Vicente Verdú
Luis Aragonés se otorgaba al mediodía de ayer otras cuarenta y ocho horas para decidir si dimitía o no como seleccionador. ¿Qué estaría pensando? ¿Estaría pensando? Cuando en Alemania le recibieron en el aeropuerto con un ramo de flores lo rechazó diciendo: “A mí, en el culo, no me entra ni un pelo de gamba”. Tiene el culo de un macho hispánico, homófobo y español a machamartillo, español, español y español. De ahí se entiende que la selección española de fútbol (la “absoluta”) vaya de mal en peor.
La esencia histórica española se funda en el pesimismo y la degradación, el funesto destino de España que aparece tras el fin de los Reyes Católicos y la consumación del siglo XVI. Desde entonces todo ha sido una suculenta cadena de desgracias, una gradual sucesión de España invertebrada que si ha mantenido algo de su corpus ha sido gracias a fuertes esqueletos individuales tan correosos como el de Luis Aragonés. No en vano su apellido y sus patillas trabucaire evocan el Aragón de Agustina de Aragón y la Guerra de la Independencia gracias a cuya gesta la maltrecha España reencontró su identidad contra Napoleón. En la oposición a lo afrancesado o afeminado, a lo volteriano frente al unívoco pensamiento de la inquisición. Luis hizo alarde de su condición fundamental espetándole a Reyes que era mucho mejor que “ese negro de mierda”, Tierry Henry, con quien jugaba en el Arsenal. Los negros son una mierda, los franceses son maricones, los españoles son etnia elegida por Dios y su testosterona no admite rival en esta tierra. ¿Que nos eliminan en octavos de final? Así es el auténtico destino de nuestra España. España, España y España.
Curiosamente se viene dando el caso de otras selecciones nacionales (de baloncesto, de fútbol sala, de waterpolo o de balonmano) que han logrado ser campeonas del mundo y los periódicos hablan elogiosamente de ellas. Pero ¿son españolas? En primer lugar no son naturales. Todas ellas juegan bajo techado, sobre pisos artificiales y con permanente luz artificial. Y ocioso será añadir que los cuatro ejemplos hacen referencia a especialidades deportivas con un incuestionable bisel femenino.
Los futbolistas son, por antonomasia, hombres, mientras en las piscinas o en las pistas cubiertas, nunca desentonan del todo las mujeres. El fútbol se desarrolla sobre un campo (de batalla) mientras los otros se practican en recintos, palacios de deportes, canchas barnizadas.
Los factores que determinan el enfrentamiento al aire libre, sometidos a la inclemencia de los fenómenos naturales (los vientos, las nevadas, los aguaceros) más las escabrosidades del terreno, son borrados del acontecimiento en los escenarios donde se desarrollaron las competiciones en las que las otras selecciones ganaron un campeonato. ¿Eran propiamente competiciones entre hombres? ¿Luchas fieras? La fiereza, el orgullo y la proeza, desde Sagunto o Numancia hasta Bailén o la Guerra de África, tuvo su prolongación en la final futbolística de Amberes, Brasil de 1950 y el gol de Marcelino en la Eurocopa. ¿Sucesivos fracasos antes y después? El fracaso de lo español coincide con nuestra abnegada manera de ser. Y de servir a Dios y a la Patria.
Una superficial observación hace saber que solo en la selección nacional de fútbol (Absoluta) quedan jugadores que se persignan al saltar al campo y besan entre los compases del himno una medalla de la Virgen. En los deportes de interior se ha perdido casi por entero la fe y, como es patente, en las alineaciones se hallan infiltrados de vascos y catalanes. No significa esto que vascos y catalanes sean ateos o no católicos pero no puede aspirarse a ser creyente o católico de verdad sin ser, a la vez, españoles. Dios, Patria y Rey. Reyes abdicó de su estancia en Inglaterra debido a su irrenunciable y firme naturaleza española. Cesc, en cambio, se encuentra dentro del conjunto como un virus a erradicar, como un hongo.
De incorporar gentes no españolas al equipo es preferible optar por tipos como Pernía que reproduce fielmente el modelo sarmentoso del cacereño, campesino y conquistador. De ningún modo debe reforzarse la selección española (“la absoluta”) con productos espurios. La selección no está llamada para triunfar a toda costa sino, ante todo, para reproducir en cuanto directo representante de España lo más auténtico de lo español, por doloroso que sea.