Xavier Velasco
A Santiago también le emociona la FIL. No hay más que verle el tono del semblante para saber que no la desea menos de lo que alguna vez deseó Disneylandia. Hará diez días que ya en alas de ese espíritu, concretamente en taxi, llegó a mi casa, listo para una sobredosis de audio y video. Tras un par de tequilas en mi opinión reglamentarios para la exótica experiencia que se avecinaba, ya hablábamos de la semana que venía. Esta vez, lamentó, no estaría en el Hilton, que es como ir a Disneylandia y no quedarse en el hotel Disneyland, donde como es lógico habitan Donald Duck y Mickey Mouse, pero igual calculamos que durante el día y buena parte de la noche sería difícil sacarlo del área hechizada que abarcan el hotel y la FIL.
De una vez, y de paso para no abandonar el mood reinante, le acerqué a Roncagliolo sus anteojos 3-D de cartón con el logo de Disney. Me habían regalado la película con la compra del aparato, no me interesó verla ni en blu-ray hasta que abrí la caja y descubrí los cuatro anteojos de cartón. Eso ya era otra cosa. Especialmente cuando apareció la imagen animada de Disneylandia. En ese punto vi a Santiago de perfil, sonriéndole a la tele. Se parecía a un poco a Tribilín; señal de que ya estaba comenzando el Best of Both Worlds Concert. Hannah Montana con Miley Cyrus. Lo cual, ya con los lentes, equivale a meterse con ella en un holograma y ver venir las manos de sus fancitos. Miles de ellos, gritando todo el tiempo. Síndrome de abundancia, que le llaman.
Nos habremos fumado unas cinco canciones, más otra de los Jonas Brothers que nos tiró de risa, aunque ahora no sé si era tan gracioso. Puede que fuera el puro efecto Disney. Especialmente ameno fue el capítulo dedicado a calcular la cantidad de fantasillones que ganará el Uncle Scrooge al que se le ocurrió ese negociazo. Camisetas, botones, relojes, zapatos, pelucas, tazas, cuadernos, peines, plumones, barbies, bye-bye Kitty. Pasado el shock, ya sin los lentes 3-D que de pronto provocan jaquecas state of the art, regresamos al tema de la FIL con dosis alternadas de Zeca Baleiro, Ivete Sangalo, Margareth Menezes, Ney Matogrosso y los Flaming Lips. El shock, no obstante, persistía. Ni cómo imaginar la cantidad de niñas de ocho, nueve, diez años que habríamos conocido cuando teníamos otros tantos, de haber contado entonces con algo similar a esa pesadillita en alta tecnología, que por añadidura ostenta la virtud de expulsar a los grandes de sus díscolos dominios.
Según mis cálculos, el playboy Roncagliolo ahora mismo debe de estar aterrizando en Barcelona, justo a tiempo para partir hacia Roma. Además, pone cara de Winnie-Puh en ácido cada vez que alguien le pregunta por su bebé. Por mi parte, me repongo de tantas carcajadas en el más pulcro estado de reclusión, con una Coca-Cola del refri-bar, dos dosis de Maalox, varias de Chico Buarque y al fondo el ventanal con una larga rebanada de Guadalajara, dieciséis pisos abajo. Que equivale a flotar en el punto más alto del Matternhorn. Veo el reloj, consulto la agenda y compruebo con cierto alivio resignado que me quedan algunos boletos para la Feria. Lo siento por el bueno de Santiago. Siempre que ha de dejar tierra jalisciense, tiene la cara de un galán de once años al que recién expulsan del camerino de Miley Cyrus. Y ahora mismo yo debo de tener la de Goofy. En una de éstas, hasta compro unos libros.