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Sobre la educación

 

Al escritor Rafael Sánchez Ferlosio siempre le acompañó la preocupación (y la ira) por el modo chapucero con el que se colonizan las mentes de niños y jóvenes por medio de las leyes de enseñanza

Algún día alguna institución reconocerá la ingente labor editorial que lleva a cabo Ignacio Echevarría. Con erudición, minuciosidad y respeto por la figura editada, pone al alcance de los lectores textos que no son en absoluto fáciles de encontrar. Entre sus últimas aportaciones está la edición de los escritos de Canetti sobre Kafka y aquella de la que hoy voy a hablar: Borriquitos con chándal, una selección de artículos de Rafael Sánchez Ferlosio “sobre la educación, la enseñanza y el deporte” (Debate, 2023).

A Ferlosio siempre le acompañó la preocupación (y la ira) por el modo chapucero con el que se colonizan las mentes de niños y jóvenes por medio de las leyes de enseñanza. Llevamos ocho desde que se restauró la democracia. En realidad, iba mucho más allá de una mera protesta contra la tecnificación pedagógica y los manejos políticos que acaban aplastando la inteligencia de los niños y los jóvenes. De los adultos, nada hay que decir. Ya es demasiado tarde.

En esta muy recomendable antología ha reunido Echevarría artículos dispersos, muchos de ellos inencontrables, si no es en los magníficos cuatro tomos de las obras completas (Debate). Aunque aquí se mencionan “la educación, la enseñanza y el deporte”, en realidad se habla de un asunto que es uno de los fundamentos del pensamiento de Ferlosio, la diferencia entre educar e instruir. Más propiamente: los procesos que nos han convertido en humanos. La pregunta a la que Ferlosio quiso responder una y otra vez es esta: ¿cómo, de qué manera, mediante qué instrumentos nos hemos arrancado a la naturaleza?, ¿cómo se ha producido la adaptación a algo llamado “humanidad”, que es enemigo de nuestro estado original?

En su prólogo, menciona Echevarría un artículo al cual Tomás Pollán, el máximo experto en la obra de Ferlosio, se ha referido como la intuición germinal de la pregunta. Es un artículo de 1962 titulado Personas y animales en una fiesta de bautizo. Por cierto, si no tienen ustedes las obras completas, este texto germinal se encuentra en otra imprescindible antología de Ferlosio, también editada por Echevarría: Páginas escogidas (Random House, 2017).

Además de ser el mayor prosista español del siglo XX, en apretada compañía de Juan Benet, es Ferlosio un filósofo e incluso podría decirse, un filósofo presocrático. Debería ser estudiado y leído en las facultades de filosofía más que en las de literatura. Así, por ejemplo, en nuestro caso, el problema de la enseñanza se plantea desde una perspectiva radical: los procesos que hemos ido estableciendo los humanos, a partir de la era moderna, para perderle el miedo a nuestro origen animal. Es decir, el desarrollo de una adaptación lingüística que usamos con particular eficacia en la humanización de los niños para impedir que sean ellos mismos quienes descubran su fondo original. La educación no persigue el conocimiento, sino la adaptación.

La educación es una coerción que busca asimilar todo lo que es ajeno a nuestra propia condición, “un proceso de apropiación social del niño por el medio”. Históricamente es la invención de las grandes industrias pedagógicas, la televisión, el deporte, la publicidad y, aunque Ferlosio no llegó a conocerla, la trama fatídica de las redes sociales. Un nombre, el de “redes”, tan exacto como el de las “cadenas” de televisión.

Una vez más ha sido la técnica la que ha ido disponiendo las invenciones y las máquinas necesarias para destruir lo que de originario pudiera quedar en los humanos y en el resto del planeta. Y esa ha sido la operación adaptativa que nos ha distinguido. Aunque Ferlosio no lo mencione, la pulsión que lleva a dar un nombre propio a un recién nacido es la misma que la imposición de Yahvé a Adán cuando le ordenó dar nombre a todos los animales y plantas del Edén. Fue la primera adaptación y la primera destrucción de la naturaleza humana.

