Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

La muerte de un viajante (2)

En el artículo de Letras Libres que citaba el viernes pasado, decía Félix Romeo que decía Ricardo Piglia que “toda la literatura o es una investigación o un viaje”. La inversa también es cierta. Toda investigación, todo viaje, o es literatura o no es nada. Los aficionados a la ciencia que tanto abundan en este blog lo saben. Nada más literario que los textos de Richard Feynman, viajero de la física teórica a quien incluso yo puedo leer.

El viajero es el tipo que regresa con algo para contar, algo, naturalmente, ignorado, desconocido, divertido, sorprendente, intrigante o instructivo. Para lo cual es imprescindible el don de la curiosidad, pero además hay que saber narrar. Alguien incapaz de sorprenderse no puede ser un buen viajero, pero tampoco el que carece de órgano para la narración. Es el relato lo que hace el viaje. Para lo cual es más importante el regreso que la partida. Así lo dijo Joachim Du Bellay.

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage

Heureux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage,
Ou comme cestuy-là qui conquit la toison,
Et puis est retourné, plein d'usage et raison,
Vivre entre ses parents le reste de son âge!

Quand reverrai-je, hélas, de mon petit village
Fumer la cheminée, et en quelle saison
Reverrai-je le clos de ma pauvre maison,
Qui m'est une province, et beaucoup davantage?

Plus me plaît le séjour qu'ont bâti mes aïeux,
Que des palais Romains le front audacieux,
Plus que le marbre dur me plaît l'ardoise fine:

Plus mon Loir gaulois, que le Tibre latin,
Plus mon petit Liré, que le mont Palatin,
Et plus que l'air marin la doulceur angevine.

Seguro que algún secuaz de esta página colgará una excelente traducción de este canto tan contrario a la idea moderna de que no hay que regresar jamás, como escribieron Kavafis o Cernuda. Nada de eso. Es imprescindible regresar, como Ishmael, para contar lo sucedido.

En la televisión catalana suelo mirar un espacio donde la burguesía local presenta sus viajes a la Mongolia Exterior, Haití o el Chancro Verde, grabados en video familiar. Da gusto verlo. Sin duda les parecería más exótico un fin de semana en Sanlúcar con los niños. ¡Qué nonchalance en el Tibet! ¡Qué sensibles a las bellezas de Sudán! ¡Qué ojo para el tipismo del Tchad! Lo describen como si fuera una noche en la pasarela Gaudí.

Lo que más me fascina de los viajeros verdaderos es su curiosidad lingüística, tan presente en todos ellos. No hace falta ir muy lejos para descubrir aspectos desconocidos de uno mismo. Alexander von Humboldt, posiblemente el más grande viajero de todos los tiempos, descubrió ese principio que luego ha tenido cierta relevancia en lingüística, a saber, que el vocabulario se desarrolla por motivos laborales y por la actividad diaria, es decir, por el mundo que uno tiene conceptualmente a la mano, pero no por razones metafísicas que sólo conoce el “alma de la lengua nacional”.

El caso más conocido es el de los Inui que cuentan con cincuenta palabras para lo que nosotros sólo llamamos “blanco”. Aunque no es necesario irse al polo. En sus asombrosos Cuadros de la Naturaleza, cuenta Humboldt que a su paso por Castilla la Vieja le llamaron la atención “las expresiones numerosas que poseen (…) para expresar el aspecto de los macizos de montaña y esos rasgos fisonómicos que se encuentran en todas las zonas y revelan ya de lejos la naturaleza de su roca”.

Registró unas cuantas. Son estas: “Pico, picacho, mogote, cucurucho, espigón, loma tendida, mesa, panecillo, farallón, tablón, peña, peñón, peñasco, peñolería, roca partida, laja, cerro, sierra, serranía, cordillera, monte, montaña, cadena de montes, los altos, reventazón, etc.” De todas ellas, sólo “peñolería” falta en los diccionarios, aunque no “peñol”. Por supuesto hay muchas más, pero en esta nota al capítulo “La vida nocturna de los animales en los bosques primitivos” sólo transcribió las que le vinieron a la memoria en aquel momento.

Si alguien dotado de cierta curiosidad y ocio se interna por Castilla la Vieja y sigue la senda de Humboldt, todavía encontrará en los pueblos y aldeas bastantes de esas viejas palabras roqueñas, aunque no todas. Las que faltan se han ido de vacaciones a Tailandia.

