Rosa Moncayo
Veinte mil euros como veinte mil leguas de viaje submarino, pero quítale la épica. Dar veinte mil euros a un adolescente es parte de las cosas chulísimas que la izquierda ha ideado para conseguir una sillita en el congreso. Hay panfletos políticos que ni siquiera colarían como carta a los Reyes Magos. Lo cierto es que un voto nunca salió tan caro y el mercado está fatal.
En primero de carrera me concedieron una beca de 8000 euros. No sé qué hubiera sido de mí sin esa beca y la ayuda de mis padres. Lo que sí sé es lo que hubiera sido de mí si no me hubiera esforzado en conseguirla. Nada bueno, las cosas como son. Ya sabemos que a los 18 no se razona, ni siquiera lo hacemos ahora. No pensar es una cosa chulísima y mola mucho. Estamos creando una sociedad que prolonga la adolescencia: los 30 son los nuevos 20 y los 40 los nuevos 30. Qué bonito sería si alguna acción política procediera de un deseo sincero por hacernos mejores. A cualquier sector político le conviene gente inmadura y manipulable. La edad temprana es mágica y los proyectos verdaderos son para siempre. Así debería ser, pero amanecemos desnortados, rodeados de propósitos ambulantes, idas y venidas sin convicción. Y sí, claro que sí, la juventud está perdida, estamos todos majaretas, y dentro de esa perdición nos rebelamos, nos encontramos en plena metamorfosis y aprendemos un poco. La adolescencia es una turbulencia espantosa de la que conservamos los recuerdos más bellos.
Es mucho mejor ser un inadaptado que un comodón. En la comodidad no sucede nada, no nace nada de nosotros, sólo esterilidad. Margarita de Navarra dijo algo que me gusta. La gente finge que no les gustan las uvas cuando las vides están demasiado altas para alcanzarlas. Parece que la gran conspiración del sistema es que no aprendamos, que no nos esforcemos ni sepamos de lo que somos capaces. En definitiva, la relación del hombre con el fracaso es mucho más fértil que la posibilidad de un cheque.