 

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13 de junio de 2023
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Adiva

Ante la reciente confirmación de la presencia en España, como en buena parte de Europa, de una nueva especie de mamífero, el chacal dorado (Canis aureus), es bueno recordar lo que se dice en El Bestiario de Ferrer Lerín, en la introducción del capítulo “Fieras” y en la entrada ADIVA, acerca de dicho cánido.

La presencia de ADIVAS en el interior peninsular, concretamente en la meseta sur, ha sido objeto de esporádicas polémicas, a menudo poco rigurosas. La misma indefinición de la palabra –y de su variante más extendida, ADIVE- en lo que a adscripción a una especie se refiere, complica las cosas. Aceptado el origen arábigo del término y su utilización en el Magreb para designar el chacal, todo lo demás son conjeturas. Desde el lobo al zorro, pasando por el podenco, cualquier aplicación es posible si se trata de un mamífero carnívoro de tamaño medio. Y parece ser que en tiempos pasados los nobles ¿europeos? gustaban de la compañía de chacales, entonces abundantes no sólo en el norte de África sino en el este de nuestro continente. Una población relicta, procedente de ejemplares escapados –o liberados- de aquellas cortes, vagabundeando discretos por los enclaves manchegos más solitarios, parece argumento de ficción pero, en la novela Níquel (2005), de evidente estilo documental, se describe el cruento ataque de varios chacales dorados –Canis aureus- a tres intelectuales barceloneses comedores de tierra la noche del viernes 17 de septiembre de 1964.

ADIVA, O ALIVE. Cierta especie de animál mui comun en Africa, y mui parecido al perro, que en Castellano llamamos Podenco, solo que la cola es como la de la zorra. Mantiénese de la caza, y de noche continuamente aúlla, imitando el llanto de un niño. [Diccionario de Autoridades, 1726]

Le coman adívas, y le piquen avispas, y le hollen puercos.”

Miguél de Cervantes: Historia de Don Quixóte de la Mancha.

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El Bestiario de Ferrer Lerín. Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2007.

Níquel, Zaragoza, Mira Editores, 2005 (1ª ed.)

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https://www.elperiodico.com/es/medio-ambiente/20230418/nueva-especie-invasora-chacal-dorado-85554678?fbclid=IwAR2wfdh6onI1NUucpaok9BA_Sd-42JiXx8KoVaVPUjBJPYLQKwwPHF-GaSs

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10 de junio de 2023

'Una carpa bajo el cielo' de Liudmila Ulítskaya

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Liudmila Ulítskaya y la Rusia del Deshielo: disidencia en la «sociedad de las larvas»

 

Caudalosa como un río siberiano, la nueva novela de Ulítskaya, galardonada con el Formentor 2022, reflexiona sobre el papel disidente de su generación

 

La generación soviética del Deshielo, parafraseando una marcha estalinista que afirmaba hacer realidad los "cuentos de hadas", acuñó un dicho sarcástico: "Nacimos para hacer realidad a Kafka". Esta referencia literaria no es casual, ya que el arte creaba un espacio alternativo para ejercer la resistencia interior. "La poesía llenaba el espacio sin aire, ella misma se volvía aire. Probablemente, como dijera Mandelstam, 'aire robado'", leemos en Una carpa bajo el cielo de Liudmila Ulítskaya (Davlekánovo, 1943), galardonada con el Premio Formentor 2022.

Esta novela abarca desde la muerte de Stalin (1953) hasta la de Joseph Brodsky (1996), y es igual de extensa geográficamente, pues nos lleva a Moscú, Kiev, Tashkent, Nueva York o Bruselas. La trama sigue las vidas de tres amigos de escuela con distintos orígenes. Lo que une a Sania, Iliá y Misha es lo que los diferencia del resto: una sensibilidad contraria a la brutalidad impuesta. Cada uno tomará un camino diferente: musicología, fotografía y poesía respectivamente, guiados por mentores que fomentan su curiosidad, como el profesor de literatura (cuyos recorridos literarios por Moscú resultan encantadores) o la abuela de Sania, bastión de la tradición cultural que los jóvenes hallaban en sus mayores.

