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La explicación

La consecuencia radical de la democracia a más de dos siglos de su instauración política consiste en que todo derecho individual, incluido el conocimiento, debe disfrutarse por igual. La demanda de transparencia -política, social, sexual, financiera- es su correlato.

La exasperada demanda de transparencia en todos los ámbitos se corresponde con la ansiedad de saber de todo tanto como el que más, puesto que si aquél potentado, aquella autoridad, aquel consejo, conoce más de algo, sean las cuentas, los procesos, las tendencias, será una "información privilegiada" y, lo que es lo mismo, antidemocrática. Perseguible por la ley.

Instruidos como ciudadanos democráticos, nacidos entre los pañales de esa ideología, encarnados en la carne de la democratización, cualquier cosa que no posea esta blanca naturaleza será rechazado visceralmente, expulsado como un tóxico o escupido como un mal esencial.

La paradoja, no obstante, se alza precisamente ahora cuando habiéndose extendido la democracia como nunca la cantidad de conocimiento sigue manteniéndose estancada y con la sensación de ir incrementando tanto su peso y su tamaño como su invisibilidad.

La proclama de la igualdad de oportunidades, la enseñanza universal, el acceso de la totalidad a los estudios, la presencia de páginas y páginas de libre disposición en internet con informaciones múltiples ha sido una ficción más de distribución del saber. Las empresas, como ahora alguna Caja de Ahorros, escenifican en la radio, con lenguaje sencillo, las razones que les han conducido a tomar dinero público para solventar la crisis o mejorar su situación. Ofrecen esta información teatralizada para representar literalmente la transparencia. El tiempo publicitario transcurre, acaba y el resto de la emisión prosigue su sonsonete. El radioescucha que ha atendido el anuncio se queda entonces en la misma oscuridad que en el instante anterior. O en otra aún más turbia porque si los banqueros se han afanado en la detallada construcción de ese anuncio, ¿qué indefinibles problemas no habrán de padecer?

Cada noticia más sobre la crisis añade más inseguridad que sosiego. ¿No decir, por tanto, nada? La conciencia democrática lo rehúsa terminantemente a pero, de otro lado, ¿cómo no reconocer en el anhelo informativo una tensión y cansancio crecientes que desembocan en la claudicación? ¿Cómo leer los informes, dentro y fuera de la red, los editoriales y análisis innumerables o cómo prestar oídos a tantas declaraciones, definiciones, conferencias, parlamentos de cumbres y pronunciamientos final? ¿Cómo ordenar, discernir, entender? ¿Cómo saber? El mundo siempre fue obstinadamente complejo pero nunca lo fue tanto como cuando la investigación se propuso obtener su explicación? La tensión por conocer entresijos, causas y consecuencias, proporciones y soluciones a la crisis, genera una insuperable fatiga que como efecto abate el interés? La democracia regalada tiende siempre a ser barata y abaratarse más y entre sus saldos se incluye la toxicidad de la información y el low cost de la comprensión? Cuando la democracia se vive como algo natural ¿no será lo natural el estilo de la Naturaleza que jamás se interroga por su enfermedad, su muerte o por su ser?

En resumidas cuentas, el lema radica en el no saber. La época que más énfasis pone en el mito de la transparencia coincide con el tiempo en que más incomoda el abuso de información. Como consecuencia, tratando de lograr su bienestar particular, nadie sabe realmente nada. No sólo la orgía del fracaso escolar aumenta cada día, no sólo el desapego por el saber forma parte gozosa del espíritu del tiempo, no sólo se desea parecerse a los hermosos animales ajenos a las crisis financieras. La información fundamental (privilegiada) no puede saborearse y el difundido saber democrático nos sabe mal. Pero, de otra parte, ¿soportaríamos la complejidad de lo real? Muy probablemente llegaría a anonadarnos, allanarnos, subordinarnos. Y, de este modo, el bucle fatal se cierra. De individuos nacidos iguales y bautizados por el sistema democrático, pasamos a súbditos endemoniados, roídos por el problema ininteligible. ¿Queremos de verdad saber? ¿Deseamos, de verdad, esta vindicación democrática, tan inquietante y ardua, a la insuperable paz de sentirnos víctimas? 

