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ME EQUIVOQUÉ

Sí, me equivoqué, tengo que reconocerlo, me equivoqué al describir en mi último post la encuesta de la revista francesa Transfuge sobre novelas extranjeras. Todos los datos que entregué son auténticos, pero había un error, tremendo error. Pensaba que hombres y mujeres eran iguales. Soy un ingenuo. Me parecía que un lector es un lector es un lector como podría escribir Gertrude Stein con sus repeticiones. Que todos los lectores son iguales. Que una muestra de 28 personas que tenían que escoger su novela favorita era una muestra representativa, fiel a la opinión pública dentro de esa república de las letras que conforman los lectores franceses. Acabo de enterarme de que me equivoqué. Cuando se mira a una población de lectores, machos y hembras son animales distintos. Por tener solamente 6 mujeres dentro del grupo de 28 personas, la muestra de Transfuge no puede entregar una lista fidedigna de novelas favoritas.

Por lo menos es lo que escribe Nick Gillepsie, redactor en jefe de Reason en la versión en línea de su revista. Reason es una buena revista de cultura americana que recibe su plata de una fundación. Entonces tiene recursos e independencia. Y tiene un buen jefe de redacción que encontró en el diario The Guardian los datos sobre la encuesta de dos investigadores, Lisa Jardine y Annie Watkins, sobre la relación entre un lector y su novela favorita, la novela que le tocó el alma. Lo interesante es que, tal como en la muestra de Transfuge, las personas entrevistadas estaban involucradas en el mundo del arte, en medios de comunicación, en trabajos académicos. Es una demostración perfecta de que me equivoqué.

No había nada más fácil para Jardine y Watkins que entrevistar a cuatrocientas mujeres para conocer su novela favorita. Las mujeres tienen una novela favorita y el conjunto de sus respuestas abarca un amplio abanico de doscientos libros de autores tan distintos como Atwood, Morrison, Conrad, Woolf, Brontë y por supuesto Jane Austen, pues estamos en el Reino Unido. Por el contrario, con los hombres el proceso ha sido difícil y poco productivo. En primer lugar, los hombres no sabían cómo escoger una novela al no entender la pregunta o al proponer  –sin fingir ser tontos- la obra de un pensador o de un ensayista. Al final, la lista de los hombres es sumamente corta. En lugar de doscientos libros, no hay más que cuatro, dicen los autores del estudio:  L’étranger (El extranjero) de Albert Camus, Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, The Catcher in the Rye (El guardián entre el centeno), de J.D. Salinger y Slaughterhouse Five (Matadero 5), de Kurt Vonnegut.

Una novela no es, para un hombre, un compañero que va con él a lo largo de su vida. Es más bien un encuentro casual, muchas veces al final de la adolescencia, con el mundo de la angustia personal o de un sistema político tipo Orwell (de Camus a Vonnegut, no se ríe mucho). Sabiendo que las mujeres leen más que los hombres, el estudio no tiene dificultad en denunciar la influencia excesiva de los hombres en las casas editoriales y en los jurados literarios. Nick Gillepsie reporta la denuncia, a pesar de ser un hombre, tal como entrega la sorprendente lista de las novelas favoritas de los hombres y de las mujeres en las islas británicas antes de dedicarse a la pregunta clave : ¿por qué leemos ficciones?

Una novela, dicen los diccionarios franceses desde el siglo XIX, es una historia simulada. Nos gustan tanto las historias que aguantamos un producto alterado: una historia falsa. Gillepsie propone como explicación la nueva teoría de Lisa Zunshine, una inmigrante rusa que trabaja en la Universidad de Kentucky (Tiene un libro: Why We Read Fiction: Theory of Mind and the Novel).

La visión de Zunshine se basa en los trabajos de la psicología sobre los esquemas cognitivos, es decir la manera en que vamos construyendo un mundo real para transformarlo en un saber útil y transmisible. En las novelas, según Zunshine, al encontrar personajes, encontramos a la vez unos pensamientos con una estructura interna y unas emociones escondidas. Esto nos interesa pues en el mundo real necesitamos ser capaces de entender ambos para relacionarnos con otras personas. Leer novelas es la manera de prepararnos para estos momentos en que debemos «descifrar» nuestro entorno. Aceptamos que las novelas cuenten historias falsas pues es la única manera de prepararnos para vivir.

Como Zunshine no es filósofa, su teoría no llega a decir si la vida es otra mentira, a otro nivel, y quién es su autor. Por mi parte, en mi modesta búsqueda de la verdad, he vuelto a abrir la revista Transfuge y he quedado confundido: las seis mujeres entrevistadas ofrecen una lista de novelas heterogénea, de una diversidad deslumbrante. Lo reconozco: me equivoqué.

