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UN SIMPLE CLIC

El presidente de Venezuela, coronel Hugo Chávez, vestido en uniforme de combate, anunció al cabo de un desfile militar de fin de año la clausura de Radio Caracas Televisión (RCTV), una emisora a la que sentencia a muerte bajo la acusación de golpista.  Un verdadero golpe de estado en contra de la libertad de expresión.

No me cabe duda que RCTV merece el calificativo de golpista, pues la emisora estuvo del lado de quienes quisieron derrocar a Chávez en 2002. Pero igual lo merece el propio Chávez, quien surgió a la palestra pública gracias, precisamente, al golpe de estado que intentó en contra del presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, diez años atrás. Un golpe de estado fue, pues, la puerta del poder que hoy tiene para cerrar un medio de comunicación, revocando el permiso de uso de la frecuencia que según la ley es propiedad del estado. De modo que el que peca y reza, al menos debería empatar.

Deben ser abominables las diatribas de RCTV en contra de Chávez, a quien los dueños del canal sentenciado no lo quieren en el poder, igual que de abominables son las propias diatribas de Chávez en contra de sus adversarios, de cualquier color ideológico que sean. Seguramente yo me cambiaría de canal a la hora que RCTV da las noticias, como me cambio de canal cada vez que Chávez me aparece en la pantalla con su boina roja. Qué bien iría el mundo si suprimir algo que no nos  gusta dependiera nada más de nuestras voluntad de espectadores, haciendo uso de un simple clic. Espectadores, que desgraciadamente rima con dictadores.

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12 de enero de 2007
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DESDE EL MAL

A mis hijos les he inculcado, a falta de otras ocurrencias más afinadas, el dicho de “no hay mal que por bien no venga”.

Literalmente: el mal no viene. No viene a por nosotros expresamente.

En la adversidad, la actitud doliente llevaría inexorablemente a una multiplicación del sentido de fracaso y a una ácida combustión de la autoestima. Y de la esperanza en el porvenir personal, que viene a ser equivalente.

El mal, tomado como posible bien, todavía irrevelado, se hace en cambio, objeto de observación interesante. ¿Cómo sacar un insólito provecho de la desdicha? ¿Cómo lograr ventaja en la marea de la frustración?

En primer lugar, acotando el golpe. La creencia que una contrariedad se ceba especialmente en nosotros, sañudamente en nuestro sujeto, desalienta para vivir o desdice el liento.

Son más los efectos del movimiento del mundo y la existencia quienes nos hieren anónimamente que una mente ensañada que conoce nuestro nombre. El tormento sobreviene como la tormenta. Desde un lugar ajeno y sin ninguna determinación concreta. Tiene demasiado quehacer el Mal como para enviscarse individualmente, sobrevuelan demasiadas contradicciones sobre el devenir el mundo como para creer que se engolosinan con nuestra vicisitud particular. Las cosas, malas y buenas, pasan o no por encima de nuestra identidad y al margen de nuestros ínfimos sentidos. Sufrir es el resultado de un accidente genérico y no de una culpa privada, la consecuencia de una penitencia sin intención de enmendarnos ni atraída por ningún pecado.

Seremos nosotros alertados con la sentencia de “no hay mal que por bien no venga”, quienes del fenómeno sin intencionalidad creemos una deliberada oportunidad y quienes actuemos para transformar la energía del mal sin cabeza en la ocasión de un proyecto inteligente.

Los éxitos mejor constituidos se nutren de fracasos sin pies ni cabeza y no pocos cambios a mejor son gracias de lo peor. El factor clave se encuentra en el “no hay mal que por bien no venga”. ¿Que cómo llegará el bien? ¿Que qué bien sobrevendrá?

El pensamiento que indaga sobre lo adverso obtiene siempre por impulso biológico esencial, una suerte de célula madre que genera el cabo no sólo una reconstitución a secas sino una reedificación más sana y bañada en júbilo.