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24 de noviembre de 2008
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Cuando no había lengua que ayudara a hablar

-          Buenos días, quisiera almorzar

-          Tome usted asiento. ¿Quiere Usted el menú del día o prefiere la carta

-          El menú

-          ...

-          ¿Le tomo nota?

-          Sí. De primero la ensalada y de segundo el pescado

-          ¿Para beber?

-          Aparte del menú, un vino que bebí ayer. Un vaso

-           ¿Era blanco o tinto?

-          Tinto. Pero antes quisiera una cerveza de barril pequeña

-          Lo siento hoy no tenemos cerveza de barril, el grifo se ha bloqueado

-          ????

Las interrogaciones que preceden aluden a una peripecia que reconocerá perfectamente cualquier persona que se encuentre en un país extranjero intentando con penalidades abrirse camino en la lengua. Esta persona enlaza frases que responden a una circunstancia standard. En el presente caso ha logrado trabar una serie de respuestas que, si todo va bien, parecerán formar parte de un conjunto con sentido, es decir, cabalmente lingüístico. El problema es que en muy raras veces todo va bien, y ello por la razón sencilla de que la lengua parece encontrar siempre circunstancias que le dan la oportunidad de desviarse de lo previsto y aun de lo previsible...

El fragmento de conversación, junto a la parte que no fue posible y cuya desaparición supone colapso del aparente sentido, había sido archivado o memorizado como un bloque, bloque que se desmorona porque ese día sobrevino en lo real de las cosas un fallo técnico. El extranjero en esa lengua está en la situación de un robot que se encuentra con un input ("lo siento no tenemos cerveza de barril") para la recepción del cual no ha sido programado. Sin duda, al día siguiente el programador (en este caso su conciencia en la propia lengua, forjando la voluntad de aprender la ajena) se esmerará, introducirá la variable que ha surgido ("lo siento hoy no tenemos cerveza de barril..." y las respuestas alternativas ("en ese caso tráigame un vaso de agua"/ "déme pues cerveza en botella", etcétera), y el programa se irá eventualmente perfeccionando, hasta que nuestro hombre esté en condiciones homologables a las de un hablante nativo por lo que a capacidad de respuesta a las situaciones standard se refiere. ¿Significa ello que constituye ya un representante cabal de tal lengua? No es seguro.

Tentado estoy de afirmar que tampoco lo es su habitual interlocutor en la casa de comidas, al menos mientras la interpelación a la que éste se haya sometido tolera una respuesta con una frase ya archivada. La auténtica situación lingüística es aquella en la que ocurre lo siguiente:

- No hay efectivamente conjunto ya estructurado de palabras que de cuenta de lo que interpela (estatuto de la incompresible frase del camarero).

- No hay reflexión en otra lengua sobre la situación tremenda para el ser hablante que acaba de sobrevenir.

En suma, nuestro hombre ha llegado al límite de lo que para él es esa lengua en la que con dolor y emoción intenta expresarse y no tiene un saber previo de otra lengua en la que reflexione su situación. Nuestro hombre se encuentra en situación análoga a la de un niño que empieza a hablar. Intentaré mañana justificar la afirmación de que ésta es la situación cabalmente lingüística.

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24 de noviembre de 2008
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La Ensaladera

Se ganó la Ensaladera de la Copa Davis a pesar de que Nadal no estuviera en la final en Mar del Plata. Me gusta el tenis porque es tesón, aguante y mantener la fe en uno mismo con la mente puesta en un objetivo. Durante un partido largo se comprueba que nada es imposible y que ni en los peores momentos hay que dar por perdido nada de antemano. Las limitaciones llegan cuando uno no tiene ganas de hacer algo, de entregarse de verdad. Digo esto dando por sentado que tan legítimo es tener ganas de hacer algo como no tenerlas. Tan legítimo es esforzarse en hacer algo como conformarse con mirar las musarañas, que la verdad es más placentero que esforzarse.

