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Un vicio

Perdone que le hable de mí mismo. Ayer noche llegó un momento, serían por ejemplo las 23.47, en que me dije “Azúa, esto no es posible, muchacho”. Estaba yo oyendo por los altavoces (Chario, son baratos pero muy buenos, fabricación china, toma castaña) uno de los cuartetos de Beethoven que no sé por qué, francamente, lo digo de corazón, algunos podemos oír trescientas o cuatrocientas veces en una vida sin la menor fatiga.

Hay cosas que no, sobre todo las de Wagner, pero porque requieren gimnasia. En una ocasión le puse el Mild und Leise a una amiga muy, pero que muy inteligente, sin percatarme de que ella era más bien del lado Bruce Springsteen lo que me parece de perlas, y dijo que le sonaba a gorda berreante y lo comprendí. No soy un fanático. Lejos de mí la tentación de menospreciar a quien no comparta mi vicio. Lo cual no impide que me oiga el Mild und Leise cada vez que voy a leer a Bernhard, para lubricar, digamos. Por la Ludwig.

Tengo reconocido y aceptado que ese es mi vicio, la música. Toda la música. Por un igual Carlos Gardel que Kathleen Ferrier. Y con miles de matices o diferencias entre Feldman y Sibelius, claro, pero sin demasiadas jerarquías: un día puedo necesitar la misa en sí de Bach (es en Si menor, pero yo me refiero a que es la misa en sí, o sea, en sí misma) y otro día el Cascanueces de Tchaikovsky, por el que siento una pasión infantil y no puedo evitar bailarlo un poco cuando suena, lo que provoca cierta incomodidad a mi alrededor en los establecimientos públicos donde lo ponen de fondo y la clientela me mira de soslayo.

Así son los vicios. El que lo tiene de beber y se le acaba el malta, no le hace ascos a un Dyc. Y si es de fumar, el verdadero vicioso puede acabar fumando hojas de maíz secas. Así me sucede con la música. Todo me gusta, todo me complace, casi no tengo un “no” para nadie, y me irritan un poco las distinciones que quieren marcar elegancias ideológicas, como las de Adorno, con quien me peleo una y otra vez porque le ha hecho un daño tan enorme a la música alemana como Maurice Chevalier a la música francesa.

Así que estaba yo ayer noche oyendo ese presto fenomenal en el que el violonchelo aguanta el ataque de los dos violines y de la viola al unísono, ya podrán, como un carro de combate que ha quedado aislado en medio de la batalla y se ve rodeado de infantes que como termitas trepan sobre su caparazón para hincarle el aguijón venenoso, y allí estaba el chelo resistiendo como una mala bestia, gritándole al Todopoderoso sus más corrosivas maldiciones, siempre tan humano, el chelo, cuando me di cuenta de que aquello no podía ser posible. “Azúa, esto no puede ser y además es imposible”.

¿Lo habían inventado para mí? ¿Adivinaron que de ese modo jamás podría caer en la desesperación y el tapeo de borracho pegajoso? ¿Que era necesario poner en marcha una gigantesca industria, inventar los elementos más diminutos y elegantes, la microingeniería, la nanotecnología, ganar dinero como un narco de manera que pudieran editar la totalidad de la música de los últimos treinta siglos, para que yo escuchara ese presto en mi casa?

¡En mi casa! Pero también puedo oírlo caminando por la carretera de las aguas, si me da la gana, que no me la da, y en el avión y en el coche y en la bicicleta y en la cama y atravesando el desierto de Gobi y en una reunión de candidatos a la alcaldía de Barcelona. ¿Todo eso para mí?

No era posible. Y sin embargo, así como el teléfono, el overcraft, la ecografía prenatal, el birreactor, la fotografía digital, el tren de alta velocidad, la pintura acrílica, la aspirina, el rape congelado, en fin, tantas cosas modernas me complacen, así también podría pasarme sin ellas porque no son mías, no las inventaron para mí: seguramente moriría, pero moriría a gusto, sin echar nada en falta. En cambio, no podría pasarme sin la música enlatada, moriría entre horribles estertores y arrancándome las uñas con los dientes. Es mi vicio.

Tengo que hacer un esfuerzo continuado que casi no me deja oír la música, para comprender el milagro disparatado que se produce cada vez que meto en mi casa a la orquesta del Concertgebouw entera, más de cien pupitres holandeses, una alfombra de cáscaras de mejillón, o bien cada vez que pongo a trabajar al pobre Richter sin dirigirle ni una miradita tan triste él, o al cuarteto Borodin con dos litros de vodka en el cuerpo y sonriendo de satisfacción ante la partitura del octavo de Shosta. ¿Cómo es posible que los tenga allí, a mi servicio, esperando en la nevera a que los saque a pasear?

