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El espejo griego

La erupción de violencia que se está extendiendo por Grecia, hasta poner al gobierno conservador de Karamanlis contra las cuerdas, merece una atención especial. Algo muy de fondo falla en un país miembro de la Unión Europea para que se produzcan revueltas de una virulencia y una gravedad desconocidas en todo el continente desde hace muchas décadas. Francia ha experimentado revueltas en sus suburbios y protestas estudiantiles y obreras muy amplias. En el Reino Unido ha habido disturbios de componente étnica. Nadie queda a salvo de manifestaciones violentas de una noche o de un día, en la Europa nórdica o en la mediterránea, en Alemania o en España. Pero la gravedad griega viene de la amplitud y la profundidad de la protesta, que va mucho más allá de quienes las empezaron y del inaceptable incidente policial que está en su origen.

La muerte de Alexandros Grigoroupulos, un adolescente de 15 años, a manos de la policía es la espoleta nada casual que ha hecho prender el incendio. Situaciones de este tipo se dan con excesiva frecuencia en nuestras satisfechas y prósperas democracias europeas y no siempre reciben el tratamiento que corresponde por parte de la justicia, menos aún del parlamento y a veces ni siquiera de los medios de comunicación. Estos mismos días un juez británico ha decidido cortar el paso a cualquier posibilidad de que se juzgue por homicidio o asesinato a los responsables de la muerte del joven brasileño De Menezes, ejecutado a boca jarro por la policía en el Metro de Londres, sólo por culpa de su color oscuro que le asimiló a ojos policiales con el estereotipo del árabe o paquistaní terrorista.

La lista de casos es infinita. Esta Europa tan contenta de sí misma y tan crítica con los métodos antiterroristas que se han practicado en la otra orilla del Atlántico resulta que está en las mismas o parecidas cosas y que, además, ha cooperado sigilosamente en actividades turbias de este tipo, dando el visto bueno por activa o por pasiva a los vuelos a Guantánamo, y tolerando cárceles secretas en su territorio (Polonia, Rumania y Macedonia). El Estado policial no sobreviene de la noche a la mañana como resultado de unas elecciones, sino que va imponiéndose por falta de vigilancia judicial, parlamentaria y cívica y por fallos elementales en la formación y en la organización de los servicios de policía.

El caso griego sirve para mirarnos la cara en el espejo en muchas cosas. En primer lugar respecto a la situación de los jóvenes, a la calidad y eficacia de nuestras universidades, a los puestos de trabajo y a las viviendas a que tienen acceso, al incremento de la pobreza y de la marginalidad, y al tipo de sociedad que les ofrecemos a los jóvenes en general. Sobre todo en la época de vacas flacas en la que estamos entrando. Pero también respecto a las policías a las que hemos decidido confiar el orden público. Debemos estar atentos a Grecia, porque las recesiones son el momento dorado para el asalto de los populismos, las demagogias y las tentaciones autoritarias.

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10 de diciembre de 2008
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Incomunicación