También se aprende en el tenis que, tanto ganar como perder, el triunfo y el fracaso, se quedan atrás, en el pasado. Ahí teníamos ayer tarde a Álex Corretja, ganador de otra Copa Davis, comentando el partido entre Verdasco y Acasuso para TVE. El tiempo pasa.

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24 de noviembre de 2008
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“Cambalache” tenística

Para entender a los bonaerenses, me decía la noche anterior un americano más porteños que los porteños que hay que entender a fondo "Cambalache". La canción que dice el fondo de la desesperanza tanguera de siempre: "Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé..."

Lo normal es pasarlo fatal. Y es lo que le ocurrió esta tarde calurosa a Argentina cuando el pobre José Acasuso se desplomó frente a Fernando Verdasco en el cuarto partido de la final de la Copa Davis de Tenis. Una porquería, sí, esta derrota que acaba con la tercera final perdida por Argentina.

Más allá de los gritos y los insultos del público, que se pueden escuchar en muchos sitios de Internet (un público es siempre un ser sin elegancia), lo impresionante es ver cómo los argentinos pasan en un segundo de una ilusión eufórica a una tristeza sin remedios en el momento de la derrota. No es que pierdan la ilusión de ganar una copa, es más grave: comprueban que el mundo es "una porquería..." (la otra versión que se escucha a veces es la de la escalera del gallinero donde, a pesar de subir, uno siempre tiene a otra gallina que la caga por encima).

Tres días en Buenos Aires y una derrota bastan para percibir la resignación increíble y triste de los que piensan que la vida es siempre más de lo mismo. En el momento de las últimas coimas vergonzantes del senado se citaba todavía a "Cambalache" como un resumen de lo que es la vida: una porquería, aunque cualquier ser razonable podría entender que no se trataba ayer de otra cosa que de un partido de tenis.

(Leo Purgatorio de Tomas Eloy Martínez, excelente novela de un gran escritor argentino, y tropiezo sobre una frase de su heroína: "lo peor es que he dejado de sufrir"...)

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24 de noviembre de 2008
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Sin monjas, entre libres, libertinos y aforismos

Fui acompañante de Gonzalo Suárez con su libro de aforismos y desafueros. Esas armas escritas para espantar el aburrimiento. Aunque el aburrimiento sea "la única enfermedad que nos permite seguir viviendo después de muertos", según este escritor que hace cine, que dice cosas como "hay que tener valor para tener miedo". Valor y miedo como su paisano el pintor Jaime Herrero, que expone en Madrid sus recuerdos pintados. Niño que supervivió a la posguerra, entre un padre que había vuelto de Hollywood creyéndose Tom Mix y una madre que quería pueblo y tradición. Recogido y fugado de las monjas, se hizo pintor, se marchó a París, conoció la bohemia y a Juliette Grecó. Volvió a Oviedo, fue sincronizador de modernidades -Cueto lo sabe bien- y siguió con sus extravagancias anarco-carlistas. Le quedan los recuerdos pintados de tiempos libertinos y de otros monjiles.

Y me fui a Ginebra, no bajo la cúpula de Miquel Barceló, no a esa cueva que seguirá sorprendiendo cuando el mundo sea un poco menos antiguo. Cuando salgamos de las cuevas, nos olvidemos de Franco y dejemos a las monjas en sus conventos y a los artistas en sus espacios, entonces tendremos la posibilidad de volar tan libremente como Barceló. Un hombre que vuela. "El mundo no puede ser muy antiguo, pues los hombres aún no pueden volar". /upload/fotos/blogs_entradas/ginebra_rosa_regas_med.jpgNo es de Suárez, es del libertino Lichtenberg, el aforista que no está en el apéndice de extravagantes que cierra Ginebra, el primer libro de Rosa Regàs, ahora oportunamente reeditado, porque era de Gotinga. Bien merecía haber estado al lado de esa galería de artistas, beatos y descreídos que poblaron la puritana, ordenada, insólita y contradictoria ciudad de Ginebra.