Yo creo que sólo por el detalle del invento antes mentado, ya ha merecido la pena dejarse vivir. Como exclamaba aquel personaje de Zorrilla: “¿Era esto la vida? Volvamos a empezar”.

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31 de agosto de 2006
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LAS GAFAS, LOS OJOS

En la carretera de Elche a Santa Pola, en un lavadero de coches, me he encontrado con una amante de 1991. Yo venía de comprar la ficha y ella se acercaba al mostrador envuelta en un glorioso resplandor solar que deshacía los cristales de la gasolinera. Podía tratarse efectivamente de ella o de alguna cercana similitud, pero más que el parecido estático fue el temblor de su figura vestida de una seda carísima el que me cercioró de su identidad.

Efectivamente el tiempo había anidado en su carne a la manera tradicional, de dentro hacia afuera, y el tacto de sus brazos, la densidad de su pecho, la blanda redondez de sus pómulos documentaban sin dramatismo el inconsolable efecto de quince años más. No se hallaba engrosada ni demediada, tampoco había perdido su cálido espesor sexual ni la confíanza en sí misma heredada de ocupar casi durante una década el primer puesto entre las bellezas ilicitanas.

La desacomodaba, sin embargo, la exahustiva mirada que procedía de mí. Trataba ella de no mostrar el acoso pero nadie podría haberlo logrado. Exactamente, aunque de mi parte procuraba no descomponerla  o, mejor, que no advirtiera mi escrutinio, era irremediable que su aparición fuera un suceso sobresaliente y, en consecuencia, que se concentrara mi atención y mi interés. Una atención dirigida a ponderarla externamente pero sin duda también con el interés de saborerarla de manera que, mientras esa improvisada degustación se producía, pude verificar la presión real que estaba ejerciendo sobre sectores de su carne y de su circunstancia.

Fuera de mi dominio quedaban, sin embargo, los ojos y con ellos sus párpados, sus órbitas y sus presuntas ojeras. En ningún momento hizo el menor gesto para  deshacerse de sus gafas de sol, grandes, de un cristal opaco y engastado en una montura de color beis, meticulosamente escogida en la colección de Hugo  Boss. ¿En Saint Tropez? ¿En Ibiza? El único recuerdo objetivo que siempre retuve de nuestra relación fue su repetida evocación de viajes supuestamente fantásticos que había realizado o proyectaba emprender durante las vacaciones. Viajes sin  tregua hacia destinos de  relumbre popular que enumeraba a la manera de un coqueto collar colgando de sus deseos. Nombres muy tópicos, ofertas de tour operator que en nuestra bullente aventura de 1991 salían a la superficie como luces de colores amenizando su vida lineal donde nunca surgía un pretendiente a su gusto, y cuando creía que lo había pescado se le escurría como un pez ante la boda.

Años después,  un amigo, común y granuja, me resumía el invariable discurrir de mi amante del 91 con estas tajantes palabras suyas: "Yo sí, me los levanto a todos pero no me tumbo a ninguno".

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30 de agosto de 2006
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MÉXICO

El lugar: una sala de reuniones en el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Monterrey, en el estado de Nuevo León, en México. El título de la mesa redonda: «El papel del editor en situaciones de conflicto y polarización política». Unas cien personas frente a periodistas que cuentan el entorno de su trabajo en la época de Pablo Escobar en Colombia, del duelo PP/PSOE y del 11-M en España, o de la construcción del socialismo del siglo XXI por parte de Chávez en Venezuela. Es una mezcla de recuerdos profesionales y de tentativos análisis de lo que se produce en un país cuando la crispación interna corta el debate político.

Cada año la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), fundada por Gabriel García Márquez, entrega premios a los mejores trabajos periodísticos del continente, tanto en español como en portugués. La Cemex, la corporación de cementos mexicanos, financia los premios, la Corporación Andina de Fomento financia unos talleres dedicados al periodismo. El evento es una cita anual ya establecida que tiene  algo de ritual. Pero esta vez, al final de la sesión, llega la primicia: un periodista del diario El Universal anuncia la decisión del Tribunal Electoral. Felipe Calderón Hinojosa es el ganador de la elección presidencial de México. Todavía no es presidente electo pues en México el formalismo es un arte de toda la vida. Queda por decir que todo el proceso fue válido. Por tarde el 6 de septiembre, el candidato panista pasará a ocupar la posición oficial de próximo presidente.