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16 de junio de 2006
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Novias imaginarias

“Las chicas son reales. Las relaciones, no.” Ese es el lema del servicio “Novias imaginarias”, que se ofrece en este site. El producto es una novia a distancia. Puedes escribirle, puedes recibir mails de ella, fotos y mensajes telefónicos. Puedes presumir de ella con tus amigos y tendrás pruebas de tu relación, incluso fotografías en ropa interior. Pero no puedes tocarla. No es una prostituta: es tu chica instantánea, a medida y por pedido.

¿Que por qué querrías una de ellas? Según la publicidad, es posible que estés harto de que tu familia y amigos te presionen para tener una pareja. O quizá quieres poner celosa a esa persona tan especial. O simplemente, a todo el mundo le gusta recibir cartitas de amor, manuscritas y perfumadas, quizá acompañadas por una coqueta prenda de lencería rosa. ¿Por qué no?

Las chicas propuestas, huelga decirlo, no tienen pinta de bombas sexuales. De hecho, las condiciones del contrato prohíben cualquier referencia a fantasías vinculadas con la violación, el sexo con menores, el bestialismo y los deportes acuáticos (?). Si quieres eso, búscate una línea caliente. Estas chicas tienen un aire simpático y natural que las hace verosímiles, y su trabajo es enviarte mensajitos al teléfono móvil, mails y fotos contándote su vida y diciendo cuánto te echan de menos y lo duro que es llevar su amor a lo lejos.

Tú también les puedes escribir, pero nada de pedirles cosas raras ni de preguntar su verdadero nombre o lugar de residencia. Y tras un plazo de dos meses, tienes que terminar con ella. Puedes aducir la razón que te dé la gana. Entre las habituales están “creo que debemos darnos un tiempo”, “las relaciones a distancia son muy difíciles” y “eres demasiado buena para mí”. Por contrato, ella te enviará una última carta suplicándote que no la abandones. Entonces puedes retomarla o buscarte otra. Todas cuestan entre $45 y $60.

En el catálogo de Imaginary girlfriends hay de todo, pero nada especialmente bizarro. Todas son tan anodinas como la gente real. Por ejemplo, está la neoyorquina Anna Johnson, 24 años, administradora de una empresa de computadoras, amante de la música y los conciertos. Te ofrece cartas de amor “traviesas” pero también conversaciones amistosas. Pelo bonito. Ojos negros. Si te va más el rollo intelectual, quizá prefieras a Roxy, 20 años, Los Ángeles. Roxy lee mucho y quiere ser escritora, pero también sabe ser espontánea: le gusta trepar cercas, bucear, improvisar viajes en coche y dormir bajo las estrellas. Ofrece aparte de los mensajes digitales una carta manuscrita semanal y un regalo, quizá un anillo, por el paquete de dos meses. Para los que prefieren el sexo duro, Kristin (18) manda sus pantimedias con la primera carta, te deja mensajes constantes en la grabadora del teléfono y te ofrece mensajes de amor/lujuria, pero no puedes llamarla por teléfono.

Esta es la parte que se muestra a los clientes. Pero la página web también tiene un apartado para reclutar chicas que quieran ser novias imaginarias. Si tienes más de 18 años, puedes enviar tus fotos, y no tienen que ser de estudio. Al contrario, se valora especialmente el aspecto amateur, de ser posible, con sobreexposiciones o desenfoques que garanticen la espontaneidad de la toma. De todos modos, eso es lo peor pagado: $1 por imagen y $3 si cedes los derechos exclusivos.

El trabajo con verdadera demanda es el de escritora: la empresa necesita chicas dispuestas y capaces de escribir las cartas, los mensajes y grabar las llamadas. Deben ser creativas y adaptables, para ajustarse mejor a las necesidades emocionales de sus clientes. Su aspecto físico no importa y su privacidad está garantizada. Pueden ganar hasta $100 por su personaje, si suficientes clientes la escogen.

Imaginary girlfriends es un servicio para quien está solo y además necesita fingir que no lo está. Es la industria de la fantasía enlatada. Su éxito refleja una sociedad en que la soledad se ha convertido en un bien de consumo.

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16 de junio de 2006
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EL IMPERIO DEL RESULTADO

El hecho es el rey absoluto de la creación. Parecerá que el hecho pertenece al orden de lo vulgar mientras el pensamiento a un ámbito elevado, pero uno y otros pierden sus respectivos grados cuando sobreviene el  fait accompli.

Todo el mundo aficionado coincide, por ejemplo, en que los recursos de la selección española de fútbol son tan limitados como para no permitir ilusionarse con ella. Sin, embargo, un solo partido concluido frente a Ucrania, un resultado fáctico, cambia por completo la percepción de los factores.