LA SOCIEDAD DE LAS LARVAS

La obra llena un vacío para los lectores de habla hispana respecto a las décadas mencionadas, abordando la evolución de la disidencia -no como un movimiento, sino como islas o "pequeños rebaños", sin "una unidad de pensamiento clara y simple"-, la circulación de textos prohibidos autopublicados (samizdat) -cuya práctica, ilegal, hizo que Ulítskaya perdiera su trabajo en una institución científica y optara por la escritura- y el precio humano que se pagó.

En una línea temporal sinuosa -la trama se enrosca como la hélice del ADN- los personajes intercambian protagonismo, logrando así una polifonía caleidoscópica que refuerza la idea explícita en el texto: "El tiempo no se mueve del punto A al punto B, en realidad se compone de capas... Es como una cebolla, en su interior todo ocurre simultáneamente". El resultado es un retrato perspicaz de la segunda mitad del siglo XX soviético -y de la historia de la literatura en ruso, casi enciclopédica- sin romantizar la disidencia de su generación, pero valorando su papel.

El título que Ulítskaia, bióloga de formación, consideró para esta novela es el de uno de los últimos capítulos: Imago. La autora desarrolla esta metáfora central en la novela seiscientas páginas antes, en una conversación entre Víktor Iúlevich y el único amigo de la infancia con el que logra reconstruir lazos, también mutilado de guerra, biólogo y "filósofo ocasional". Imago es la etapa del insecto posterior a la fase larvaria, en la que alcanza la madurez, al menos en sentido fisiológico, pues ya puede reproducirse.

¿Sucede lo mismo con el ser humano? ¿Es ese el único criterio para marcar el inicio de la edad adulta y no "la responsabilidad de los actos, la independencia, el grado de conciencia de uno mismo"? ¿Cómo se alcanza ese despertar moral que implica "reventar el capullo y liberar la mariposa multicolor volátil, efímera, preciosa"? ¿Por qué no ocurre con todos y qué pasa cuando un Estado engrasa su maquinaria represiva para impedirlo? "Pero Mijaíl, tendrás que aceptar el hecho de que vivimos en una sociedad de larvas, de gente que no ha llegado a madurar, de falsos adultos".

UNA PSICOSIS PERPETUA

El término "imago" aflora también a los labios de Misha antes de su trágico final. La editorial rusa lo descartó por considerarlo un nombre científico poco conocido. Se tituló, en su lugar, con el mismo nombre del séptimo capítulo: en él, Olga -cuyos padres forman parte del statu quo, pero a los que se enfrenta al enamorarse de Iliá-, necesitada de quimioterapia, relata un sueño: en una gran carpa verde, como la de un circo, se congregan sus conocidos, "los muertos y los vivos todos juntos", y aguardan en una larga fila para entrar, como una especie de reconciliación crepuscular.

¿Es posible esto en una sociedad en que se premia a los traidores, destruye cualquier tipo de lealtad, expulsa a sus miembros más destacados o los quiebra forzándolos a delatar? En palabras de Kúsikov, un policía de barrio: "Es sorprendente cómo funciona la vida soviética, o rusa tal vez: nunca sabes quién te delatará ni quién te tenderá la mano. Y los roles pueden cambiar de sopetón". Es una cuestión irresoluble a la que también hace referencia Iván Karamázov, cuando expresa su incapacidad para tolerar que "la madre abrace al verdugo que ha hecho que los perros destrocen a su hijo... Muy caro han puesto el precio a la armonía".

Esta novela plantea preguntas pertinentes, debates morales y filosóficos, y muestra la diversidad de vidas y decisiones personales, muchas de ellas inspiradas en las de personas reales, que a veces aparecen con sus nombres. Una gran novela rusa caudalosa como un río siberiano que nos recuerda que "en el mundo hay gran multitud de todo y un sinfín de mundos".