Leer más
profile avatar
14 de agosto de 2006
Blogs de autor

GUSTAVO ARCOS

Hay una amarga ironía en la noticia del fallecimiento en un hospital de La Habana de Gustavo Arcos Bergnes, Presidente del Comité Cubano pro Derechos Humanos (CCPDH). A sus 79 años, Gustavo Arcos tenía la misma edad que otra persona cuya salud se sigue de muy cerca: Fidel Castro Ruz. Mientras uno desaparece en un casi silencio de la prensa, el otro se recupera de una visita al quirófano con un frenesí de especulaciones que roza la irresponsabilidad periodística.

Ahora bien, un poco de historia cubana para entender quien desapareció. Todo empieza por un fracaso. En el asalto muy mal concebido al cartel Moncada, el 26 de julio de 1953, en Santiago de Cuba, hay tres grupos que actúan bajo los ordenes de tres jefes: Abel Santamaría, Raúl Castro y Fidel Castro. El último grupo, que debía entrar al cuartel a través del puesto n°3, no consiguió su objetivo al ser descubierto de manera anticipada. Al lado de Fidel Castro, en el mismo carro, estaba Gustavo Arcos Bergnes. Hijo de una familia acomodada, vinculado al partido ortodoxo, había conocido a Fidel en la universidad. Compartió su lucha hasta la toma del poder. Era apodado “Ulises” y tan héroe como los que ocupan el poder desde caso medio siglo en La Habana. Herido en el asalto al cuartel, “Ulises” no podía plegar una de sus piernas y no fue a combatir en la sierra Maestra dedicándose a una enorme actividad de soporte de la guerrilla desde el frente urbano.

Pero de verdad, la historia de Gustavo Arcos empieza en 1953 e incluye una triple historia o más bien tres episodios de cárcel :

1. Cárcel en el régimen de Batista, como los otros miembros del incipiente movimiento castrista después del asalto al cuartel Moncada. Sale en 1955, gracias a la misma amnistía que soltó los hermanos Castro y todos los asaltantes a la calle.

2. Cárcel de 1964 a 1969 por  “actos contra la seguridad del Estado” y “asociarse con elementos contrarrevolucionarios”. En realidad Gustavo Arcos fue condenado por renunciar a su cargo de embajador en Bélgica al discrepar con la orientación marxista del régimen cubano. Consiguió su salida de la cárcel gracias a una huelga de hambre.

3. Cárcel otra vez, de 1981 a 1988, por “intento de salida ilegal del país” después de no recibir un permiso oficial para emigrar.

La tercera estancia en la cárcel fue la buena, la que hizo entrar Gustavo Arcos al panteón de la resistencia. Encontró a Ricardo Bofia, otro detenido, en 1983 y con él creó el CCPDH que fue la primera organización real de la disidencia.

Visitando la isla, el ex-presidente Jimmy Carter fue a la casa de Gustavo Arcos tal como lo hacían los periodistas y políticos extranjeros que querían reconocer la existencia de una sociedad civil en Cuba. Gustavo Arcos era el decano de la disidencia, una figura noble, con una postura de príncipe incluido en los actos de repudio cuando una turbe gritaba y tiraba piedras frente a su casa. Por la noche, estos cubanos que le gritaban de todo y, por supuesto, lo tachaban de contrarrevolucionario, venían a pedir disculpa, explicando que tenían que hacerlo para no tener problemas. Gustavo Arcos no tenía que hacer lo que hizo, pero lo hizo y tuvo muchos problemas.

Un hombre valiente estaba enfermo en estos últimos días en La Habana y nadie lo sabía.

Leer más
profile avatar
11 de agosto de 2006
Blogs de autor

Una revolución perfecta

El libro está muy bueno. Se llama No somos perfectas, lo editó Del Nuevo Extremo y lo concibió Mori Ponsowy como un relato coral donde superponen sus voces –no podía ser de otra forma- dieciocho de las mujeres más notables de la cultura argentina de hoy. Perdonen el tostón, pero en este momento mi obligación es la de ser exhaustivo y nombrarlas a todas en riguroso orden alfabético. Romina Doval. Liliana Escliar. María Fasce. Liliana Felipe. Vera Fogwill. Inés Garland. Angélica Gorodischer. Maite Jáuregui. Anna Kazumi Stahl. Liliana Lukin. María Victoria Menis. Vanesa Ragone. Sandra Russo. Julia Solomonoff. Patricia Suárez. Susana Torres Molina. Beatriz Vignoli. Laura Yasan. Entre ellas hay escritoras (como Gorodischer, Fasce, Suárez, Kazumi Stahl), cineastas (Solomonoff, Menis, Ragone), periodistas (Russo), poetas (Vignoli, Yasan) y combinaciones ad hoc, como periodista-humorista-novelista-guionista (Escliar), actriz-escritora-cineasta (Fogwill) y hasta una compositora-cantante-pianista-tanguera-jardinera y poeta, que es Liliana Felipe, cuya canción Mujer inconveniente define muy bien el espíritu de la compilación –aun cuando pueda ser sospechada de pleonasmo.