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12 de enero de 2007
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¡Que viva el folletín! (Primera parte)

Con los ojos rojos a causa del maratón, terminé esta madrugada de ver de un tirón los seis capítulos iniciales de la tercera temporada de Lost. Si algo me reafirmó el grito de mis hijas al final, ese ¡no puede terminar así! que comunicaba la angustia de ver a los protagonistas pendientes de un hilo a la vez que las comprometía a regresar al televisor cuando la temporada se reinicie (lo hará en febrero en USA), fue el profundo efecto que el género folletinesco sigue teniendo sobre nosotros. Admitámoslo: somos adictos a los relatos seriados, gozamos y sufrimos a la vez sometiéndonos al esquema del continuará… Lo que lamento, desde mi condición de escritor, es que le hayamos cedido el truco a la televisión, y en menor medida al cine. Los escritores de hoy en día no hacen esas cosas. Conversando ayer con Marcela Basch, escritora por mérito propio, se me ocurría que –al menos en la Argentina- los narradores que pretenden ser tomados en serio están convencidos de que esa seriedad les será concedida en la medida en que se alejen lo más posible de los géneros. Creen que alejarse de las modalidades populares del relato los convierte en artistas por definición. Yo creo que por lo general los convierte en narradores aburridos y en cómplices del asesinato de la industria editorial argentina, pero en fin, de los escritores nacionales que te aburren hasta producirte electroencefalograma plano hablaré otro día. (Continuará...)

Hace muy poco, el periodista de Clarín Andrés Hax me preguntaba por el fenómeno de los blogs. Entre otras cosas, le dije que me parecía que todavía estábamos empezando a entrever las posibilidades del formato. Al menos a mí me llevó varios años dejar de usar el ordenador tan sólo como una máquina de escribir electrónica, para al fin animarme a explorar su vasta gama de posibilidades. Yo, al menos, le veo una enorme posibilidad a los blogs en el terreno de los relatos seriados, entre otros motivos porque permitirían la interacción con los lectores. ¿Qué otra cosa es la enorme comunidad que comenta por internet las vicisitudes de Lost, sino “lectores” que arriesgan interpretaciones y proponen caminos a los creadores? ¿Cuánto hubiese dado Dickens por un sistema semejante, que le permitiese corregir errores, aclarar malentendidos y medir la temperatura de su público?

Cuando Stephen King publicó The Green Mile en seis pequeños volúmenes (creo que salían a razón de uno por mes, si mal no recuerdo), yo fui uno de los millones que reservó su ejemplar religiosamente y pasó a buscarlo en la fecha indicada –¡ni un día después! Yo fui también uno entre los millones que miraban Lost semana a semana en la TV por cable –ahora han empezado a emitir la versión doblada por la TV abierta-, y de hecho, tal como confesé al principio, me he pasado al fin al bando de los que ya no pueden esperar la emisión por TV y se bajan los capítulos de internet. (Estos también son millones.) Por otro lado, me consta que visito regularmente este blog y otros tantos en lo que sin dudas constituye un hábito. ¿No acudirían ustedes con la misma regularidad si además de artículos, citas y misceláneas encontrasen una ficción hecha y derecha? ¿Lograré convencer al responsable de este blog, el señor Basilio Baltasar, de hacer el experimento? Y más aún: ¿podré persuadir a mi editorial de publicarlo en formato de libro al estilo Stephen King en The Green Mile? (Continuará…)

Me encantaría colaborar para que la literatura, que fue su cuna, repatriase el recurso del folletín. Todos aquellos que somos adictos al relato seriado que hoy sólo explota la TV (y las pelis en partes como Matrix y Kill Bill), sabemos que siempre hay lugar en nuestra alma para un suspenso más.

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12 de enero de 2007
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El más alto testigo

La sospecha de que el capitalismo puede haber sido un accidente cultural ha estimulado a un grupo de historiadores a investigar el origen y desarrollo de las innovaciones financieras que en nuestro mundo regulan el hábito de la transacción. La curiosidad los ha llevado a buscar en las tablillas babilonias de 4000 años de antigüedad, en los registros de la dinastía Tang y en los documentos de la Roma imperial, los principios que fundaron la administración matemática de la necesidad.