Claro que no es una sorpresa. No he encontrado a un solo periodista mexicano que crea en la victoria de Andrés Manuel López Obrador. Todos opinan que la elección fue limpia, que ganó Calderón por medio punto pero que ganó. Tampoco fue sorpresa el comentario de AMLO: ''Se rechaza la usurpación y se desconoce al señor Felipe Calderón como Presidente de la República, lo mismo que a sus funcionarios''. La mesa redonda pasa de la historia reciente al estudio del futuro por la audiencia. La noticia sobrepasó a los periodistas.

El problema, más allá de las primeras declaraciones, se nombra con un sustantivo plural: las carpas. ¿Cómo sacar los millares de seguidores de AMLO que viven en carpas, en avenidas de la capital? Escuché más o menos un consenso a favor del degaste del tiempo como método de desalojo: a medio plazo, no es posible para AMLO mantener a estos seguidores en el asfalto. Los congresistas de su propio partido serán los primeros en buscar una solución a lo que parece ser un suicidio político. Pero a largo plazo, dice mi pequeña muestra de periodistas mexicanos, su obstinación tendrá cuatro consecuencias, que pueden combinarse y modificar el panorama del país:

1. El D.F. se desgarra.
En un país que camina hacia arriba, que trabaja y, aunque lentamente, mejora su situación, la capital se pierde en trastornos políticos que agobian a todos. El resto del país se acostumbra, cada día más, a vivir por sí solo.

2. México tendrá un retraso.
No se puede funcionar en un mundo globalizado sin un gobierno ágil. Tarde o temprano, todo el país tendrá que pagar por el conflicto de legitimidad en el escenario politico de su capital.

3. La izquierda consigue una necesaria catarsis.
El combate de AMLO es el último intento de la izquierda de utilizar la violencia. Su probable fracaso permitirá construir una nueva visión que acomode realismo económico y político y tratamiento potente de los problemas sociales.

4. El diálogo político podría desaparecer.
No es nada seguro pero ya hay muchos casos de familias, de amigos, que no pueden hablar de política por la polarización violenta que busca AMLO. De seguir negando un resultado válido, el candidato derrotado puede acabar con un espacio de debate que el país consiguió a duras penas.

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30 de agosto de 2006
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¿Indignación o hipocresía?

Cierta gente de los Estados Unidos tiene una neurosis tan grande que linda con el delirio. El domingo pasado se estrelló un avión en Kentucky, a causa de lo que aparece como error humano: haber utilizado una pista demasiado corta para despegar. Murió mucha gente, lamentablemente. Esa misma noche tenía lugar la entrega de los Emmy, el premio mayor de la TV de ese país. La transmisión se inició con un sketch a cargo de Conan O’Brien, que era el animador de la velada. Ese corto, obviamente filmado con antelación, se iniciaba con una variación humorística sobre la serie Lost: O’Brien viajaba en un avión que se caía, yendo a parar a una isla desierta en la que se encontraba con uno de los personajes de la historia. En la isla encontraba una escotilla que lo conducía al universo de otra serie, The Office, y de allí saltaba a meterse en House, y después en 24… Una forma divertida de iniciar la ceremonia, y poco más.

El lunes por la mañana, entre la información y los comentarios sobre quién había ganado y quién no, se alzaron voces que criticaban a la cadena NBC por el presunto mal gusto que habría constituido la porción del sketch que mostraba a O’Brien en el avión. En todo caso habría sido de mal gusto hacer algo así en vivo, dadas las circunstancias del accidente real. Pero imagino que O’Brien y la NBC habrán entendido que mutilar el sketch era inviable, porque habrían tornado incomprensible su lógica; y que levantarlo del todo hubiese despojado a la ceremonia de su único comienzo. Por lo demás era evidente que el sketch había sido filmado y editado mucho antes del domingo. No me parece mal que la gente se solidarice con el dolor ajeno, pero también es posible exagerar en la materia. Los parientes de las víctimas no habrán dedicado su domingo por la noche a ver la entrega de los Emmy, de eso estoy seguro, y en consecuencia no deben haber tenido oportunidad alguna de sentir más dolor del que ya padecían.

De cualquier forma la cadena NBC salió ayer a pedir disculpas por el error que, al menos eso creo yo, nunca cometió. Qué quieren que les diga, yo desconfío de la gente que protesta por un sketch y no dice nada cuando su país invade a otro, masacra civiles y mantiene prisioneros sin derecho a representación legal. No puedo fiarme de personas que arman escándalos por causa de un segmento televisivo y dejan a los pobres de su nación librados a su suerte, en medio de un huracán. Recuerdo que, durante los años del menemismo, trataba de poner coto a mis propias quejas diciéndome que merecíamos lo que nos pasaba dado que habíamos –yo no, pero la mayoría sí- votado a esa criatura infame y dañina. Ahora tengo la tentación de decir algo semejante a los amigos del norte, pero ni siquiera estoy seguro de que se ajuste a la verdad. No soy el primero ni el único en tener dudas sobre el proceso electoral que encumbró en su cargo al actual presidente, un sitial que Roosevelt ocupó alguna vez y que hoy, para pesar del mundo, se cubre a diario de indignidad.

