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Augusto Monterroso (1921-2003).

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Veinticinco letras

El reciente número 145-146 de la revista cuatrimestral  Turia abre el sumario total de sus más de 500 páginas con una filigrana en miniatura: un Diccionario Monterroso compilado en clave abecedaria por Antonio Rivero Taravillo, quien en sus 23 entradas y ocupàndo tan solo diez páginas de dicho número consigue resumir, estudiar y prolongar el arte minimal del grandioso escritor guatemalteco.

Las citas de Monterroso que Rivero Taravillo engarza con gran habilidad y no poco humor son dignas del autor evocado, si es que no son inventadas por el melillense Antonio Rivero, algo que el mismísimo Monterroso, creo  yo, avalaría. Se sabía del caso de la señora a quien un amigo le preguntó si conocía al autor, y al decirle ella que sí, quiso saber su opinión sobre el famoso cuento "El dinosaurio". "Es uno de los que más me gustan", contestó ella, "pero apenas voy por la mitad".

No menos fulgurante es la anécdota recogida en el segundo epígrafe de este Diccionario, "Brevedad", en la que se cuenta su intervención junto a Bryce Echenique ante un público de estudiantes canadienses. El novelista peruano "contó con todo lujo de detalles cómo escribía, casi sin corregir", a lo que Monterroso, "atacado de pánico escénico [...] solo acertó a decir: "Yo no escribo; yo solo corrijo".

Pero nadie como el propio Monterroso para condensarse aun en su brevedad, como en el micro-relato "Fecundidad, donde escribe "Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea",

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28 de abril de 2023
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Un nido con vistas

En TikTok nuestras chicas aparecen casi siempre con la cara tapada por las manos y el cabello, o bien un haz de luz abrasadora borra su identidad. Son más cautas que sus hermanas mayores, las millennials , pero no por ello dejan de interactuar. Conversan a través de la pantalla con una interfaz: un día toca deformarse igual que Alicia, otro, animalizarse, porque el juego de la identidad es infinito en el mundo virtual. La crisis les ha dado excusas para apresurarse despacio.

Creen más en las personas que en las empresas, defienden el real food y la mayoría de ellos, casi un 60%, sueña que un día será propietario de un vivienda. La opción más repetida es “una casa con terreno”, según revela un interesante estudio realizado por el Instituto Silestone. Y sorprende tamaña fe en el futuro cuando la inestabilidad económica ha sido el único clima que han conocido. Porque la crisis de la vivienda no ha mermado la ambición de quienes se imaginan propietarios de un hogar donde sentirse a salvo. Luz y espacio cotizan al alza, según el estudio, resignificados como el verdadero lujo. Y ocho de cada diez piden terraza o jardín. La percepción de la vivienda propia como refugio ha aumentado entre la generación Z.

Lejos de soñar en pequeño, la casa deseada por los jóvenes de entre 18 y 25 años es luminosa y confortable, decorada con estilo minimalista e hiperconectada. Regresa aquella habitación que marcaba clase en la España de la transición: el despacho, aunque entonces su uso era mayoritariamente masculino, y ellas debían de conformarse con un tocador. Porque quieren separar trabajo y vida, ponerlos en dos casillas, y pocos prevén la opción futura que auguran algunos expertos, la del coliving para adultos.

Con sus tatuajes, la transgresión en la lengua, son más conservadores de lo que parecen. Y comparten con sus padres un viejo sueño que muchos abandonaron: tener un chaletito con parcela. Un nido con vistas.

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26 de abril de 2023
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El cauce mágico de los ríos profundos

Con motivo del recién pasado Congreso de la Lengua, dedicado al mestizaje, que debió celebrarse en Arequipa y hubo de trasladarse a Cádiz, la Asociación de Academias de la Lengua presentó la edición conmemorativa de Los ríos profundos, de José María Arguedas, la espléndida novela mestiza donde el quechua se encuentra con el español.

Los ríos profundos se publicó en Perú en 1958, el mismo año en que también aparece en México La región más transparente de Carlos Fuentes, una coincidencia que parecería representar el enfrentamiento entre lo arcaico y lo moderno, en la inminencia del fenómeno del boom de los años sesenta, un antes y en un después.

Estas dos novelas vienen a ser un señuelo codiciable para establecer la pretendida división. La región más transparente es vista como la primera gran novela de la ciudad, mientras Los ríos profundos, representa la voz agónica del indigenismo trasnochado, ya superado por Juan Rulfo con Pedro Páramo tres años atrás, en 1955.