Según los trabajos publicados ahora en España por Grupo Analistas y Ahorro Corporación (Los orígenes de las finanzas. Las innovaciones que crearon los modernos mercados de capitales, de Oxford University Press) los tres fundamentos de las finanzas son: la transferencia de valor a través del tiempo, la capacidad para contratar sobre resultados y la negociabilidad de los derechos. Es decir, la tradicional inclinación del hombre a necesitar préstamos, el instinto que lo lleva a reconocer una apuesta prometedora y la general predisposición al parloteo del cambalache. Si a todo ello añadimos el tenaz empeño puesto en controlar los riesgos de las operaciones en las que se embarca tanto el que presta como el que se endeuda, no nos será difícil rastrear la costumbre de consultar oráculos y la ancestral preocupación por los caprichos de Fortuna.

En las tablillas cuneiformes de la cultura sumeria, los más antiguos documentos estudiados, se encuentran fidelísimos testimonios sobre la actividad financiera de la antigüedad, el surgimiento del crédito y el cobro de los intereses devengados que han llegado a ser la verdadera constitución de nuestro sistema.

Marc Van De Mieroop, profesor de Historia Antigua del Oriente Próximo en Columbia University, cita en su estudio un contrato del año 1820 a.C.  Según consta en la tablilla de arcilla cocida, el señor Sin-tajjar ha reunido a cinco hombres como testigos del préstamo que hace al señor Nabi-ilishu. Lo curioso es que para formalizar el acuerdo entre los dos hombres, se hace constar que Nabi-Ilishu recibe los 9 gramos de plata del señor Sin-tajjar y del dios Shamas.

No sabemos muy bien qué significado deberíamos dar a este testimonio. Probablemente el señor Sin-tajjar fuera un hombre piadoso que atribuía su fortuna al dios de sus padres. A lo mejor citaba a dios en el contrato mercantil para amedrentar al deudor. También podría ser un sacerdote del templo que servía de almacén central para el intercambio organizado de productos agrícolas y servicios manufacturados. Quizá el dios Shamas fuera el único propietario de los excedentes que se prestaban (con su correspondiente interés) a los que por culpa de las irregulares cosechas necesitaban fondos para superar los ciclos estériles.

Algunas de las frases que han llegado hasta nosotros como expresión del más profundo sentimiento espiritual podrían tener su origen en estas rudimentarias fórmulas jurídicas: pongo a dios por testigo, no citarás el nombre de dios en vano, etc.

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12 de enero de 2007
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Diálogo sin interlocutores

La bomba que estalló el 30 de diciembre en el aeropuerto madrileño de Barajas hizo explotar algo más que el estacionamiento: acabó también con la unidad ante el terrorismo, quizá incluso con la unidad de la propia ETA, es decir, con los interlocutores que podrían realizan un diálogo en el futuro, o que podrían haberlo hecho en el pasado.

Empecemos por ETA. Su comunicado es un prodigio de incomunicación y solipsismo. Los etarras aseguran que su objetivo no era causar víctimas. Según ellos, eso fue un lamentable accidente que coincidió con los doscientos kilos de explosivos que colocaron. Además, aunque atribuyen al gobierno la culpa de los dos muertos, consideran que el alto al fuego “continúa vigente” y se ofrecen a “fortalecerlo e impulsarlo”. O sea, que lo de Barajas fue una cosquillita nomás.

Es verdad: sus afirmaciones son sencillamente ininteligibles. Pero tampoco los políticos españoles han estado especialmente brillantes. Revisemos sus reacciones:

El conservador Partido Popular llevaba nueve meses criticando que el gobierno ofrecía demasiado a los terroristas. La bomba echó por tierra esa hipótesis. El presidente socialista Zapatero aseguró el 29 de diciembre que la situación del proceso era “mejor que hace un año” y que mejoraría aún más, palabras que desde el día siguiente sonaron como una mala broma. Y la propia agrupación Batasuna admitió que no se esperaba ese atentado. Quizá a ETA no se le entiende de todos modos pero, sólo por si acaso, ¿alguien estaba hablando con ellos?