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30 de agosto de 2006
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No me vengas con historias

Cuánto más rápidamente se desprestigiaban los obispos, mayor era la velocidad con la que se frotaban las manos los dueños del Estado, tanto los de una portería como los de la portería contraria.

“Espera a que digan algo sobre el aborto y ya será nuestro”. Los obispos hablaron del aborto. “Ahora que hablen de las células madre”. Hablaron. “¡Oh, no lo puedo creer, están hablando del condón!” Así fue. Por fin, un radiante día de junio, el subsecretario entró feliz en su despacho y llamó al ministro para decirle: “¡Hoy hablarán del matrimonio guay!”. “¿Del matrimonio guay?, preguntó alarmado el ministro, ¿está usted seguro, Covachuelas?”. “Perdón, perdón, estoy muy nervioso: gay, del matrimonio gay”. “¿Se han vuelto locos?”. “Totalmente, excelencia. Podemos decir que el sexo ya es nuestro en casi todas sus manifestaciones”. “¡Magnífico, Covachuelas, mañana mismo empezaremos a legislar sobre la coprofilia!”.

La historia del estado moderno es la historia de cómo se ha ido apropiando de los objetos litúrgicos y espacios de poder del funcionariado eclesiástico, comenzando por la educación y acabando por la sexualidad. Neutralizadas las decadentes resistencias episcopales, en la actualidad es el Estado quien ordena lo que podemos y debemos hacer con nuestras partes pudendas y adláteres, qué complementos podemos usar, bajo qué régimen de seguridad, qué condiciones debemos cumplir para darle estabilidad administrativa a nuestra coyunda, en qué circunstancias podemos cambiar nuestros genitales, arreglarlos, añadirles o quitarles materias grasas o minerales, y un sinnúmero de actos, detalles, matices, precisiones, que si se ven juntos dejan al Kama Sutra como lo que es, un libro de rezos para los miembros más decaídos del Opus Dei.

La preciosa historia de cómo se nacionalizó la actividad sexual, historia no escrita porque aún queda medio centenar de intelectuales que creen que es la historia de una liberación, se verá pronto minimizada por la próxima nacionalización de la Historia.

Como la actividad sexual, la narración histórica parecía algo propiamente privado, como la literatura o la filosofía, un ámbito en el que sólo los estados totalitarios entraban a saco para retocar fotografías comprometedoras y descabezar textos demasiado honestos. Justamente por haber nacionalizado la historia, los estados fascistas y estalinistas habían logrado sumir la llamada “historia oficial”, es decir, la aprobada por el Estado, en la miseria.

Asombrosamente, algunos gobiernos de apariencia democrática están elaborando “leyes históricas”, no en el sentido de que vayan a pasar a la historia, sino en el de que van a convertir la Historia en materia administrativa. Habrá una historia oficial como hay himnos regionales en cada autonomía. Los historiadores tendrán categoría similar al cuerpo de bomberos.

La aparente ingenuidad con la que unos hombres y mujeres con título universitario (no todos) están hablando en serio de una “Ley de la Memoria Histórica” asombra y admira. No creo yo que vaya a servir para que el Banco de España, como hizo el Deutsche Bank respecto del periodo hitleriano, publique la historia de su colaboración con las fuerzas franquistas y los grupos y familias que se beneficiaron, más bien supongo que será, como la legislación sexual, una herramienta para la estatalización de la memoria, o sea, para el ejercicio del poder funcionarial.

No vaya a creerse que este delirio es tan sólo otra españolada de pandereta y alpargata. En Francia, país que ya ha nacionalizado la memoria histórica un par de veces (la última, muy graciosa, para convencerse a ellos mismos de que fueron unos rabiosos enemigos de Hitler), nos llevan delantera. Lo cuenta en un excelente artículo Ana Nuño en el último número de Letras Libres, el de septiembre.

Y si alguien está pensando que siempre hago publicidad de la revista Letras Libres, se equivoca. Sólo hago publicidad del contenido de la revista Letras Libres.

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30 de agosto de 2006
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CAMAREROS

Una de las mayores transformaciones que en España ha generado el turismo ha recaído sobre la figura del camarero. Obviamente, pero consternadoramente.