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8 de junio de 2023
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El señor de las piedras

Hay novelas que configuran una época y un espacio muy definidos y a la vez se proyectan en un ámbito que parece fuera del tiempo: El señor de las piedras es una de ellas. Ambientada en el período en el que vivieron y murieron los más singulares e inspirados poetas de la dinastía Tang, a través del tejido textual que va creando Federico Puigdevall, que tiene la transparencia de la seda y la misma naturaleza descriptiva, sugerente y vaporosa de la poesía que invoca y celebra, vamos accediendo a los trayectos, llenos de peripecias y de búsquedas del absoluto, que jalonaron las vidas de dos amigos poetas, Li Bai y Du Fu. Ambos dejaron una huella imborrable en el imaginario colectivo, pues lícito es considerarlos dos de los más grandes poetas que ha dado la humanidad, por su capacidad de figuración y ensoñación, por su ironía, por su sarcasmo, por la belleza de sus metáforas pero también por su capacidad narrativa y su genio para convertir los vaivenes y variaciones de la naturaleza en la imagen más envolvente y sugestiva de la vida en toda su grandeza y complejidad. Junto a ellos se van desplegando la época en la que vivieron, las intrigas políticas, las guerras, las destrucciones, las fugas, los vínculos de más de un centenar de personajes cuyas existencias van configurando el río narrativo, lleno de afluentes y de fuerzas que convergen y divergen siguiendo dialécticas binarias muy parecidas a las del Tao, filosofía que preside toda la novela.

A la vez que asistimos a la amistad inquebrantable que unió a Li Bai y a Du Fu, vamos accediendo a los momentos en los que fueron creando sus poemas, de forma que en esta narración, tan detallada y prolija como las novelas chinas del siglo XVIII (pensemos en A orillas del agua o Viaje al Oeste), pocas cosas quedan en el tintero. Como hacen los poetas chinos de la dinastía Tang, Federico Puigdevall tiende a observar a los personajes desde su misma exterioridad, para que sea el lector el que vaya adivinando la intimidad de sus almas a partir de los movimientos que observa en ellos y de los caminos, a veces tortuosos, en los que se van perdiendo sus destinos. Nos hallamos ante una novela que a la vez que se atiene a la historia, va creando su propio mundo, tan lírico como narrativo, en el que la aspiración a la eternidad se va topando continuamente con el “vaporoso sueño de la vida” y su trágica fugacidad, fuente de todas las melancolías y muy especialmente de la melancolía que define y distingue a toda la poesía de la dinastía Tang. Como le dijo Du Fu a su amigo y maestro Li Bai en un célebre poema: “Al cabo de diez mil, de cien mil otoños, no tendrás otro premio que el inútil premio de la inmortalidad”. Si nos atenemos a la inmensa riqueza que atesora la poesía Tang y a lo mucho que han aprendido de ella los poetas de todas las épocas, no parece que fuera un premio tan inútil, ni inútiles los viajes, los encuentros y desencuentros que se van sucediendo a lo largo de esta hermosa y exigente novela.

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7 de junio de 2023
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El zoo maldito

 

 

El zoo de la ciudad de Nova Kajovka

desapareció bajo el tumulto

de las aguas

de la presa

destruida por los rusos.

 

Ah, oscuro, oscuro, oscuro,

y oscura la noche del león bajo el agua

y el tigre y el oso y las cebras

y los suricatos

que desde su puesto de vigilancia

vieron la ola gigante

antes de ser arrastrados

por ella.

 

Sólo se salvaron

los cisnes y los patos.

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6 de junio de 2023
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Anomalías

 

Según la ley universal de la simetría de la paridad, el universo no tendría que existir, creen los científicos.

Materia y antimateria producidas en la misma cantidad se tendrían que autodestruir, generando vacío, sin embargo no ocurrió así pues triunfó la materia de la que está constituido el universo.