Rulfo sería el abuelo único del realismo mágico, que ajustaba cuentas con la narrativa vernácula, regionalista e indigenista.  Pero también Los ríos profundos representa una reivindicación verbal, y mágica, de aquel mundo rural de soledades y desgarros al que su lenguaje híbrido convierte en propio.

En una entrevista del año 1977 para el programa A fondo de la Televisión Española, Joaquín Soler Serrano le pregunta a Rulfo acerca de los escritores “telúricos” y si guarda devoción por alguno de ellos. Y sin dudarlo responde que sí, por José María Arguedas, con quien “tiene muchas similitudes, hasta en la forma de pensar”.

Y en un artículo de 1960, Reflexiones peruanas sobre un narrador mexicano, Arguedas destaca que “muchos de los relatos de El llano en llamas y gran parte de Pedro Páramo están escritos en primera persona y es siempre un campesino quien habla. Esta hazaña de Rulfo es quizás la mayor”.

Tanto Rulfo como Arguedas comparten la idea fundamental de que el asunto central de la literatura es su capacidad de inventar una realidad paralela capaz de transformar y sublimar los elementos de la otra realidad a través de la invención, no importa si se trata de un lenguaje campesino o urbano.

El indigenismo surgió en la primera mitad del siglo veinte, cuando el tema de la explotación y segregación se volvió crucial. Y las artes plásticas, y la literatura, tuvieron un papel orgánico, el de la denuncia militante, en los programas de los nacientes partidos políticos de izquierda, comunistas y socialdemócratas, y dentro de los movimientos populistas.

El realismo costumbrista contemplativo, donde el indio, figura tantas veces inocente y pintoresca es parte del paisaje, pasa a ser sustituido por el indigenismo militante, donde el indio es inicuamente explotado; y al crearse un discurso político del indigenismo, se crea un arte indigenista que tiene el papel de denunciar.

Muy pocas de las novelas indigenistas, o sociales, alcanzaron la dimensión literaria suficiente para sobrevivir, precisamente por su carácter de instrumentos de propaganda política. Se termina por verlas como literatura fallida, por no ser suficientemente literatura, y se tiende a cancelar todo lo que entra bajo esa denominación.

Arguedas produjo una novela del mundo indígena más allá del indigenismo, y la convirtió en un eficaz instrumento literario desde el quechua, su primera lengua, que transmuta en la otra, el español mestizo, su segunda lengua. No es indio, pero escribe una novela que reivindica al indio desde la majestad literaria, y esos seres anónimos, oscurecidos por la historia que los ha mantenido al margen, objetos más que sujetos, cobran la calidad de personajes, la única que puede volverlos trascendentes.

Y es su propia vida la que pone de por medio en la apuesta. Porque la clave maestra de Los ríos profundos está en su carácter autobiográfico, y aún más que eso, en que es contada por la voz de un niño, Ernesto, un resguardo trascendental para que no pierda nunca su carácter de confesión, y sea alumbrada por la magia. Un niño blanco que piensa y que siente como un niño indio, y que vive bajo el embrujo del llamado telúrico de la sierra andina cuyos entresijos conoce de memoria, pueblos olvidados que ha recorrido con su padre, ríos, crestas y barrancos grabados en su memoria.

Entre la inocencia y la perversidad, la violencia y el miedo, la sumisión y la rebeldía, complicidades y reyertas, los niños forman el elenco principal de la novela, cada uno colocado en su lugar de la escala social, representando el papel que les toca en un mundo cerrado que no es sino reflejo y copia del de afuera.

Más que hacernos pensar en cualquiera de las novelas del viejo canon indigenista, Los ríos profundos recuerda mejor La ciudad y los perros de Vargas Llosa: del colegio de los padres maristas, en Abancay, al colegio Leoncio Prado, en Lima.

Los ríos profundos evoca una realidad que Arguedas conoció mejor que nadie —y conocer mejor que nadie, en literatura, siempre ha significado conocer como niño—: los indios, los mestizos, no como estampas de propaganda, o como como caricaturas políticas, sino como entrañables entidades individuales. Como personajes.

Una novela que deja en la memoria una pátina de nostalgia.