En el personaje del camarero se concentraba buena parte de la esencia histórica española. No era desenfadado ni displicente. Tampoco altanero ni sumiso. Al camarero le faltaba por completo la conciencia de clase. Su máxima ambición profesional consistía, sin embargo, en demostrar clase. Su actitud no podía homologarse a la clase obrera pero tampoco aspiraba a formar parte de la burguesía, ni pretendía emular a los caballeros. Su mundo se emplazaba en una zona autónoma y estable desde la que ofrecía su quehacer con gallardía. Presto a la llamada, que a menudo se hacía batiendo palmas, pero sin asomo de servilismo. Atento a la enumeración de la comanda pero no tanto como un empleado intermedio sino como un cualificado proveedor instruido en las menores particularidades de la mercancía.

En su presentación, en su porte, en sus modales se traslucía, a veces, tanto el garbo de un torero como la máxima dignidad de una casta especial. Lo que el mayordomo ha sido en la tradición inglesa lo fue con suficiencia el camarero de café o de hotel en la España de la posguerra. De él podía esperarse algo más que un café o la retahila de un menú muy completo.

Poseía una información excelente sobre la sociedad de su entorno. Un saber ni enciclopédico ni estrafalario como el del barbero. Tampoco delirante y ensimismado como el del limpiabotas. El laconismo, la precisión, el detalle, formaban parte de su comunicación tan debidamente administrada como la correspondiente a una colección de fuentes de primera mano. De un camarero valía la pena fiarse. Su mente parecía tan aseada como su uniforme de almidón y sus ademanes perfeccionados.

Ninguna cena ha vuelto a ser igual tras la amplia extinción del camarero español y autóctono. Nuevas especies de rápida formación y abundantes ejemplares nacidos de cruces entre textos programados y disciplinas políglotas  han gestado un colectivo profesional de pragmática eficiencia pero de naturaleza absolutamente incomparable.

Ahora un camarero puede serlo temporalmente o dejar de serlo al cabo de un cierto plazo. El camarero clásico se constituía en camarero de por vida y su vida se confundía con las múltiples funciones que se hacinaban en el seno de  su dedicación laboral.

Su desaparición casi total provoca un vacío semejante a la pérdida de un habitual amparo en la vida común. O, en efecto, como un desconsolador desvestimiento de la costumbre. Como consuelo quedan todavía unos pocos lugares de tradición en algunas ciudades españolas que disfrutan inercialmente de su presencia. Todos estos locales son invariablemente añejos o distinguidamente antiguos y allí, al compás de la esencia del ambiente, continúan brindando el casi desvanecido  oficio de otros tiempos.

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29 de agosto de 2006
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El retorno de Peter Pan

¿Qué es de la vida de los personajes que amamos, más allá de la frontera del The End? Me he preguntado muchas veces qué fue de Rick Blaine después de la partida de Ilsa, lo que es igual a preguntarse cómo sería una segunda parte de Casablanca. Me pregunto si Deckard conoció la felicidad después del final que muestra Blade Runner. Y qué fue de Edgar después del telón de King Lear. Y si la vida fue amable o no con el Oliver Twist adulto. La mayoría de las veces que trataron de responder a estas preguntas, retóricas en su esencia, no se consiguió otra cosa que arruinar el encanto. En algún momento de los 80, si no recuerdo mal, Casablanca se convirtió en una serie de televisión que no tuvo éxito: está claro que David Soul (conocido como Starsky, o bien como Hutch; nunca los distinguí del todo) no es ni será nunca Bogart. Y ha habido docenas de intentos de retomar el personaje de Sherlock Holmes, pero nunca me topé con ninguno que estuviese a la altura del original. (Michael Chabon intentó darle una vuelta de tuerca en The Final Solution, pero a mi entender no lo logró del todo.)

El próximo 5 de octubre Simon & Schuster publicará en los Estados Unidos Peter Pan in Scarlet, la primera continuación “oficial” de las aventuras de Peter Pan creadas por J. M. Barrie. La oficialidad del intento deriva de la aprobación de los dueños de los derechos, que Barrie cedió en su momento al Great Ormond Street Hospital for Children de Londres. Los responsables del hospital organizaron un concurso en 2004, en busca del autor adecuado. La ganadora fue Geraldine McCaughrean, de 55 años, autora de otros ciento veinticinco libros infantiles, algunos de ellos ganadores de premios prestigiosos como el Whitebread Children’s Book Award. Peter Pan in Scarlet es el resultado de aquella selección. La historia de McCaughrean transcurre en 1926, varios años después de la acción original: los “Lost Boys” son aquí “Old Boys”, y Wendy Darling se ha convertido en esposa y madre. Pero una serie de extraños sueños que le llegan desde Neverland la obligan a emprender el regreso, para lo cual no le queda otro remedio que volver a ser niña, cosa que hace con la ayuda de un hada llamada Fireflyer. (De Tinkerbell, o Campanita, ni noticias.)