Rafael Argullol: Eso nos lleva a este especie de figura rara, bifronte, un poco esquizofrenia que somos todos nosotros, que por un lado nos movemos temiendo el naufragio pero quizá ocultamente a veces deseamos el naufragio para camuflarnos respecto a nosotros mismos o respecto a esas telarañas que nos protegen pero también nos atrapan.
Delfín Agudelo: Siento que de los momentos en los que puedo estar más tranquilo y tomo la palabra en su más amplia acepción, es por ejemplo cuando se me daña el móvil o cuando no lo tengo porque no he comprado. Esto implica no tenerlo; no es que lo haya dejado en casa- ya que dejarlo en casa implica la preocupación de quién me está llamando ahora, a quién no le puedo contestar, y qué va a pensar a raíz de que no haya contestado. Sabes que lo tendrás pero en un par de días. Y el segundo es cuando en casa no hay conexión a Internet. Puede que tenga ordenador, pero sin internet lo vamos a utilizar un treinta por ciento. Digo que son los momentos más tranquilos porque me veo en la obligación de estar incomunicado, y es sentir la liberación absoluta del peso de tanto la necesidad como la obligación de comunicación, porque ya el hecho de no contestar un móvil trae la carga para quien está llamando, y ese alivio de a quien están llamado.
R.A: Creo que la imagen que antes utilizaba de la telaraña es apropiada al respecto porque todos estos artilugios tecnológicos nos permiten gozar de una red a través de la cual nos parece protegernos del miedo, nos parece protegernos sobre todo de la soledad, pero al mismo tiempo es una red que nos controla y nos ataca. Todos los aparatos que tenemos, todos, son aparatos que al mismo tiempo que se ponen al servicio de la comunicación y el principio de la mitigación de las soledades humanas también se ponen al servicio del control y del dominio. Podríamos repasarlos todos, desde el viejo teléfono al móvil actual. Cada uno de ellos nos introduce en la sensación de evitar la soledad, pero un grado más en la posibilidad de controlar. En estos momentos, por ejemplo, en el mundo laboral hay una clara percepción de esto, en la medida en que se intenta controlar lo que hacen los trabajadores con los ordenadores, cómo ocupan su tiempo, qué relaciones tienen, qué conexiones tienen, etc. En ese sentido el ojo del Gran Hermano se ha vuelto increíblemente poderoso y sutil. Probablemente si Orwell en su momento hubiera sido capaz de conocer la tecnología de comunicación que tenemos -estamos hablando de una tecnología que ha aparecido en dos o tres décadas pero que él no conocía-, evidentemente su propia visión del Gran Hermano y del control sería distinta, porque el Big Brother antiguo era un ojo sobre la ciudad. Ahora ese ojo lo portamos en el bolsillo, en el interior de nosotros mismos, y eso nos produce una enorme facilidad supuesta de comunicaciones virtuales.

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10 de diciembre de 2008
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Estudiantes

Lo dije el otro día en este blog, los jóvenes se levantan. Quieren otra universidad, pero también quieren otro mundo. Tanto decir que eran unos holgazanes sin sangre en las venas, pues ahí los tenemos, a ver cómo se gestiona su descontento, que se puede convertir en rabia de un segundo a otro. Me llamaron la atención los comentarios que recibí al respecto. Aún no nos los tomamos en serio, nos creemos que se tienen que trabajar más nuestro respeto o consideración, nos creemos que nos deben algo porque somos más viejos. Pero lo peor es que nos creemos más listos y pensamos que nada de lo que hagan va a prosperar. Como lo hemos hecho tan bien...

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10 de diciembre de 2008
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I. Los pies al borde del abismo

Siempre que recuerdo la historia del novelista húngaro Sandor Marais, me parece acercar los pies al abismo. El gobierno estalinista de su patria prohibió la circulación de sus libros, y tampoco pudo ya publicar nada ni en los periódicos ni en las revistas, lo que significaba cortarle de un tajo certero la lengua, y dejarlo mudo. Mudo y en el vacío, escribiendo para sí mismo, en la soledad, sin que sus palabras pudieran alcanzar ningún eco, además de que se encontraba ya encerrado dentro de su propio idioma, el húngaro, que nadie entendía más allá de las fronteras, un doble círculo de asilamiento, una doble reja. Entonces se fue al exilio, y sus libros, hoy traducidos a todos los idiomas y admirados universalmente, no se conocieron sino después de su trágica muerte en Estados Unidos.

He pensado otra vez en el infortunio de Sandor Marais, ahora que el gobierno de Nicaragua ha prohibido un prólogo mío a una antología de Carlos Martínez Rivas, el gran poeta nicaragüense tan desconocido, muerto hace diez años, que el diario El País de Madrid iba a publicar en un libro de edición masiva como parte de la serie de antologías de poetas hispanoamericanos que dirige José Manuel Caballero Bonald. Esta prohibición, que se basa en el hecho de que el gobierno de Nicaragua alega ser dueño de los derechos de autor de Martínez Rivas, fue rechazada tanto por El País como por Caballero Bonald, quien ha calificado el veto como un acto de venganza política. Por tanto, el libro ya no será publicado.

