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La condena del Gran Hermano

Bienvenido a Lelystad. Su dormitorio aquí cuenta con una litera personal y una pantalla táctil, en la cual podrá usted revisar su agenda de cada día. Notará que al entrar le han colocado una muñequera telemática. Ella le permitirá hacer compras, ver televisión, pagar cuentas, escuchar la radio o, si lo prefiere, seguir algún programa educativo a distancia. Por supuesto, aquí todo está dispuesto para su confort. Con el tiempo, de no mediar ningún contratiempo, se incrementará la cantidad de canales audiovisuales a los que tiene acceso, así como las llamadas telefónicas y el tiempo para realizarlas.  Mientras tanto, en cualquier caso, puede usted inscribirse en cualquiera de nuestros equipos deportivos o en los grupos de discusión.

Si tiene cualquier inconveniente, por favor, pulse la pantalla irrompible. Un miembro de nuestro personal se pondrá en contacto con usted de inmediato. Las pantallas también perciben las alteraciones en el flujo sonoro regular, de modo que su seguridad está garantizada: incluso si, por ejemplo, fuese asaltado y reducido antes de alcanzarla, nuestro personal recibirá la alerta correspondiente. Pero no se asuste, su intimidad también está asegurada. Los sensores de movimiento no grabarán sus conversaciones.

No, no está usted en un hotel del siglo XXIII ni en una estación espacial. Lelystad es una cárcel, para ser precisos, la nueva cárcel modelo de Holanda equipada con la última tecnología. Sus instalaciones han sido probadas primero por un equipo voluntario de estudiantes universitarios que actuaban como reclusos y luego, por un grupo de presos reales seleccionados por su buena conducta entre los centros penitenciarios de todo el país. 

El principio inspirador de Lelystad es la reeducación para la libertad. Los presos lavan su ropa y cocinan su comida, como si viviesen en un apartamento, y conviven en celdas de seis individuos, lo que les permite entrenarse para la socialización cotidiana. Además, según su comportamiento, van ganando puntos que les reditúan en forma de privilegios de esparcimiento o comunicación con el exterior. La tecnología, además, mitiga la necesidad de guardias de uniforme, que sólo se materializan cuando es necesario. En esa atmósfera de libertad, los reclusos se sienten más como en un kibutz que como en un establecimiento penitenciario.

Lo más increíble: la cárcel electrónica es más barata que la normal. Lelystad se basta con seis guardias para una población de 150 reclusos, que en cualquier prisión requerirían el triple de personal. El ahorro en sueldos y precios de construcción reducen el costo por prisionero y noche de 140 euros a 105. Siguiendo el ejemplo holandés, Japón ha empezado a construir una cárcel electrónica sin barrotes, en que los presos estarán separados del exterior por vidrios templados. 

Hasta el siglo XV, las leyes castigaban físicamente el cuerpo de los delincuentes: así, los hechiceros eran quemados. Los falsificadores, hervidos en aceite. A los blasfemos se les colgaba de la lengua con un gancho. A quien cortaba un árbol sin permiso se le arrancaban las tripas, se le ataba con ellas y se le obligaba a correr alrededor del árbol hasta que quedase enroscado. Pero a partir del XVI, el castigo procuró lesionar un objeto jurídico más abstracto y más preciado: la libertad. Las cárceles se convirtieron en alojamientos forzosos que apartarían al reo de la sociedad que había dañado.

La cárcel de Lelystad ya ni siquiera castiga eso. La libertad de movimiento y comunicación reduce la sensación de aislamiento del interno sin incrementar la amenaza social. Casi uno se sentiría tentado de pasar una temporadita en ese lugar higiénico en que se ocupan de sus necesidades las 24 horas. Pero el castigo de Lelystad no deja de ser refinadamente terrible: es la vigilancia absoluta, la sensación de que no puedes ir al baño, mentir, masturbarte ni maldecir a tus carceleros sin la certeza de que te estarán viendo, de que nada se les escapa, ni un segundo del día. Lelystad quizá sea un modelo de prisión civilizada, pero entre los ingenios del hombre, es el más cercano a la pesadilla que previó Orwell en 1984.