Lo presentaron hace pocos días en La Boutique del Libro de la calle Thames, en pleno Palermo. El lugar es encantador, aunque su nombre adquirió un retintín irónico en semejante ocasión. Apenas llegué me encontré a Sandra Russo en la calle, fumando. Sandra es uno de esos periodistas –poquísimos, en estos días- en cuyos textos me detengo apenas distingo su firma. Trabajamos juntos fugazmente hace muchos años, en un programa de TV. Por aquel entonces me atraía mucho, pero siempre fui un hombre tímido y estaba convencido de que ella era demasiado para mí. (Y conste que esto ocurrió, colijo, antes de esa etapa suya que ella define en el libro como de “mujer pantera”.) Nos saludamos, conversamos un poco. Al entrar descubrí que adentro también se podía fumar, por lo menos de facto. Y así comprendí que el título No somos perfectas (que me había parecido fallido porque daba por sentado que los demás, esto es los que no somos ellas, las pretendíamos sin mácula) era en verdad perfecto: funciona a la vez como grito de batalla y como queja, porque nadie desea que ellas sean perfectas más que ellas mismas –y por eso se van a fumar afuera aunque se pueda fumar adentro, no sea cosa de romper el imposible listón con que se miden.

La presentación fue deliciosa, organizada por Mori para que cada una de las escritoras le preguntase algo a otra. (La más divertida fue Gorodischer, que en una de sus humoradas típicas le preguntó a Kazumi Stahl, hija de madre japonesa: “¿Akutagawa o Kawabata?”)

De los textos que leí –que no fueron todos, esa es la gran ventaja de las compilaciones- me gustaron mucho el de Gorodischer, una escritora a la que adoro y sigo desde la época de Bajo las jubeas en flor y Trafalgar (me habría encantado que alguien me la presentara, sigo siendo tímido y Angélica también es una mujer pantera); el de María Fasce, llamado Diario de una madre, de una ternura y un sentido del humor que me conmovió; el de Vera Fogwill, que se pregunta si las mujeres que no hacen nada no tendrán la razón y que además está lleno de frases brillantes (“Hay un hilo dental que nos une a todas,” por ejemplo); y el de Sandra, como siempre. También me gustó el de Vanesa Ragone, que se llama Safe como la película de Todd Haynes y discurre sobre el inescapable enfrentamiento entre quienes conciben el amor como algo safe, seguro, y los que entendemos que safe love es una contradicción en los términos.

Si se topan con el libro, no lo dejen pasar. En su introducción, Mori Ponsowy define el camino emprendido por las mujeres del último siglo como una revolución sin muertos; ver el éxito que han tenido me llena de coraje, en este mundo al que le vendrían tan bien otras revoluciones semejantes.

Leer más
profile avatar
11 de agosto de 2006
Blogs de autor

LO INVISIBLE Y LO INSOPORTABLE

En el aeropuerto de Alicante, grabada sobre un mural, puede leerse esta cita:  "Lo que se ve es una visión de lo invisible".

¿Verdad? ¿Mentira? ¿Pensamiento profundo? ¿Patraña total?

Unos 30 millones de pasajeros se enfrentan a lo largo del año con esta sentencia descomunal que, en castellano y valenciano, les cae literalmente encima cuando se dirigen hacia la puerta de salida. Bajo el resonar de esta escritura pavorosa y labrada en la piedra los visitantes empujan los carritos cargados de maletas y encorvados reproducen la gravedad del peso que acaban de sentir en sus almas por medio de un anónimo conocedor del más allá.

¿Lo visible es parte de lo invisible? ¿El viaje es parte del viaje fatal? ¿Se viaja físicamente o se trata del viaje/alucinación? O, finalmente: ¿Alicante se revela como un centro sagrado donde estalla esta absoluta verdad o han tratado simplemente de rellenar con cualquier cosa la decoración de la terminal?

Muy probablemente detrás del grotesco desacuerdo entre aterrizar en un lugar de vacaciones y ser alertado con palabras de ultratumba se encuentra la aprobación de un concejal.

Los concejales de cultura, los alcaldes, los presidentes de Comunidades Autónomas componen una legión de temibles dúctores cuando se trata de dirimir entre uno y otro proyecto de arquitectura, una u otra escultura para el paseo, una u otra morfología para la fuente principal.

