Vicente Verdú
A mis hijos les he inculcado, a falta de otras ocurrencias más afinadas, el dicho de “no hay mal que por bien no venga”.
Literalmente: el mal no viene. No viene a por nosotros expresamente.
En la adversidad, la actitud doliente llevaría inexorablemente a una multiplicación del sentido de fracaso y a una ácida combustión de la autoestima. Y de la esperanza en el porvenir personal, que viene a ser equivalente.
El mal, tomado como posible bien, todavía irrevelado, se hace en cambio, objeto de observación interesante. ¿Cómo sacar un insólito provecho de la desdicha? ¿Cómo lograr ventaja en la marea de la frustración?
En primer lugar, acotando el golpe. La creencia que una contrariedad se ceba especialmente en nosotros, sañudamente en nuestro sujeto, desalienta para vivir o desdice el liento.
Son más los efectos del movimiento del mundo y la existencia quienes nos hieren anónimamente que una mente ensañada que conoce nuestro nombre. El tormento sobreviene como la tormenta. Desde un lugar ajeno y sin ninguna determinación concreta. Tiene demasiado quehacer el Mal como para enviscarse individualmente, sobrevuelan demasiadas contradicciones sobre el devenir el mundo como para creer que se engolosinan con nuestra vicisitud particular. Las cosas, malas y buenas, pasan o no por encima de nuestra identidad y al margen de nuestros ínfimos sentidos. Sufrir es el resultado de un accidente genérico y no de una culpa privada, la consecuencia de una penitencia sin intención de enmendarnos ni atraída por ningún pecado.
Seremos nosotros alertados con la sentencia de “no hay mal que por bien no venga”, quienes del fenómeno sin intencionalidad creemos una deliberada oportunidad y quienes actuemos para transformar la energía del mal sin cabeza en la ocasión de un proyecto inteligente.
Los éxitos mejor constituidos se nutren de fracasos sin pies ni cabeza y no pocos cambios a mejor son gracias de lo peor. El factor clave se encuentra en el “no hay mal que por bien no venga”. ¿Que cómo llegará el bien? ¿Que qué bien sobrevendrá?
El pensamiento que indaga sobre lo adverso obtiene siempre por impulso biológico esencial, una suerte de célula madre que genera el cabo no sólo una reconstitución a secas sino una reedificación más sana y bañada en júbilo.