Skip to main content
Blogs de autor

Violencia endémica

Por 26 de octubre de 2023 Sin comentarios

Marta Rebón

 

De entre las muchas razones para aterrizar en Tel Aviv, en mi caso fue un escritor soviético represaliado hace ocho décadas. Isaak Bábel, judío originario de Odesa, retrató la vida (y la muerte, durante los pogromos) a orillas del mar Negro, así como las atrocidades de la guerra civil rusa. Durante las purgas estalinistas acabó en una fosa común y su obra fue censurada. Poco a poco me había ido dando cuenta de que muchos autores que había traducido o leído con interés eran de ascendencia judía, aunque ese matiz quedaba más o menos desdibujado bajo la omnívora etiqueta de “cultura rusa”.

Resultó que, en la ciudad israelí de Beersheba, en el desierto del Néguev y cerca de la franja de Gaza, daba clases en la universidad uno de los mayores expertos en Bábel, cuyos manuscritos había logrado sacar de los archivos del Moscú soviético para publicarlos en el extranjero. Cuando me planté allí con una beca doctoral, vi enseguida que los letreros en cirílico no eran una rareza, dada la nutrida comunidad rusófona. ¿Por qué? Durante la segunda mitad de la era soviética, ser ciudadano soviético de origen judío era una de las escasas (pero no siempre factibles) vías de escape, pues eran invitados a marcharse. Más tarde llegaron emigrantes del derrumbe soviético y, en fecha reciente, refugiados de la invasión de Ucrania y fugitivos de la represión de Putin o del reclutamiento militar obligatorio.

Al margen de los motivos que a uno lo lleven allí, ya sean turísticos, religiosos o académicos, por mucho que los forasteros nos sumerjamos en su burbuja de aparente normalidad, es imposible no sentir que ­esta se tambalea al borde de un abismo. Son omnipresentes los controles de seguridad y los fusiles en bandolera en los autobuses de jóvenes soldados uniformados.

Hay señales menos obvias, como la he­braización de la toponimia, o ruinas ­abandonadas que recuerdan lo que antes de 1948 fueron poblados palestinos, o esa colección de libros en la Biblioteca Nacional de Jerusalén marcados en el catálogo con la referencia AP (siglas en inglés para “propiedad abandonada”), eufemismo con que se designan los libros confiscados en casas, instituciones y bibliotecas ­palestinas durante la nakba. Estos volúmenes conservan las huellas de sus antiguos propietarios: dedicatorias, notas manuscritas, caligrafía árabe, fechas y firmas. Para sus descendientes, algunos pro­bablemente en Gaza o Cisjordania, sería muy difícil sostenerlos en sus manos, algo accesible para mí con un pasaporte de un país de la UE. Es un símbolo de la desposesión y una metáfora de la dificultad de restitución, resultado de las historias ­trágicamente entrelazadas de dos pueblos.

Después está la realidad obcecada de las armas en acción. Era la primavera de 2018 y se conmemoraba el 70.º aniversario de la nakba . Por las noches, el silencio quedaba roto con el vuelo de aviones militares y la acción del escudo antimisiles. Ese año se aprobó la ley sobre el Estado nación judío, que legalmente discriminaba a los árabes israelíes. Cada obstáculo legislativo, cada expropiación, cada incursión punitiva ha alejado más la zona de los darchei shalom, caminos de la paz, que poco tienen que ver con el simulacro de paz construido bajo una cúpula de hierro, como reclama una parte de la sociedad israelí.

La doctrina de la superioridad militar de Netanyahu se desmoronó este 7 de octubre con el atentado brutal y exhibicionista de Hamas, un baño de sangre repulsivo que nada ni nadie debería justificar. La rapidez con que el primer ministro se ha dispuesto a imponer un castigo colectivo contra la franja de Gaza lleva la firma de los gobernantes que esconden sus errores con más guerra y violencia. La alianza política con la extrema derecha muestra que a veces una minoría puede acabar por provocar una catástrofe. Incluso exdirectores del Shin Bet reconocían en las entrevistas recopiladas en el documental y el libro The Gatekeepers (Dror Moreh, 2012) que la vía armada no es la solución al conflicto.

Solo la diplomacia, a través del acuerdo y la concesión, puede conducir a Israel a convertirse en una democracia plena. Así podría dejar de ser, por fin, una sociedad militarizada, algo que a la larga deshumaniza. Para adentrarse en el clima social y político del Israel contemporáneo, guiado por la lección envenenada del Holocausto, que consiste en el deber de ser una nación robusta, capaz de defenderse a cualquier precio (una carga abrumadora para las nuevas generaciones), es muy recomendable leer las dos últimas novelas de Yishai Sarid.

profile avatar

Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

Obras asociadas
Close Menu