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Guerras falsarias y manipulaciones varias

Por 28 de octubre de 2023 noviembre 2nd, 2023 Sin comentarios

Juan Lagardera

Nada mejor para comprender la importancia de la información que esta nueva guerra en la vieja Palestina. Nos sirve de ejemplo el episodio del mortífero misil sobre el hospital cristiano baptista de Al Ahli, de oscura procedencia, que deja en evidencia las tácticas de unos y otros para desinformar a la opinión pública. No es el único y no es nada nuevo, sobre todo en Oriente Medio, acostumbrados a mil y una batallas desde la época bíblica, donde vale tanto la fuerza como las trampas, donde arrecian los mitos guerreros en los que el débil es capaz de vencer al más fuerte, como el rey israelita David, victorioso frente a los filisteos, o como hiciera algo más al norte mediterráneo el sagaz Ulises con su caballo de madera, ardid para cruzar las infranqueables murallas de Troya.

Siempre ha sido así en la casuística bélica. No hace falta leer al superventas chino Sun Tzu para saber que en el “arte” de la guerra vale tanto la fuerza como la inteligencia. Esta última se ha servido desde tiempos inmemoriales de la propaganda y del engaño a través de ella. Así que no nos debe extrañar la utilización artera de relatos confusos e imágenes manipuladas. Tengamos en cuenta que el periodismo moderno empezó con los corresponsales de guerra, quienes transformaron en cronistas a los primitivos diarios de avisos. Hasta entonces, los periódicos se dedicaban a dar cuenta de las novedades del mundo, sobre todo del moderno, naciente a lo largo del siglo XIX con todas sus transformaciones mecánicas. Pero no es hasta la modernidad cuando se llega a la «criminalización de los enemigos y a su desprecio», como bien señala Félix de Azúa en uno de sus afinados artículos que se compendia en Volver la mirada (editorial Debate, 2019).

Será con la Primera Guerra Mundial cuando los aparatos de agitación de las potencias se hagan notar de manera sistemática. La manipulación informativa alcanzó un intenso apogeo. Se enalteció a las masas con consignas ultrapatrióticas, con insultos racistas hacia las poblaciones enemigas, se puso en marcha la censura y fue constante el uso de la mentira y el escarnio como un arma más. La difusión del odio y el terror entre la población civil fue una más de las estrategias militares utilizadas por los respectivos estados mayores. El mismo Ernst Jünger trató de explicar aquella contienda con la edición de una serie de fotolibros (publicados entre 1930 y 1933) en los que recalca la acción propagandística de las imágenes publicadas. El pánico táctico, en cambio, queda descrito en una de las mejores narraciones sobre la gran guerra, un ensayo de valor novelístico, Los cañones de agosto (1962), de la neoyorquina Barbara Tuchman.

Apenas dos décadas después lo vivieron los españoles en sus propias carnes durante la guerra civil, cuyos combates arreciaban desde las oficinas de prensa, incluido un Ministerio que se llamó de Propaganda, para el que trabajaron con denuedo artistas y escritores. El país se inundó de cartelería (incluso de gran formato como habría que calificar el Guernica picassiano), de consignas y fotografías, además de películas como la que rodó en 1938 André Malraux, basada en su propio libro L’Éspoir. Algunas imágenes de aquella fratricida lucha, convertidas en iconos ideológicos, se han mostrado como manipuladas o, al menos, existe una enorme controversia sobre las mismas, como la del miliciano abatido tomada por el legendario Robert Capa en 1936, una foto que sería portada de la revista Life y que se terminaría convirtiendo en símbolo de la causa republicana.

También estadounidense, Edward S. Curtis, famoso por sus “realistas” fotografías de indios norteamericanos, revelaría los trucos y manipulaciones de su monumental obra llevada a cabo entre los nativos en el primer tercio del siglo XX. Los indios de Curtis se maquillaban y posaban para sus instantáneas. No eran falsas, pero congelaban una imagen poco real y hacían creer lo contrario al expresar una naturalidad impostada. El testimonio gráfico estaba maquillado.

Otra foto que hizo cambiar el curso de la guerra es la famosa ejecución de Saigón, registrada en 1968, en la que se ve a un general de la policía sudvietnamita disparando en la sien a un prisionero del Vietcong comunista. La escalofriante imagen impactó de tal manera en la sociedad americana que marcó el declive reputacional de las operaciones militares del ejército USA, que no pudo vencer la batalla mediática y social que se desató contra su presencia en la exCochinchina francesa. Los reportajes posteriores hablan de un supuesto arrepentimiento del operador que captó la instantánea, Eddie Adams, quien ganaría el Pulitzer un año después con aquella fotografía. “Las fotos –afirmaría Adams, en plena depresión por los efectos de su trabajo– son las armas más poderosas del mundo. La gente las cree, pero las fotos también mienten, aun cuando no estén manipuladas. Son sólo medias verdades”.