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10 de diciembre de 2008
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Hablando de aeropuertos

Desde niño sentí fascinación por los aeropuertos. Esos espacios anchos y por fuerza modernos llenos de todo y nada, donde hasta los confines más distantes parecen tentaciones a la mano. Ahora sé que de pronto se hacen odiar, haciendo abuso de su magnetismo. Se saben importantes, necesarios, perseguidos, urgentes, como aquellas beldades que entienden cualquier cosa menos qué haría el universo sin ellas. Y todavía más, pues incluso puede uno darse el lujo de llegar tarde a una cita secreta con Venus en persona, pero no hay quien soporte demorarse camino a un aeropuerto. Antes perder el juicio que el avión.

     Los aeropuertos pueden ser fríos e impersonales como un oficial de migración, emocionantes como un reencuentro en la pista, aventureros como una escala en Bagdad o deprimentes como una maleta perdida, por eso ni siquiera hay que volar para ser presa de su sortilegio. Basta con haber sido un solo día cualquiera de esas sombras abatidas que abrazan a su amante retirante, resistiendo el impulso elemental de arrebatarle el pase de abordaje y hacerlo trizas inmediatamente. ¿Quién sabría calcular la cantidad de lágrimas que a diario se derraman en la tierra de nadie aeroportuaria? Siempre hay alguien a quien vimos allí por última vez, cruzando el detector de metales sin saber todavía que el hasta luego se volvería hasta nunca. Siempre hay alguna historia que comienza o termina en un aeropuerto.

     JFK, Ezeiza, Benito Juárez, Charles de Gaulle, Narita, Santos Dumont, Barajas, Heathrow, Schiphol, Tegel, Orly, La Guardia, Gatwick, Antonio Carlos Jobim: cada uno tiene su propia música. Por eso a veces no hay más que mencionarlos para que algunos secretemos súbitas endorfinas, pues la imaginación reacciona a esos conjuros paladeando la idea de moverse, cambiar, sacudir al destino como aquel personaje que al principio de la película pide al taxista "lléveme al aeropuerto", y ya esa sola frase sugiere una aventura en curso, un tránsito azaroso, un aventar los dados lejos de la rutina cotidiana. La mera voz que inunda las bocinas de la terminal, sugiriendo destinos tan osados y raros como la fantasía de un niño, nos recuerda que estamos ante las puertas del planeta entero.

     Hay, claro, de aeropuertos a aeropuertos. Nunca será lo mismo el de Amsterdam que el de Macapá, pero aún en la más modesta de las terminales flota esa sensación de libertad extrema que cualquiera en teoría puede alcanzar. Incluso en los estados policiacos, donde los ciudadanos no pueden ni ingresar al aeropuerto, merodean buscavidas y desesperados en torno a sus instalaciones, con la ilusión oculta de burlar los controles y mirarse en el aire, más allá de vigías, cancerberos y demás bichos desprovistos de alas. ¿Necesito abundar sobre la dimensión fantástica que un término tan simple como jet-lag puede llegar a darle a una vulgar y pueblerina jaqueca? ¿Cómo no imaginar, desde una cotidianidad monocromática, que tal vez un avión sería suficiente para darle al destino un giro colorido y asombroso?

     Sería injusto no detenernos en aquellos viajeros infelices cuya diaria rutina laboral los convierte en rehenes de los aeropuertos. Individuos que vuelan diez, quince veces al mes, zombis inconfundibles que van de terminal en terminal sin distinguir entre unas y otras porque todas acaban por parecer brazos de un mismo cuerpo inabarcable. Aun ellos, no obstante, son pasto de la envidia general, con sus cientos de miles de kilómetros de viajero frecuente, sus constantes ascensos de categoría y el talante de saltimbanqui forzado que debería tener James Bond en la vida real. Pero los aeropuertos poco tienen que ver con la vida real, tan pobre en excepciones azarosas. Los aeropuertos son pura ficción, sólo en ellos el mundo parece de verdad un pañuelo y la vida una pluma decidida a flotar entre las nubes.