Nos recuerda Regàs gentes e historias ginebrinas que vienen muy bien recordar en tiempos de crisis. Voltaire, amante del dinero y experto en contrabando, dijo: "Si un banquero de Ginebra salta por la ventana, sígale, porque seguro se trata de un buen negocio".

El dinero sabe mucho de dioses, habla de tú con los dioses católicos, protestantes, judíos, musulmanes o ateos. El dinero no es Dios, pero hace cosas que ni Dios puede hacer. Y el dinero y los bancos de Ginebra tienen mucho que ver con la religión. Regàs recuerda que fue Calvino quien dijo que los préstamos con interés no eran pecado, siempre que no fuera superior al 6%. Los católicos muy pronto dejaron de seguir a santo Tomás y, en cuestiones de dinero, se hicieron calvinistas. Adelantaron por la derecha y dejaron en ridículo al calvinismo tan puritano, tan moralista.

Una semana de marcha atrás, arrepentimientos monjiles, renuncias judiciales e interferencias en el arte. Contentos los que "viendo que no le podían poner una cabeza católica, al menos le cortaron la protestante".

Artículo publicado en: El País, 23 de noviembre de 2008.

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24 de noviembre de 2008
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La hermandad de la buena suerte

Fernando Savater

Planeta

En los centenares de entrevistas concedidas desde que le concedieron el Premio Planeta, Fernando Savater se ha hartado de advertir que La hermandad de la buena suerte es una novela de aventuras ambientada en el mundo de los caballos de competición. /upload/fotos/blogs_entradas/lahermandad1_med.jpgTratándose de un profesor de ética -y todo el mundo sabe que los profesores de ética sólo dicen la verdad- nadie debería buscar otra cosa en esta  novela que una serie de aventuras contra un fondo de carreras de caballos.

Y la promesa queda sobradamente cumplida. Lo que pasa es que el lector va a encontrar unos cuantos alicientes más  porque Fernando Savater,  primero como lector desmedido  y luego como escritor con una vocación digna de elogio,  ha llegado a conocer  como por instinto los muy agradecidos  recursos del  género  y sin renunciar al  entusiasmo desbordante que le  caracteriza,  los usa con habilidad y cierta cordura. Además, por debajo de la maraña de personajes pintorescos y situaciones disparatadas  se desarrollan unas vías de reflexión sobre el azar, la suerte, la vida y la muerte (e incluso la belleza, ya que sale la muerte) que por venir de quien vienen suenan a inevitables. Casi obligadas.  Y ahí está esa curiosa cofradía de la buena suerte cuyo regocijo se basa en que haya suerte, siéndoles indiferente que ésta sea buena o mala. O ese Narciso Bello (sí, en efecto, como el primo del Pato Donald) terror de los casinos debido a su habilidad para hacer saltar la banca basándose en un método tan estrafalario que hasta vergüenza da llamarlo método. A pesar de lo cual se forra, claro. O el inefable carterista conocido como "el Pinzas" , un filósofo de la escuela pesimista que entre cartera y cartera no puede evitar una inclinación por la consideración general, incluso filosófica, del empeño humano.  Quizás porque su negocio son los apostadores,  él se ve  obligado a asistir asiduamente a las carreras de caballos, pero no se considera a sí mismo un aficionado sino un trabajador del hipódromo. Que conste.