Constantemente el pueblo se ve asaltado por estas decisiones que siendo tan relevantes materialmente para la vida de la localidad el edil decide de forma ligera muy apoyada en una ignorancia mineral. O más que eso: apoyada en una deficiencia de criterio merecedora de que un rayo súbito y certero aniquilara sin más su autoridad.

Capitales, ciudades, pueblos, presentan las huellas clamantes  con que estos próceres las han marcado. Edificios adefesios que han crecido como palacios de congresos, estatuas en los parterres que parecen burlas para el homenajeado, grupos angélicos en monumentos principales que parecían ya apartados de las versiones más agresivas de la fealdad.

No les basta a estos políticos de vara en ristre redactar ordenanzas relativas a las basuras, las viviendas o la circulación, sino que inciden sobre el espacio público para maldecirlo a través de la actuación más torcida y trivial. Promueven la obra, eligen el proyecto, designan al decorador o al escultor bajo la insignia de obrar en beneficio del bien común y su efecto es difundir unos modelos de belleza, de Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, de glorietas santapoleras o de aeropuerto alicantino que, paso a paso, llevan a esta comunidad valenciana hasta el más alto despeñadero estético. Si no faltaba aquí la fama relacionada con el gusto hortera -cuando precisamente la huerta valenciana viene a ser de lo mejor a contemplar-  sobrevienen estos rectores para volver de la visión recta a la quebrada, de lo invisible a lo visible y de lo visible a lo que no se pueda aguantar.   

Leer más
profile avatar
11 de agosto de 2006
Blogs de autor

La muerte de un viajante (1)

Viajar en agosto se ha convertido en lo peor del año, el mes de trabajo peor pagado. Agosto es el vientre blando de las naciones ricas, allí en donde la navaja se hunde como en agua. Las puertas y ventanas de la casa están abiertas. Cualquiera puede entrar, pero nadie puede salir si cuatro malvados se lo proponen. Este mes concentra mucho miedo.

Una vez olvidado el terror del aeropuerto de Barcelona (era en verdad miserable oírle decir a un sindicalista que “al fin y al cabo ellos –los pasajeros- se iban de vacaciones”, para justificar su crueldad), llega el terror a los aeropuertos anglosajones. Los teócratas han tenido una idea excelente. Ya que van a morir, mejor hacerlo más cerca del cielo, en el interior de una aeronave cargada de pasajeros. Total, ¡se van de vacaciones! Hay que entender, “mientras los míos sufren por vuestra culpa”. Son taimados, los terroristas, saben cómo culpabilizar a los débiles. El avión acumula mucho pánico.

¿Por qué entonces viajar en agosto? ¿Por qué no quedarse cerca de casa? ¿Por qué no descansar en serio, si es que de eso se trata? Quizás porque la imaginación se ha jibarizado de tal manera que ya es imposible inventar nada a partir de lo habitual, de lo cotidiano. Seguramente hay más por descubrir a veinte kilómetros de nuestras casas, entre gente con la que nos cruzamos todos los meses, que a cinco mil. Los niños antiguos inventaban batallas con botones de hueso. Los actuales necesitan una máquina de gráficos en 3D que proporcione las figuras que ellos ya no pueden construir con su fantasía.

En la única ocasión que me dio por visitar un país del así llamado “tercer mundo” (quería hacerme una idea, y me la hice) hube de vacunarme contra un montón de agentes infecciosos. Mientras esperaba en la cola del centro oficial y obligatorio de vacunación en donde alguien se estaba haciendo rico, coincidí con un gañán entusiasta que parloteaba con los vecinos de fila como en la tasca del pueblo. Tipo encantador.

Iban él, la novia, los padres de la novia y la abuela del chico (tierno, en efecto) a Tailandia. Reconoció que era su primer viaje y que estaba muy emocionado. A la pregunta de: “¿Y por qué diantre precisamente Tailandia para iniciarse en los viajes?”, me miró sobremanera estupefacto y contestó alzando los hombros:

“¡Pues para ver el puente sobre el río Kwai!”

Mis vecinos de fila cabecearon cargados de razón y me miraron como a un pederasta. ¡A quién se le ocurre preguntar esas cosas!

Las razones del viaje son, creo yo, el agujero negro de la razón contemporánea. Juro por Dios que no añoro viajar solo, ni ir a la playa solo, ni evitar el contacto con el populacho, como estará sin duda deplorando nuestro catón cejijunto, pero no alcanzo a entender por qué la gente se lanza a lugares tan lejanos y tan caros cuando es incapaz de describir lo que tiene delante de las narices.