     Existen todavía los dichosos ingenuos que sólo acuden a las terminales aéreas por el gusto de ver a los aviones despegar, acaso porque hay alguien adentro -un niño aventurero, un romántico intrépido- que despega con ellos al contemplarlos. Alguien que habrá soñado que volaba con sólo abrir los brazos y mirar hacia arriba. A veces, cuando va uno corriendo hacia el avión y se estrella contra uno de estos fantasiosos, se aleja maldiciendo no tanto porque el choque le haya hecho perder tiempo, como porque quisiera derrocharlo de idéntica manera y teme que esa nave se haya ido para siempre, con todo y aeropuerto. Una idea fugaz que aterriza y despega sólo para que el súbito filósofo recobre la conciencia de que ahora y aquí está a punto de perder el avión. Qué miedo emocionante llegar a la aeronave patinando, entrar cuando la puerta ya se hacía rendija. Llamando a las endorfinas: favor de presentarse en migración.

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9 de diciembre de 2008
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Postales de México

Mañana invernal en Ithaca. Escucho a Nick Drake, y rememoro mis últimos dos viajes a México. Quedan muchas imágenes, y los dos viajes se van haciendo uno. Queda Juan Gabriel Vásquez en un pasillo del Fiesta Inn, llevando consigo un ejemplar de la traducción al inglés de Crimen y castigo y diciéndome que si no he leído a Dostoievsky en las recientes traducciones al inglés, entonces no lo he leído (leí casi todo Dostoievsky hace veinte años, en las traducciones al español de Bruguera: ergo, no lo he leído). Santiago Gamboa orgulloso en un taxi, después de gastar doscientos pesos mexicanos en la primera edición de Terra Nostra. Santiago Roncagliolo en otro taxi, contándonos que está traduciendo dos novelas cortas de Joyce Carol Oates (Beasts y Rape) porque quería entender de cerca cómo funcionaban. Martín Caparrós regalándome un ejemplar numerado de uno de sus diarios de viaje. Alberto Fuguet desesperado buscando en la feria del libro de Guadalajara los diarios de Alejandra Pizarnik (¿Fuguet y Pizarnik?). Yo, tomando tequila antes de una presentación, para relajarme (funcionó). Yuri Herrera recomendándome, en medio de una taquiza, qué autores debería leer de la nueva narrativa mexicana (Bernardo Fernandez, Heriberto Yepez, Elmer Mendoza). Gastón García y Guadalupe Nettel, grandes anfitriones, invitándonos a cenar pollo en mole en su casa en Coyoacán. Un desayuno con Efraín Kristal, y una charla rápida, camino al aeropuerto, sobre Badiou y Esposito. Una medianoche en un VIPS con Jorge Volpi y Rocío, Ignacio Padilla, Eloy Urroz y sus parejas. Las cervezas con Luis Miguel Solano, editor de Libros del Asteroide, contándonos de sus nuevas publicaciones (Ann Beattie). Valeria Huerta, la entusiasta editora de Fazi (Italia), haciendo todo lo posible por publicar a autores latinoamericanos y españoles en Italia. La casa de Carlos Fuentes, con una biblioteca intimidatoria de clásicos de Gallimard y de The Library of America, y con unos mariachis de punta en blanco (¿es el uniforme, o es que todos los mariachis son barrigones?). Sergio Ramírez preocupado por la situación en Bolivia. La noche en que no fui al legendario Veracruz porque estaba cansado. El viaje de ida, en el que descubrí a Bruno Schulz, y el de regreso, en el que me leí de un tirón la última novela de Iván Thays. 

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9 de diciembre de 2008
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En la ruta de la noticia

Ryszard Kapuscinski nos sigue marcando el sendero a transitar para arribar a un periodismo de excelencia. Para él la profesión es como un conjunto de profesiones complementarias: todo periodista debe ser antropólogo, etnólogo e historiador.

