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La atracción del gradiente

Por 24 de octubre de 2023 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

 

Recurrente pregunta de narradores y poetas, pero también de filósofos: ¿algo que decir? Quizás, sólo si hay algo que afirmar y defender; asimismo algo a lo cual combatir.

La causa a defender (un valor, o un entramado de valores, puesto en tela de juicio) tiene varias dimensiones, cada una de ellas con su propio peso. Se trata en términos generales de la causa del ser humano. Y el propio enunciado supone admitir que este se halla en peligro. ¿Peligro de qué? Pues meramente, peligro de ser desplazado de su posición jerárquica en la escala de valores que el hombre mismo establece y a cuya inversión de jerarquía sólo él mismo puede proceder.

Los rasgos de la condición humana hoy cuestionados, son de entrada los directamente vinculadas a la condición lingüística, por ende, a la inteligencia singular de los humanos. Lo que se cuestiona es la absoluta singularidad del hecho lingüístico, literalmente su trascendencia, su irreductibilidad a todo proceso meramente natural, es decir, explicable por convergencia de cadenas causales, como se explica la configuración de una red neuronal » inteligente» o el comportamiento en determinadas condiciones del átomo de hidrógeno.

Este cuestionamiento se manifiesta en facetas diferentes. Se empieza por la epistemológica. Considerado el lenguaje un código de señales (todo lo sofisticado que se quiera, pero con función análoga al que poseen muchas otras especies), el calificativo humano pierde peso ante la genérica animalidad; contemplado el hombre como un animal más, su supervivencia es homologada desde el punto de vista axiológico a la de otras especies. Ante este repudio por el ser humano de su propia condición, surge la cuestión fundamental:

¿Por qué el hombre se desvaloriza de esta manera a sí mismo? ¿Por qué erige en base de la organización colectiva un catálogo de principios que hacen a medio término imposible las formas de existencia que han configurado las sociedades, y que son indisociables del concepto mismo de civilización? ¿Por qué se niega el principio, asumido sin necesidad de reflexión por todo campesino, de que el animal debe tener su sitio como correlato del hecho que el humano tiene el suyo propio?  ¿Por qué, complementariamente, parece conformarse con un uso de su inteligencia consistente en valorar   información exterior y ordenarla sintácticamente, en función de objetivos trabados de antemano, como es el caso de los algoritmos supervisados? ¿Por qué este uso restringido de nuestras capacidades ha llegado a generalizarse, hasta el punto de que si hoy en día no nos sorprendemos de que un algoritmo funcione como un humano es quizás simplemente porque los humanos funcionamos como algoritmos?

Funcionamos como algoritmos cuando, por ejemplo, un escritor gana uno de los dos mil premios literarios existentes anualmente en Francia, lo cual no es resultado de que hay dos mil casos de emergencia creativa, sino de que se han establecido códigos de funcionamiento «literario» que exigen esencialmente tener la información relativa a frases preestablecidas y la ordenación sintáctica de las mismas que se ha revelado exitosa. Capacidad de recepción y ordenación que ni siquiera exige un conocimiento consciente de estar operando de esta manera maquinal, sino de vivir en un contexto cultural en el que esto es lo que marca la mente. Planteaba hace  un tiempo aquí  la siguiente interrogación:

¿Qué ha pasado para que (frente al padre de la biología, Aristóteles, que se oponía a la hipótesis) se suponga que en entidades sin vida cabe presencia de alma y aún de alma racional, y se apueste (a la vez que se la teme) por la eclosión de tales seres? Y casi en contrapunto: ¿qué ha pasado para que en nuestra época se llegue a otorgar mayor peso al ser animal (versus planta) e incluso al ser vivo (versus materia inerte) que al ser hablante, cuya aparición supuso una singular emergencia en la historia evolutiva, una revolución en el seno de la animalidad y en consecuencia de la vida?

La respuesta a las anteriores preguntas exigiría de entrada una reflexión socio-económica, dada la recuperación de idearios ilustrados (la protección del entorno, la alimentación racional, el bienestar animal, o el avance tecnológico) por verdaderos vampiros sociales, desde propietarios de cadenas de alimentación “eco-sostenible” hasta propulsores de modernas lámparas de Aladino (usual móvil, fetiches futuristas -¿ ordenador cuántico?- o chats que nos superarían en inteligencia) que no dejan de poner de proclamar su conciencia socio-ecológica, ya sea en fragante contradicción de lo que el sentido común nos dice de sus productos. La impudicia del propietario de Twitter al afirmar que sube sus tarifas precisamente para impedir que un excesivo uso tenga consecuencias aditivas y anti- ecológicas, es una muestra de hasta qué punto el desprecio por nuestra condición de seres de razón caracteriza a estos nuevos jerarcas del planeta.

Pero más allá de la economía hay razones profundas no dependientes en exclusiva de determinismos sociales. Hay en el entorno humano una suerte de gradiente descendente, acentuado por la actual configuración de nuestras sociedades, el cual dificulta que la inclinación a la pasividad y la inercia sea neutralizada por la inclinación a actualizar nuestra capacidad reflexiva y creativa.

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Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

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