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24 de abril de 2023
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Secuelas

Me dijeron, radiólogos y oncólogos, que la radioterapia prostática que me iban a aplicar a lo largo de veinte sesiones podría tener efectos secundarios a corto y/o a largo plazo. Entre los primeros citaban el llagado de la piel en el área de tratamiento, la urgencia urinaria, la nicturia, la incontinencia y los hemogramas reducidos. Entre los segundos citaban la esterilidad y la impotencia. A continuación me hicieron firmar un papelito en el que me daba por enterado de lo que quizá se me venía encima y ellos, de este modo, más contentos que Chupilla, se cubrían, se lavaban las manos. Y ahí acababa todo. Pero el organismo humano, al menos el mío, tiende a sorprender a propios y a extraños, y mira por dónde el anodino y más bien desagradable acto de la micción se ha convertido, gracias a la radioterapia prostática, en un acto de placer, en un acto que me retrotrae a una etapa primigenia, a esa etapa infantil en la que oficialmente no corresponde acceder al orgasmo pero que el hacer pis, reteniéndolo durante un espacio de tiempo, permite conocer, quizá levemente, la 'petite mort'. Ahora, lo que son las cosas, en plena senilidad, sin necesidad alguna de retención, he vuelto a la infancia. En esto estamos.

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22 de abril de 2023
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Inteligencia y sometimiento a la palabra: la máxima subjetiva de acción del confesor

 

Cuando las hijas de Edipo, Antígona e Ismene, debaten sobre si hay o no que responder a la ley oscura que las vincula a su hermano Polinicles, y dar a este la sepultura que la ley de la ciudad, encarnada por el tirano Creonte prohíbe, ambas hermanas están deliberando como seres inteligentes. Seres inteligentes motivados en este caso…por una idea de bien correlativa de la idea de deber. Nótese sin embargo que, en caso de diferendo entre ellas, no hay aquí manera de remitirse a una objetividad empírica que las pondría de acuerdo…pues aquí el criterio de la conveniencia de la acción no reside desde luego en algo empírico. La conducta a adoptar, sentida como imperativo, eventualmente en contra de los propios intereses, puede incluso ignorar todo criterio relativo al grado en el cual tal acción contribuiría a un amejoramiento objetivo del entorno social o del propio sujeto. De hecho, como tantas veces ha ocurrido en la historia, la muerte de un tirano, puede ser el desencadenante de un proceso que hace peligrar la coexistencia entre fracciones con intereses diversos, arbitrados hasta entonces por las leyes de la ciudad. El lector de la tragedia de Sófocles puede trasponer la situación de la heroína a la que cualquiera puede vivir en la tesitura de haber dado una palabra cuyo cumplimiento sería lesivo para sus intereses, o incluso los intereses de su entorno.

El ejemplo de transposición no es vano. Fantaseo un caso perfectamente verosímil. Supongamos que un déspota católico, o uno de sus esbirros, revela en confesión su propósito de efectuar una operación de castigo en la comunidad del propio sacerdote. El desgarro de este puede llegar al extremo de sentirse culpable de participar en un mal perfectamente objetivo, perosin embargo quizás no traicione lo que siente como deber imperativo.

A diferencia de lo que ocurre con la inteligencia cognoscitiva, no hay aquí objetividad científico-matemática o empírica a la que el juicio se subordine. La única objetividad a la que adecuarse es la razón misma, en última instancia en esa modalidad que constituye el respeto a la palabra dada. Pues bien, esta ausencia de primacía de la objetividad empírica o científico-matemática se manifiesta quizás aún más rotundamente cuando se trata de comportamiento de un ser movido por la forma de inteligencia que se manifiesta en el juicio estético.

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20 de abril de 2023
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Calderón

 

Maestro de las contradicciones, de los imposibles, sigue siendo un poeta mal conocido y poco representado

Hace más de 20 años, Eugenio Trías, una de las mejores cabezas de la transición fatalmente muerto demasiado joven, nos escandalizaba a sus amigos con unos artículos, conferencias y un librito en alabanza de Calderón de la Barca. Nos escandalizaba porque no había personaje literario más alejado de la modernidad que aquel dramaturgo teólogo, pero Trías lo había apreciado gracias a la cultura alemana (tanto Goethe como Schlegel) y lo tenía por un precursor del existencialismo: “El asombro que la existencia produce, o la emergencia de ésta de la nada, o del no ser que siempre le antecede”, ese era “el gran tema del teatro calderoniano”. Y citaba estos versos de El pintor de su deshonra: “¿Qué soberano poder/ hoy ser al no ser ha dado/ que yo conmigo he pasado/ sin mí del no ser a ser?”.