¿La guerra de Irak? ¿La Guerra Civil? ¿La Guerra de Secesión? Cada una de estas batallas, repletas de fuerzas físicas y mentales, de economías, logísticas, tesis, armas y estrategias, exponen con su resultado la  razón verdadera, antes torcida o velada.

¿Los hechos tienen siempre razón? Parecería suicida aceptarlo y, sin embargo, una vez que el suceso aterriza la realidad entera, mental o no, se consterna para adquirir formas nuevas.

Ocurre así también con los cuentos o las novelas. El libro significa esto o lo otro de acuerdo con el final que, en este caso, desempeña la función del  hecho cumplido. La narración danza  hacia un futuro desenlace que, al materializarse, se iza como la referencia capital, cenital.

Desde esa cima se otea del pasado y se reestructura de manera que haga coherente su coronación. En ese proceso han de forzarse las interpretaciones previas y anularse determinados pronósticos, se disuelven pistas  y se reconduce, en fin, el pensamiento para que el interior de su reflexión venga a coincidir con el corazón del hecho. 

De esta manera, en general, muy lejos de conocer nuestra historia es la historia la que se encarga de reconocernos mucho después. Este bucle tan repetido como mirar la hora del reloj va rizando el sentido de nuestras vidas. ¿Somos buenos o malos como selección nacional? Sólo los hechos lo dirán. Lo dirán más allá de los  incontables análisis anteriores al campeonato, desarrollados en el territorio de la observación, la investigación o la reflexión. Todas ellas se apagan ante la deslumbradora luz de los hechos y, en consecuencia, son ellos quienes nos aleccionan sobre el menguado efecto de nuestra intervención. ¿Deberíamos renunciar a la acción por delicada  que sea? ¿Deberíamos entregarnos a la facticidad, a la fatalidad? Realmente es lo que, sin declarar, venimos haciendo pero nos comportamos, sin embargo, como si no fuera así. Vivimos como si los acontecimientos sin pies ni cabeza fueran del todo inválidos y nosotros los fautores.

De esta creencia se obtiene una sensación de tranquilidad vital que entona  nuestra estima. La autoestima de suponernos libres y eficaces. Porque de la fatalidad, de la ley fáctica, se deduce, por el contrario, la condición de subordinados y condenados.

¿Rechazaremos por tanto la dictadura del hecho para salvarnos? Paradójicamente no. Gracias a su imperio incontrolable, gracias al azar que lo ceba, se alienta  la mayor esperanza de nuestras vidas.  El azar contribuye a la sinrazón del mundo tanto como a la fe en el porvenir del mundo. Algo llegará a pasar que no prevemos ni  somos capaces de ponderar.  En su explosión inesperada estallará el milagro: la máxima compensación feliz a la tan predecible repetición de la desdicha.

¿Ganará España el campeonato? ¿Argentina? ¿Costa de Marfil? ¿Australia? No todo parece igualmente probable pero sí cualquier resultado es posible. El hecho acaece y manda, desintegra la razón, hunde el cálculo. En ese espacio inaugural, incontestable,  fulge la contundencia del resultado.

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16 de junio de 2006
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Origen de una leyenda

Siempre me había hecho mucha gracia la respuesta de Rothko a un crítico que insistía en que los artistas estaban obligados a conocer el estado de la teoría artística de su tiempo.

En realidad, aunque no fuera él, tal es la posición (yo creo que muy justificada) de Arthur Danto cuando dice que cada obra de arte debe su significado a un marco teórico concreto e histórico. Así, por ejemplo, las cajas de limpiador Brillo de Warhol no habrían podido ser consideradas “Arte” antes de la Fontaine de Duchamp y sus desarrollos filosóficos.

En todo caso, Rothko, con esa indignación que sólo se les permite a los artistas que gastan bigote, que muestran una altísima conciencia moral o que aman una patria eterna y anterior a los humanos, contestó la frase que se ha repetido luego en todos los libros:

“Los pájaros no tienen por qué saber ornitología”.

¿No era Rothko? Da lo mismo. No hay crítico o historiador del arte contemporáneo que no la haya citado alguna vez, atribuida a este o a aquel pintor neoyorkino.

Como ayuda solidaria para aquellas atribuladas personas que están escribiendo una tesis doctoral, les ofrezco ahora esta nota a pie de página: la verdadera fuente de la frasecita:

La plupart des hommes qui vivent dans le monde y vivent si étourdiment, pensent si peu, qu’ils ne connaissent pas ce monde qu’ils ont toujours sous les yeux (...) par la raison qui fait que les hannetons ne savent pas l’histoire naturelle.

“La mayor parte de la gente que vive en este mundo, vive de un modo tan atolondrado, reflexiona tan poco, que desconoce el mundo que tiene constantemente ante los ojos (...) y eso por la misma razón por la que los abejorros ignoran la Historia Natural”.

