Joana Bonet
En TikTok nuestras chicas aparecen casi siempre con la cara tapada por las manos y el cabello, o bien un haz de luz abrasadora borra su identidad. Son más cautas que sus hermanas mayores, las millennials , pero no por ello dejan de interactuar. Conversan a través de la pantalla con una interfaz: un día toca deformarse igual que Alicia, otro, animalizarse, porque el juego de la identidad es infinito en el mundo virtual. La crisis les ha dado excusas para apresurarse despacio.
Creen más en las personas que en las empresas, defienden el real food y la mayoría de ellos, casi un 60%, sueña que un día será propietario de un vivienda. La opción más repetida es “una casa con terreno”, según revela un interesante estudio realizado por el Instituto Silestone. Y sorprende tamaña fe en el futuro cuando la inestabilidad económica ha sido el único clima que han conocido. Porque la crisis de la vivienda no ha mermado la ambición de quienes se imaginan propietarios de un hogar donde sentirse a salvo. Luz y espacio cotizan al alza, según el estudio, resignificados como el verdadero lujo. Y ocho de cada diez piden terraza o jardín. La percepción de la vivienda propia como refugio ha aumentado entre la generación Z.
Lejos de soñar en pequeño, la casa deseada por los jóvenes de entre 18 y 25 años es luminosa y confortable, decorada con estilo minimalista e hiperconectada. Regresa aquella habitación que marcaba clase en la España de la transición: el despacho, aunque entonces su uso era mayoritariamente masculino, y ellas debían de conformarse con un tocador. Porque quieren separar trabajo y vida, ponerlos en dos casillas, y pocos prevén la opción futura que auguran algunos expertos, la del coliving para adultos.
Con sus tatuajes, la transgresión en la lengua, son más conservadores de lo que parecen. Y comparten con sus padres un viejo sueño que muchos abandonaron: tener un chaletito con parcela. Un nido con vistas.