Este es un misterio propiamente filosófico, ¿cómo es posible que yo venga de la nada y me encamine de nuevo a ella, sin dejar de ser yo mismo? Es el desconcierto existencial lo que permitía a Trías comparar a Calderón con lo mejor del teatro griego e isabelino. Y en otro orden de valores, como el más grande imaginista o creador de imágenes, de la literatura barroca, comparable a Goya como pintor de la maldad: “Calderón de la Barca, como quizás únicamente Goya en el contexto hispano, es un artista de raza revelador del mal: el mal moral que mancilla el alma con el crimen; el mal público, político, que desgarra el cuerpo de la nación con la desatada violencia fratricida, la guerra civil”.

Hay, en efecto, una doble pulsión en el teatro de Calderón, de una parte, el afán filosófico, siempre disimulado tras la obediencia teológica, pero también una imaginación, como dice Trías, próxima a la de Goya. Y cita estos versos de El médico de su honra: “A pedazos sacara con mis manos/ el corazón y luego,/ envuelto en sangre desatado en fuego,/ el corazón comiera/ a bocados, la sangre me bebiera”. Estampa tremenda que está próxima al Saturno de las pinturas negras en la Quinta del Sordo.

No es un autor fácil. El personaje que profiere estas terribles palabras enloquecido por los celos, es, sin embargo, un calculador incapaz de matar a su mujer por temor al castigo de la justicia, así que ocultará el asesinato mediante un sangrador, un barbero en el idioma de la época, que desangra a la pobre e inocente Leonor con una excusa médica. Por un lado, el violento monstruo sanguinario con impulsos asesinos, que es también, de otra, un cobarde calculador el cual deja taimadamente en manos ajenas la venganza de un honor perdido, que es sólo fruto de su desequilibrio mental.

Poeta de las contradicciones, de los imposibles, de lo que es viniendo del no ser y de lo que va hacia el no ser sin dejar de ser lo que es, el extraordinario Calderón sigue siendo un poeta mal conocido y poco representado.

Quizás para compensarlo, la Biblioteca Castro publica, con su finura habitual, un volumen titulado Calderón esencial con ocho de sus más famosas piezas y una introducción de Ignacio Amestoy. Y quienes quieran leer el drama del demente que quiere comerse el corazón de su falsamente infiel esposa, pero luego retrocede con astucia para que culpen a otro del asesinato, vean la edición de la Real Academia de El médico de su honra.

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19 de abril de 2023
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Medievo

Ya no salimos al monte a cazar ciervos para proveer regularmente a la comunidad humana de proteínas animales. En cambio, su correlato, la pesca, se sigue practicando industrial o artesanalmente, y nadie se extraña. He aquí formas de comportamiento que hunden sus raíces en la historia y que, con la ganadería y ahora con la acuicultura, han ido mitigándose. El agua, no obstante, para beberla, para la higiene, para la industria, para la agricultura, sigue obteniéndose de la lluvia, normalmente a través de los ríos. No avanzamos.

Hay tímidos intentos de conseguir alimentos con aspecto de carne de vacuno, la llamada carne cultivada, a partir de insectos, algas y desechos vegetales, pero tampoco avanzamos de modo suficiente. Los dañinos rebaños de vacas, ovejas, cabras, siguen ahí, aumentando incluso gracias a la tenaz deforestación. No se consigue cerrar el círculo en la cría de peces y otras bestias marinas; los piensos que se les suministra han de proceder, para que resulte rentable el proceso, de los despieces del ganado estabulado. Acordémonos del episodio de las vacas locas, motivado por la conversión en caníbales de esos ungulados.

Un viejo sueño, recogido en viejos relatos; la pierna de cordero creciente que, tras su corte y consumo diurno, medra durante la noche hasta conseguir el volumen original, parece que está a punto de conseguirse bajo parámetros económicamente aceptables. Hubo un hongo, en muchos hogares españoles en los años cincuenta y sesenta, tenido en un recipiente sumergido en un líquido con poderes taumatúrgicos, un hongo que permitía su troceo, su reparto entre amigos para que creciera en sus hogares, y luego el hongo madre se recuperaba, como la cola de las lagartijas. No nos cuentan los científicos israelíes cuál es la composición de esta nueva gelatina comestible, pero grandes naves industriales estratégicamente instaladas en los inoperantes y abundantes polígonos industriales podrían, en España, albergar la maquinaria para la producción y mantenimiento de la gelatina y así sustituir a la ganadería y la pesca, simplemente embadurnando esa masa con los oportunos aromatizantes.