Lo escribió Chamfort, uno de los escritores favoritos de Nietzsche, en Maximes et pensées, pero en un sentido exactamente opuesto al de la famosa frase de Rothko, es decir, contra aquellos que creen que pueden vivir sin conocer el marco teórico que los define. En fin, “el mundo”, porque el mundo no es otra cosa que un marco teórico.

Chamfort, plurisuicida, es uno de los personajes más crispados de la Revolución Francesa, un emocionante destructor, el amigo de todas las causas perdidas. Me extraña que Hollywood no lo haya descubierto.

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16 de junio de 2006
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¿Adiós a las armas?

Esta historia es real.

El hombre compró el juguete para su hijo por tan sólo cinco pesos con cincuenta, el equivalente a poco más de un euro. Pensó que se había llevado una ganga, que haría feliz a su niño con tan poco. Había examinado la mercadería superficialmente, debido al apuro por llegar a casa antes de que cayese la noche: vio la pistolita de plástico, el par de esposas atadas al cartón por tiritas y cubiertas por un plástico transparente. Police Set, decía el cartón que oficiaba de base. Made in China. (Siempre Made in China).

Fue después, cuando el pequeño ya había destrozado plástico, cartón y tiritas, que advirtió algunas de las idiosincracias del set. Para empezar, la pistolita tenía como accesorio un silenciador. Se preguntó: ¿desde cuándo la policía dispara con silenciador, como si tuviese algo que ocultar? Pero nada lo preparó para el más colorido de los accesorios: una pequeña picana, cargada con una pila para producir descargas eléctricas –descargas leves, pero no por ello menos reales.

Una vez repuesto de su impresión, el hombre tuvo el tino de acudir a la Justicia y la Defensoría del Pueblo actuó de inmediato, solicitando a los comerciantes el retiro del Police Set de todos los estantes y vidrieras. La Defensora, Alicia Pierini, destacó ante la prensa la contradicción que emanaría del enseñarles a los niños sobre la cuestión de los derechos humanos –que figura en la currícula escolar, como uno de los correctivos a la experiencia de la dictadura en los 70- y después sugerirles, desde el juego, que es normal que un policía dispare envuelto en la protección del silencio y que torture a sus detenidos.

Yo no soy de los que creen que hay que prohibir el uso de las armas de juguete. Si lo hiciese sería infiel al disfrute que me ofrecieron cuando niño. Siempre me fascinaron, todavía hoy colecciono espadas y réplicas de pistolas y practico tiro con arco y flechas. (Lo cual me inhabilitaría moralmente para fingirme contrario a las armas de juguete; gracias al cielo que tan sólo tuve hijas mujeres, al menos hasta hoy). Sin embargo nunca utilicé un arma real en contra de nadie, y conste que la vida en este país me ha dado más de una excelente excusa para hacerlo.

El universo Barbie que subsumió la experiencia de juego con mis hijas me eximió de poner a punto una política sobre las armas de juguete, pero si debiese formular una de apuro diría: la violencia es parte de la vida, y en particular de la experiencia humana. Yo no querría formar criaturas violentas, pero tampoco criaturas que no supiesen cómo desenvolverse en este mundo. Si empezase prohibiéndoles las armas de juguete debería continuar prohibiéndole los programas de TV que ven todos sus compañeros, y terminaría vedándoles la visión de los noticieros. Y así formaría personalidades desgajadas de la realidad, y por ende débiles a la hora de plantarse ante la vida. Mi objetivo sería más bien mostrarles las cosas que ocurren a diario en el mundo, para que sepan dónde están parados, e imbuirlos a la vez de un respeto a todas las formas de vida que no convierta a la violencia en tabú, en algo oculto y por ello tentador, sino a la no violencia en una elección consciente –la elección superior, propia de los más fuertes.

Celebro la decisión de este padre, que enseñó a su hijo que la tortura constituye un delito y que por ello cualquiera que la practique es un delincuente –aún tratándose de un policía. Ese niño no sufrirá shock alguno cuando preste atención a los noticieros, por el contrario, estará preparado para asimilar la verdad. Y celebro la eficiencia de la Defensoría del Pueblo, que esta vez hizo honor al rimbombante título de su oficina.

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16 de junio de 2006
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Marte y Venus

Nota: Este blog no se publicó ayer debido a problemas con el operador de internet. Pedimos disculpas a los lectores.

Tras el paseo medieval de ayer, tan gustoso, me tomo unas vacaciones por el pasado del pasado.

Un europeo del año 1800 vivía prácticamente como un palestino en tiempos de Jesucristo, no viajaba, si tenía prisa montaba en mulo, si mercaba dependía del viento y del mar, si labraba miraba con congojo los signos del firmamento, las noches eran eternas, así como el invierno, tenía tantos hijos como le daba la mujer y así sucesivamente.