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26 de junio de 2006
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Maneras de verlo

Sobre la dificultad de interpretar algunas figuras retóricas y en especial la ironía, ilustra el siguiente ejemplo tomado de la correspondencia de Shostakovich.

En 1957, durante una visita a Odessa, donde acudió para dirigir alguna de sus obras con motivo del aniversario de la creación de la República Soviética de Ucrania, el compositor escribe una carta a Isaak Glikman cuyo contenido (resumido escuetamente) es el siguiente:

“Salgo del Hotel”.

A continuación, Shostakovich copia la lista completa de los altos cargos del Politburó cuyos rostros adornan las calles preparadas para la festividad. Escribe luego:

“Entro en el Hotel”.

Y le sigue de nuevo la misma lista completa de los altos cargos del Politburó.

El comentario de Zinovy Zinik, de quien tomo la anécdota, es sorprendente: Shostakovich podría haber sido el Warhol de Rusia. Sus manifestaciones políticas podrían interpretarse como una burla, como un rechazo, como testimonio de una admiración, como extática contemplación, como neutralidad fría, como adhesión indestructible, como mera descripción desinteresada, y así sucesivamente.

Casi con toda seguridad, el músico se mofaba del aspecto grotesco de la propaganda soviética, pero es cierto que no puede afirmarse rotundamente, del mismo modo que no podemos afirmar que en sus series sobre accidentes automovilísticos no se sintiera Warhol atraído por los cadáveres atrapados entre los hierros. ¿Rechazo horrorizado del infierno sobre ruedas, o sexualidad fetichista?

Todos los que tenemos la temeridad de hacer públicos nuestros escritos, hemos sentido el desasosiego que produce ser interpretados al pie de la letra cuando estábamos ironizando. Y viceversa. Es como aparecer en la fiesta de cumpleaños inadvertidamente en calzoncillos. Uno se ve a sí mismo vestido con el exigible decoro, pero advierte en los rostros del personal que algo no funciona como es debido. Desasosiego.

No hay remedio, evidentemente: la gracia de las figuras altivas, como la ironía, el sarcasmo, lo que los ingleses llaman innuendo (¿insinuación malévola?), y otras figuras similares que precisan un contrato no realista con el lector, es justamente su ambigüedad. Si fuera tan fácil separar las churras de las merinas, la ironía carecería de sentido.

Cuando uno es malinterpretado, o cuando, por ejemplo, recibe una reprimenda moral por haber narrado un banquete fastuoso haciendo caso omiso de los lectores que pasan hambre, en lugar de reaccionar con ira es conveniente percatarse de que el mecanismo de la distancia ha funcionado. Y que algunos lectores, aquellos con menos sentido de la ironía, atrapados por su incapacidad se ven en la obligación de identificar a un culpable. Para ellos, no entender es sinónimo de error ajeno.

Ciertamente, siempre es mejor tomar al otro por idiota que verse obligado a asumir que uno es tonto.

La ironía es modesta, pero se disfraza de altivez. De ese modo destapa la soberbia de los que van disfrazados de modestos.

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26 de junio de 2006
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LA VIDA CON FONDO O LAS VIDAS PATINADORAS

Cada vez la gente habla menos frente a frente. La conversación, que se ha extendido asombrosamente a través de los aparatos ha crecido en paralelo a la reducción de la tertulia cuerpo a cuerpo. En unas declaraciones recientes, el presidente de la Asociación del Comercio Textil de Madrid decía que una importante proporción de los actuales clientes sólo mantiene una charla con los dependientes de un comercio a lo largo de todo el día. De esa manera los dependientes son requeridos a desarrollar su capacidad de empatía y a improvisar el papel de amigo o neopsicólogo que le demanda el solitario comprador. De hecho, existen numerosos comercios en Estados Unidos que contratan actores para interpretar  con sus palabras, gestos y actitudes la función de acogimiento que otorgará especial aprecio al establecimiento o la marca franquiciada. Wal-mart, la mayor cadena de supermercados y durante los últimos años la primera empresa de facturación mundial –por delante incluso de las mayores petroleras-  cuenta con un equipo de empleados, los greeting people, encargados de recibir afectuosamente al parroquiano, felicitarle en su cumpleaños, interesarse por sus hijos, por un alumbramiento, por la evolución de la posible enfermedad, etc. Dar cariño además de  artículos materiales, ofrecer amor incluso si se trata de una ficción es un plus en el actual capitalismo de ficción caracterizado por esta clase de ofertas “fantásticas”. Ofertas de experiencias que animen la existencia pero también que no la compliquen demasiado.

