Ficha técnica
Título: Río Fugitivo | Autor: Edmundo Paz Soldán | Prólogo: Juan Gabriel Vásquez | Editorial: Libros del asteroide | Género: Novela | Precio: 20,95 € | ISBN: 978-84-935914-7-2 | Páginas : 376 | Fecha de publicación: 12 de mayo de 2008
Río Fugitivo
Edmundo Paz Soldán
En la ciudad boliviana de Cochabamba una clase de muchachos inicia su último curso en el Don Bosco, un colegio privado y católico al que asisten sobre todo hijos de familias acomodadas.
Las borracheras, los primeros escarceos con las drogas y el sexo, las fanfarronadas, y las continuas faltas de disciplina son algunos de los ritos de paso con que los alumnos intentan, sin saberlo, afirmar su individualidad y liquidar su adolescencia. Al fondo, ligeramente atenuada por los muros del colegio, aparece la realidad boliviana de los ochenta: huelgas, inestabilidad política, racismo, desigualdades sociales, etcétera. De todo ello va dando cuenta Roby, el narrador de la novela: aprendiz de escritor y cronista oficial del curso, autor de novelitas policíacas y fanzines subversivos que circulan de mano en mano. Cuando la muerte de una persona cercana le sorprende, las certidumbres en las que hasta entonces se apoyaba -familia, colegio, amigos- se tornan irreales; en su intento por resolver el enigma de la muerte, Roby buscará su camino hacia la madurez.
Novela finalista del premio Rómulo Gallegos, hasta ahora inédita en España, y crónica sentimental de toda una generación, Río Fugitivo es el libro que confirmó a Edmundo Paz Soldán como uno de los valores más sólidos de la reciente literatura latinoamericana.
1
En aquellos días ya lejanos -pero todavía recuperables para mi memoria-, yo pensaba en el crimen perfecto. Un crimen que sucediera en las primeras páginas de una novela, preferiblemente en un cuarto cerrado, de manera que detective y lector tuvieran que aguzar el ingenio para descubrir al criminal que, por otra parte, debía ser alguien del que nadie sospechara, pero que, una vez descubierto, obligaría a decir al lector «cómo no lo pensé antes». Un crimen que fuera capaz de sostener toda la trama de una historia, poblado de pistas y detalles a su alrededor, todo debía reverberar, cualquier detalle debía estar cargado de múltiples significados: por qué se detuvo el reloj de péndulo del comedor a las once y cincuenta y tres de la noche, qué hacía esa corbata roja tirada en el piso al lado del muerto, por qué no ladró Hércules esa aciaga noche de tormenta, tan incapaz Hércules de hacer otra cosa que ladrar en las noches de tormenta. Un crimen perfecto sólo hasta el último capítulo, porque al final se descubre, descubrimos todos, que ningún crimen es perfecto. Si lo fuera no habría novela, el invento no se entiende sin el accidente, las pistas están ahí para que al final cobren sentido en una estructura general, la pregunta del porqué debe ser respondida, las muertes sin solución están exiliadas en el torpe y transitorio mundo en el que habitamos todos.
Pensaba en el crimen perfecto ese lunes, a las ocho y media de la mañana, en el que los alumnos de los ciclos Intermedio y Medio del Don Bosco nos encontrábamos formados en el patio del colegio, entonando el himno nacional. «Es ya libre, ya libre este suelo», era el primer día de clases «y ya cesó su servil condición». La bandera tricolor era izada lentamente por Cardona, el mejor alumno de mi curso, de ese curso al que me asomaba con expectativa el primer día del último año. Bandera e himno al mismo tiempo, toda la parafernalia simbólica de la nación mientras el Conejo Zambrana mascaba chicle y Lanza seguro que pensaba en Michelle y alguien decía «el que baña a su hermana paralítica tiene el secreto de la inmortalidad» y Chino le daba un codazo al Borracho Gómez y le contaba que esa tarde se iba a tirar a su empleada y Aldunate revisaba su maleta en busca de su tablero de ajedrez y Murciélago no paraba de mencionar su flamante chamarra Members Only y Camaleón decía que el domingo había visto Risky Business con Tom Cruise y le había parecido alucinante y Torres comentaba que se acababa de comprar el casete de Cindy Lauper, Girls Just Wanna Have Fun, y el Salvaje se acomodaba la cristalería y yo pensaba en el crimen perfecto. Nublado cielo de marzo, día de aire inmóvil, «y en sus aras, de nuevo juremos, morir antes que esclavos vivir, morir antes que esclavos vivir, morir antes que esclavos vivir».