Marcelo Figueras
Con los ojos rojos a causa del maratón, terminé esta madrugada de ver de un tirón los seis capítulos iniciales de la tercera temporada de Lost. Si algo me reafirmó el grito de mis hijas al final, ese ¡no puede terminar así! que comunicaba la angustia de ver a los protagonistas pendientes de un hilo a la vez que las comprometía a regresar al televisor cuando la temporada se reinicie (lo hará en febrero en USA), fue el profundo efecto que el género folletinesco sigue teniendo sobre nosotros. Admitámoslo: somos adictos a los relatos seriados, gozamos y sufrimos a la vez sometiéndonos al esquema del continuará… Lo que lamento, desde mi condición de escritor, es que le hayamos cedido el truco a la televisión, y en menor medida al cine. Los escritores de hoy en día no hacen esas cosas. Conversando ayer con Marcela Basch, escritora por mérito propio, se me ocurría que –al menos en la Argentina- los narradores que pretenden ser tomados en serio están convencidos de que esa seriedad les será concedida en la medida en que se alejen lo más posible de los géneros. Creen que alejarse de las modalidades populares del relato los convierte en artistas por definición. Yo creo que por lo general los convierte en narradores aburridos y en cómplices del asesinato de la industria editorial argentina, pero en fin, de los escritores nacionales que te aburren hasta producirte electroencefalograma plano hablaré otro día. (Continuará…)
Hace muy poco, el periodista de Clarín Andrés Hax me preguntaba por el fenómeno de los blogs. Entre otras cosas, le dije que me parecía que todavía estábamos empezando a entrever las posibilidades del formato. Al menos a mí me llevó varios años dejar de usar el ordenador tan sólo como una máquina de escribir electrónica, para al fin animarme a explorar su vasta gama de posibilidades. Yo, al menos, le veo una enorme posibilidad a los blogs en el terreno de los relatos seriados, entre otros motivos porque permitirían la interacción con los lectores. ¿Qué otra cosa es la enorme comunidad que comenta por internet las vicisitudes de Lost, sino “lectores” que arriesgan interpretaciones y proponen caminos a los creadores? ¿Cuánto hubiese dado Dickens por un sistema semejante, que le permitiese corregir errores, aclarar malentendidos y medir la temperatura de su público?
Cuando Stephen King publicó The Green Mile en seis pequeños volúmenes (creo que salían a razón de uno por mes, si mal no recuerdo), yo fui uno de los millones que reservó su ejemplar religiosamente y pasó a buscarlo en la fecha indicada –¡ni un día después! Yo fui también uno entre los millones que miraban Lost semana a semana en la TV por cable –ahora han empezado a emitir la versión doblada por la TV abierta-, y de hecho, tal como confesé al principio, me he pasado al fin al bando de los que ya no pueden esperar la emisión por TV y se bajan los capítulos de internet. (Estos también son millones.) Por otro lado, me consta que visito regularmente este blog y otros tantos en lo que sin dudas constituye un hábito. ¿No acudirían ustedes con la misma regularidad si además de artículos, citas y misceláneas encontrasen una ficción hecha y derecha? ¿Lograré convencer al responsable de este blog, el señor Basilio Baltasar, de hacer el experimento? Y más aún: ¿podré persuadir a mi editorial de publicarlo en formato de libro al estilo Stephen King en The Green Mile? (Continuará…)
Me encantaría colaborar para que la literatura, que fue su cuna, repatriase el recurso del folletín. Todos aquellos que somos adictos al relato seriado que hoy sólo explota la TV (y las pelis en partes como Matrix y Kill Bill), sabemos que siempre hay lugar en nuestra alma para un suspenso más.