Javier Rioyo
Murió hace dos días. Los que conocen la música del País Vasco saben que es tan grande, tan importante, tan renovador, tan patriarca y esencial como para la música anglosajona lo es Bob Dylan. Mikel Laboa, que cantó con Dylan hace pocos años, se ha muerto cuando estaba artísticamente mejor que la mayoría de los de su oficio. De su oficio de cantante, de compositor, de músico, porque Laboa también era psiquiatra, un gran psiquiatra infantil. Un gran tipo. Un artista que no se merecen los miserables que han matado a un hombre, a un empresario tranquilo, de Azpeitia. Una parte de la sociedad, del pueblo de Laboa, está enferma. Quiero pensar que son pocos, pero desde luego están locos. No quiero compartir con ellos ni una música, ni una letra de Laboa. Me pongo su música, leo sus letras, creo que entiendo mucho mejor el sentimiento profundo de un pueblo que es otra cosa que muerte y fanatismo. No podrán con el cantante que sabe cantar el pasado doliente de esa tierra, y que también ha sabido cantar lo mejor del mundo euskaldun de hoy, no podrán hacernos creer que tengan algo que ver con ese hombre poético, culto, sentimental, lleno de humor y de experimento, lleno de verdad que se llama Mikel Laboa.
Los que quieren saber que en el País Vasco hay gentes que son capaces de hacer, de cantar y de decir lo que Laboa supo hacer en una vida tan rica, tan suya y de los que le seguimos.
No podía con aquellos verdugos de su pueblo que querían disfrazarse de víctimas. Los asesinos, los injustos, los canallas no tienen quién les cante. Al menos no tienen a su lado artistas como Laboa. Era un humanista que no estaba dispuesto a que siguiera aquello que denunciaba Brecht: "con paso firme se pasea hoy la injusticia". No podemos seguir paseando al lado de la injusticia y mirar para otro lado.
Escucharé a Laboa y pensaré que el mundo puede ser distinto. Mejor.