Esto era en la época (zeitalter) de la fotografía, que diría Walter Benjamin. Ahora, imaginemos lo que ocurre en nuestros días, tras la llegada de la telefonía móvil, internet, las redes sociales o la inteligencia artificial. Por ejemplo, en la guerra de Ucrania. Hay una película titulada Donbass, que pudo verse en el festival de Cannes de 2018, en uno de cuyos episodios se describe la utilización de un grupo de figurantes para simular a víctimas de un bombardeo. Y hemos comprobado a diario, en este mismo conflicto, las mentiras y manipulaciones de ambos bandos, buscando siempre la penetración de sus consignas, la victimización propia y la demonización del enemigo. Antes, en 1997, Hollywood se adelantó a todos “imaginando” en La cortina de humo (de Barry Levinson, con guion de David Mamet) al productor que salvaba una crisis política filmando una falsa guerra en Albania.

Como era de esperar, el regreso a las hostilidades en Oriente Medio ha venido de la mano de una sobrecarga emocional gestionada por imágenes e informaciones tan impactantes como confusas. Hemos visto a Netanyahu anunciar en vídeo “real” el lanzamiento de una inminente bomba atómica sobre Gaza, al propio ejército israelí manipulando imágenes y conversaciones hostiles, o a un mismo niño palestino en brazos de tres personas distintas en tres medios internacionales diferentes. La guerra de las imágenes que ya nos mostraron crudamente las ejecuciones a cuchillo del Isis en la no muy lejana Siria.

Dicen que fue Esquilo, autor de Prometeo encadenado, mito preferido de Blasco Ibáñez, el novelista recreativo de los grandes conflictos, quien acuñó la célebre frase: “la primera víctima de la guerra es la verdad”. No lo sabemos. Tal vez se la escucharía a algún egipcio o a uno de los persas contra los que luchó. Pero lo cierto es que, cada vez más, se hace urgente y necesaria una reflexión rigurosa sobre la necesidad de encontrar una información fidedigna –honesta y contrastada–, sobre los acontecimientos del mundo. A esa tarea debería encomendarse una verdadera democracia.

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Juan Lagardera

Juan Lagardera (Xàtiva, 1958). Cursó estudios de Historia en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ha trabajado a lo largo de más de treinta años en las redacciones de Noticias al Día, Las Provincias y Levante-EMV. Corresponsal de cultura del periódico La Vanguardia durante siete años. Como editor ha sido responsable de múltiples publicaciones, de revistas periódicas como Valencia City o Tendencias Diseño y también de libros y catálogos de arte y arquitectura. Desde su creación y durante nueve años fue coordinador del club cultural del diario Levante-EMV. Ha sido comisario de diversas muestras temáticas y artísticas en el IVAM, el MuVIM, el Palau de la Música, la Universidad Politécnica, el MUA de Alicante o para el IVAJ en la feria Arco en Madrid. Por su actividad plástica recibió la medalla de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. En la actualidad desempeña funciones de editor jefe para la productora de contenidos Elca, a través de la que renovó el suplemento de cultura Posdata del periódico Levante-EMV. Desde 2015 es columnista dominical del mismo rotativo. Ha publicado tanto textos de pensamiento como relatos en diversos volúmenes, entre otros los ensayos Del asfalto a la jungla (Elástica variable, U. Politécnica 1994), La ciudad moderna. Arquitectura racionalista en Valencia (IVAM, 1998), Formas y genio de la ciudad: fragmentos de la derrota del urbanismo (Pasajes, revista de pensamiento contemporáneo, 2000), La fotografía de Julius Shulman (en Los Ángeles Obscura, MUA 2001), o El ojo de la arquitectura (Travesía 4, 2003). Así como la recopilación de artículos de opinión en No hagan olas (Elca, 2021), y sus incursiones por la ficción: Invitado accidental. El viaje relámpago en aerotaxi de Spike Lee colgado de Naomi C. (en Ocurrió en Valencia, Ruzafa Show, 2012), y la novela Psicodélica. Un tiempo alucinante (Contrabando, 2022).

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