 

Un equipo de la universidad de Florida parece haber demostrado que hubo una violación de la simetría que hizo posible la eclosión de la materia.

Y bien, si el universo entero es una anomalía, ¿qué somos nosotros?

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6 de junio de 2023

Dibujo de J. J. Grandville, caricaturista que colaboraba con Balzac.

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Elogio del periodismo cultural

 

«La página parece estar llena, parece contener ideas; pero, cuando el instruido mete allí la nariz, huele el olor de los sótanos vacíos. Es profundo y no hay nada: la inteligencia se apaga allí como una vela en una bóveda sin aire».  La frase no es mía. Es de Balzac. Por mucho trabajo que se me acumule, siempre he encontrado tiempo para acudir a los clásicos y librarme de la ansiedad que generan las visitas a las atiborradas mesas de novedades de las librerías, tomos flotando en un mar de fajas publicitarias como si ciñeran el salvavidas tras un naufragio, perdida la brújula crítica. O, si quieren, escaparate arbitrario de ofertas de supermercado, en los que distinguir, como decía Eliot, el ajo del zafiro.

Echo de menos libros como el que escribió Balzac para reírse en serio del periodismo, ahora que hay tantos expertos en nadalogía. También los de Flaubert sobre el estupidario y la necedad universal, aquella que es inmune a la lectura. Cuántas veces, leyendo densos ensayos académicos, he recordado a Bouvard y Pécuchet y su decisión de volver a su trabajo de copistas, después de haber fracasado en su  descomunal propósito de aplicar las ideas de moda de  su época. Y cuántas veces he regalado Los viajes de Gulliver de Swift  o La escuela de mandarines de Miguel de Espinosa o imaginado que los freakies Bouvard y Pécuchet hoy ganarían elecciones, dirigirían museos o se harían de oro con millones de seguidores en twitch o tik-tok. 

La falta de comprensión lectora existe desde que hay estadísticas, porque siempre se ha dado, incluso entre eruditos. La célebre frase de que en España no hay filósofos, sino profesores de Filosofía, es extensible a otras ramas. La venda que la alegoría pone a la representación de la Justicia, tan dañada en su equidad, quedaría hoy mejor nublando la vista de la Universidad. Exceptuando, claro, un par de libros y los magníficos papeles que corren por Internet, si se saben buscar bien. 

 El anatema del periodista: aquel que sabe un poco de todo y nada de algo, se ha revertido en el académico especializado al que se le escapa saber mucho de algo porque no sabe nada de todo. Cuando la academia se adormece en  la retórica de citas y comentarios de comentarios de otros comentarios, son de agradecer los libros escritos por periodistas culturales que leen sin muletas ortopédicas. No citaré nombres de grandes universitarios y periodistas para no ser turiferario, porque comparto profesión y boomeran(g) con algunos de ellos. Son gente letrada, al tiempo que escritores, que liberan las obras de las vitrinas del taxidermista y aportan esa mirada enciclopédica, apasionada y libre de escuelas, que ha perdido buena parte del funcionariado universitario. De eso se trata, de hacer vivas las obras clásicas, de prestigiar a los mejores autores de nuestro tiempo, de transmitir el placer, la inquietud o el peligro de saber leer.

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3 de junio de 2023
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Adelanto

Hablaba el otro día Félix de Azúa de la falta de carisma del candidato Núñez Feijoo (la Academia recomienda no colocar tilde en su segundo apellido) y, abundando en la materia de modo atrevido, añadiré que quizá el detalle que más perjudica su presencia física radique en la peligrosa inclinación, en la pronunciada caída de sus hombros (detectada rápidamente por sus asesores que intentan solucionar el problema suministrándole americanas ortopédicas). Es probable que no tenga nada que ver, que este texto mío de 2009, publicado en el libro Gingival (Menoscuarto Ediciones, 2012), carezca de cualquier rasgo profético pero, por si acaso, lo recupero; aquí va:

Los sin hombros

Es una familia querida en el barrio. La madre, florista, especializada en Wagner. El hijo mayor, que fuera dentista, hoy vende cupones en la Plaza Ordicia. La hija, reptante, huronea lista. El hijo menor preside las rifas que los jueves pares celebra Artemisa. Del padre no hay nada que pueda dar pistas; ¿huiría a Chipre?, ¿vivirá en Galicia? Lo cierto es que todos carecen de hombros, el cuello muy gordo, la cara amatista.