Viene todo esto a cuento ante la catastrófica situación que se nos avecina, la de los embalses vacíos y la obsesiva persistencia en la política de extensión de los regadíos. El agua de boca y el agua para usos agrícolas e industriales hay que conseguirla desalando el agua marina y reutilizando las aguas residuales. Hay tecnología para ello y, de paso, y pese a la absurda decisión alemana de cierre de las nucleares, hay que apostar por ese medio de producción de energía y desmantelar la parafernalia de los parques de placas solares y aerogeneradores de palas; dejemos de destruir el paisaje y reconozcamos, los que en algún momento apostamos por las energías limpias, que estas pueden ser dañinas y que ya vale de esa postura infantiloide de abominar de la energía de fisión nuclear (y ya vendrá la fusión) por relacionarla con el enemigo americano.

Ciervos, corzos, jabalíes, merluzas, atunes, sardinas; capturas pertenecientes a ritos medievales. Terneros, corderos, cabritos, doradas, lubinas, pulpos; como productos de granja. Todo ello a la espera de ser arrumbado por la generalización de la gelatina de variados sabores y texturas. Mientras, qué esperamos para replantear el ciclo del agua, qué esperamos para que su consumo parta de la fuente inagotable, del mar que nos rodea, y qué esperamos para depurar los vertidos residuales, quizá aún no ahora para el uso de boca ya que no disponemos de tecnología suficiente, pero sí para el riego y para la sedienta industria.

Ferrer Lerín

Medieval

Trad.: Opisma

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18 de abril de 2023
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Estábamos una tarde en Cambridge

Estábamos una tarde en Cambridge

drogándonos con Wittgenstein

y apareció un cuervo más negro

que la bilis de Baudelaire.

Entró como un ciclón

por el ventanal abierto

y nos miró como a reos que van a ser ajusticiados.

Entonces Wittgenstein dijo:

"Cuando los cuervos de Poe entran en los aposentos

hay que pensar en la muerte,

que es siempre

un regreso al ayer.

Pero el que teme la muerte

como ahora la estáis temiendo

es porque ha llevado

una falsa vida

o aún está por nacer".

Wittgenstein se quedó en silencio:

el pájaro desapareció

como una alucinación de la mente

y volvió a nosotros la risa

y sentí el presente en la piel.

Estábamos una tarde en Cambridge

drogándonos con Wittgenstein.

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18 de abril de 2023

El Roto

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Planeta Tamagotchi

Las consecuencias de la actividad científica son el marasmo, el apocalipsis, el caos, la barbarie, el desorden en el que actualmente se mueve la humanidad. La ciencia es el caballo de troya de la tecnología, la tecnología es satánica en el sentido etimológico de la palabra diabólica, que significa desintegradora, separadora. La ciencia ha troceado, ha separado al ser humano de la naturaleza y eso, probablemente, es lo que en la religión cristiana se llama pecado original, pecado contra el espíritu.

Son las rápidas palabras de un jovencito Sánchez Dragó entrevistado en Canal Sur. Me gustaba mucho Sánchez Dragó. Su sola presencia (¡desmesurada!) en el panorama nacional, obraba un efecto casi benéfico para los que sólo nos gustan las opiniones que se salen del tiesto. Encuentro muy cierto lo que dijo hace ya muchos años: la tecnología es culpable del desorden en el que nos movemos. No hay más absurdidad que no querer ver nada más que lo que nos da la ciencia, que la ciencia resolverá cualquier problema. Similar es lo que escribe Marcuse en El hombre unidimensional: «La sociedad tecnológica es un sistema de dominación sobre la vida de las personas». Uno lee estas cosas y piensa en ese comentario tan común que nos decimos los unos a los otros: que la tecnología no es buena ni mala, sólo depende del uso que le damos. Sí, de acuerdo, pero somos dóciles, dóciles hasta con lo que está absolutamente mal, dóciles hasta para olvidarnos de las cuestiones del espíritu.