Y es que antes de dialogar con ETA, quizá sea necesario que los políticos españoles se pongan de acuerdo entre sí. Y tal vez eso sea aún más complicado, porque sus demandas son opuestas por el vértice: los partidos nacionalistas vascos han pedido al gobierno que retome el diálogo. Pero la derecha española le exige que lo rompa clara e inapelablemente.

Tironeado entre ambos extremos, el Partido Socialista ha reaccionado con ambigüedad. El ministro del Interior ha declarado liquidado el proceso de paz, pero no ha querido pronunciarse sobre lo que pueda ocurrir en el futuro. La dirigencia ha aceptado participar en una marcha en Madrid con el lema “contra el terrorismo” y a la vez en otra en el País Vasco “por la paz y el diálogo”, consignas que se han vuelto contradictorias. El presidente Zapatero se ha reunido con el  líder del Partido Popular, quien declaró tras el encuentro que no le había quedado claro nada.

Todo parece indicar que el PSOE no da por perdido definitivamente el proceso de paz. Tal vez deje que las cosas se enfríen un poco y trate de que ETA haga un gesto espectacular y muy tangible, como deponer las armas o pedir perdón a sus víctimas. Seguramente esperará que pasen las elecciones municipales que se celebran en cinco meses. Proceso como el irlandés han sobrevivido a atentados más brutales.

Y sin embargo, esos procesos contaban con una unidad política que no existe en España. Cualquier asomo de concesión por parte del gobierno será interpretado por el Partido Popular como una rendición ante los terroristas. Y eso es un arma de desgaste muy efectiva. En cambio, si el gobierno apostase al otro extremo y cerrase filas con el PP, pondría en riesgo las alianzas con los nacionalistas que le dan mayoría en el congreso.

A lo largo de 40 años, ni la dictadura ni la democracia han vencido a ETA con medios exclusivamente policiales. Pero una solución dialogada sólo será posible si cuenta con el respaldo de todas las fuerzas políticas españolas y vascas, por encima de sus intereses coyunturales. Antes de cualquier posibilidad de diálogo presente o futura con el terrorismo, la clase política española tiene pendiente un diálogo que no parece dispuesta a entablar.

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12 de enero de 2007
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LA FICCIÓN MÁS VENDIDA EN FRANCIA

Cada año, el suplemento literario del diario Le Figaro se dedica a determinar quiénes son los autores franceses de libros de ficción con las ventas más altas en Francia; el resultado de 2006 no trae una sorpresa mayor: otra victoria para Marc Levy, el maestro de los relatos de amor y de fantasmas, pero con 1,7 millones de ejemplares vendidos ha perdido casi medio millón en ventas.

Van bajando también la autora de novela policíaca Fred Vargas (0,96 millón) y Bernard Werber (0,83) con sus historias locas cercanas a la ciencia ficción. Anne Gavalda (0,82), con sus novelas de amor, y Amélie Nothomb (0,79), que siguen detrás y pierden terreno: el año pasado, ambas autoras superaban el millón. Por fin, vienen cinco autores; Guillaume Musso (0,75), Eric-Emmanuel Schmitt (0,59), Jonathan Littell (0,5), Christian Jacques (0,4) y Maxime Chattham (0,4), un joven autor de novelas policíacas.

Littell, claro, es un caso aparte. Todos los otros novelistas tienen ya varios libros en las librerías (más de 100 para Christian Jacques, el novelista del antiguo Egipto que fracasa este año con una biografía de Mozart). Littell consigue entrar en la lista con una sola novela, Les bienveillantes, que se ha vendido meramente cuatro meses.

Facturar 25 euros por ejemplar, es el gran negocio de la edición francesa en 2006. En muchas librerías se oye el mismo cuento: las ventas bajan para todos los autores, pues la gente compra el enorme libro (902 páginas) de Littell y, peor, ¡lo lee! Nadie tiene tiempo para otra cosa.