Cuando leemos sus notas sentimos que estamos dentro de ellas, metidos en el hecho que narra. Podemos tener una percepción de lo que nos cuenta a través de los cinco sentidos. Hizo de la descripción literaria su herramienta amiga para llevarnos de viaje junto a él.

No fue al azar haber calificado de "amiga" a su herramienta descriptiva, es que esta palabra es clave en Kapuscinski: para él un buen periodismo es aquel que construye empatía con el otro, que es lo que permite conocer la historia que alguien tiene. A la vez, posee una concepción tan humana de su profesión, que ubica al otro en una relación de iguales, respeta cada una de sus actitudes, deseos, emociones, etc. Sin embargo, considera que hay que tener especial cuidado con las afirmaciones, pues se trabaja con fuentes que no tienen la verdad de la historia, sino su propia historia. Lo fundamental es el buen talante hacia las personas, ser cauto en las afirmaciones y verificar todo. Como ejemplo se encuentra la autocomparación que realiza con Herótodo: cuenta que este historiador y geógrafo griego fue prudente en sus relatos y trató de comprobar todo, como lo hizo para averiguar la existencia de serpientes aladas en Arabia o sobre la antigüedad de un templo dedicado a Afrodita (Kapuscinski, Ryszard, "El taller del griego", Viajes con Heródoto, Barcelona, Anagrama.).

La curiosidad es otra característica que marcó su labor, es la que empujó su profesión a poner los ojos en la más extraña y desapercibida de las situaciones, él mismo fue partícipe de las noticias. Así, por ejemplo, narra su vivencia en el Congo, donde podía percibir el desorden y la falta de jerarquía en un país manejado por la fuerza pública:

Podía uno experimentar en carne propia lo peligrosa que es la libertad despojada de toda jerarquía y de todo orden, o, más bien, una anarquía falta de ética y concierto. Pues en situaciones semejantes, enseguida, desde el mismísimo principio, se imponen las fuerzas del mal y la agresión, la vileza en todas sus facetas, bestialidad y barbarie. Así era el Congo tomado por los gendarmes... (Kapuscinski, Ryszard, "En casa del doctor Ranke", Viajes con Heródoto, Barcelona, Anagrama).

Al leerlo, por momentos nos sentimos frente a una novela de suspenso; nunca se sabe qué sigue, quién aparecerá y qué será de nuestro periodista aventurero.

Tuvo la grandeza de transmitir con sus palabras la necesidad de tener capacidad para conocer y asombrarse con cada cosa que se cruza en el camino. Para él lo principal es el viaje, es lo que permite entrar en nuevos mundos en los que se puedan destapar verdades, cosas que perdieron la atención de sus colegas:

Pues en nuestro oficio el placer de viajar y la fascinación por todo lo que podamos ver  tiene que ceder ante lo principal: estar en contacto con la central y enviarle la información, fresca, acabada de recabar. Para esto nos han mandado al ancho mundo y ninguna justificación será tomada en cuenta... ("El taller del griego")

Con sus viajes nos dejó el ejemplo de una tarea compleja, pero posible y necesaria, en la que nosotros integramos una relación, pero en la cual también está el otro, aquel que nos acompaña en el trabajo y no es un mero instrumento, sino la parte esencial de una historia que pocos vieron y merece ser contada.

Pablo Rodríguez (alumno del seminario)

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9 de diciembre de 2008
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Jaime Arturo Olvera

Esperaba el autobús con su hijo de cinco años, cuando un sicario se le acercó y le disparó en el cuello a quemarropa. Murió en el instante junto a su pequeño, el 9 de agosto de 2006. Era reportero y fotógrafo independiente y ex corresponsal del diario de Morelia La Voz de Michoacán. Sus colegas declararon que les comentó que había sido amenazado con llamadas telefónicas anónimas: "que te calles o te va ir mal", le decían. Publicaba en medios locales. Las autoridades dictaminaron que su crimen no tenía un móvil periodístico.

