A Diogneto es una de las epístolas más importantes y misteriosas de la apologética cristiana. En ella se compara la misión del que vive plenamente su fe con la del alma en el cuerpo. Dirigida a un pagano llamado Diogneto, se cree que fue escrita en el siglo II, aunque su existencia no se conoció hasta que un estudiante de griego la descubrió al leer el papel con el que el pescadero había envuelto su compra del día. Dada la disparidad de su origen, no sorprende que el manuscrito original se perdiera en un gran incendio durante el bombardeo de la Biblioteca de Estrasburgo en la guerra franco-prusiana de 1870.
Unos 1450 años después de la escritura de la Carta a Diogneto, Blaise Pascal alude a la incertidumbre en sus Pensamientos: “He ahí lo que veo y lo que me confunde. Miro a todas partes y no veo sino oscuridad. La naturaleza no me ofrece nada que no sea materia de duda y de inquietud. Si yo no viera en ella nada que me señalase una divinidad, me determinaría por la negativa; si pudiera ver en todo las huellas de un creador, reposaría en paz en la fe.”
La fe se ha confinado a un ámbito meramente personal. ¿Será cierto eso que dicen sobre el rechazo del cuerpo hacia el alma? Si es así, protégeme de mi corazón malvado, de querer construir un paraíso terrenal, próspero como ningún otro, y de creer que puedo vivir como se hacía antes. Ya no hay combate posible; nos rodea la materia y esta no engendra nada, ni siquiera orden o anhelo. He aprendido que la conciencia, agotada y plena, se refugia en la fe. Se nos dijo que, aunque fuésemos testigos de monstruosidades y en esos momentos nos resultase imposible creer en Dios, por lo menos viviéramos según la norma pascaliana: como si Dios existiera. De ser así, nunca perderíamos el partido ya que, ante la incertidumbre que se recoge en las dimensiones espirituales, tiene sentido adoptar la fe en lugar del escepticismo desde un rumbo miserablemente racional.
Como esa certeza sensible y hegeliana, el primer síntoma de percepción sobre el mapa y el territorio es el momento en el que se produce conocimiento. Entonces, ¿cuándo se sembró la primera duda? Rotos los vínculos, nos entregamos en cuerpo y alma a lo efímero. Deconstruidos y líquidos. Sé que nada es más o menos, pero los de ahora habitamos el mundo de otra manera: nos abalanzamos sobre él. Parece como si ya lo hubiéramos visto todo. Todas y cada una de las ciudades en las que pensamos que algún día podríamos echar raíces se han convertido en parques temáticos. A veces, la vida moderna parece una pulsión demoníaca. Son vidas agitadas, inconmensurables, y desbordan si hace falta. La idea de palpar la felicidad hasta el colapso. Más bien como lo que escribió Juan Marsé en La muchacha de las bragas de oro: “Era de esas personas que cultivan las emociones pasajeras, y de las cuales no sabes si son irresponsables de ser felices o si son felices de ser irresponsables.” Rotos los vínculos, el alma ya no espera nada.
Y usted, ¿cree que ya es tarde para ser irresponsablemente feliz?
Texto para Revista Centauros, julio 2024.