Como siempre, los novelistas que más gustan al público no son recomendados por la critica. Meramente Nothomb, como novelista que se dedica a varios temas (Japón, hambre, vida en la oficina, etc.), y Schmitt. Como dramaturgos tienen un estatuto fuerte en la secciones de cultura de los periódicos. Todos los otros autores reciben un tratamiento de maestros del ocio y no del arte. Otra vez, Littell es un caso aparte: varios periodistas ponen en duda la capacidad de un americano para escribir un libro enorme en francés sin la ayuda de unos editores. Otros denuncian la fascinación del autor por la violencia nazi. De manera absurda, el caso Littell sigue abierto, menos para los lectores.

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11 de enero de 2007
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NABOKOV

Cuando leo a Nabokov me dan ganas de vivir exiliado, en buenos hoteles, con alguna mujer encantadora, tener una edad razonable, una edad en la que al menos se conserve  el vigor suficiente como para desear y ser deseado. También me gustaría jugar al ajedrez al terminar la tarde, ser capaz de levantarme temprano para intentar cazar alguna rara mariposa, recorrer los pueblos europeos en un viejo y cómodo coche o bien hacer una ruta de moteles confortables cruzando aquellos Estados Unidos de los años 50, casi en los 60. Terminar la noche, razonablemente leído y bebido, como para soñar con alguna nínfula de las muchas que se cruzaron en las carreteras de mis deseos. No siempre estoy leyendo a Nabokov. Muchas veces pierdo mi tiempo y mis lecturas. Es verdad que hay otros. Que los hay mejores, más emocionantes, menos inteligentes y de mayores desgarros pero siempre estará la seguridad de que ahí, en mi biblioteca, al lado estará algún libro de Nabokov.

Ahora, después de tantos años, estoy con la otra parte de la biografía elaborada por Brian Boyd, Los años americanos, tan minuciosa, entretenida y sagaz como aquella primera de sus años rusos. Las biografías de Boyd no impiden el placer de volver de vez en cuando a la muy querida autobiografía de Nabokov, Habla memoria.

La memoria habla de manera singular. Hablando, leyendo la biografía de Nabokov recibí la noticia del Premio Nadal a Benítez Reyes. Recordé su pasión “nabokiana”, una vez la llamó “un complicado capricho de la Naturaleza”. Algo de eso tiene sin duda la diáfana complejidad de Nabokov. Busqué el libro de Benítez Reyes en que habla de Nabokov, de la minuciosa primera parte de esta biografía que ahora estoy leyendo. Y allí el escritor de Rota hace una merecida alabanza a la minuciosa entrega del biógrafo estilo Boyd, capaz de recordar los mínimos detalles de la vida cotidiana, capaz de captar los reflejos, los espejismos de la realidad de una vida. Le gustaba a Benítez Reyes que en la biografía se nos informara de la familia o de la marca de las bicicletas que tuvo Nabokov. Parecerán banalidades, pero son parte de lo anecdótico que se convierte en lo importante de nuestra pequeña y minuciosa existencia. De esas pequeñeces también estamos fabricados.

Me gusta leer cómo se relatan con minuciosidad hasta las historias que ya conocemos, que ya nos habían contado. Por ejemplo el famoso té que bebió en el programa de Pívot, que era naturalmente un whisky. Un programa con un público cómplice que supo reír la única vez que Nabokov se salió de su propio guión para hacer un comentario sobre lo fuerte de aquel té.

Una extraordinaria biografía en la que acompañamos a un Nabokov al que, después de muchos libros y muchos años, la fortuna literaria -también la otra- le sonríe a pesar de las prohibiciones y mojigaterías. ¿O quizá por esas mismas prohibiciones? Sin duda, tantas veces, una publicidad sin costes.

Si gustan de Nabokov, no se pierdan esta biografía. Si no les gusta Nabokov, también les puede gustar. Ya verán cómo leyendo su biografía les entran  ganas de volver a Nabokov, es como volver a región pero distinto.

