Marcelo Figueras
El segundo personaje es Aurelia Tizón, o sea Potota, la primera esposa de Juan Domingo Perón. Condenada a los pies de página de la Historia, por su temprana muerte de cáncer y su ligazón con un Perón pre-Eva y por ende aun verde, Potota sólo es registrada como esposa y como ama de casa. La Potota de mi libro respeta esas condiciones laborales, pero hace algo más: imagina. Todo el tiempo. Su cuerpo puede estar ahí, sudando en la tarea diaria o bajo la mole de Perón, pero su cabeza está en otra parte. Potota no puede dejar de fabular. Para ella el universo entero es un juego de puntos que unir con la línea de su imaginación. La gente mira, pero Potota ‘ve’. Y es esa visión la que la vuelve esencial al desenlace de la historia, donde salvará al protagonista en una escena que parece calcada de los folletines que tanto le gustaban cuando niña.
Este tercer personaje, Roberto Calabert, fuga de su casa a los doce años, en enero de 1938. Dispuesto a vivir su próximos días como una historia de iniciación digna de los libros, se sube a un tren cuyo destino desconoce. Y al caer en manos de un rufián -el mencionado Tardewski- descubre que lo único que lo mantendrá vivo no será su capacidad de convertirse en esclavo (es decir, de trabajar para Tardewski del modo convencional: sudando, embruteciéndose), sino su capacidad de imaginar. A la manera de Scherezade, Calabert inventa historias para sobrevivir. La imaginación de Calabert transfigura la realidad. Al apegarse al lado más distintivo de su naturaleza -los animales no imaginan, no proyectan-, Calabert se eleva por encima de su circunstancia, con tanta fuerza que hasta altera la Historia: en El muchacho peronista, Perón muere asesinado en un burdel mucho antes de convertirse en el Perón de la Marcha y las Veinte Verdades.
En el fondo se trata de una cuestión de fe. (Otra característica distintiva: los animales son esclavos de la determinación genética, ellos no pueden crear nada etéreo y por ende no creen en ningún relato.) ¿Cuál es, en esencia, la tragedia de Hamlet? Su falta de fe en los poderes del arte para transformar la realidad. El príncipe crea una escena teatral para enfrentar a Claudio con la culpa, pero cuando está a punto de lograrlo interrumpe la representación -la que ocurre dentro de la obra Hamlet, y también Hamlet. A partir de entonces, el príncipe opta por la espada -o sea por la violencia-, creyéndola más efectiva que la imaginación a la hora de parir la Historia. Y al igual que le ocurre al Dios de la maldición sudorosa, se convierte en víctima de la dialéctica que propugna. Hamlet muere mucho antes de recibir la herida envenenada de Laertes. Hamlet murió en el momento en que dejó de imaginar, cuando renunció a aquello que le otorgaba placer en beneficio de aquello que, aunque lo violentaba, supuso más necesario.
¿Cuál es, por añadidura, la tragedia de Roberto Arlt? Haber creido que su salvación no estaba en la literatura -que lo entusiasmaba, que lo hacía gozar- sino en las medias de goma que quería inventar para volverse rico.
(Continuará.)