El libro de McCaughrean no es el primero en retomar a Pan y sus amigos. Las leyes del copyright internacional establecen que los personajes de Barrie sólo deben ser usados con autorización del Ormond Street Hospital en Gran Bretaña. En los Estados Unidos, por el contrario, son figuras de dominio público, lo cual dio pie a Dave Barry y Ridley Pearson para que escribiesen dos libros con Peter Pan de protagonista que se han convertido en best sellers. El segundo de ellos, Peter and the Shadow Thieves, ya vendió 350.000 ejemplares desde su debut en julio. Estas novelas son lo que en cine se denomina prequels, aventuras que transcurren con anterioridad a la historia escrita por J. M. Barrie. Según dicen tienen un tono más contemporáneo, lleno de humor elemental y escenas de persecuciones. El libro de McCaughrean, por el contrario, sería una suerte de prolongación del estilo del original, con un Peter que también sería más fiel a Barrie en su egoísmo: al releer el clásico, McCaughrean se sorprendió por su oscuridad. “Es despiadado, y no muy correcto políticamente,” dijo la escritora al New York Times. McCaughrean efectuó sus propias correcciones al concebir a una Wendy más feminista, y dotó a la historia de un tinte ecologista al pintar una Neverland arrasada por la polución.

Lo peculiar del caso es que este libro es la última oportunidad que tiene el Great Ormond Street Hospital para hacer algo de dinero gracias a Peter Pan, dado que los derechos cedidos por Barrie caducan en el año 2007. Esto significa que desde el año que viene, cualquiera de nosotros puede escribir su propia aventura protagonizada por Peter, Wendy y los Lost Boys. Lo cual no se aleja demasiado de lo que ya ocurre en la práctica. Las historias que amamos de verdad son reescritas una y mil veces en nuestros corazones, y encuentran ecos en los hechos más trágicos y más maravillosos de nuestras vidas.

A veces pienso que son ellas las que nos escriben a nosotros.

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29 de agosto de 2006
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El ruido y la furia

Entre las muchas virtudes turísticas que adornan a Barcelona quizás la más valiosa sea la de haber sido elegida “Ciudad más ruidosa de Europa” en sucesivas ocasiones. Supera a Nápoles. El ruido de la capital catalana es un signo de identidad muy valorado por los sucesivos gobiernos, incluido el último, el más ruidoso de todos.

El ruido de Barcelona tiene imagen de marca. Tiene diferencia. Es un ruido grasiento, mohoso, estercolario, apesta a alcohol de garrafa, a calzoncillos sudados, a chotuno, a duchas de barracón. Tiene una calidad pegajosa, mucosa, con abundantes lagrimones y pitido deportivo. Es un ruido que te golpea con un tubo de escape rajado, te pincha con una lata oxidada, te abrasa con lejía carcelaria.

El ruido es un ente de difícil definición. Se opone al silencio, pero también a la música, la cual sería sonido inteligente frente al ruido como sonido absolutamente idiota. Sin embargo, mucha música podría ser considerada ruidosa. Por ejemplo, Varése para un devoto de Julio Iglesias (aunque no siempre), o Julio Iglesias para un devoto de Lachenman (aunque no todos). De modo que dejemos la música fuera de este asunto. El ruido se opone, pues, estrictamente, al silencio.

Ahora bien, el silencio no es el sonido del desierto y de la muerte. No hay actividad humana y común que sea silenciosa, excepto en los conventos (algunos) y bibliotecas (casi ninguna). Hay en cambio un silencio ameno que es el de las conversaciones sin gritos, el estudio con el runrún de otros lectores, el de un paseo por lugares con poca o nula circulación, y así sucesivamente. Este silencio ameno es el más feroz enemigo de los ayuntamientos los cuales ponen ruido incluso en las cimas de los montes.

Un malvado podría decir que los ayuntamientos tienen intereses económicos muy importantes en la producción de ruido. Las discotecas, terrazas, bares, restaurantes al aire libre, chiringuitos, fiestas de barrio, jaranas populares, motos cutres, quads, motitos de agua, motonas de bosque, motazas de pueblo, celebraciones públicas, toda actividad ruidosa, en fin, genera dinero municipal. Así que de un modo natural, los ayuntamientos se ponen del lado del productor de ruido.

Durante las últimas fiestas del barrio de Gracia de Barcelona, los grupos de hombres y mujeres que aporreaban tambores, contenedores de basura, cubos, botellones o bombonas de butano, pudieron armar gresca hasta el amanecer. La policía local (mossos d’esquadra) les protegía maternalmente de cualquier protesta vecinal por orden expresa de los políticos socialistas. La policía tenía orden rigurosa de no interrumpir el estruendo. La prensa afín al gobierno aplaudió este comportamiento diciendo que ha sido la celebración más pacífica en muchos años. Para algunos.