Por el contrario, la distancia entre un europeo de 1800 y otro de 1870 es el abismo. Entre 1814 y la primera guerra mundial, los europeos no cambiamos de era, cambiamos de planeta.

La mayor diferencia, la máxima incomprensión, radica en la concepción del trabajo honrado. Para una persona educada y de la buena sociedad del Antiguo Régimen, lo principal y más hermoso, la actividad digna, moralmente excelente, el trabajo fructífero, es la guerra. Los caballeros tenían como principal función en este mundo poner en juego su vida para proteger a los suyos y para divertirse. Fuera o no fuera verdad. La verdad es cosa de filósofos.

Bela m’es pressa de blezos
Cubert de teintz vermelhs e blaus
D’entresenhz e de gonfanos
De diversas colors tretaus
Tendas e traps e rics pabalhos tendre
Lansas frassar, escutz traucar, e fendre
Elmes brunitz, e colps donar e prendre

“¡Qué bello es empuñar los escudos de tintes rojos y azules, los estandartes, los gonfalones multicolores. Alzar ricas tiendas, reales y pabellones. Romper lanzas, perforar escudos, hender yelmos bruñidos, dar y recibir golpes...”.

Es la alegría explosiva de Bertran de Born cuando comienzan las campañas de primavera y verano. Ya terminó el insoportable invierno, el encierro entre piedras húmedas junto a pavorosos fuegos que te llenan los ojos de hollín, ya no habrá que soportar las habladurías y enredos de la servidumbre, sus mezquinas peleas, sus líos de alcoba, por fin rompe uno las cadenas de la pedigüeña, la quejumbrosa familia. En cuanto el sol comienza a calentar, empieza el gran juego: vivir, matar y morir.

E ai grant alegratge
Quant vei per champanha renjatz
Chevaliers e chavaus armatz

“Y me llena de alegría ver la campiña cubierta por caballos y caballeros armados, en orden de combate”.

Muchos ciudadanos actuales se espantan cuando leen cosas de este calibre. No les caben en la cabeza. Es su modo de sentirse superiores a los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, en fin, moralmente por encima de todo el género humano muerto. Hipocresía. Nunca se ha asesinado tanto como en los tiempos modernos.

La guerra era la vida normal de las gentes hasta la Revolución Francesa y el triunfo del poder burgués. Todavía en 1760 el príncipe de Ligne escribía estas curiosas palabras:

La vie que je menais à mon cher Beloeil oú des guerres, des voyages et d’autres plaisirs m’empechaint d’être autant que je l’eusse vulu, était fort heureuse.

“La vida que llevaba en mi querida (residencia de) Beloeil era razonablemente dichosa, aunque las guerras, los viajes y otros placeres me impidieran residir allí tanto como yo deseara”.

Viajes, guerras... y otros placeres. Veo bizquear de espanto a Llamazares, a los obispos, a Suso de Toro, a la Generalitat de Cataluña en su totalidad, a la ministra de Cultura, a todas las almas bellas de nuestro pacífico terruño.

Luego vino el progreso. También la guerra progresó y, como decía Nimier el otro día, se desprestigió mucho en cuanto todo el mundo comenzó a participar en ella.

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15 de junio de 2006
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Autoayuda para psicópatas

¿Y qué pasa si el mundo no te da lo que te prometió? ¿Si sientes que mentir es la única manera de sobrevivir y te niegas a hacerlo? ¿Si continuamente te parece que los humanos funcionan según reglas que te sobrepasan? Si te sientes así, quizá sea hora de que le pegues un balazo al presidente de EE. UU. 

Al menos, esa es la tesis de El asesinato de Richard Nixon, una demoledora diatriba contra el sueño americano que cuenta con una sobrecogedora actuación de Sean Penn en el papel de Sam Bicke. Bicke es un hombre cuyo universo se resquebraja y se cae en pedazos mientras él hace inútiles esfuerzos para comprender por qué, o al menos, para encontrar un culpable:

progresivamente pierde a su familia, pierde su trabajo, pierde sus sueños. Y decide culpar al hombre que aparece todos los días en la televisión hablando de lo grande que es su país y sus habitantes, el hombre que en sus discursos pinta un mundo que él ya no es capaz de reconocer.

La ficción nos ofrece historias inventadas para refugiarnos de nuestra realidad, que por lo general necesita un poco más de emoción. Pero la buena ficción nos devuelve a la realidad mejor equipados para vivirla, con una reflexión sobre lo que ella ha hecho con nosotros y lo que nosotros podemos –o no- hacer con ella. Por eso, la ficción es peligrosa, porque rasga silencios y nos muestra cosas que no queremos ver de nosotros mismos, cosas que, dichas directamente y sin tapujos, serían demasiados duras de digerir y admitir.

