Edmundo Paz Soldán
Hacia 1986, le mandé el manuscrito de mi primer libro de cuentos a Don Werner Guttentag, el legendario editor de los Amigos del Libro, la editorial boliviana más importante del siglo XX. El manuscrito se llamaba Cristales en la noche, y yo, en el atrevimiento de los diecinueve años, pensaba que sería aceptado y publicado de inmediato.
Don Werner lo rechazó. Era mi primer rechazo editorial. Yo conocía a Don Werner, lo había visto varias veces en su librería en la calle Heroínas en Cochabamba. Lo visité, quería escuchar sus razones. Encontré a un señor afable, incluso charlatán, que me hizo pasar a sus oficinas en el segundo piso y me mostró una serie de libros raros (primeras ediciones de novelas de Vargas Llosa, novelas alemanas). Me dijo que no me desanimara.
Para el adolescente que era yo, fue muy importante escuchar esas palabras. El rechazo se convirtió en un gran estímulo para continuar escribiendo. Revisé el manuscrito y comprobé que don Werner tenía razón. Eliminé la mitad de los cuentos, y con la otra mitad inicié otro libro, ahora con el título Las máscaras de la nada. Cuatro años después, don Werner lo publicaría.
Don Werner falleció ayer a los 88 años. El alemán que llegó a Bolivia en 1939, escapando del terror nazi, contribuyó como pocos a la difusión de la literatura nacional. Deja un vacío inmenso en el país que terminó haciendo suyo. Lo recuerdo como un incansable fanático de los libros, alguien que, pese a las dolencias de los últimos años, tenía la fortaleza para seguir asistiendo a presentaciones y a ferias del libro. Lo recuerdo como el mejor primer editor con el que puede soñar un aprendiz en la impaciente disciplina de la carrera literaria.