Es cierto que los vecinos del barrio de Gracia son gente de clase media baja y baja, gente humilde, trabajadores. Impedir que un trabajador descanse es tarea prioritaria para un ayuntamiento socialista: el trabajador no genera dinero municipal. Más bien lo gasta. Que lo proteja su padre.

Consecuencia de todo lo anterior es que los desalmados y asociales que luchan contra el ruido no tienen más remedio que acudir a la justicia. Es como si los ayuntamientos apoyaran a los ladrones y castigaran a sus víctimas. Éstas no tendrían otro recurso que pedir auxilio a los jueces. La justicia: el recurso de los desesperados en éste país. Casi un suicidio.

Pues tampoco era suficiente. Los ayuntamientos catalanes (cuyo caso es el que conozco, aunque supongo que en el resto de España no será distinto), desobedecían, no ejecutaban las sentencias, miraban al cielo y silbaban, juraban no tener medios (sólo fines), seguían protegiendo el ruido y cobrando de los productores de ruido.

Ahora, por fin, los tribunales han comenzado a  condenar a los ayuntamientos catalanes por no cumplir las sentencias. Ya han sido empapelados más de veinte ayuntamientos, según informa La Vanguardia del 26 de agosto. Veinte. Arsa Manela! En las sentencias se les acusa de ineficacia y prevaricación. Entre el ruido y las inmobiliarias, los ayuntamientos están reuniendo lo mejor de cada familia.

Pero la información más importante es que ahora ya puede acudirse a la vía penal, mucho más rápida que la administrativa, para protegerse de los ayuntamientos. Así, por ejemplo, el responsable del restaurante “El Porter” de Barcelona ha sido condenado a cuatro años de cárcel. Ya pueden imaginar la tortura que este hombre ha infligido a sus vecinos para que le caiga semejante palo.

Gracias a la nueva vía penal se están descubriendo complicidades entre políticos municipales corruptos y empresas productoras de ruido. Pronto aparecerá una sentencia que atañe al barrio de Ciutat Vella de Barcelona, en donde dos concejales parecen estar detrás de negocios de producción masiva de ruido que hasta ahora han salvado todas las inspecciones.

Hace unos años, oí al marido de una concejala alabar los chiringuitos, las discotecas, los bares ilegales de la zona vieja de Barcelona, con la célebre razón de que “los jóvenes han de divertirse” y otras majaderías. Al salir de la reunión, uno de los invitados me susurró al oído, aterrado, que este personaje era dueño de chiringuitos, bares y discotecas. Un mafioso de cuidado con esposa intocable.

La lucha contra esta prevaricación municipal la lleva a cabo desde hace años la Associació Catalana contra la Contaminació Acústica (ACCA). Les han acusado, como siempre que alguien denuncia una corrupción en Cataluña, de ser del PP, de odiar a los jóvenes, de ultracatólicos, de españoles, en fin, de lo habitual en nuestro peronismo blando. En realidad se trata de gente que considera inadmisible que los munícipes se enriquezcan torturando a los vecinos que les pagan el sueldo.

Pueden hacerse socios, vivan o no vivan en Cataluña.

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29 de agosto de 2006
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NOMBRES DEL TIEMPO

Accidentalmente, he conocido otros  pormenores sobre la nominación del tiempo que quiero propagar.

Los griegos distinguían entre una idea del tiempo vista desde fuera a la que llamaron Cronos y otra del tiempo vivido que denominaron Kairos.

La mayor parte de los calendarios antiguos se basaron en la luna antes que en el sol. La palabra "calenda" hacía referencia al primer día lunar.

Algunos de los calendarios vigentes hoy, además del gregoriano, son el islámico, el judío y el indio. Nuestro calendario gregoriano toma el nombre de Gregorio Magno. El calendario islámico es de doce meses lunares, por lo que el año normal tiene 354 días. Su punto cero es el 16 de julio del año cristiano 622 después de Cristo, cuando tuvo lugar la Hégira o emigración de Mahoma a Medina. El año chino cuenta también con 354 días.

El calendario judío es lunisolar y el año nuevo comienza entre el 25 de agosto y el 5 de octubre. Su duración se corresponde con el año cristiano.

El calendario indio se forma con meses lunares puros, de luna nueva a luna nueva, pero tienen 6 estaciones de 2 meses cada una. En  todo el mundo se ha impuesto el año solar como unidad de medida para periodos medios-largos. Por razones políticas y comerciales ha predominado asimismo el sistema cristiano de contar el tiempo, cuyo punto cero de la era actual se hace coincidir con el nacimiento de Cristo.