Así pensaba yo mientras leía el número de agosto de Letras Libres, dedicado justamente a quienes saben narrar lo que han viajado. Félix Romeo, por ejemplo, escribe allí un divertido artículo (“Un viaje de verano sobre un viaje de invierno”) en el que cuenta sus aventuras para encontrar a Peter Handke… en Soria. Magnífica escena en el Casino de la Amistad Numancia con tres ancianos pescadores. Uno de ellos afirma haber pescado una trucha, pero ante la sorna de sus amigos añade modestamente que la trucha, eso sí, ya venía herida.

Al lado de casa se esconde lo desconocido, lo que Freud llamaba “lo siniestro” y que no es siniestro sino sólo aquello que se esconde detrás de lo doméstico y conocido, lo que ya no vemos de tanto tenerlo ante los ojos. Soria puede ser más exótica que Tailandia para quien aún sabe mirar con atención.

(continuará el lunes)

Leer más
profile avatar
11 de agosto de 2006
Blogs de autor

BOLÍVAR SEGÚN LYNCH

Acabo de leer Simón Bolívar: A Life de John Lynch (Yale University Press). Primera biografía en lengua inglesa en más de medio siglo. No tiene el encanto de un gran relato; Lynch, famoso hispanista de la University of London, no intenta seducir por la potencia de evocación de su escritura. Tampoco ofrece una abrumadora montaña de detalles que pretende decir todo. Entrega una síntesis. Una obra que no olvida nada pero busca limitarse a lo fundamental, con énfasis en la historia de las ideas políticas del Libertador. Una tarea difícil, quizás imposible, por el pragmatismo de esta figura decisiva en la búsqueda de la independencia de América Latina.

Lynch tiene una mezcla de cariño y de fascinación para Bolívar. Su libro no se parece al retrato nutrido de antipatía de Salvador de Madariaga. Pinta tres figuras muy distinta: primero, la del revolucionario, que busca cambiar la sociedad y las leyes tanto en su país como en lo que es hoy la vecina Colombia; segundo, la del libertador que trae la independencia a los Andes e intenta vender una revolución en el mismo paquete; y, por fin, la figura del arquitecto de instituciones, que se decide a construir una solución universal para todas las tierras liberadas del colonialismo español. Veredicto: el revolucionario se equivocó, pero vivía una fase de aprendizaje; el libertador es un maestro en el momento de elegir entre guerra y política; el arquitecto es un soñador de instituciones, siempre golpeado por la realidad, pero un verdadero pensador digno de su maestro Montesquieu.

Lo bueno de Lynch es que estimula a su lector. No lo voy a negar y, más bien, entrego unos apuntes de mi lectura:

1. Sólo hay dos visiones políticas acabadas en la carrera de Bolívar: por una parte, el discurso que entregó al parlamento de Angostura; y por otra, la constitución boliviana. Todo el resto se parece más a respuestas puntuales que a construcciones completas.

2. Bolívar nunca se quita el temor de la élite criolla: la aparición de la “pardocracia”, el gobierno de los pardos (que son los mulatos, zambos, mestizos, y hasta los isleños de las Canarias en cierto momento en Venezuela).

3. El contexto del caos configura mucha de las decisiones de Bolívar. El Libertador, dice Lynch, “tenía que tomar decisiones bajo intolerable presión de demandas contradictorias”. Este contexto le impedía dedicarse a construir un orden, más bien se limitaba a superar los problemas ineludibles a corto plazo.

4. El concepto de “gloria” es una clave de la acción de Bolívar y también un concepto difícil de entender. Lynch dice que Bolívar quería más a la gloria que al poder. En todo, buscaba su gloria. ¿Pero que hacía decir la palabra en la época de Bolívar? Lynch reconoce su impotencia para definir la gloria, cita a San Agustín y el rey de Francia Luis XIV sin resolver su carencia.

5. La figura de Bolívar conviene a los dictadores de Venezuela. Antonio Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez y Eleazar López Contreras aprovecharon de la historia del Libertador para justificar su acción y su autoritarismo. Al hacer lo mismo, ahora con el concepto de un “populista Bolívar”, Hugo Chávez Frías a creado una “nueva herejía”.

6. Mas allá de su calidad formal, la novela El General en su laberinto de Gabriel García Márquez, propone una asonancia perfecta con la biografía de Lynch. Recuerdo la primera frase, cuando José Palacios encuentra al derrotado Bolívar en la bañera y, de verdad, tengo mas ganas de volver a leerla que de estudiar las carta de Jamaica. El historiador Lynch confirma la visión del novelista Gabo.

