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La carta al hijo, al padre y al otro de Alejandro Zambra

Por 4 de julio de 2023 diciembre 7th, 2023 Sin comentarios

Sònia Hernández

Es, quizás, la última vez que la mujer y el hombre –los dos jóvenes, muy jóvenes vistos desde ahora– hablan cara a cara. Acaban de firmar la venta del piso en el que vivían juntos hasta hace unos meses. Sólo hablan de plusvalías, repartos y margen de beneficio. Él se presenta, entonces, ante la mirada de ella, como una persona diferente, como otro que parece no haber sido jamás una prolongación de su propia existencia, como si nunca hubiesen sido la misma persona. Desde ese día, cada vez que ella cuenta la anécdota, insiste en la epifanía dolorosa que supuso aprender a ver de una vez al otro ajeno.

Últimamente, parece que la mirada, la importancia de seleccionar lo que se mira, está sustituyendo al hasta ahora omnipresente relato cuando intentamos aprehender cuanto nos rodea. La recuperación es positiva. El concepto puede aplicarse también para el desplazamiento por el que nos conduce Alejandro Zambra. Su última historia publicada, Literatura infantil, que él insiste en llamar ensayo, nos hace mirar a los otros, y también vernos a nosotros mismos como otro. No son lugares comunes, o tal vez sí, pero narrados en voz baja, lo cual convierte la historia inmediatamente en algo muy genuino por lo íntimo y por la cercanía que reclama.

Precisamente, aceptar lo más ridículo, por tópico, por imitación o por carecer de sentido u honorabilidad, es lo que nos acerca al origen en el que antes que el verbo o la acción es el miedo. Zambra ha escrito una novela sobre su paternidad, pero sólo para empezar. Para empezar a seguir construyendo el espacio que ya lleva tantos años trazando, especialmente en la deslumbrante Poeta chileno, publicada en 2020. Le habían precedido, con éxito, Bonsái, Formas de volver a casa o La vida privada de los árboles. Ahora, el autor habla de su hijo porque necesita escribir de lo que le lee, de la importancia de construir una biblioteca en la que crecer, en la que aprender a ver el mundo y en la que esconderse. Hablar de literatura infantil es confesar la necesidad de la escritura para aceptar las propias frustraciones, los errores y las mentiras, y reírse y seguir adelante. Cuán deliciosamente hiriente resulta el humor autoparódico de Zambra. Como si sólo pudiéramos perdonarnos las miserias al convertirnos en personaje literario, como si sólo nos soportáramos como trasuntos o sosias, al vernos en otro.

Paradójicamente, lo que permite vernos como un extraño, nos enseña a mirar también al otro y verlo. No se trata de mirar al prójimo como si nos viéramos a nosotros mismos, en absoluto, porque el otro siempre será una mejor constatación de la realidad que nosotros mismos. Existimos cuando nos ven, de la misma manera que el Zambra que ha escrito este libro estará completo cuando su hijo lo lea. Hasta entonces, la condena a permanecer inacabado nos vaticina a sus lectores más momentos de plenitud leyendo los libros como este que vendrán.

De la carta al hijo a la carta al padre. El error de la protagonista de la anécdota inicial –que sin formar parte del magnífico libro de Zambra algo sí tiene que ver: podrían ser la pareja separada por el fútbol que efectivamente aparece en la novela– fue creer que realmente el extraño con quien compartió piso y vida –como suele decirse– formaba parte de ella. En algún momento remoto, fuimos una parte de nuestra madre, y antes, de nuestro padre. El momento exacto en el que ese vínculo se extingue y ya no somos más parte de nadie parece ser el objeto de la exploración que lleva a cabo Zambra, quien comienza su libro ensayo fundido con su hijo en una sombra y lo acaba con la planificación de un escenario imaginario, tal vez imposible, en el que podría volver a estar en comunión con su hijo y su padre.

Por momentos, el autor parece encontrar en la lectura uno de los espacios donde experimentar esa sensación de fusión vital: la lectura de un libro, pero también la de cartas. Sin embargo, un poco avergonzado de la presunción del propósito y la grandilocuencia de la idea, el propio Zambra descubre la imposibilidad de la comunión, porque en los parámetros impuestos por la vida real esas cosas no acostumbran a suceder o encajar, o porque sencillamente él mismo las boicotea. Leer juntos en voz alta o repasar los subrayados hechos por otro en un libro se parece mucho a los juegos en los que se entablan conversaciones en un lenguaje inventado o se imaginan palabras imposibles. Al fin y al cabo, leer no es más que un juego, como la propia escritura, como la propia vida.

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Sònia Hernández

Sònia Hernández (Terrassa, Barcelona, 1976) es doctora en Filología Hispánica, periodista, escritora y gestora cultural. En poesía, ha publicado los poemarios La casa del mar (2006), Los nombres del tiempo (2010), La quietud de metal (2018) y Del tot inacabat (2018); en narrativa, los libros de relatos Los enfermos erróneos (2008), La propagación del silencio (2013) y Maneras de irse (2021) y las novelas La mujer de Rapallo (2010), Los Pissimboni (2015), El hombre que se creía Vicente Rojo (2017) y El lugar de la espera (2019).

En 2010 la revista Granta la incluyó en su selección de los mejores narradores jóvenes en español. Es miembro del GEXEL, Grupo de Estudios del Exilio Literario. Ha colaborado habitualmente en varias revistas y publicaciones, como Cultura|s, el suplemento literario de La Vanguardia, Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Letras Libres.

Foto: Edu Gisbert    

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