Todo el mundo parece enchufado al móvil, al chat, al SMS pero se ha reducido (descaradamente, aparatosamente) la comunicación cara a cara y sin aparatos. Es decir, la comunicación que puede enredar más. Obtenemos pues la posible compañía en dosis más simplificadas y discretas. No nos involucramos tanto sino que progresivamente promovemos una interrelación entre funcional e instrumental. No significa esto que el cariño cese pero sí que el afecto se intercambia sin los profundos arraigos de la época anterior a la cultura de consumo.

En la cultura de consumo se aprende a tratar con los objetos con el sobreentendido de que no van a durarnos demasiado. Y esa misma disposición alcanza a otros ámbitos de la vida, desde los compromisos en el trabajo hasta los compromisos  amorosos.

De antemano se vive ya aceptando que esta vida es un cambio de vida y, en cada instante, como dice la ONCE, se deseará volver a cambiar de vida. De este modo ¿cómo esperar que los arraigos sean hondos y las relaciones duraderas y complejas?

En los tiempos del capitalismo de producción -hasta los años sesenta del siglo XX-  los cónyuges aspiraban formalmente a permanecer juntos para siempre e incluso a ser  dos en la misma carne y  cuestiones orgánicas por el estilo. Con esta meta, el mal funcionamiento de la pareja se presentaba como un fallo  que  debía repararse a toda costa. Lo mismo ocurría con los electrodomésticos o con los coches. ¿Cambiar? Antes sufrir que cambiar. Todo lo contrario de la norma actual. La avería del aparato abre enseguida las puertas a la sustitución pero incluso sin que  el artilugio falle, es corriente que se reemplace por un modelo innovador. Y así ocurre cada vez más dentro de las parejas. Se separan a los seis años –media francesa- no tanto porque no se soportan como porque no soportan la vida sin otra novedad. Del otro se celebran con mucho gusto los  jugos frescos pero cuando esta succión está agotándose sexualmente, convivencialmente, rutinariamente, aparece el tedio o la irresistible comezón de  novedad.

No hablar y no verse cara a cara con los demás forma parte de  esta tendencia o hace un bucle con ella. Se demanda una mayor red de contactos pero sin complejidad ni profundidad.  Las redes de conexiones se han multiplicado exponencialmente pero en superficie. No podemos pretender la felicidad si no es en la relación con los demás pero rehuímos las graves consecuencias de un sólido compromiso. Una implicación profunda corre el riesgo de provocar con su ruptura un gran dolor. También, seguramente, una felicidad mayor. Pero hoy cuentan más los disfrutes del  mordisqueo, el experimento portátil, el recambio, antes que la gran inversión que nos coloca en las temibles tesituras de lo absoluto.

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26 de junio de 2006
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HAIKU

Con la publicación de veintidós poemas inéditos empieza la celebración del cincuentenario de Juan Ramón Jiménez. No sé si el acontecimiento habría sido tan feliz para un hombre que al tercer día de recibir la noticia de su Premio Nobel perdió a su esposa Zenobia y se recluyó en sí mismo esperando su muerte. Por lo menos, con Ellos podemos volver a Juan Ramón Jiménez, a la transparencia de su escritura. Como le tengo un especial cariño voy a añadir unos versos a los poemas del maestro, un haiku:

Está el árbol en flor
y la noche le quita, cada día,
la mitad de las flores.

No hay tantos premios nobel cuya obra está originalmente escrita en castellano y puede sorprender que por lo menos uno, que vivió entre España y Puerto Rico, intentó utilizar aquella forma japonesa de la poesía que se escribe en todos los idiomas y la verdad es que funciona siempre. Prueba de esto: los maestros japoneses del haiku aguantan muy bien la traducción. (Hay que acordarse de la definición de su oficio que hizo el poeta Robert Frost, quien nunca escribió un haiku: “la poesía es lo que se quita en la traducción”).

