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Un día perfecto para releer “Bananafish”

Por 12 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

El artículo de Sandra Russo salió el domingo, en la contratapa de Página 12. Lo leí esa misma mañana, pero Sandra hablaba allí del cuento de Salinger A Perfect Day for Bananafish y me dejó con las ganas de volver a Nine Stories, donde lo descubrí hace años, por culpa –si no recuerdo mal- de Rodrigo Fresán. El deseo se volvió realidad ayer, 11 de septiembre. Agarré Nine Stories y volví a leer el cuento. Me produjo las mismas sensaciones de siempre: el asombro por la maestría de Salinger, pero ante todo por su humanidad; la envidia por su habilidad para crear personajes infantiles (¡esa Sybil Carpenter se escapa de las páginas, salpicando agua de mar!) y el escalofrío que siento cada vez que llego al final, a esa frase que describe la forma en que Seymour Glass pone un final perfecto a su perfecto día. Pero esta vez llevaba además la carga del artículo de Sandra, lo cual me permitió releer el cuento desde otro ángulo. Me asombró, por ejemplo, que Sandra describiese el temblor que le produce esa frase según la cual Seymour, que juega con la pequeña Sybil en el agua, “empujó el flotador y a su pasajera un pie más cerca del horizonte”. Hasta entonces yo ni siquiera había reparado en esa frase, tuve que buscarla con deliberación en el original, está puesta de forma que pasa casi desapercibida –a no ser que se tenga el instinto maternal de Sandra, y que en consecuencia se sienta temor cuando el “desequilibrado” Seymour Glass mete en el agua a una niña que no es suya y sin que la madre verdadera se dé cuenta. Cuán distintos somos, cuán distinto leemos. Desde la primera vez que leí Bananafish yo sentí que Seymour estaba desequilibrado, pero de una forma que lo incapacita para hacer daño a nadie que no sea él mismo; y creí cada vez que el final del cuento me daba la razón.

Pero el artículo de Sandra hablaba de otra cosa en realidad. En las vísperas de un nuevo aniversario del atentado contra las Torres Gemelas, insinuaba que todos los norteamericanos tienen hoy un poco de Seymour Glass, y que para ellos el mundo entero es un pozo lleno de bananas.

¿Qué es un pez banana? Un animal fantástico que Seymour inventa para delicia de la pequeña Sybil; su derrotero vital es, como Sandra subraya, a la vez divertido y siniestro. Según Seymour, un pez banana parece un pez común y corriente hasta que se topa con algo tan delirante como el pez en sí mismo: un “agujero de bananas”. Al descubrir este agujero, el pez banana se mete adentro y come bananas de manera desaforada, Seymour dice saber de un pez que se comió setenta y ocho. Entonces el tono de fábula se vuelve siniestro, cuando Seymour sugiere a la niña que los peces banana no pueden salir del agujero después de comer. Muy a su pesar Sybil presiona, quiere y no quiere saber qué les ocurre una vez presos en el agujero. Seymour le confiesa que mueren, y entonces Sybil cambia de tema. El destino de los peces banana la pone nerviosa.

Hay algo propio de la esencia humana en la voracidad de estos animales, que no pueden parar de atiborrarse hasta que producen su propia muerte. Pero además (coincido con Sandra) hay algo en ellos muy propio de la política norteamericana de las últimas décadas. Como estos animales, los moradores ocasionales de la Casa Blanca viven buscando agujeros de banana en los que meterse. Como estos animales, se meten de cabeza en ellos sin pensar y ya no logran salir. Vietnam es un agujero de banana. Irak es un agujero de banana. Cualquiera que lea los diarios comprenderá que los actuales peces banana siguen en la busca desesperada de otro agujero, que tal vez se llame Irán. Lo que preocupa más, en todo caso, es el hecho de que los habitantes de la Casa Blanca no podrían hacer lo que hacen si no contasen con la aprobación, explícita o tácita, de millones de peces banana que poseen el mismo pasaporte. La utilización que Bush y Rice hicieron de este nuevo aniversario del 9/11, para reavivar los sentimientos de inseguridad del pueblo norteamericano y venderles, de paso, la importancia de las cárceles secretas en la defensa del american way, me deja sin adjetivos que estén a la altura de mi asco.

La de ayer fue una ocasión ideal, pues, para releer A Perfect Day for Bananafish. Cuando lo hice con los ojos que Sandra me prestó, comprendí que el temblor del que hablaba era la reacción adecuada, y que el final del cuento no me daba la razón a mí, sino a ella. Los peces banana de este mundo terminan muriendo, pero no antes de acabar con todas las bananas que tienen a su alcance. (Algo que a todas luces va en contra del orden natural, los peces no se alimentan con bananas, no deberían devorárselas.) Y además no es cierto que Seymour se daña sólo a sí mismo, aunque no lo quiera Seymour daña a otros al mismo tiempo. Cuando uno acompaña a Seymour sin cuestionar su locura le ocurre lo que a su esposa, Muriel Glass: despierta de su sueño por el estallido de un disparo, para descubrirse manchada de sangre.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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