Así, en una lectura obvia, la historia de Sam Bicke es un alegato contra América, el reino del dinero donde la mentira es el principal bien de consumo. Pero una lectura más profunda y dura afecta a cualquier adulto de cualquier país, porque todas las sociedades organizan su propio teatro a su medida. Y al que se cae del escenario y ve las cosas desde la platea, luego se le hace muy difícil reincorporarse a la función.

Bicke es cualquier persona que se ha sentido en algún momento obligada a afeitarse el bigote para verse seguro de sí mismo, a usar una minifalda y dejar que le metan mano para conservar el trabajo, a mentirle a sus clientes para venderles cosas que no necesitan, a pensar que, para ser un ganador, basta con creerlo. Y todas las mañanas mira a ese hombre derrotado en el espejo y se pregunta cómo va a esconderlo de sí mismo hasta que caiga la noche.

El personaje de Bicke, por eso, va enloqueciendo en la medida en que se vuelve más lúcido. Señala lo que funciona mal en el sistema, denuncia lo que apesta a su alrededor, pero la gente que lo rodea solo quiere mantener su trabajo, solo hace lo que puede por ser feliz con las cosas como están. La agudeza de Bicke solo le sirve para aislarse progresivamente y alejar de sí a quienes ya decidieron aceptar las reglas del juego sin chistar. Al abrir los ojos, no se acerca a la verdad. Sólo se precipita hacia su propia destrucción.

En una notable escena, el jefe de Bicke señala al presidente Nixon en la pantalla del televisor y dice con admiración: “ese hombre es el mejor vendedor del mundo. Ganó las elecciones diciendo que acabaría con la guerra de Vietnam. Llegó al poder y mandó más bombarderos. Y ¿qué ofreció en las siguientes elecciones? Que nos sacaría de Vietnam. Y volvió a ganar. El mejor vendedor es el que te engaña una vez, y luego te vuelve a engañar y tú le vuelves a comprar lo mismo”.

Quizá seguimos comprando lo mismo porque tenemos miedo de ver las cosas que ve Bicke. No nos conviene. El jefe es un hombre con inteligencia pero sin la más mínima sensibilidad. En cambio, Bicke tiene exactamente las cualidades opuestas: percibe con demasiada claridad la farsa social pero carece de la inteligencia necesaria para cumplir su papel satisfactoriamente. Esa es la diferencia entre un triunfador y un psicópata.

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15 de junio de 2006
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La transcosmética

Nota: Este blog no se publicó ayer debido a problemas con el operador de internet. Pedimos disculpas a los lectores.

Después de triunfar en Estados Unidos, Sudamérica y algunos otros países cristianos, llega a España el tuppersex, versión actualizada y transustanciada de las tradicionales reuniones caseras del tupperware. Lo característico de la reunión, entre mujeres y con la representante comercial de la marca, es ahora que en vez de ofrecer un surtido de recipientes para los alimentos se expende un muestrario de artilugios para disfrutar del sexo, desde vibradores a bolas chinas, desde lubricantes a supuestos lápices de labios para peripecias genitales. En el primer caso del tupperware se trataba de acentuar el carácter primoroso del ama de casa mientras en el segundo se trata de desarrollar el gusto por amarse a sí misma.

Mucho más que los hombres, las mujeres han dedicado una meticulosa atención a su cuerpo. Gracias al cuerpo podían tenerlo casi todo cuando no disponían de casi nada. Todavía hoy, las mujeres se miran a través de una mirada exterior que, sin duda, se funda en el panóptico masculino, el ojo cósmico por el que eran juzgadas y tasadas como objeto y de cuya sentencia se deducía un precio de implicación económica y social. El término cosmética, tan asociado a las mujeres, hace relación al cosmos. Las mujeres recurrían a la cosmética para acomodar su apariencia al gusto del varón que, a su vez, en pleno patriarcado se presentaba como el ordenador del mundo, el patrón del cosmos en vigor.

De esta larga y profunda historia permanecen aromas y sombras pero va siendo real la generación, mediante el género femenino, de otro universo en el que las mujeres no se atildan, adiestran y disponen para complacer al varón sino para complacerse. De este movimiento, necesariamente narcisista, nace el tuppersex.

La reunión de mujeres tupper habla de sus placeres sexuales no en relación a los jeribeques de los hombres sino respecto a los descubrimientos que hacen de su cuerpo y las posibles sensaciones que cabe obtener de él. Nunca se hizo nada parecido entre los machos. Los machos siempre lo eran en la medida en que gozaban de las mujeres y las hacían gozar. Lo masculino fue primordialmente transitivo. Pero algo y no poco ha indicado a través de los tiempos que no sucedía lo mismo entre las mujeres. La pasividad derivada de su subordinación se correlacionaba con su intransitividad, su frigidez, su soledad, la conspicua instrumentación de su cuerpo y la negación de sus concupiscentes festines.