Leer más
profile avatar
10 de agosto de 2006
Blogs de autor

Otra crónica del niño gris

Con los años uno se pone quisquilloso. Muchas cosas que parecían brillar con fulgor de oro terminan reveladas, al paso del tiempo, en su impostura o peor aún, en su vulgaridad. Así perdí el respeto por buena parte de los periodistas de mi país; quizás se deba a que los conozco demasiado, y que al verlos de cerca les descubrí las costuras, o el ansia de figuración –indominable, en muchos casos- que abarata lo que dicen. Sin embargo nunca dejé de creer que Rodolfo Walsh es un modelo a seguir, seguramente porque excelía como periodista y como escritor, pero ante todo (esto es lo más difícil de imitar) porque tenía una ética de la que no se apeó ni siquiera cuando le adelantaron la cita con la muerte. (Me vino a la cabeza un recuerdo, permítanme la digresión. Una vez apliqué a una beca para hacer un Master de Periodismo en Harvard. La instancia final suponía una “entrevista” con un figurón del periodismo local, que funcionaba como filtro. Me tocó la peor de las opciones posibles, un tipo de la radio y de la TV a quien yo despreciaba, amigo del poder, liberal siempre y de derechas si hace falta. La conversación fue incómoda, hasta que llegó lo que entendí era la pregunta clave. El hombre me pidió que nombrase una obra que yo considerase un modelo de periodismo. Opté por el sincericidio: le dije que mi modelo era Operación masacre, la obra consagratoria de Walsh. Fue como decirle a George Bush que admiraba la oratoria de Fidel. Nunca obtuve la beca, como imaginarán.)

Lo que nunca perdí en todos estos años fue el deseo de leer los artículos de Horacio Verbitsky, que aparecen regularmente en el diario Página 12. Horacio es lo más parecido a un maestro vivo que yo reconozco. Conservo el recuerdo del elogio que hizo a un capítulo, ¡tan sólo uno!, de mi primera novela, El muchacho peronista, como el de uno de mis momentos más altos. A mediados de los 80 coincidimos en la redacción de la desaparecida revista El Periodista, y durante algún tiempo coqueteamos con la idea de trabajar juntos en algún proyecto. (Lo arruiné todo yo, por supuesto: era demasiado joven y demasiado tonto, y además, lo admito, venía pésimamente equipado para el periodismo de investigación.) Sin embargo nunca dejé de leerlo. Mientras la literatura –el camino que yo había escogido desde que medía apenas un metro- se autocondenaba a la intrascendencia en la Argentina, los libros periodísticos de Horacio cambiaban la historia. Robo para la corona alertó sobre las costumbres rapaces del menemismo. Hacer la Corte desnudó la forma en que el Poder Judicial se vendió al mejor postor durante los 90. El vuelo estremeció al difundir la confesión de un represor: por primera vez un militar admitía haber participado de los llamados “vuelos de la muerte”. El silencio describió la complicidad de la jerarquía católica con los dictadores de los 70, un estrago cuya herencia sigue operando en este presente.

Han pasado ya unos cuantos días, y la columna que Horacio escribió en Página el domingo 6 no se aparta de mi mente. Se llamaba El niño gris. Quizás convenga que la busquen en los archivos del diario (www.pagina12.com.ar), porque si lo hacen verán además la fotografía que inspiró el texto. “La imagen del niño gris me asediará mientras viva”, dice Horacio, “como ocurre con una del Holocausto en la que un chico de cinco o seis años, arreado rumbo a la solución final nazi a punta de ametralladora, camina con las manos en la nuca y mira con estupor a la cámara. Es decir a mis ojos”. El niño gris es un bebé libanés de pocos meses, cubierto por el polvo del edificio que se le cayó encima debido al bombardeo del ejército israelí. Podría pasar por una estatua, o por una de esas figuras que la lava preservó en la Pompeya arqueológica, de no ser por el detalle de color: un chupete azul que cuelga de su cadenita de plástico. Pocos días atrás yo había hablado aquí mismo del poder de estas imágenes, a causa de otro niño libanés o palestino a quien vi por la TV. (La guerra produce estas figuritas a razón diaria, con fervor industrial.) Entonces sugerí que se mostrase su cuerpito roto a los combatientes antes de salir a la batalla, diciéndoles: Este es el hijo de tu enemigo, hoy; y será tu propio hijo, mañana. Aquel niño quemado, este niño gris, cualquiera de las fotos serviría porque comparten la misma, desoladora elocuencia.

Horacio es de los que llaman a las cosas por su nombre, pero no recuerdo haberle leído nunca frase más tajante que la que usó para cerrar el artículo: “Detener la mano asesina es un imperativo categórico”. Vuelvan a leerla. Es clara, es simple, es de lo que se trata.