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2 de junio de 2023

MANE ESPINOSA

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La edad de saltar la valla

La humedad del parque invitaba a andar deprisa, pero aquel era un reencuentro sin tiempo. Hacía casi seis años que no veía a mi amiga Silvana y teníamos que comprobar cuánto habíamos cambiado tras la pandemia y la amenaza de una tercera guerra mundial. De la fuente del parque de Berlín brotaba un agua gris que reflejaba el cielo cambiante de mayo, y su luz dejaba a la intemperie nuestras patas de gallo, debidamente esculpidas.

Silvana me contó que ella sentía en Buenos Aires lo mismo que me ocurre a menudo a mí en Madrid al caer la tarde, cuando respiro un aire de fin de fiesta. Una extrañeza galopante frente a los perfiles del nuevo mundo ha amplificado la sensación de despedida de todo lo que vamos tocando.

Silvana y yo nacimos el mismo año y parimos por primera vez a los 31. Nos conocimos en la puerta de una escuela infantil; éramos un par de adictas al trabajo que cerraban los ojos al bailar soul. Entonces, quedarnos sin aliento ejerciendo de mujeres de siete cabezas era casi una voluntad, un dulce masoquismo. Tanto había por hacer que lamíamos la idea de futuro como una golosina. Huíamos hacia delante porque era la manera de avanzar sin remilgos. “¡Hazlo!”, nos habían dicho nuestras madres, maestras y santas literarias.

“Cuando te haces mayor quieres que te dejen en paz”, me había confesado unos días antes Alejandro Gándara. Hablábamos de su última novela, Primer amor (Alfaguara), en la que vuelca la historia de la construcción del deseo a los 18 años con una belleza tintineante. El escritor recordó que el actor Jean-Louis Trintignant decía que de los cincuenta a los sesenta años es cuando pasó más miedo. Acaso es una edad en la que crees que todo termina.

Silvana, argentina y descendiente de judíos ucranianos, y servidora, con veinte apellidos catalanes, nos sentimos más parecidas que nunca, atravesadas por los mismos sofocos del climaterio, idénticas culpas, y en duelo por haber extraviado ese talismán que –más que la juventud en sí misma– da el poder de surcar las olas con visión y audacia.

La llamada generación X entra al galope en la veteranía tarareando los temas más oscuros de The Cure. Todavía no somos viejos, pero nos han rebasado las brillantes mentes de nativos digitales que hablan otro idioma. Nos agotan las vocecitas melifluas de la autotuneada música contemporánea, la obsesión por los tatuajes, o que nuestros hijos repitan obvio o literal fuera de contexto. Han ido muriendo­ nuestros padres y madres artísticos, a los que creímos inmortales. Pero como criaturas que bebimos del cáliz posmoderno, detestamos el lamento. “Acaso somos el eslabón perdido”, me decía Silvana, a quien sus hijas le reprochan –como a mí– un feroz compromiso con su oficio que no ha mutado con los años.

Tantas horas derramadas para sembrar una flor y, ahora, esta querencia por una manta eléctrica que alivie nuestras articulaciones. El tiempo nos pasa por encima si bien logramos cabalgarlo entre el ímpetu y la flojera. El pasado verano leí Desde dentro (Anagrama), del recién desaparecido Martin Amis, autor que tanto significó para mi generación y el dandismo literario. En sus páginas cuenta un bloqueo creativo cuando atravesó la mediana edad, y de repente sintió que estaba acabado. Y se refiere a él como “un perverso período mental” y “un vertiginoso desmoronamiento de la confianza en mí mismo”, para acabar definiéndolo como antiinspiración. Eso es lo que para Trintignant era miedo. Habrá que saltar otra valla.