Ahora, tras las igualaciones en numerosos ámbitos, sería lógico que llegara también la igualación en la transitividad. Y, sin embargo, aún habiéndose trastornado mucho los viejos modelos, la asimetría persiste. Persiste, quién puede dudarlo, un residuo femenino de rencor interior, una pasividad guardada para sí o para ser compartida con otras mujeres. Nunca esa dosis de pasividad deliberada y seleccionada se hallará a disposición de los hombres y no pocos son conscientes de ello siendo eróticamente espabilados.

Ahora es más fácil lograr la activa incorporación de la mujer a los intercambios sexuales pero, aún así, bastan algunos indicios para caer en la cuenta de que el tradicional y reaccionario "misterio femenino" ha evolucionado hacia una suerte de exquisito secreto para cuya delectación no basta la más rica lujuria masculina ni tampoco ningún amante, por experimentado que sea. El tuppersex representa ahora la nueva barrera del sexo. Se trata de una congregación sellada, femenina y neoclandestina. Sus conversaciones pueden traducirse pero el significado de la reunión, claro que no.

Los hombres entran y salen, con mayor o menor rubor en los sex-shops puesto que los sex-shops son comercios abiertos; expuestos al público. Los tuppersex son, en cambio, centros privados, caseros, y los pequeños artilugios que se adquieren allí o las experiencias que se intercambian no incluyen centralmente - al modo de las procacidades entre amigotes- los pormenores del sexo ajeno sino del propio. El eje deja de ser el falo o su cultura. El tuppersex constituye la primera célula activista de una impensada revolución. No la revuelta agresiva y acalorada feminista sino, sencillamente, la revolución silenciosa del cosmos. El nacimiento vaginal de la transcosmética.

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15 de junio de 2006
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La ley primera

Hace pocos días, en plena efervescencia mundialista, alguien tuvo la peregrina idea de encargar una encuesta para determinar cuáles son las selecciones a las que nosotros, argentinos, desearíamos ver morder el polvo. La que salió más votada fue la de Inglaterra. Suena lógico. La rivalidad futbolística con los ingleses es un clásico, amenizado siempre por la anécdota del gol que Maradona atribuyó a “la mano de Dios”. En tercer lugar salió la selección de Estados Unidos. También lógico. Aquí la rivalidad no es futbolística, sino política. Son muchos años de tolerarles cosas a esta gente, algunas personales como el apoyo a la dictadura (aquí el gol nos lo hizo la mano de Kissinger) y otras más generales, como Irak, la complicidad con la política bélica israelí, Guantánamo, las horrendas películas que Hollywood nos inflige, American Idol, las retrógradas teorías que desmienten a Darwin, el éxito de la novela El código Da Vinci, Ronald McDonald… (Dejo una línea de puntos después de los suspensivos, para que cada uno pueda agregar su propia queja). .........................................................................................................

Pero el segundo puesto de la encuesta, es decir la segunda selección que nos complacería ver derrotada, es la de Brasil. Acá alguno dirá: también es lógico, existe una larga rivalidad futbolística entre Brasil y Argentina, una disputa eterna para dirimir cuál de las dos naciones es la mejor en la historia de los mundiales. Soy consciente de ello, del mismo modo en que me consta que a veces competimos con nuestros propios hermanos carnales. Pero también soy consciente de que por más que protestemos contra nuestros hermanos, llegada la hora de la verdad estaremos de su lado, apoyándolos contra lo que José Hernández denominaba en el Martín Fierro “los de afuera”. Si en la batalla en pos de un puesto de trabajo ya he perdido mi propia oportunidad, y la cuestión se reduce a elegir entre mi hermano y un extraño, ¿no rezaré para que sea mi hermano quien obtenga el puesto?

La naturaleza humana es retorcida, ya lo sé. Muchos estarán pensando que no siempre uno le desea lo mejor a su hermano. Morrissey sabía de qué hablaba al titular una de sus canciones Odiamos cuando nuestros amigos se vuelven exitosos. Pero a la vez que somos capaces de reconocer la existencia de estos sentimientos oscuros, no podemos menos que reconocer que deberían avergonzarnos. Sabemos que se trata de pulsiones negativas, y que seríamos una mejor versión de nosotros mismos en el preciso instante en que lográsemos superarlas. Durante mucho tiempo atribuí esta zoncera argentina al hecho de que nos creíamos distintos del resto de América Latina. Esto ya acabó, la crisis económica nos enseñó que estábamos equivocados, siempre fuimos parte de Latinoamérica y hoy somos más Latinoamérica que nunca: deberíamos haber aprendido la lección. ¡Ya no nos queda excusa alguna para ser necios!