El haiku es un poema breve de tres versos. Casi siempre cuentan respectivamente cinco, siete y cinco sílabas. Juan Ramón Jiménez se extendió de manera considerable con una versión de siete, once y siete sílabas, pero respetó el espíritu y la ambición limitada del haiku: se trata de contar una sensación percibida en un lugar, en el momento preciso en que a uno le viene. La espontaneidad es fundamental, lo aprendí al dedicarme durante días a escribir haikus en inglés para ganar un concurso. Creo que fue para la sección de libros del sitio en Internet del Guardian. El vencedor recibía nada menos que la colección completa de los libros de poesía publicados por Penguin. A pesar de esfuerzos continuos (solo se podía mandar un haiku por día)  fui derrotado, justamente derrotado. Uno no puede pedir o pedirse a sí mismo un haiku, con ánimo de lucro literario. El haiku viene o no viene, pero no viene como el periódico, cada día. Tiene la fragancia fugitiva del instante.

Los hispanohablantes pueden sentir la necesidad de escribir haikus. La página Los mejores haikus en la red, que no es el lugar mejor ordenado de la red, propone entre otras cosas un enlace que se llama «deja tu mensaje» para acceder a un «libro de visitas». Es un ciberlugar donde se ingresan haikus con una continuidad que me pone feliz al comprobar nuevas entregas. Existen por lo menos algunas personas que no ven su día como una serie de anuncios comerciales. La verdad es que visito aquella página mucho más que El rincón del haiku, buen sitio que quizás llegará a ser lo que promete su nombre. Tiene una arquitectura prometedora, pero todavía le faltan contenidos, aunque propone dos haikus de Juan Ramón Jiménez y, entre otros, uno de Jorge Luis Borges que se puede leer como un autorretrato o una evaluación del futuro de aquella forma poética:

La vieja mano
sigue trazando versos
para el olvido.

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23 de junio de 2006
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El escribidor estresado

El autor de los discursos de George Bush se retira. Y no para escribir westerns, como sugerirían las frases del presidente tipo “un hombre debe hacer lo que un hombre debe hacer”. En realidad, el señor Michael Gerson, a sus sólo 42 años, ha sufrido un infarto debido al exceso de estrés, y después de poner en orden su vida, ha decidido buscar un trabajo más pacífico.

Usted se preguntará: “¿Un autor de discursos? ¿Exceso de estrés?”. Pues por lo visto sí. Desde que se unió a la campaña presidencial republicana en 1999, Gerson ha sido uno de los miembros más importantes del círculo íntimo de Bush. El Washington Post lo considera uno de los mejores autores de discursos de los últimos años. Y según un asesor del republicano Dan Quayle, es posible que Gerson “haya tenido más influencia en la Casa Blanca que cualquiera que no haya sido jefe de gabinete o consejero de seguridad nacional”. Quizá es que tiene un título con mucha demanda: Gerson es graduado en teología.

A él debemos, pues, ese lenguaje bíblico al que recurre el presidente para justificar sus cruzadas. La confrontación entre el eje del bien y el eje del mal surgió de su pluma. Y también lo hizo el término conservadurismo compasivo, con que los republicanos justifican el gasto social apelando no a la justicia sino a la caridad.

Pero sobre todo, de su pluma surgieron los términos que debieron justificar la decisión más polémica de Bush: la guerra de Irak. La defensa preventiva, por ejemplo, que es la manera más creativa de decir ataque, es un concepto que permite argumentar a favor de la necesidad de invadir a un país que no hay ninguna razón para invadir.

Lo mismo ocurre con daños colaterales –aunque creo que esta frase ya venía de antes-, un término que refiere a gente que se muere pero que no forma parte de la que queríamos matar en defensa de la vida, muertos que, en el fondo, han muerto por una buena razón dirigida con mala puntería: niños, ancianos, esa clase de gente que se interpone en el camino de las balas.