La trama es relativamente sencilla:  José Carvajal Ferreira, apodado  "el Dueño",  es un hombre de negocios y propietario de una cuadra en la que destaca Espíritu Gentil, un caballo fuera de serie que no hace honor a su nombre porque, cuando lo conoces, resulta ser un auténtico hijo de perra. El archirrival de "el Dueño" es Ahmed Basilikos, conocido como "el Sultán", un rico hombre de negocios y también propietario de una cuadra de caballos. Después de años de enfrentamientos  y jugarretas cada cual más sucia, esos dos machos alfa han decido solventar de una vez por todas su rivalidad  y aprovechan para ello la celebración de la Gran Copa, el acontecimiento más importante del año hípico. La ordalía será una suerte de todo o nada al amparo del caballo que logre llevarse el trofeo. Por lo tanto, según se vaya acercando el gran día,  las cosas no tardarán en ir cobrando velocidad y emoción.

Y para empezar ocurre que Pat Kinane, el único jockey del mundo capaz de meter en cintura a Espíritu Gentil y hacerle ganar tan importante carrera, hace  unas semanas  que ha desaparecido sin dejar rastro.  Sospechando que pueda ser otra jugarreta de su aborrecible enemigo, "el Dueño" encarga la búsqueda del desaparecido a una peculiar banda integrada por "el Príncipe", "el Doctor", "el Profesor" y "el Comandante", al son de cuyas pesquisas irá desarrollándose la narración.

El lector mínimamente avezado en los relatos de aventuras sabrá ver de inmediato que el desaparecido Pat Kinane hace las veces del célebre Macguffin inventado por Hitchcock y que en las películas de éste solía quedar encarnado en un  maletín negro por el que todos se peleaban a muerte pese a que lo único que se sabía de él era que su posesión resultaba de vital importancia.  Aquí, la búsqueda del misterioso jockey da ocasión a que "nuestra" banda (porque queda claro que "el Príncipe" y su gente son nuestra gente) vaya metiéndose en un lío detrás de otro sin terminar de rematar la jugada. Y qué líos. Cuántas pesquisas, traiciones de agentes dobles, islas mediterránea guardadas por feroces leones, ensaladas de tiros narradas por diferentes voces que se complementan o se contradicen, o que se lían con sus propias locuras, pues si a uno le gusta la música clásica y a otro le provoca un éxtasis asistir a una representación de El elixir de amor, no falta quién es aficionado al pensamiento de Franciscus Van den Borken, mientras que a otro, al Comandante, nuestro asesino, le encanta pensar que se parece al capitán Haddock, el de Tintin.  Y aun suponiendo que sí, que sólo sean bromas recuperadas de la infancia, por debajo de tan equívoca superficie se desarrollan parábolas tan hermosas como la del jockey cuya vida fue una sucesión de desgracias, la primera de las cuales, ocurrida a los cinco años de edad, fue perderse en el puerto y hacer que su familia - unos pobres emigrantes camino de América - perdiesen el barco con él. Salvo que el barco, faltaría más, era el Titanic. O sea que eso de la buena suerte viene con segundas. Y que de primeras parece que aquí todo vale, pero sólo según y cómo.

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24 de noviembre de 2008
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El primer asesinato popular

Pocos años antes, la Verdad del mundo se escondía bajo las enaguas de cien damas y jugaba al escondite entre puntillas y finísimo encaje o dormitaba en la entrepierna de las jovencitas que se habían labrado un hueco en el lecho del rey Luis y su corte. Pero ahora, quince años más tarde, la Verdad chapoteaba entre los ríos de sangre que fluían por las calles de París, como un colegial que se complace en salpicar a las gentes que pasan azoradas o eufóricas o aterrorizadas, mientras miles de ciudadanos degüellan aristócratas, roban a los burgueses o asesinan a los amantes de sus esposas. En apenas quince años la Verdad (o "lo real" pues de ambos modos se denomina esa condenación) pasó de danzar en los interiores vaporosos de la corte más poderosa del mundo a correr despavorida por calles alfombradas de cadáveres. La Verdad está pasando mucho frío en estos últimos años del siglo XVIII, y hambre y desesperación.