Yo apoyo calurosamente a la selección argentina de fútbol. Ahora bien, si quedamos eliminados en el camino, mi corazón estará con cualquier selección latinoamericana, y en particular con Brasil, en tanto siga simbolizando el jogo bonito, esto es el costado estético del deporte y la alegría del juego. Si nuestro continente se queda a mitad de camino, gritaré por España –por afinidad, pero ante todo por afecto- y si no por cualquiera de los seleccionados africanos: esa pobre gente se merece una alegría todavía más que nosotros.

Y a aquel que insista en poner una estúpida rivalidad futbolística por encima de la fraternidad y del sentido común, le recordaré la leyenda que suele adornar los retratos del Che Guevara que de tanto en tanto aparecen pintados en la calle: no me lloren, crezcan.

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15 de junio de 2006
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El equipo de los problemas

Futbolísticamente, nadie espera que la selección de Irán desequilibre o sorprenda en el Mundial de Alemania. Pero políticamente, está causando una cantidad de dolores de cabeza que más le correspondería a un grupo armado que a un inocente equipo de fútbol.

Y es que los torneos deportivos internacionales son ocasiones propicias para que cualquier manifestación –o desviación- política sea captada por las cámaras de todo el mundo. En este Mundial, el grupo más importante en busca de relevancia internacional son los skinheads, neonazis que se empeñan por todos los medios en aguar la fiesta. A pesar de las buenas intenciones de la canciller Angela Merkel, que espera que el Mundial sea una fiesta de la fraternidad y la tolerancia, los alemanes no han tenido más remedio que publicar un mapa-advertencia que señala las ciudades del país no recomendables para los extranjeros, especialmente de razas coloridas. En el mapa aparece vetado todo el Este del país.

Por supuesto, los neonazis ven en el mundial ante todo la oportunidad de su raza para demostrar su superioridad física. Pero más allá del patrioterismo habitual, su equipo favorito es el iraní. Como el presidente Mahmud Ahmadineyad se despacha un día sí y otro también contra el estado de Israel y niega públicamente el Holocausto, los skinheads lo consideran una persona sensata y razonable a la que hay que defender, y proclaman su adhesión en los partidos de su selección, sin tomar en cuenta que, si se encontrasen por la calle con esos mismos jugadores, les abrirían la cabeza a garrotazos (francamente, para estar tan obsesionados con la raza, los nazis ya podrían al menos ser capaces de distinguir a un iraní de un colombiano).

A ese grupo se enfrentan, claro está, los activistas sionistas que también asisten a todos los partidos para denostar a su enemigo. Y, ya para no ser menos, el grupo yihadista de los Muyahidin al Jalq también se ha apuntado públicamente a la fiesta.

Sólo con eso, la selección iraní ya requiere una cantidad de previsiones de seguridad inusuales. Pero las autoridades germanas ruegan al cielo que no pase a la segunda ronda. El presidente Ahmadineyad ha prometido que, si clasifican, irá personalmente a ver jugar a su equipo en Alemania. En plena crisis por el uso de energía nuclear. Un aficionado berlinés declaró recientemente a un noticiero que prefiere que Ahmadineyad les lance la bomba atómica. Según él, hará menos daño así.

Lo curioso es que, en el interior de su país, el equipo también causa polémica, porque pone en conflicto el populismo mediático del líder con las tradiciones religiosas. Así, por ejemplo, Ahmadineyad anunció este año que permitiría la entrada de mujeres en los estadios. Un importante ayatolá se ha opuesto abiertamente a la medida, ya que eso contradice la jurisprudencia que prohíbe que la mirada de las mujeres se deslice sobre el cuerpo masculino. Pero es posible que termine por ceder, ya que, en un país sin discotecas ni pubs y en que el alcohol es ilegal, el fútbol puede convertirse en un saludable catalizador de la energía juvenil.

Todo este lío ha representado un alivio para una de las estrellas iraníes, Mehdi Mahdavikia, jugador del Hamburgo, que recientemente fue acusado de bigamia por un diario alemán. Al parecer, Mahdavikia se casó dos veces en Teherán, donde la legislación lo permite, pero la bigamia es ilegal en Alemania, donde residen ambas mujeres. La noticia fue un escándalo cuando salió a la luz, en abril. Sin embargo, ahora que Irán anda metido en todos estos fregados, nadie parece concederle demasiada importancia a la vida marital del buen Mehdi. Ojalá todos los problemas fuesen como el suyo.         

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14 de junio de 2006
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