Pasa el tiempo y Verbitsky sigue marcándonos el camino.

Leer más
profile avatar
10 de agosto de 2006
Blogs de autor

LA GENTE BUSCA GENTE

Tras el boom de las compañías punto.com de hace seis años ha estallado el éxito de las empresas que gestionan los puntos de encuentro entre usuarios. Al éxito de la tecnología aplicada a los negocios sucede la multiplicación de los negocios que tienen su base primordial en las personas.

En mi último libro Yo y tú, objetos de lujo, califiqué este fenómeno como la primera revolución del siglo XXI. El máximo interés de la gente es la otra gente pero ahora, además, se hace posible desarrollarlo y gozarlo sin miedo a ser castigado mortalmente por ello. Estar o no conectado en cualquier ámbito y mediante links en los que abundan las personas decide vivir o no en la actualidad de nuestro tiempo.

El conocimiento científico, las informaciones de consumo, las opiniones políticas se cruzan en una trama sobre el espacio abierto que ha facilitado y estimulado la red. Este universo de contactos innumerables posee una importante condición inédita. Conectamos con más gentes sin tener que sufrir la penalidad de su aliento o su espesura. El contacto “personista” se define por una relación entre personas sin el atosigante tufo personal.

Hay conexión e implicación pero no grandes entrañamientos. De la misma manera que el saber actual es más superficial que profundo  la relación con las personas a través de la red conforma un modelo extensivo y no intensivo. Tratamos con una multiplicidad de individuos para degustarlos no integralmente sino en determinados aspectos que nos complacen o nos interesan.

El mundo avanza de esta manera como en un inmenso frente de relaciones ligeras y dejando atrás las pertenencias y raíces más fuertes. Vivimos o navegamos en un océano global sin apenas detenernos en exploraciones abisales. En lugar de entrar en el otro (familiarmente, románticamente, sexualmente) hasta el fondo, sustituimos de la cavidad por el roce o el cutis.

Incomparablemente nuestra interrelación resulta más liviana y cambiante, menos personalista al modo católico de Mounier que personista. En Sillicon Valley se asiste a la eclosión de estos incontables sites interpersonales, preparados para toda suerte de contactos y encuentros con el asombro que provocó la  famosa burbuja tecnológica. La fundamental diferencia consiste en que ésta venía a culminar una carrera continua en las invenciones materiales mientras la proliferación de las actuales webs sustituye la materia por la carne, la perfección del artefacto por la vicisitud del sujeto.   

Leer más
profile avatar
10 de agosto de 2006
Blogs de autor

Padres de la patria

La descripción de los últimos años de Constantinopla, en el relato clásico de Steven Runciman, es inolvidable. El lector se va sintiendo cada vez más sobrecogido a medida que ve crecer la lucha a muerte entre los distintos sectores y barrios de la capital del imperio. Latinos contra bizantinos, genoveses contra pisanos, griegos contra venecianos, en una ciudad sobre la que estaba cayendo el imponente ejército de Mahomet II como nube de langostas. Y cuanto más se aproximaba la media luna, más se enconaban las reyertas cristianas.

Con las más variadas excusas, los unos a los otros se acusaban de traidores, ladrones, corruptos, criminales, herejes o imbéciles, y se degollaban entre sí con verdadero entusiasmo. Estaba ya el ejército otomano a las puertas de la ciudad cuando todavía unos cristianos (los genoveses) traicionaban a otros cristianos (todos los demás) por un puñado de monedas.

Parece incomprensible este suicidio frenético del último minuto, y sin embargo se repite una y otra vez con mayor o menor intensidad. Una furia demente ataca a aquellos que en realidad no creen ya en la victoria y ni siquiera la desean. Enloquecidos por la vergüenza, los derrotados se lanzan sobre cualquiera que se encuentre a su lado para echarle toda la culpa del fracaso.

El odio al más próximo aparece cada vez que se produce la certeza de un fracaso común. Lo cual sucede en las naciones, en las familias, en los negocios compartidos, en los matrimonios, en los viajes organizados y en toda empresa colectiva que se va al garete. No es fácil soportar la culpa, ni comportarse responsablemente ante la propia inoperancia. Creo recordar que es en el Bhagavad Ghita en donde el derrotado emperador de la India se ve en la obligación de enseñar al joven Alejandro lo que debe hacer un rey que ha vencido a un emperador y le va dictando los pasos rituales, incluida la decapitación del vencido.

