Francisco Ferrer Lerín
Me dijeron, radiólogos y oncólogos, que la radioterapia prostática que me iban a aplicar a lo largo de veinte sesiones podría tener efectos secundarios a corto y/o a largo plazo. Entre los primeros citaban el llagado de la piel en el área de tratamiento, la urgencia urinaria, la nicturia, la incontinencia y los hemogramas reducidos. Entre los segundos citaban la esterilidad y la impotencia. A continuación me hicieron firmar un papelito en el que me daba por enterado de lo que quizá se me venía encima y ellos, de este modo, más contentos que Chupilla, se cubrían, se lavaban las manos. Y ahí acababa todo. Pero el organismo humano, al menos el mío, tiende a sorprender a propios y a extraños, y mira por dónde el anodino y más bien desagradable acto de la micción se ha convertido, gracias a la radioterapia prostática, en un acto de placer, en un acto que me retrotrae a una etapa primigenia, a esa etapa infantil en la que oficialmente no corresponde acceder al orgasmo pero que el hacer pis, reteniéndolo durante un espacio de tiempo, permite conocer, quizá levemente, la ‘petite mort’. Ahora, lo que son las cosas, en plena senilidad, sin necesidad alguna de retención, he vuelto a la infancia. En esto estamos.