El avance científico es dogmático. Se ha llegado a decir que nunca más las cuestiones de la conciencia deberían frenar los progresos de la ciencia pues la ciencia no da alternativa, lo otro sí. De igual manera, el catálogo cultural actual viene sometido a las redes sociales y su presión por estar ahí, sometido a la forma concreta y algorítmica con la que podemos meter todo lo que se hace llamar cultura en la pantallita del móvil para que, de alguna manera, sea real. Ya hay tantas películas en las que los humanos buscan el amor a través de una pantalla… Quizás el Tamagotchi sea el origen de los males que nos acusan. La lección es obvia, pero difícil en su práctica: sólo si buscamos los lazos humanos, la belleza del vínculo terrenal, obtendremos dignidad.

El auge de la inteligencia artificial, Siri, toda la cuestión robótica, hasta el tema espacial y, por supuesto, las pelis futuristas, me aburren. Lo cierto es que preferiría morir antes que acercarme a lo que sea que es eso de la inteligencia artificial o el funcionamiento de las criptomonedas. Poco a poco, una se va dando cuenta de que cada vez se encuentra más desenchufada del mundo que se nos plantea. Me estoy quedando atrás y no he cumplido ni los treinta. Por el amor de Dios, ¿qué va a ser de mí? Y sin embargo me acecha una pregunta: ¿qué haría yo sin mi Google Maps? Adoro Google Maps. No podría vivir tanto y tan rápido sin él.

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17 de abril de 2023
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Pascal Quignard: la atemporal e infinita música del amor

 

"¿Cómo concentrarse en el silencio y la introversión del alma, cuando todos los días están sumidos en gritos? ¿Cuando todos los instantes del tiempo pretendidamente regulados están oprimidos por el miedo?", se pregunta Pascal Quignard (Verneuil-sur-Avre, 1948) en El amor el mar. En otras palabras, ¿cómo brota y sobrevive el sentimiento amoroso, cuando todo alrededor se confabula para aplastarlo? ¿Y el arte? ¿Acaso es el contrapeso último frente a la violencia? ¿A más presión, un diamante más puro? Decía Ajmátova: "Si supierais de qué clase de basura nace la poesía, desvergonzada, como un diente de león amarillo junto a la valla, como el cenizo blanco y la bardana".

Quignard nos lleva a la convulsa Francia sumida en la Fronda (1648-1653), un periodo de insurrecciones, con el telón de fondo de un continente abierto en canal por las guerras de religiones, las epidemias y la hambruna -y, con todo, época de grandes logros en todas las disciplinas artísticas, el Grand Siècle de Racine, Molière, Georges de la Tour o Poussin- en que una troupe de músicos -algunos reales- nos lleva en volandas por esa Europa atravesada de ejércitos y enfermedades, pero también de ideas, partituras y sed de belleza.

Y en el centro, el amor arrebatado de Thullyn, virtuosa violista nórdica que "vivía la música como aquel mismo mar centelleante que avanzaba y se retiraba ante nuestros ojos", alumna de Monsieur Sainte-Colombe -recuerden Todas las mañanas del mundo-, y Hatten, cotizado copista ajeno a las mieles de la fama, de carácter difícil ("se le trataba como a las brasas de las chimeneas") y con el don de hacer traer con su laúd "ese misterioso andante en que radica el canto secreto de toda obra musical". A pesar de todo, se separan, y exploramos el secreto de esa relación desde la distancia: "Hubieran debido vivir juntos siempre, pero prefirieron amarse que entenderse".

Quignard pone de nuevo la poesía al servicio de la erudición. Construye un tempo propio al que el lector debe acomodarse, como al vaivén de las mareas. El amor el mar es un peldaño más, ascendente, en su estética del fragmento y el arte transgénero. Su prosa aspira a ser pintura, música, aforismo, ensayo, a la manera de Stendhal, Bataille o Rousseau, que "mezclan pensamiento, vida, ficción y saber como si se tratara de un mismo cuerpo" (escribe en Vie secrète).

Todo ello bajo la luz ascética de Oriente. Cada época porta su propio ocaso, su decadencia. Aquí, instrumentos moribundos del Barroco, como la viola, emiten sus últimas notas, para dejar paso a las sonoridades del piano y el Romanticismo. Hay un hilo invisible de continuidad en el tiempo, mágico y misterioso, del que esta novela tira. Es lo que siente Thullyn, de vuelta al paisaje marino de su infancia, acerca de nuestro ser fragmentario: "...en las últimas edades, la vida que se ha vivido se descubre como unos detritos en la playa cuando el océano se retira. Se camina entre tesoros desparejos, pero donde todo brilla. Cuanto más grande es la marea, más cerca está la muerte, más sublime es la marisma".

 

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17 de abril de 2023
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El Boomeran(g)
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