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«Ce qui fait marcher le monde, c’est le cul et l’argent»: una visita a Jeanne Moreau

Por 13 de marzo de 2023 marzo 14th, 2023 Sin comentarios

Jeanne Moreau, en 'La Notte', de Antonioni.

Josep Massot

 

Mi memoria flaquea, pero me acuerdo muy bien de lo que me dijo Jeanne Moreau un verano lejano, en una casa solitaria, entre campos de girasoles y lavanda, cerca de Avignon. Fue en julio de 1989, los días en los que el festival de teatro que se celebraba en el Palais des Papes aún era un referente mundial que reunía a periodistas de toda Europa. La edición de aquel año tenía, además, un aliciente especial: el retorno de la actriz, después de casi cuatro décadas, al lugar donde había debutado en 1947.

El director Antoine Vitez le había pedido que encarnara a La Celestina en la obra que abría el festival y ella había aceptado, porque —dijo— se lo debía a su tutor y creador del certamen, Jean Vilar, pero me pareció entender que a sus 61 años, embarcada en filmes de poca sustancia, necesitaba un regreso a los orígenes y a la frescura perdida de la nouvelle vague.

Mi memoria flaquea y no guardo la entrevista que publiqué en el magazine de La Vanguardia, pero me acuerdo muy bien de que, hablando del deseo y del amor, dejó sin terminar una frase. Tras un breve silencio, sus ojos se hicieron más oscuros y me dijo que no había entrado en su personaje hasta que, al mirarse en el espejo, maquillada con las arrugas y la huella de la cuchillada que marcaban el rostro de la Celestina, «puta vieja alcoholada», vio la sombra de su cicatriz interior. «Ce qui fait marcher le monde, c’est le cul et l’argent», me dijo con voz cazallera, antes de sonreír como sonreía en Jules et Jim, cuando era joven y cantaba Le tourbillon. El sentimentalismo c’est dégueulasse, el amor no admite reglas. Lo dijo sin un ápice de duda, y a partir de ahí se abrió y me confesó que el único gran amor de su vida había sido Orson Welles, al que echaba en falta y al que veía como el rey destronado, no de un reino real o abolido, sino de un reino imaginario. Me dijo que no le importaba que la consideraran la mujer inalcanzable que nunca promete amar para siempre o que la identificaran con la canción de Oscar Wilde que entonaba, tan hierática, en Querelle de Brest, de Fassbinder, Each man kills the things he loves. Ella veía la vida como un regalo, un don que agradecía cada día, y dijo y volvió a decir que nunca se dejaría vencer como habían hecho muchas de las mujeres que había conocido.

Con Orson Wells

Después dijo muchas más cosas. La noche del estreno, Moreau fue un torbellino, declamando, bailando con los pliegues de su amplísima falda, subiendo y bajando por la monumental escalera que Yannis Kokkos había montado en la Cour d’Honneur, una escalera moral que unía infierno y cielo. La obra duró demasiado y las ráfagas del mistral a veces borraban las palabras. Cuando Sempronio y Parmenio mataron a la Celestina, la representación perdió fuerza y parte del público, ya de madrugada, abandonó la función.

Mi memoria flaquea, pero me acuerdo muy bien que durante un tiempo cité su frase, adaptación afortunada de un saber popular. Hoy creo, en cambio, que lo que mueve realmente el mundo es un mayúsculo y vanidoso Ego que necesita sexo, halago y dinero para engordar. Mi mala memoria no recuerda qué filósofo o qué Séneca de bar dijo que, si  el adolescente está contra el mundo, el joven quiere cambiar el mundo y el adulto desea someter el mundo, al anciano, lo único que le  reconforta es ser reconocido por el mundo. Me temo que la realidad es más simple y que, de momento, van ganando quienes reducen sus aspiraciones, en todas las edades, a los dos últimos.

Con permiso de la Real Academia, corregiría a mi aforista favorito, Lichtenberg: «Amarse sólo a sí mismo al menos tiene una ventaja: no hay muchos rivales.»

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Josep Massot

Josep Massot nació en Palma en 1956. Tras estudiar Derecho en Barcelona, fue uno de los miembros fundadores en 1983 del diario El Día de Baleares. Desde 1987 trabajó en La Vanguardia, abandonando la información política para dedicarse al periodismo cultural, entendiendo la cultura en su sentido más amplio, no sólo la conexión de la literatura, pensamiento, cine, música y artes visuales y escénicas, sino también como herramienta crítica para interpretar la realidad del momento. Es autor de Joan Miró: El niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg, 2018) y Joan Miró sota el franquisme, en la misma editorial (2021). También editó, con Ignacio Vidal-Folch, Jules Renard. Diario 1887-1990 (Random House Mondadori, 1998). Ha colaborado, entre otros, en las revistas Diagonal, L'Avenç y Magazine Littéraire y actualmente con el diario El País y JotDown.

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