En 1793, con una población ahogada en sangre, los mejores varones de Francia están dispersos por las fronteras de Europa y en guerra con el universo. El gobierno ha de poner orden, pero ya no puede ordenar por la vía física. La nivelación ha sido tan brutal que las calles están llenas de gente que se palpa el cuello para constatar que aún lo conserva. El nuevo orden ha de producirse por y para el pueblo: por lo tanto ha de ser visible y espectacular. Comienza la apoteosis de la visión. En pocos años, gentes que jamás habían visto una lámina, que no sabían si Francia tenía forma de hexágono o triángulo, que nunca viera otro rostro bidimensional que el de la Virgen, el Cristo o algunos santos y santas, si acaso visitaba alguna iglesia en su vida, iba ahora a acceder a estampas, imágenes y figuras de la totalidad de los lugares, las personas y las cosas, hasta llegar al día de hoy en el que no hay un centímetro de la tierra que no haya sido convertido en imagen.

/upload/fotos/blogs_entradas/jacqueslouis_david_med.jpgDe modo que procedieron a poner orden mediante la aplicación terca y obsesiva de una forma. El encargado de dar forma a la Revolución (o sea, a la "realidad") sólo podía ser un artista y este artista, uno de los que con mayor ahínco había exigido la cabeza del rey, era Jacques-Louis David, uno de los más grandes pintores que ha dado el escaso talento francés en lo que a pintura se refiere antes del triunfo de la burguesía. Era David un revolucionario a quien no amedrentaba la sangre, pero era, además, algo que pronto iba a pudrir la vida social europea: un intelectual, el sustituto del clérigo.

La forma que David impuso a la revolución es un prodigio de imaginación, buena conciencia y delirio. No fue obra exclusiva suya, pero él la llevó a su extremo sublime y abstracto, a la eternidad. De pronto aquellos ciudadanos desaseados y malolientes se cubrieron con peplos o túnicas, calzaron sandalias, recogieron su cabello las mujeres con una trencilla de mirto y salieron a la calle portando guirnaldas, convertidos en una resurrección del mundo grecolatino. Los políticos se disfrazaron de Brutus, de Cincinato y de Catón. La revolución utilizó la sangre como fondo, a la manera de esos cortinajes de terciopelo escarlata que figuran en los interiores diseñados por David y sus artesanos. Procesiones a la romana pasearon por las calles de Paris y lo que había sido una orgía de sangre se convirtió en la pura forma del orden, del canon, del decoro.

Faltaba, no obstante, la imagen total, la anulación completa de lo que había tenido lugar entre cuerpos degollados o aplastados por la Verdad y que ahora debía formalizarse para que el tiempo se detuviera y la revolución, ya muerta, pasara a ser algo artístico. La ocasión le llegó a David gracias al asesinato de Marat. Comprendió de inmediato su sentido y lo convirtió en el icono de la revolución con lo que vació de contenido una fiesta que había anudado, desnudado y anonadado cuerpos humanos, para construir el impío primer espectáculo popular revolucionario.