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9 de diciembre de 2008
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El libro en línea

Aprovecho la primera publicación simultánea en España de un libro en formato papel y en formato digital para el teléfono móvil para sacar datos estimulantes sobre el i-phone de Apple. Estimulantes para Apple pero también para los aficionados a la lectura. Me explico: se trata de las aplicaciones descargadas desde la tienda i-tunes para su utilización en el teléfono.

Hay más de 10.000 aplicaciones en la tienda (un poco más de la quinta parte son gratuitas) y la semana pasada Apple ya contabilizaba más de 300 millones de descargas. Nada mal si pensamos que la tienda tiene sólo cinco meses de existencia. Pero lo que más me interesa son las aplicaciones para leer libros: llegan en sexta posición según un estudio de O'Reilly. Ayer, por la mañana, "Classics" era la cuarta aplicación de pago más descargada. Me parece que todo el debate sobre el soporte favorable al desarrollo del libro digital se va a cerrar. El libro digital entra donde los lectores lo necesitan. Puede ser en un PC, en una consola de juegos y en este caso en el teléfono de Apple. El mundo camina rápido.

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9 de diciembre de 2008
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Si te dicen que caí

Siguen los pistoleros. Hace tiempo que no llevan uniforme franquista, ni camisa azul, ni signos fascistas históricos, son perversa suma de lo peor de todo aquello. Restos de una negra camada, panda fanatizada dispuesta a seguir gritando: "¡Viva la muerte!". Los asesinos etarras siempre han estado más cerca de aquellos esperpénticos, falsos patriotas del "¡Muera la inteligencia!" que de los ciudadanos que votan, dudan, trabajan, están en paro o van al teatro.

Ridruejo pasó más de media vida rectificando los errores de sus años hímnicos, falangistas, fascistas y franquistas.

Veníamos de ver en A Coruña la extravagancia de una estatua dedicada a Millán Astray. Anacrónica, fea y estúpida manera de recordar, a la fuerza, a uno de los peores personajes de nuestra historia. Chulo, exaltado, matón, vividor, casado con beata, amigo de folclóricas, simpático, manco, tuerto y tabernario. Hiperrealista modelo de una patria que se impuso por la fuerza. Y hemos visto, en el teatro Valle Inclán -otro gallego y manco, pero en las antípodas de Millán Astray- una obra en la que el protagonista es aquel general que presumía de ser novio de la muerte. El actor, Adolfo Fernández, habla, ríe, bebe y canta los himnos que acompañaron la vida del general mutilado. Algunos jóvenes se reían, seguramente pensaban que aquellos gritos, aquellas letras chulescas o líricas, eran una exageración teatral. Es teatro y fue verdad.

Y verdad fue, aunque no creo que tenga muchas estatuas, espero que sí algunas democráticas calles, la vida de un compañero de primeros viajes, patrióticamente exaltados, la interesante vida de Dionisio Ridruejo. /upload/fotos/blogs_entradas/lavidarescatada_med.jpgCoincidieron en los años más crueles del franquismo, uno nunca se arrepintió, el otro, Ridruejo, pasó más de media vida rectificando los errores de sus años hímnicos, falangistas, fascistas y franquistas.

Ahora que celebramos aniversario constitucional es buen momento para acercarse a la doble vida -La vida rescatada como titula su biógrafo, Jordi Gracia- del más lírico de los falangistas de primera hora. Tiempos de puños y pistolas, de asesinos y poetas. Tiempos que Juan Marsé hizo novela, que tituló con unos versos que podrían haber sido escritos por Ridruejo -escribió otros del Cara al Sol- y que sirvieron para que el demócrata, el fascista arrepentido, se encontrara con una novela que para él fue un doloroso regalo. De los que hacen crecer. En ese texto de Ridruejo, que fue prólogo de la primera edición española, dice que Marsé le pareció el "hombre menos afectado del mundo". Volver a Marsé. Huir de los miserables. Mejorar leyendo lo que escribió ese premiado que huyó del "estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas". Leer al "ceñudo, maldiciente, de pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria". No lo olvidaremos.

Artículo publicado en: El País, 7 de diciembre de 2008.

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9 de diciembre de 2008
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