Supongo que la última obra de Gerson fue el término acciones de guerra asimétrica, con que las fuentes oficiales norteamericanas designaron al suicidio de tres prisioneros sin condena en la cárcel de Guantánamo. No tengo claro qué quiere decir eso, pero imagino que les achaca a esos hombres la responsabilidad por pelear asimétricamente, o sea, por ponerse a hacer cosas que sus carceleros no están dispuestos a hacer, como suicidarse. Y eso, claro, es una manera muy injusta de pelear.

Las palabras, a menudo, no sirven para mostrar la verdad sino para ocultarla, aunque en ese caso es necesario retorcerlas, comprimirlas, estrujarlas y darles vuelta. Imagino que es un trabajo muy estresante ese, así que celebro que, de momento, el piadoso evangélico Michael Gerson haya decidido dedicarse a actividades más relajantes. Yo le sugeriría que pruebe con el origami.

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23 de junio de 2006
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LOS AHOGOS DE LA MEMORIA

Contamos con una técnica para recordar pero no conocemos cómo olvidar. El recuerdo se asienta como una jerarquía que al paso del tiempo es capaz de reordenar la conciencia. Hay una memoria de lo sucedido pero también en el seno de la memoria los elementos interaccionan, se cruzan, conversan y crean por su cuenta una segunda existencia preparada para la evocación.

De este modo todos los recuerdos suelen ser obra de otros recuerdos y los olvidos, acaso, también. Más todavía: recordamos los olvidos pero en esa constatación de impotencia el predominio no pertenece a lo olvidado sino a la memoria.

La memoria, más allá de un punto, atora el recuerdo y produce, como paradoja, olvido. La memoria muy voraz, querida por Borges, se atesta y todo cuanto llega después no cabe o no penetra la trama tan firme y tupida.

Hay una manera de hacer emerger recuerdos o localizarlos mediante la nemotécnica pero el olvido es una facultad natural, incapaz de recibir prótesis tecnológicas. La facultad de olvidar puede, en su extremo, conducir al delirio pero siendo robusta fortalece la vida, otorga vitalidad y  confiere a los seres humanos la oportunidad de pasar por alto muchas cosas. Vivir, en consecuencia, a un nivel más elevado donde la respiración puede expandirse y las venganzas pendientes, con sus respectivos odios, no paralizan o ahogan.

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23 de junio de 2006
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Vae Victis

Numerosos testimonios indican que la cúpula del partido de los socialistas catalanes estaba persuadida de ganar el referéndum con cifras apabullantes. En una reunión privada, uno de los máximos dirigentes del PSC afirmó que si la participación bajaba del 60% los jerarcas lo considerarían un fracaso. Creían poder llegar al 70%. Nadie osó contradecirle. Todos, sin embargo, intuían lo que se avecinaba. Se quedaron con un tristísimo 49%.

Sus intelectuales orgánicos, como el errático Joan Subirats ayer en la edición de Catalunya de El País, siguen machacando que el estatuto gallego se aprobó con un 35% y que no por eso deja de ser legítimo, etcétera. Permanecer en la ceguera, cuando se han precipitado en una ciénaga, indica que están asustados por lo sucedido y no quieren abrir los ojos. Como niños ante una película de terror, se dicen: “Espera un momento, un momentito más”, y aprietan los párpados. No les queda otro remedio que abrirlos, pero prefieren hacerlo más tarde. En otoño perderán el poder.

Esta escandalosa desvinculación de cualquier realidad social es precisamente aquello de lo que se les ha acusado una y otra vez: de vivir en una burbuja. Pero como vivían en una burbuja, nunca hicieron caso de quienes les decían que vivían en una burbuja.

Nunca admitieron que la Cataluña sociológica, la compuesta por gentes de aluvión venida de toda la península y ahora de medio mundo, no tiene la menor relación con los delirios puristas y herderianos de Pujol, partidario de una Patria lo más parecida posible a una nación del siglo XIX, pero tampoco con el populismo místico de Esquerra Republicana, típico partido de herencia carlista que sólo cuenta con los universitarios y una parte de la población rural. Tanto Convergencia como Esquerra son partidos decimonónicos; de ahí la estupefacción cuando las élites socialistas adoptaron el catecismo nacionalista, tras las últimas elecciones. Sus expertos, supuestamente los más modernos de España, se habían ruralizado.