/upload/fotos/blogs_entradas/la_muerte_de_marat_1793_med.jpgEl trece de julio, Charlotte Corday cruza con engaños el umbral de la casa de Marat, el más poderoso de los nuevos tiranos, y logra llegar hasta la bañera del Amigo del Pueblo. El tribuno pasaba gran parte del día sumergido en agua para apagar la comezón que le producía su enfermedad dérmica. Charlotte, monárquica iluminada, lleva un cuchillo oculto en la enorme mata de su cabellera, bajo un sombrero de Calvados. Tiene 25 años y ha pasado la tarde leyendo a Plutarco. El Amigo del Pueblo escribe sobre una tabla de madera que apoya en los bordes de la bañera y se cubre con una sábana vieja. Le dice a Charlotte que se acerque para denunciar a los traidores de su ciudad, Caen. Charlotte clava el cuchillo con tanta precisión que le secciona la carótida. Marat muere desangrado. Esa es la imagen que David transforma en una nueva representación del entierro de Cristo. La bañera hará de tumba, la sábana de sudario, la disposición del cuerpo recuerda genialmente el descenso del crucificado de Tiziano. El pueblo entero de París desfilará para ver la pintura y llorar al muerto. Días más tarde, el propio David organizará la procesión de un catafalco con el cadáver de Marat embalsamado, dispuesto como en su tela. La representación ha superado al cuerpo desangrado. Marat, como Che Guevara, será para siempre una imagen que cuelga de un muro.

Uno huele el agua sucia, el sudor, las heces, oye el gorgoteo de la sangre, los estertores de Marat, el jadeo de la excitada Charlotte. Quizás el aire que entra por un ventanuco. De todo eso, nada. Había comenzado el arte comprometido.

Artículo publicado en: El Periódico, 22 de noviembre de 2008.

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24 de noviembre de 2008
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Galería de espectros: el jugador

Rafael Argulol: Hoy en mi galería de espectros me ha parecido ver el espectro del jugador correteando o paseando por Baden-Baden.
Delfín Agudelo: ¿Te refieres acaso al jugador protagonista de la novela del mismo nombre de Dostoievski?
R.A.: Sí, me refiero a él, y por tanto me refiero al que creo es el análisis más sutil jamás realizado sobre la pasión o la obsesión del juego. Creo que como toda obsesión la del jugador -como puede ser la del enamorado, la del conocimiento por las cosas o incluso en una versión negra la propia pasión del crimen, en toda obsesión en la cual la pasión se lleva a sus últimas consecuencias- lo que se produce es la iluminación de un territorio que va oscureciendo todos los demás, que va fagotizando, vampirizando todos los demás, hasta que al final ese territorio se convierte en la patria única del hombre que sigue esa pasión. En el caso de la novela de Dostoievski, con su enorme maestría en el análisis del alma humana, nos lleva  a esa focalización de manera extrema, de manera que su protagonista es alguien que va perdiendo los contornos del resto del mundo para concentrarse exclusivamente en lo que es el ámbito del juego, del casino, de la ruleta. De manera que ese microcosmos acaba convirtiéndose en el cosmos mismo absorbiendo absolutamente todas las energías. Creo que Dostoievsky, como Balzac hace en muchas de sus novelas, recoge una pasión particular para descuartizara, para diseccionarla, y para de alguna manera mostrarnos esa dinámica que parece siempre: para aquél que está metido en la turbadora dinámica del obsesivo, en este caso en la dinámica del jugador. El jugador puede llegar a saber cuándo está fuera del casino, ya que él es un mundo de perdición. Pero cuando está verdaderamente colgado en el interior del remolino de su obsesión cree que es el paraíso.

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24 de noviembre de 2008
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Sin ideas y sin líderes

No es aconsejable regocijo alguno ante la situación, al borde de la escisión, en que se encuentra el socialismo francés. Francia necesita, como todo país democrático, una fuerte oposición que controle y equilibre el poder del Gobierno. Y más todavía cuando se trata de un régimen presidencialista en el que el titular de la jefatura del Estado es alguien tan personalista y ávido de protagonismo como Nicolas Sarkozy. No es bueno para Francia y tampoco es bueno para Europa, donde las cosas funcionan regularmente bien cuando hay dos grandes fuerzas o tendencias en competencia.