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1 de junio de 2023

Carlos Morla Lynch, Federico García Lorca y el embajador de Chile en España en 1932. Foto de la Fundación F.G. Lorca

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Memorias memorables

 

Lo primero que juzga uno, tras leer las ochocientas páginas de estos enormes cuadernos de recuerdos (Editorial Renacimiento), es que su autor, Carlos Morla Lynch, era una buena persona. Una bondad, sin embargo, que no estaba inspirada por la compasión, la caridad, la piedad u otra virtud cristiana, sino por la inteligencia. Y buena prueba de ello es que no confunde en ningún momento a los buenos con los malos. Los malos, por cierto, suelen ser tontos de remate.

Algunos lectores le conocen ya gracias a los diarios anteriores, los de 1928 a 1936, dominados por la figura de Lorca, íntimo amigo de Morla, y los de 1936 a 1939, estremecedores documentos sobre la Guerra Civil en los que no abandona nunca el juicio puramente humano para abrazar una ideología u otra. Su grandeza es evidente cuando sabemos que salvó la vida a dos mil personas acogiéndolas en la Embajada de Chile de la que era encargado de negocios, pero en realidad actuaba como embajador. Los primeros centenares eran ciudadanos de derechas perseguidos por los sayones rojos que los mataban en las checas y en las cunetas de Madrid. En la segunda parte son refugiados republicanos a los que perseguían con saña los esbirros de Franco. Total, dos mil vidas salvadas por este hombre, una especie de Schindler chileno.

Y ahora nos llega su diario de Berlín, cuya primera entrada es de enero de 1939 y la última de julio de 1940. Así que da un testimonio único del asalto de los nazis a la fortaleza europea y a la declaración (nunca oficial) de guerra invasora. Así, por ejemplo, asistió en persona a la reunión del Reichstag en la que Göring comunicó a todas las embajadas mundiales la anexión de Polonia: un disimulado anuncio de la guerra inminente.

Pero no es sólo un testimonio histórico, es también un cuadro escénico del Berlín de aquel momento con toda su abigarrada y diversa complejidad. Morla era un hombre de curiosidad insaciable y un talento literario indudable con el que dibuja cientos de retratos “al natural” de la más variada índole: viejos aristócratas acabados y medio lelos, odiosos funcionarios del Reich, o la gente menuda que forma su ámbito favorito, camareros, vendedores callejeros, criadas, mendigos, bebedores de taberna, chóferes, proletarios, en fin, el pueblo que tanto le había fascinado en España y que nunca olvidaría. De hecho, mientras está viviendo el ascenso de Hitler, la invasión de Polonia o la caída de París, no deja de preocuparse por los 17 comunistas que aún estaban refugiados en la Embajada de Madrid y sobre los que temía un asalto brutal que los sacara por la fuerza de la embajada y los fusilara de inmediato. Vivía espantado por las noticias que recibía de España sobre la barbarie del régimen, aunque no todas eran ciertas.

La misma honestidad que le llevó a refugiar primero gente conservadora y luego revolucionaria le habría llevado a proteger judíos de haberse quedado más tiempo en Berlín. Su indignación ante los primeros actos criminales antisemitas le encendía una cólera que no podía manifestar dada su posición oficial.

No le dio tiempo. En 1940 lo enviaron a Suiza donde permaneció hasta 1947. Aquel hombre imparcial, tan de la Tercera España, vivió la guerra en el más neutral de los países europeos. Luego tendría otros destinos hasta morir en 1969 y ser enterrado en España, su patria de adopción.

Los aficionados a la música tenemos, además, un regalo. Músico vocacional, amigo personal de Claudio Arrau y entusiasta de Furtwängler, vienen en sus memorias recuerdos de algunos conciertos sensacionales. La edición, a cargo de Inmaculada Lergo, con un estupendo conjunto de fotografías, es soberbia. ¡Ah, y con prólogo de Trapiello!

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30 de mayo de 2023
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