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11 de enero de 2007
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AHORA LO SABEN

Diego Armando Estacio fue velado en casa de su abuelo en Machala para luego recibir sepultura en el humilde cementerio rodeado de gente humilde también, que nunca oyó hablar de ETA. Ya han oído. Su madre lo bautizó con ese nombre en homenaje a su ídolo Diego Armando Maradona,  fanático también él del fútbol, y fanático de la voz de la cantante punk Avril Lavigne. Recuerda su amigo Ricardo Vinlasaca que la víspera de morir sepultado bajo los escombros del estacionamiento en Barajas, bailó en una discoteca hasta el amanecer. 

El otro, Carlos Alonso Palate,  recibió sepultura en su pueblo natal de San Luis de Picaihua, en Ambato. Era el mayor de cuatro hermanos, a los que mantenía con su trabajo de emigrante en Valencia, y también mantenía a su madre María Basilia, y a un sobrino que sufre de epilepsia.

Por las calles se alzaba en nubes el polvo al pasar su entierro rumbo a la iglesia parroquial, y la gente acudió a pie por los caminos, desde Tangaiche, Atarazana y Shuyurcu para despedirlo. “¿Quién me va a pedir la bendición, si ya nunca más me llamarás?”, clamaba María Basilia. Llovieron flores blancas de papel sobre el cortejo. “Queremos que el mundo entienda que somos gente pacífica, que tenemos que dejar nuestra tierra y a nuestras familias por la pobreza en que vivimos”, dijo una muchacha.  Lo enterraron con la bandera de su club de fútbol cubriendo el ataúd, mientras el sol seguía cayendo a plomo sobre San Luis de Picaihua, donde nunca habían oído hablar de terrorismo. Ahora sí.

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11 de enero de 2007
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LA EXCRECENCIA TERRORISTA

Del terrorismo se desprende un rastro de amargura y muerte. También un rencor corrosivo y una explosión interna, expresión mortal de la impotencia.

Luego, el país, los medios de comunicación, todos nosotros los periodistas y todos ellos los dirigentes (que no líderes) políticos, comenzamos a segregar una interminable verborrea sobre el suceso. No sólo reiterando el dolor de la matanza sino convirtiendo el acto criminal y los comunicados de los asesinos en profundo objeto de teorización y estudio.

Los asesinos, jóvenes psicópatas, piensan en los espacios de la subnormalidad, arrasan todo humanismo con su fanatismo, despojan la inteligencia de toda moral y emplean una balanza primitiva donde se  falsifica el peso del mal y el bien, de la razón o de la demencia.

Los atentados son muestras de horros a cargo de profundos enfermos mentales y esta clínica se transforma mediante las entretenidas tertulias radiofónicas a todas horas o los artículos sin tasa, en deleznable sustancia política.

De esta  metamorfosis constante a lo largo de estos días va apareciendo  un monstruoso fenómeno periodístico que atesta la realidad nacional. Un fenómeno en continua fermentación del que se derivan nuevas excrecencias: montañas de palabras impresas, sucesiones iguales de adjetivos, conceptos, ataques, peroratas, discusiones sin término.

El terrorismo crece a través de este desvarío que rodea al primero y al segundo y al otro que sigue sin cesar. Gracias a que el atentado no se acota como un hecho de malvados asesinos -descerebrados o no– se aplaza el mayor perfeccionamiento de los métodos para apresarlos y neutralizarlos. En ese intervalo de relativa desidia, el terrorismo crece siempre puesto que su única razón de vivir es seguir eliminando vidas a cielo abierto o en la nuca, en las grandes masacres o en la nuca.

Declaraciones, debates, reuniones unilaterales y multilaterales, pactos de contabilidad imposible, la vida nacional se suspende en la pringosa pila de estas acciones desorientadas que recuerdan el caos de los hormigueros tras recibir un impacto y tras el cual sus habitantes crean un torbellino de direcciones confusas que logran un desbaratamiento social completo.  Para evitar esta consecuencia radical y de degradatoria los terroristas deberían recibir la respuesta exacta: a la delincuencia se opone la policía y a los ataques contra el Estado toda fuerza pública, incluida la militar. Contra la siembra del terror en democracia todos los recursos del sistema democrático. ¿O todavía se duda de que el Ejército forma parte del mismo sistema?