La Revolución Francesa que impuso el sistema decimal a casi todo, no cambió el número de 12 meses al año. Llamó, sin embargo, Brumario al trimestre que en París se sufría bruma, y Termidor al trimestre parisino de mayor calor. Sólo rigió durante 14 años. 

Sabía, como todo el mundo, que marzo hacía honor al dios Marte pero no que ese mes dedicado al dios de la guerra coincidía con el momento en que gracias al buen tiempo podía volverse a batallar. Enero proviene del "januarius" dedicado a Jano, dios de los principios y los umbrales.

Julio y agosto, como es conocido, evocan a los emperadores Julio César y Augusto, pero febrero recuerda a Februs, dios de la purificación. El término "abril" procede del nombre etrusco de Venus, junio hace mención a Juno, esposa de Júpiter, y mayo fue el mes dedicado a Maya, diosa de la fecundidad.

El lunes -como monday o lundi- recuerdan a la luna, el jueves a Júpiter y el viernes a Venus.
El sábado -que franceses e ingleses dedican a Saturno- portugueses y españoles lo emplean como derivación del hebreo sabbat, legado del acadio sabbatum.

El domingo, que originariamente fue dies solis o día del sol, ha terminado siendo el dominicus dies o día del señor.

A menor escala, "hora" deriva de horai, las diosas griegas que guardaban las puertas del Olimpo donde se reagrupaban las estrellas y las constelaciones. Ellas se encargaban de hilar el tiempo y las semanas.

He coleccionado algunas curiosidades más pero, cumplida esta generosa tarea divulgadora, el partido Madrid-Villarreal empieza en menos de diez minutos. Minuto, del latín minutus, de escasa proporción.

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28 de agosto de 2006
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ERNESTO, EL PRIMERO

Viaje aéreo entre Houston y Monterrey, el Monterrey de México. El avión se desplaza sin movimientos y por la ventana, a la derecha, en este atardecer de un sábado de calor húmedo, veo la explosión, cada treinta segundos, de rayos que iluminan por dentro un castillo de nubes negras edificadas sobre la Sierra Madre.

Mirar un rayo de cinco o seis kilómetros que parte el cielo en dos no es algo muy común para mí. De manera extraña, el dorado intenso de la luz se parece al cielo sobre los barcos en los cuadros de Claude Gellée (el pintor apodado «Le lorrain» en Francia o Claudio Lorenese en Italia). No sé si el resultado genera temor (por la potencia invertida en la breve invasión de la luz) o más bien admiración (por la amplitud de un espectáculo que abarca una sierra entera) pero no hay manera de leer o de dormir ; estoy prisionero del fuego celeste.

Antes del despegue, leí el Houston Chronicle. El diario debatía sobre una depresión llamada “Ernesto”, ubicada todavía en el fondo del mar Caribe. A la hora de cierre del periódico no se sabía si se había transformado en un huracán; es decir, algo de una potencia muy por encima del fenomenal espectáculo que brindaba la tempestad sobre la Sierra Madre. Llegando a Monterrey, ya tenía la respuesta: Ernesto alcanzó la categoría de huracán, según decían todos los sitios de información. Es el primer huracán atlántico en lo que va de la temporada 2006.

El domingo por la tarde, Ernesto ya no es huracán. Ha bajado su rango: mera tormenta tropical, pero se pronostica que va a recuperar su calificación de huracán el lunes por la mañana (hora local). Para mí, es imposible seguir estos pronósticos sobre la importancia de un peligro sin recordar a Humphrey Bogart frente a Edward Robinson en la pelicula Key Largo. El segundo, que tiene el papel de un bandido, Johnny Rocco, lleva una pistola. El primero, que es el eterno Boggy, asume esta vez el nombre de Frank McCloud (McNube, si lo traducimos) y no tiene más que su valor frente al peligro. Hay un momento en que McCloud dice «You don't like it, do you Rocco, the storm? Show it your gun, why don't you? If it doesn't stop, shoot it». (Podría ser que no te gusta la tormenta Rocco? Muéstrale tu pistola, ¿por qué no lo haces? Y si no la detienes pégale un tiro).

Pero la verdad no se parece a la película. En el fondo, no me tranquiliza el espectáculo desde el avión y a nadie le gusta la idea de una tormenta que no sabe si es huracán. Es fascinante ver que el sitio de un diario como el Nuevo Herald, en Miami, tenga una sección de huracanes como otros sitios tienen hípica o política. Claro que esta sección se alimenta con los datos del Centro Nacional de Huracanes. Los cuadritos de la «home page» del centro se parecen a las ventanas de mi avión. En cada una, fascinación y algo de temor. Por lo que me corresponde me siento mucho más Rocco que McCloud, a pesar de no tener una pistola.

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28 de agosto de 2006
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El Boomeran(g)
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