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LA VIDA CON FONDO O LAS VIDAS PATINADORAS

Por 26 de junio de 2006 Sin comentarios

Vicente Verdú

Cada vez la gente habla menos frente a frente. La conversación, que se ha extendido asombrosamente a través de los aparatos ha crecido en paralelo a la reducción de la tertulia cuerpo a cuerpo. En unas declaraciones recientes, el presidente de la Asociación del Comercio Textil de Madrid decía que una importante proporción de los actuales clientes sólo mantiene una charla con los dependientes de un comercio a lo largo de todo el día. De esa manera los dependientes son requeridos a desarrollar su capacidad de empatía y a improvisar el papel de amigo o neopsicólogo que le demanda el solitario comprador. De hecho, existen numerosos comercios en Estados Unidos que contratan actores para interpretar  con sus palabras, gestos y actitudes la función de acogimiento que otorgará especial aprecio al establecimiento o la marca franquiciada. Wal-mart, la mayor cadena de supermercados y durante los últimos años la primera empresa de facturación mundial –por delante incluso de las mayores petroleras-  cuenta con un equipo de empleados, los greeting people, encargados de recibir afectuosamente al parroquiano, felicitarle en su cumpleaños, interesarse por sus hijos, por un alumbramiento, por la evolución de la posible enfermedad, etc. Dar cariño además de  artículos materiales, ofrecer amor incluso si se trata de una ficción es un plus en el actual capitalismo de ficción caracterizado por esta clase de ofertas “fantásticas”. Ofertas de experiencias que animen la existencia pero también que no la compliquen demasiado.

Todo el mundo parece enchufado al móvil, al chat, al SMS pero se ha reducido (descaradamente, aparatosamente) la comunicación cara a cara y sin aparatos. Es decir, la comunicación que puede enredar más. Obtenemos pues la posible compañía en dosis más simplificadas y discretas. No nos involucramos tanto sino que progresivamente promovemos una interrelación entre funcional e instrumental. No significa esto que el cariño cese pero sí que el afecto se intercambia sin los profundos arraigos de la época anterior a la cultura de consumo.

En la cultura de consumo se aprende a tratar con los objetos con el sobreentendido de que no van a durarnos demasiado. Y esa misma disposición alcanza a otros ámbitos de la vida, desde los compromisos en el trabajo hasta los compromisos  amorosos.

De antemano se vive ya aceptando que esta vida es un cambio de vida y, en cada instante, como dice la ONCE, se deseará volver a cambiar de vida. De este modo ¿cómo esperar que los arraigos sean hondos y las relaciones duraderas y complejas?

En los tiempos del capitalismo de producción -hasta los años sesenta del siglo XX-  los cónyuges aspiraban formalmente a permanecer juntos para siempre e incluso a ser  dos en la misma carne y  cuestiones orgánicas por el estilo. Con esta meta, el mal funcionamiento de la pareja se presentaba como un fallo  que  debía repararse a toda costa. Lo mismo ocurría con los electrodomésticos o con los coches. ¿Cambiar? Antes sufrir que cambiar. Todo lo contrario de la norma actual. La avería del aparato abre enseguida las puertas a la sustitución pero incluso sin que  el artilugio falle, es corriente que se reemplace por un modelo innovador. Y así ocurre cada vez más dentro de las parejas. Se separan a los seis años –media francesa- no tanto porque no se soportan como porque no soportan la vida sin otra novedad. Del otro se celebran con mucho gusto los  jugos frescos pero cuando esta succión está agotándose sexualmente, convivencialmente, rutinariamente, aparece el tedio o la irresistible comezón de  novedad.

No hablar y no verse cara a cara con los demás forma parte de  esta tendencia o hace un bucle con ella. Se demanda una mayor red de contactos pero sin complejidad ni profundidad.  Las redes de conexiones se han multiplicado exponencialmente pero en superficie. No podemos pretender la felicidad si no es en la relación con los demás pero rehuímos las graves consecuencias de un sólido compromiso. Una implicación profunda corre el riesgo de provocar con su ruptura un gran dolor. También, seguramente, una felicidad mayor. Pero hoy cuentan más los disfrutes del  mordisqueo, el experimento portátil, el recambio, antes que la gran inversión que nos coloca en las temibles tesituras de lo absoluto.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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