En estos momentos, un guirigay de palabras y corrillos, de formulaciones intelectuales, proposiciones, reuniones y manifestaciones divididas, enmascaran, embadurnan y desfiguran la  naturaleza del problema. A estas alturas, unas decenas de jóvenes matan y se prometen seguir matando con la reproducción de su delirio sin destino propio. ¿El otro destino? La reclusión total. Su neutralización en suma en cuanto virulentos enemigos  de la convivencia política o social.

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11 de enero de 2007
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Suena funk en el cielo

La Navidad vino con un blues debajo del brazo. La muerte de James Brown me tomó desprevenido, yo creí que sería eterno, tan inhundible como su música. Supongo que él también lo creía. Acudir al dentista cuando más allá del dolor en la boca padecía una neumonía delata su convicción de ser invulnerable, alguien que no puede sufrir nada más grave que una caries. Hasta su despedida suena a hit potencial, tiene el título de esas baladas desgarradoras que colaba entre tanto funk, como It’s a Man’s Man’s Man’s World; según su amigo Charles Bobbit, que lo acompañaba en el hospital, Brown dijo I’m Going Away Tonight, o sea me voy esta noche; después respiró profundamente tres veces, esas bocanadas que formaban parte tan indivisible de su canto, y cerró los ojos para no volver a abrirlos.

Tuve la suerte de verlo en vivo dos veces hace pocos años, una de ellas fue en el Hard Rock Café de Buenos Aires, sonando a tan sólo un par de metros de mi azorado cuerpo. No podía creer que el viejo pudiese bailar y cantar con semejante energía. Pero al descubrirme envuelto por el sonido de la banda, con el corazón acelerado para sincronizar con el beat, y alentado por los gritos guturales de esa garganta prodigiosa, entendí que era al revés, que la energía no era de Brown sino de la música que existía más allá de su cuerpo y que Brown, el Aprendiz de Brujo, la había creado precisamente para cargar baterías cada vez que la interpretase; cuando estaba dentro de esa música su cuerpo no envejecía, por eso nunca dejó de cantar, mientras cantase sería eterno, a nadie debería extrañarle que haya comenzado a morirse el 23 de diciembre cuando abrió la boca para algo que no era cantar, desparramado sobre el sillón del dentista.

Jonathan Lethem, el autor de Motherless Brooklyn y The Fortress of Solitude, escribió hace meses en la Rolling Stone que en 1958 James Brown comenzó a visitar el futuro, y por ende a oír su música. De allí en más, al regresar a su tiempo físico Brown “parecía tratar de impartir una epifanía a la cual sólo él tenía acceso, una epifanía que tenía que ver con el ritmo y con sus posibilidades cinéticas inherentes pero que hasta ese momento nadie había descubierto en el R&B y la música soul que lo rodeaba”. Supongo que también podría decirse que Brown no viajó sólo hacia el futuro, sino también hacia el más remoto pasado, al momento en que un hombre oyó por primera vez el batir de un tambor y comprendió que el golpe resonaba en su cuerpo, que su cuerpo también podía ser un tambor. De algún modo Brown se deshizo de los oropeles de la música popular y se quedó con su esencia rítmica, en su banda no era la base ni la percusión la que producía ritmo sino todos los instrumentos en conjunto, Cold Sweat fue en 1967 el primer hit en estar compuesto sobre un único cambio de acordes, la piedra basal del funk. Podría decirse que decodificó el jazz, el rhythm & blues y el rock and roll del mismo modo que Godard decodificó el cine narrativo, con la ventaja de no producir arte experimental sino música primal: Brown es Godard que se puede bailar.

Todavía hoy, cuando escucho a James Brown me parece que todo lo demás suena antiguo. El consuelo que nos queda a aquellos que ya no recibiremos nueva música suya es el de saber que cuando lleguemos al cielo, el lugar va a ser mucho más funky de lo que era hasta ahora. Mientras tanto Dios aprenderá a bailar, lo cual es una buena noticia para todos los que estamos aquí abajo; un Dios que baila es un dios que no se aísla.

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11 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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