Lo interesante sería averiguar las razones de este extrañísimo comportamiento de las élites catalanas más o menos modernas. ¿Qué bicho les ha picado? ¿Por qué son tan distintas de las otras burguesías educadas, tanto españolas como europeas? ¿En qué momento se fortificaron en el búnker de una endogamia autosatisfecha que ha acabado por caerles encima? ¿Fue durante el franquismo? ¿O venía de antes? ¿De una educación sumamente elitista en colegios religiosos o en centros privados catalanistas? ¿De una formación política que ensalzaba a las vanguardias (del proletariado, de las artes, de la distinción social) y despreciaba al populus, a lo popular? ¿De una herida narcisista abierta por la indiferencia de sus colegas madrileños? ¿Un sentimiento de superioridad respecto de los restantes españoles, superioridad que no produce los beneficios codiciados?

Ninguna novela nos lo ha aclarado todavía. La mejor de todas, Últimas tardes con Teresa de Marsé, trataba con aguda ironía a estos personajes que eran entonces simpatizantes del Partido Comunista y ahora ya han sido ministros, directores generales, secretarios y consejeros áulicos, pero los miraba desde la distancia, con la retranca de un marginal. Lo apasionante sería verlos “por de dentro”. Quizás si la trilogía de Mendoza llega algún día a completarse...

Lo indudable es que ahora esa nube de vencidos, muchos de ellos técnicos eficaces que sólo han conocido el lado luminoso de la vida, tendrá que buscar una explicación para su condena. Si Montilla en verdad toma el mando, los nuevos socialistas catalanes apenas tendrán nada que ver con la generación de las Olimpiadas. Probablemente los más sensatos dan por perdidas las próximas elecciones y se preparan para un largo viaje. Camellos, arena, sol ardiente, de vez en cuando un oasis.

La reorganización del partido es fundamental si no quieren que en Cataluña, dentro de diez años, sólo queden dos formaciones, los nacionalistas de CiU y los ultras de ER, con una abstención del 60%.

Eso sin contar con que ya hay un nuevo partido, Ciutadans de Catalunya, esperando el pistoletazo de salida. Una incógnita esperanzadora.

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23 de junio de 2006
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Superman vuelve, pero Batman vence

Superman Returns se estrena hoy en los Estados Unidos, e imagino que se verá en breve en el resto del mundo. (Me pregunto a qué se deberá que Warner no haya desplegado esta vez el blitz envolvente y casi militar que sí reservó a películas como Matrix II y III, o que recientemente tuvo por eje a bodrios como El código Da Vinci.) Pero a mí, qué quieren que les diga, este Superman que vuelve me tiene sin cuidado. Y conste que hablo como fan de las historietas, y del subgénero cinematográfico de los superhéroes.

Admito que de niño alternaba las revistas de Superman con las de Batman. Nos llegaban desde México a Buenos Aires (¡gracias, México!), publicadas por la Editorial Novaro, y constituían mi cita de honor semanal en el kiosko. (Otros recordarán nombres de maestros, de compañeros de escuela y de formaciones futbolísticas; yo recuerdo el nombre de mi kioskero, ¡el señor Fernández!) El personaje aparece además en mis dibujos de entonces casi con tanta frecuencia como el Hombre Murciélago. Pero Superman no resistió el viaje hacia la madurez. Me pasa con el pobre Kal-El lo mismo que con tantas series que amaba de niño y hoy no resisten una visión completa: le hablan a la parte de mí que se quedó en el camino, en lugar de a aquella que soportó las pruebas del tiempo.

El personaje de Superman es símbolo de una cultura que no sobrevivió a la pérdida de la inocencia; ni de su inocencia ni de la mía. Yo no tolero hoy la idea de un superhéroe que se somete acríticamente al poder político de un país en particular. Si Superman Returns ubicase al personaje en su tiempo original, si se pareciese al viejo serial animado de Max Fleischer, quizás tendría el encanto al que Captain Sky & The World of Tomorrow aspiró sin éxito. Pero Superman es el héroe norteamericano por excelencia, y al recrear su historia en tiempo presente se lo convierte en blanco de la inquina que su país despierta a diario en la mayor parte del planeta. (¿Me equivocaría si conjeturase que es esta consciencia la que bajó los decibeles de su estreno mundial: la de saber que hoy Superman es un héroe sectario, y por eso antipático?).

