medio siglo?

¿Dónde estaba entonces el germen del choque de civilizaciones?

Pues no estaba. A principios de los noventa la mayoría de las luchas que estaban a punto de comenzar en los territorios liberados del viejo imperio soviético eran económicas; las batallas entre Estados Unidos, Europa, China y Japón eran comerciales; Latinoamérica bregaba por la integración, no por el conflicto con el Tío Sam; y los movimientos que convulsionaban a los países árabes eran por el dominio a lo interno, no por la conquista del mundo.

Sin embargo, la idea-fuerza del choque de civilizaciones tuvo gran éxito. Foreign Affairs publicó un libro con el artículo original, sus respuestas y la contrarréplica de Huntington, el profesor extendió su ensayo a tamaño libro (publicado en español como El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial por Paidós en 1997) y Tecnos lo publicó en España junto con un meditado ensayo crítico de Pedro Martínez Montávez.

Desde su aparición hace tres décadas, el famoso “choque de civilizaciones” de Huntington ha recogido críticas y vituperios de medio mundo, desde la derecha recalcitrante (Jeanne Kirkpatrick) a la izquierda tradicional (Carlos Fuentes).

Con argumentos y desde puntos de vista variados y hasta antagónicos, los críticos postularon desde entonces que el mundo no era como Huntington lo describía. No veían un puñado de civilizaciones radicalmente inconciliables, luchando a muerte por la supremacía y el dominio.

Lo que los críticos no vieron era que el texto de Huntington no era una descripción. Era un plan.

Y en estos 30 años, el plan se está cumpliendo con precisión pavorosa.

Así estamos: Por un lado, un Estados Unidos en versión obtusa, anticientífica y agresiva (Trump) o atrofiada y reactiva (Biden). Por otro, la Rusia de Putin y la China de Xi despreciando la democracia “a la occidental” y añorando su pasada gloria. Y entre las grandes potencias, las emergentes BRICS con líderes enquistados en antiguos mitos religiosos para facilitar sus poderes que socavan la democracia: Modi en India, Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía.

En el comienzo del nuevo siglo el poderoso entramado industrial-militar de Estados Unidos, sus riquísimos ‘Think Tanks’ de la derecha y sus muy influyentes medios, con la cadena Fox de Rupert Murdoch a la cabeza, encontraron en el choque de civilizaciones la idea-fuerza para venderle al elector norteamericano su remedio para todos los miedos: nos atacan porque son civilizaciones que no comparten nuestros valores. Odian la libertad, son el mal personificado, están embarcados en un siniestro plan de dominación mundial desde hace siglos. Hacen falta la guerra permanente y la vigilancia interna para combatir a tan tremendo enemigo.

Los aparatos publicitarios de las otras potencias, sus medios estatales y las fake news desplegadas por las redes sociales difunden versiones del mismo discurso para diversas audiencias.

Con su apoyo irrestricto a la posición intransigente de Israel sobre Palestina, su guerra sin cuartel en Irak, su desprecio a las normas que rigen el trato a detenidos o prisioneros de guerra en Abu Graib y Guantánamo, y su inclusión del complejo Irán en el ‘Eje del Mal’, el actual gobierno estadounidense ha unificado un Islam antes desperdigado y le ha dado una causa común.

Por el lado del Islam, ahora sí estamos sumergidos en el choque de civilizaciones. El poder de conquistar territorios y almas de este genio salido de su lámpara se pudo ver en la fulminante conquista de Afganistán por los Talibanes apenas las tropas estadounidenses anunciaron su partida.

¿Vieron que tenía razón?, dijo Huntington ante el mundo post-11 de septiembre de 2001, y siguen repitiendo sus admiradores y discípulos después de su muerte en 2008. ¡Pues claro! Si le compraron la idea y cumplieron su plan al pie de la letra, ¿cómo no iba a tener razón?

Hitler tuvo a su intelectual, el teórico Karl Schmitt, autor de la teoría del espacio vital y de que todos los pueblos deben encontrar a su enemigo y vencerlo o perecer. Lenin siguió el plan de la lucha de clases del Manifiesto Comunista de Marx. Los luchadores contra el colonialismo en África tuvieron también su Biblia: The Wretched of the Earth (Los condenados de la tierra), de Frantz Fanon.

Huntington se convirtió el intelectual orgánico de la derecha norteamericana de los últimos 30 años, pero jugaba con una trampa y una ventaja: escondía sus cartas. Entendió que, en el mundo del marketing, los medios y las imágenes, no se puede presentar la lucha a muerte como un deseo ‘nuestro’, sino como una necesidad ante la intrínseca maldad y el radical deseo del otro de eliminarnos.

El miedo justifica el ataque disfrazándolo de defensa.

El gobierno de George W. Bush (el aparente necio que no tenía un pelo de zonzo) estiró la cuerda, haciendo estallar conflictos solapados y echando fuego a situaciones ya tensas. Pero sobre todo humilló a pueblos enteros, etnias, religiones e identidades.

Lamentablemente, ese camino no fue cambiado ni por Obama ni por Trump ni por Biden. En todos estos años ninguno de ellos consiguió (ni quiso) cerrar la escuela de tortura y humillación de Guantánamo ni pedir una pizca de moderación a su aliado israelí.

Poniendo en la mira la compleja civilización de los otros – sean los árabes o los mexicanos, a quienes ataca como vagos, corruptos e imposibles de integrar en Estados Unidos en su último libro, ¿Quiénes somos? (Paidós, 2004) – Samuel Huntington ha hecho mucho más que mostrar el camino a la perniciosa administración norteamericana. Ha trazado el mapa para que el territorio sea transitable por las huestes de la intolerancia y se cierren las vías del diálogo.

El éxito electoral del estrambótico Donald Trump, con su pintura de los mexicanos como asesinos y violadores y su propuesta de un muro para contenerlos, es la puesta en práctica de las ideas del sobrio profesor Huntington. Muchos piensan que, si no hubiera sido por la inesperada pandemia, probablemente hubiera ganado la reelección, y ahí sigue dando batalla con las mismas ideas y el mismo choque.

El mapa ha quedado por mucho tiempo minado, como los mares en la cartografía del Renacimiento, llenos de monstruos marinos que engullen a los barcos.

Allí dónde esté, profesor Huntington: ¡Felicitaciones! Las civilizaciones, cual virus enardecidos bajo el microscopio, ya se están comportando como usted había predicho.

 

Publicado en Ideas del diario La Nación de Buenos Aires en noviembre de 2022. 

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3 de marzo de 2023
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