El PS ha sido hasta ahora uno de los grandes partidos de Gobierno europeos. La crisis de liderazgo en que se encuentra es muy expresiva de una crisis todavía mayor del conjunto de la izquierda europea, aunque en el caso francés está revestido de mayor gravedad y dramatismo. Afecta a las ideas y a las personas: hay un agotamiento ideológico y una gran dificultad para generar líderes creíbles y capaces de sacar a sus tropas del atolladero. La falta de pegada final de Ségolène Royal viene a corroborarlo. Por más que su imagen se identifique con la renovación y la movilización directa de los militantes, ha demostrado una gran incapacidad para hacerse respetar y convencer a los cuadros y a los viejos líderes de su partido.

Su reacción ante una votación tan ajustada y disputada no ha sido tampoco la más aconsejable para quien pretende convertirse en la dirigente de todos los socialistas y en la candidata presidencial en 2012. Es evidente que una votación en la que la diferencia es de unas decenas de votos requiere una revisión y validación escrupulosa del recuento. Pero una cosa es plantear recursos e incluso denuncias y otra muy distinta es romper la baraja, apuntarse al malperder, que suele terminar desautorizando a quien lo hace.

Al final, en casos como éste, las cuestiones ideológicas desaparecen y surge como única explicación la cruda y dura lucha por el poder, una lucha que puede conducir a veces a actitudes suicidas: se prefiere la derrota de todos antes que la victoria de uno sólo. Este adelgazamiento ideológico deja flancos abiertos a izquierda y derecha, que en las actuales circunstancias se pueden llenar con el intervencionismo y el ‘socialismo' de súbita adquisición de Sarkozy o con el anticapitalismo de Besancenot.

Uno de los problemas que tienen los grandes partidos socialistas europeos, con excepción del español, es la marea izquierdista que amenaza con llevarse parte de su electorado en un momento de recesión y le sitúa en difícil posición para mantener o alcanzar el poder. Pero en el caso francés se ve agravada por la alternativa centrista que es François Bayrou, que podría aspirar a convertirse en la oposición por defecto, y por la vocación totalizadora de Sarkozy, que aspira a serlo todo y hacerlo todo, socialismo incluido.

La crisis de la izquierda francesa tiene su equivalente en Italia y puede tenerlo dentro de pocos meses en Alemania, si queda fuera del Gobierno por el crecimiento de Die Linke  (la Izquierda). Las nuevas contiendas electorales, en plena depresión económica, pueden proporcionar encima sorpresas desagradables. No parecen ser estos los mejores tiempos para el reformismo socialdemócrata y liberal y más bien se intuye que calarán mensajes e ideas populistas y proteccionistas.

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24 de noviembre de 2008
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I. Tras las huellas del viejo Tocqueville

La primera vez que oí hablar de Barack Obama fue en una seductora crónica de Bernard Henry Lévy publicada en la revista Atlantic en mayo del 2005, Tras las huellas de Tocqueville. Al cumplirse dos siglos del nacimiento de Alexis de Tocqueville, Lévy había hecho el año anterior un viaje de reconocimiento a través de los Estados Unidos, /upload/fotos/blogs_entradas/alexis_de_tocqueville_med.jpgpor los mismos territorios que su compatriota del siglo diecinueve; y desviándose de su ruta prevista se fue a Boston para estar presente en la convención demócrata que eligió a John Kerry en julio del 2004 como candidato a enfrentarse a la reelección de George Bush.  Kerry no resultaría electo presidente, pero Obama ganaría el asiento de senador por Illinois. Toda una novedad. El único senador negro en el capitolio.

Un negro extraño, a quien su rival en la carrera por el senado, otro negro llamado Alan Keyes, acusaba de no ser suficientemente negro. Un negro que ni siquiera venía del sur profundo, tierra de los esclavos traídos en galeones de África, y tampoco tenía ancestros esclavos, hijo de un africano y de una blanca, alguien a quien en el revuelto Caribe multicolor llamaríamos un mulato. Obama,  el desconocido, ha cuadrado sus orígenes, y se ha despojado de toda identidad, dice Lévy.  

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24 de noviembre de 2008
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