Las razones por las que el personaje envejeció mal van más allá de cualquier lectura política. El problema de Superman es estructural a su historia: no funciona del todo bien porque carece de un drama central. Un héroe sólo es tan grande como la suma de sus contradicciones, y Superman no posee ninguna. Sus creadores lo advirtieron ya en los comienzos, lo cual derivó en la invención de la kryptonita: entendieron que un héroe sin talón de Aquiles, esto es totalmente invulnerable, carecía por completo de gracia. El tema de la doble personalidad sólo sirvió a la hora del paso de comedia. Y los encuentros y desencuentros con Louisa Lane no le quitaron nunca el sueño a nadie, porque se supone que lo de Superman es una saga y no un teleteatro. Más allá de la deconstrucción operada por la serie camp de los años 60, Batman perduró mucho mejor (¿necesito decir, a esta altura, que en esta batalla estoy ciento por ciento en el campo de Batman?) porque es un personaje con un dilema existencial. Hamlet con disfraz de murciélago, visitado a diario por el fantasma no de uno, sino de ambos padres reclamando venganza. Un hombre que se debate todo el tiempo entre la ley y la marginalidad, entre su educación y su compulsión a la violencia, entre la sanidad y la locura –y que es tan consciente de esos dilemas como el personaje shakespiriano.

Superman nunca dejó de ser un chico bueno que busca todo el tiempo la aprobación de su padre. Batman, en cambio, siempre fue un chico malo; mercancía dañada, alguien que está en diario contacto con su lado oscuro y que se alimenta de él. Y eso lo hace más atractivo como personaje. Además Gotham es una ciudad sucia y brutal, victimizada por líderes corruptos, lo cual la torna más verosímil que la Metrópolis naif y technicolor del Hombre de Acero. Y para no faltar al dictum de que un héroe sólo alcanza la estatura de su contrincante, Batman tiene en el Joker un doppelganger siniestro. El oponente más importante de Superman es Lex Luthor, un calvo que no asusta a nadie y por ende nunca logra poner a su adversario en peligro real. El Joker somete a Batman a un peligro que es doble: el de morir, y el de sobrevivir a un costo que lo impulse a abrazar por completo la locura que constituye su sombra; por algo el Arkham Asylum, el manicomio de Ciudad Gótica, perturba siempre al héroe como una promesa.

Que Superman vuelva, si quiere. Todo lo que yo espero es que el Batman rescatado por historietistas como Frank Miller y Alan Moore y por el cineasta Christopher Nolan en Batman inicia, simplemente continúe.

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23 de junio de 2006
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NIETZSCHE Y EL OLVIDO

A propósito de la memoria y el olvido he tropezado inesperadamente con una cita de Nietzsche recogida por mi amigo Pablo Nacach en su actualísimo libro El fútbol. La vida en domingo (Lengua de Trapo. Madrid, 2006). El párrafo dice: “ Cerrar de vez en cuando las puertas y ventanas a la conciencia; no ser molestados por el ruido y la lucha con que nuestro mundo subterráneo de órganos serviciales desarrolla su colaboración y oposición; un poco de silencio, un poco de tábula rasa de la conciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo (...) este es el beneficio de la activa, como hemos dicho, capacidad de olvido, una guardiana de la puerta, por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta: con lo cual resulta visible en seguida que sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente. (Genealogía de la moral. Alianza Editorial. Madrid, 1993. p 66).

Efectivamente recojo la cita porque refuerza mi juicio sobre el mal del recuerdo, la terrible enfermedad de la memoria. ¿Capacidad de olvido? Hay quien desdichadamente no podrá sanar nunca del mal nemotécnico. Es cierto también que el colmo de la salud se parece al colmo de la luz, la luminosidad que todo lo anula o vela. Basta, sin embargo, una porción de salud, un detalle de clarividencia, para entender que vale la pena convertir el olvido en ocasión de felicidad y detener, cuando aparece, la amenazante tentación del recuerdo.

