Jean-François Fogel
Cada año, el suplemento literario del diario Le Figaro se dedica a determinar quiénes son los autores franceses de libros de ficción con las ventas más altas en Francia; el resultado de 2006 no trae una sorpresa mayor: otra victoria para Marc Levy, el maestro de los relatos de amor y de fantasmas, pero con 1,7 millones de ejemplares vendidos ha perdido casi medio millón en ventas.
Van bajando también la autora de novela policíaca Fred Vargas (0,96 millón) y Bernard Werber (0,83) con sus historias locas cercanas a la ciencia ficción. Anne Gavalda (0,82), con sus novelas de amor, y Amélie Nothomb (0,79), que siguen detrás y pierden terreno: el año pasado, ambas autoras superaban el millón. Por fin, vienen cinco autores; Guillaume Musso (0,75), Eric-Emmanuel Schmitt (0,59), Jonathan Littell (0,5), Christian Jacques (0,4) y Maxime Chattham (0,4), un joven autor de novelas policíacas.
Littell, claro, es un caso aparte. Todos los otros novelistas tienen ya varios libros en las librerías (más de 100 para Christian Jacques, el novelista del antiguo Egipto que fracasa este año con una biografía de Mozart). Littell consigue entrar en la lista con una sola novela, Les bienveillantes, que se ha vendido meramente cuatro meses.
Facturar 25 euros por ejemplar, es el gran negocio de la edición francesa en 2006. En muchas librerías se oye el mismo cuento: las ventas bajan para todos los autores, pues la gente compra el enorme libro (902 páginas) de Littell y, peor, ¡lo lee! Nadie tiene tiempo para otra cosa.
Como siempre, los novelistas que más gustan al público no son recomendados por la critica. Meramente Nothomb, como novelista que se dedica a varios temas (Japón, hambre, vida en la oficina, etc.), y Schmitt. Como dramaturgos tienen un estatuto fuerte en la secciones de cultura de los periódicos. Todos los otros autores reciben un tratamiento de maestros del ocio y no del arte. Otra vez, Littell es un caso aparte: varios periodistas ponen en duda la capacidad de un americano para escribir un libro enorme en francés sin la ayuda de unos editores. Otros denuncian la fascinación del autor por la violencia nazi. De manera absurda, el caso Littell sigue abierto, menos para los lectores.