Jean-François Fogel
Lo que ocurre en las librerías francesas se escribe con un adjetivo transformado en sustantivo: «Les bienveillantes» (Los benevolentes). Les bienveillantes es el título de una novela escrita en francés por un americano, Jonathan Littell. Todo es fuera de lo común en este libro: su tamaño, 912 páginas; su autor, un hijo de Robert Littel, cuyas novelas de espionaje se venden en el mundo entero; y finalmente su tema: las memorias de un empresario de telas y encajes de hilo que vive en el norte de Francia y explica cómo sesenta años antes fue oficial del ejército alemán, encargado de tareas de «eliminación».
Estoy como los otros lectores que invirtieron 25 euros en este enorme monolito de la famosa «Colección blanca» de Gallimard. Tarde o temprano lo voy a leer, pero no he empezado todavía. No es fácil invertir tanto tiempo para entender a un verdugo. El narrador se llama Max Aue. Fue miembro del Einsatzgruppen, un grupo de soldados de la Waffen-SS encargado de limpiar la tierra de judíos, comunistas y otros gitanos cuya existencia molestaba a los nazis. Su historia es la historia de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista de los últimos derrotados: perdieron en el enfrentamiento militar y no consiguieron eliminar varias etnias.
La casa editorial Gallimard sabe que entre sus productos de otoño tiene un candidato posible para el premio Goncourt. El libro de Littell ya se ha colocado en la primera posición de la lista de los libros de ficción más vendidos en Francia y fue el más comentado en la primera reunión del jurado del premio. Hay un sentimiento eterno en este entusiasmo que corresponde a la reacción de los críticos en la prensa: otra vez, volvemos a hablar de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, de lo que hicieron los franceses. Ya sé lo que alimenta la carga de escándalo que viene con el libro: ignora el remordimiento. Son las memorias de un hombre que tenía la muerte como oficio. Y la muerte es un oficio como cualquier otro.
Jonathan Littell vive en Barcelona. Creció en Francia y en EE. UU. Entonces es una persona que está tanto dentro como fuera de Francia, ubicación insuperable en el momento de recordar el pasado malo de un país que le negó la nacionalidad francesa. Como autor, no duda en ofrecer (en el sitio web de su editor) una doble referencia de maestros: los que se dedicaron al lenguaje, todos franceses, (Blanchot, Bataille, Beckett) y los que entregaron epopeyas (Tolstoi, Grossman, Melville). Me gusta la presencia de Melville. La novela de la «Colección blanca» es como una ballena blanca entre los libros que acabo de comprar.