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22 de junio de 2006
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Neoexilio del postpátrida

En la revista Letras Libres de este mes viene una soberbia entrevista de Ricardo Cayuela con Jon Juaristi.

Nuestro país es tan beocio que Juaristi suele figurar más frecuentemente como personaje político que como poeta e historiador. Sin embargo, los libros en prosa de Juaristi forman parte de lo mejor que se ha escrito en España en los últimos decenios, no sólo por el interés intrínseco del contenido, sino por la perfección del arte.

A alguien puede caerle lejos el origen del sabinismo vasco, o encontrarse en los antípodas políticos de Juaristi, pero deberá reconocer que hay muy pocos ensayistas en este país que escriban con tanta elegancia. Sus últimos libros de recuerdos y memorias tienen una personalidad literaria indudable.

La entrevista no contiene un solo párrafo de relleno, pero lo que más me ha llamado la atención ha sido el tono distante, levemente atristado, atópico, es decir, la música pausada de las respuestas. Como si la voz del entrevistado contestara en Adagio. Incluso en Largo.

Dice Juaristi algo que resulta extremadamente difícil de explicar a los amigos de buena voluntad que se han metido de cabeza en el nacionalismo regionalista, y es que tanto el nacionalismo vasco como el catalán tienen sus raíces en la extrema derecha española y por esta razón le encantaban a Franco. Cuando a veces veo a Otegui en esas ceremonias siniestras con bailarines y muchachas vestidas según el gusto de los señoritos del XIX, siempre pienso que Franco habría asistido entusiasmado.

La desconhort, de todos modos, aparece más adelante, cuando Juaristi expone una de las mayores paradojas a la que está llegando este país: la de crear un modelo de exiliado que vive el exilio en su propia patria. Como es lógico, Juaristi ya no puede volver al País Vasco, ni siquiera en el caso de que la tregua de ETA se muestre consecuencia de una verdadera derrota. Ha reconstruido su vida lejos de allí y no ha de ser agradable cruzarte todos los días con quienes quisieron matarte o quienes no hicieron nada para impedirlo.

Tampoco puede decirse que sea un exiliado, porque vivir en Madrid, en Sevilla o en Elche, no es para él vivir “en el extranjero”; eso es lo que querrían quienes trataron de matarlo, esa sería su victoria. De modo que se encuentra íntimamente forzado a sentirse exiliado, pero sin ninguna referencia pragmática que lo confirme. Como en un sueño.

Es aquel “vivo sin vivir en mí” aunque aplicado ahora a una desterritorialización, perdón por el palabro, que no tiene nombre propio. No sé si podría hablarse de un exilio virtual. En cualquier caso, una incomodísima y desasosegada manera de verse en el mundo. Tengo para mí que Juaristi se ha aproximado a la tradición hebrea para cauterizar esa herida.

Decía Heidegger que decía Sófocles que el humano lleva consigo su propia casa (es upsepolis) aunque carece de casa (es apolis), y que va en todas direcciones (es pantoporos) ya que no tiene lugar alguno que le sea apropiado (es aporos). Sin lugar y sin casa, siempre en marcha hacia la nada, el humano es “lo más inquietante”.

A Juaristi, como a todos aquellos a quienes los nacionalistas están expulsando de sus casas, o aquellos otros que no pueden soportar la convivencia con los nacionalistas por razones éticas y estéticas, se le abre a cada paso “lo más inquietante”.

Vivir en lo inquietante, en lo que no puede quedarse quieto (también en lo que no puede dejar quieto aquello que hay, lo que necesita cambio constante), es un agobio, pero el único modo de llegar con mayor hondura a lo que los humanos somos, a nuestro fondo.

Un fondo difícil de soportar y para cuyo alivio inventamos quimeras salvadoras de terribles consecuencias como el nacionalismo y las demás religiones. Porque ese fondo no es otra cosa que la nada.

La entrevista lleva un título exacto: “Adiós a la tribu” y recuerda el de aquella tristísima novela de Robert Graves, Good-Bye to all that.

Adiós a la tribu; bienvenida sea la intemperie.

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22 de junio de 2006
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