Vicente Verdú
Contamos con una técnica para recordar pero no conocemos cómo olvidar. El recuerdo se asienta como una jerarquía que al paso del tiempo es capaz de reordenar la conciencia. Hay una memoria de lo sucedido pero también en el seno de la memoria los elementos interaccionan, se cruzan, conversan y crean por su cuenta una segunda existencia preparada para la evocación.
De este modo todos los recuerdos suelen ser obra de otros recuerdos y los olvidos, acaso, también. Más todavía: recordamos los olvidos pero en esa constatación de impotencia el predominio no pertenece a lo olvidado sino a la memoria.
La memoria, más allá de un punto, atora el recuerdo y produce, como paradoja, olvido. La memoria muy voraz, querida por Borges, se atesta y todo cuanto llega después no cabe o no penetra la trama tan firme y tupida.
Hay una manera de hacer emerger recuerdos o localizarlos mediante la nemotécnica pero el olvido es una facultad natural, incapaz de recibir prótesis tecnológicas. La facultad de olvidar puede, en su extremo, conducir al delirio pero siendo robusta fortalece la vida, otorga vitalidad y confiere a los seres humanos la oportunidad de pasar por alto muchas cosas. Vivir, en consecuencia, a un nivel más elevado donde la respiración puede expandirse y las venganzas pendientes, con sus respectivos odios, no paralizan o ahogan.