Cuando el que se siente culpable del desastre carece de fortaleza moral, acusa de su fracaso al primero que pasa ante la mirilla de su escopeta. La causa de todos los fracasos de algunos vascos son los españoles, la causa de todos los fracasos de los nacionalistas catalanes la tiene Madrid, los fracasos del PP son culpa de los socialistas y viceversa, muchas mujeres creen que su desgraciada situación obedece a una culpabilidad natural de los hombres y no pocos hombres desgraciados se creen víctimas de las mujeres.

Para poder cerrar los ojos ante la propia incompetencia, la incapacidad para cumplir con la tarea asignada y la falta de coraje para asumir responsabilidades, se hace imprescindible un chivo expiatorio. De ese modo el incompetente mantiene una última pretensión de inocencia que sólo él defiende ante un escenario desolado antes de quedarse solo por completo.

El último capítulo del odio hispánico, con motivo de los incendios gallegos, es tan colosalmente idiota que lleva a creer en el derrumbe ineludible de toda la especie política española. Como en Italia, los ciudadanos nos encontramos secuestrados por bandas de parásitos que se acusan mutuamente de todos los males que nos infligen. Esos males que nos abruman son, sin embargo, el objeto con el que justifican sus elevados salarios. Se supone que han sido elegidos para impedirlos. Por el contrario, se alimentan de ellos.

Entre las ruinas de un país donde la zona salvada de las llamas es un desierto, y la que no es un arenal o un baldío de ceniza humeante es una termitera de cemento, los cabezudos de cerebro de cartón se apalean incansablemente con las tibias de los muertos, pero en sus bolsillos suenan las monedas de oro.

Leer más
profile avatar
10 de agosto de 2006
Blogs de autor

El libro como talismán

Cuando T. E. Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia, se fue al desierto, dos libros se convirtieron en parte del equipaje que transportaba a todas partes: La Morte d’Arthur, de Sir Thomas Malory, y La odisea. Una elección insuperable, al menos para cualquiera que conciba su vida como una aventura. La Morte d’Arthur habla de los esfuerzos sobrehumanos por retomar contacto con lo divino, o cuanto menos con la mejor parte de la naturaleza humana. La odisea nos recuerda que, aun después de haber obtenido ese imposible, siempre resta el penoso trámite de volver a casa.

No me cuesta nada entender eso del hombre que intenta definirse a partir de un par de libros. Significa que el hombre en cuestión está eligiendo un destino para sí: los libros seleccionados señalan el marco en que inscribe ese destino, la línea que pretende trazar con su aventura y también la forma en que desearía ser leído; y a la vez, por el hecho de someterlos a consulta constante, esos libros constituyen el mapa de su búsqueda. ¿Qué volúmenes elegirían para que los acompañasen, si tuviesen que dejar su casa para entregarse a la aventura de sus vidas? O mejor aún: ¿qué aventura elegirían en este mundo de hoy, si se viesen obligados a abandonar la comodidad de sus hogares?

A pesar de que formamos parte de una civilización de imágenes, a pesar de que la tecnología nos permite ahora llevar en el morral un DVD-player con, por ejemplo, ejemplares de El Padrino y (nótese la ironía) Lawrence de Arabia, nunca iríamos al desierto, a la selva, al mar, a la estepa con películas en el bolsillo. La tecnología sigue siendo demasiado frágil para los zarandeos humanos: se puede estropear con un golpe, se puede mojar, se puede llenar de arena, se puede quedar sin batería. Además la tecnología es cara, y por ende resulta codiciada: ¿quién nos asaltaría hoy para robarnos un libro?

Un libro lo soporta todo siempre y cuando se lo proteja del fuego. Puede ser golpeado, arrojado a la distancia, doblado, aplastado y hasta mojado, si se toma el recaudo de permitirle secar. Puede ser usado como almohada, como cuña, como objeto contundente. Tiene además otra gran ventaja por encima de las películas: puede ser reescrito, anotado en los márgenes, contradicho y completado con nuevos conocimientos, como hacía el protagonista de The English Patient con su ejemplar de Las historias de Heródoto.

Qué invención más maravillosa. Es rara la ocasión en que salgo a la calle sin un libro, a no ser que vaya al supermercado o al quiosco de mi cuadra. En cada salida el libro es mi compañía, mi garantía de que podré encontrar iluminación en cualquier calle, en cualquier bar o durante una espera. El libro es mi compañero de viaje, mi vestimenta, mi seguridad. Creo que Lawrence se llevó estos dos al desierto por las razones apuntadas, sí, pero además porque comprendió que, para gente como nosotros, no existe talismán más poderoso.

Leer más
profile avatar
9 de agosto de 2006
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.