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Colección particular: la supervisora de los beneficios

Rafael Argullol: Mira, Delfín, esa imagen tan exuberante.
Delfín Agudelo: Se trata del cuadro "Benefits supervisor sleeping" de Lucien Freud que se vendió por 21,7 millones de euros en Christie's de Nueva York el pasado mes de mayo.
R.A.: Sí, pero no se llegó a vender exactamente por esa cantidad si no que se vendió por algo menos de esa cantidad tan franciscana y humilde. Lo mejor del caso es que ese ejemplo ha servido para relacionar la actual crisis económica con el peligro de que el arte se desmorone. Me hace gracia eso porque la paradoja está contenida no solamente en el título sino en el propio contenido del cuadro. Me gusta comprobar cómo esa opulenta supervisora de los beneficios artísticos es al mismo tiempo la protagonista de la pintura más cara que existe actualmente por parte de un artista vivo. Y lo mejor es que Lucien Freud le haya puesto ese título a un cuadro en el cual al mismo tiempo se anuncia claramente la identificación entre arte y mercantilismo. No deja de ser sintomático de nuestra época que todos los medios de comunicación que se han referido a ese evento hayan relacionado el hecho de que el cuadro debió venderse por un poco menos de 21 millones de euros con el hecho de que el arte esté en peligro. Eso nos introduce al desvarío en que nos encontramos, en que la creatividad artística está puramente medida en términos de oferta y demanda, y además creo que es una manera muy irónica, a través de una ironía mordaz y negra por completo, Lucien Freud traslada eso a la pintura con esa especie de Venus deformada y completamente extravagante, que nos presenta con el extraño título de "La supervisora de los beneficios mientras duerme", y quizás soñando, o quizás trasladándonos sus pesadillas.

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2 de diciembre de 2008
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Cantar de ciegos

Participé en una mesa sobre la obra de Carlos Fuentes en la feria del libro de Guadalajara. Me pidieron que hablara sobre un libro de Fuentes. Escogí Cantar de ciegos (1964). Esto es lo que leí: 

En "La muñeca reina", cuento publicado en Cantar de Ciegos, asistimos a múltiples viajes temporales. El narrador, ya un hombre maduro, encuentra en un libro de su infancia una tarjeta en la que se halla escrita una frase en caligrafía infantil: Amilania no olbida a su amigito y me buscas aquí como te lo divujo. Esa tarjeta es una magdalena proustiana que despierta en el narrador la memoria del tiempo perdido de su infancia. En ese tiempo, el narrador era un joven al que no le interesaba la educación tradicional y se pasaba las horas leyendo en el parque. Allí, una niña de siete años, Amilania, se hace amiga de él. Cuando la recuerda, Amilania carece de movimiento, y aparece fijada para siempre, como en un álbum de fotos: "detenida en su carrera loma abajo... sentada bajo los eucaliptos... boca abajo con una flor entre las manos... viéndome leer, detenida con ambas manos a los barrotes de la banca verde".  Que la memoria tenga la fijeza de las fotografías prefigura el desenlace del cuento: diversos críticos (Morin, Barthes, Sontag, Cadava) han escrito acerca del vínculo entre fotografía y muerte: la fotografía es una presencia que ya es ausencia, un instante detenido en el tiempo, destinado a sobrevivir en una placa de nitrato mientras el tiempo sigue fluyendo y acumulando edades y llevándose consigo a los seres fantasmales que pueblan las imágenes fotográficas.

El narrador y Amilamia dejarán de verse y seguirán caminos distintos. Alrededor de quince años después, la tarjeta encontrada en el libro hará que el narrador regrese al parque. Allí, descubrirá eso que Proust sabía tan bien: la memoria es capaz de dotar a la realidad de una patina de gloria de la que ésta carece. El recuerdo mitificado es superior a la realidad: "detenido ante la alameda de pinos y eucaliptos, me doy cuenta de la pequeñez del recinto boscoso... Y la colina... Apenas una elevación de zacate pardo sin más relieve que el que mi memoria se empeñaba en darle".

El narrador, intrigado, comienza a averiguar hasta dar con la casa de Amilamia cerca del parque. Allí descubrirá a dos seres -los padres de Amilania- presos del tiempo, de los recuerdos: Amilamia está muerta. El narrador se pregunta: "¿Cuántos años habrá vivido el mundo sin Amilamia, asesinada primero por mi olvido, resucitada, apenas ayer, por una triste memoria impotente?" Los padres, desesperados, le preguntan tres veces cómo era su hija, y el narrador descubre que, en cierta forma, los seres humanos están hechos de tiempo, son las memorias que guardamos de ellos: "Cierro los ojos. Amilamia también es mi recuerdo. Sólo podría compararla a las cosas que ella tocaba, traía y descubría en el parque. Sí. Ahora la veo, bajando por la loma. No, no es cierto que sea apenas una elevación de zacate".

Cuando el narrador entra al cuarto de Amilamia, descubre que los padres lo han convertido en un recinto mortuorio: "al frente, al alcance de mi mano, el pequeño féretro levantado sobre cajones azules decorados con flores de papel, esta vez flores de de la vida, claveles y girasoles, amapolas y tulipanes, pero como aquéllas, las de la muerte, parte de un asativo que cocía todos los elementos de este invernadero funeral en el que reposa... ese rostro inmóvil y sereno, enmarcado por una cofia de encaje, dibujado con tintes de color de rosa..."

Amilamia está representada por una muñeca-reina de porcelana, un "falso cadáver" entre las sábanas y junto al acolchado. La Reina de las fantasías del narrador ha adoptado la máscara inmóvil de la muerte. Casi un año después, el narrador descubrirá que si los padres de Amilamia continuarán para siempre atrapados en el culto de la muerte, él, más bien, podrá volver a la afirmación de la vida: "La verdadera Amilania ya regresó a mi recuerdo y me he sentido, si no contento, sano otra vez: el parque, la niña viva, mis horas de lectura adolescente, han vencido a los espectros de un culto enfermo".
 
Toda la obra de Carlos Fuentes se pregunta: ¿cuál es la edad del tiempo? El cuento "La muñeca reina" responde: aquella que muestra nuestro paso de niños vivaces a muñecas mortuorias de porcelana, de jóvenes perdidos en los libros a imágenes congeladas y frías en un féretro. La edad del tiempo es la edad de la muerte. ¿Qué hay detrás de las máscaras de las muñecas, de la inmovilidad de las fotos en el álbum? La vida, que, a través de los recuerdos, gracias a nuestra memoria, es capaz de vencer a la muerte. Instalados en el tiempo, los seres humanos están condenados al fin; pero en el transcurso de ese tiempo tienen muchas oportunidades, fugaces todas, para liberarse de sus ataduras y trascenderlo.

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2 de diciembre de 2008
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II. Sacerdotisa todopoderosa

Consumes o te consumo. Si compras antes que yo, te mato. Si pasas antes que yo, debes atenerte a las consecuencias. Mi carrito es más rebosante que el tuyo. Las rebajas son para mí, no admito desafíos ni competencias, el altar de la diosa Consumo me está reservado, solamente yo, tarjeta de crédito en mano,  puedo orar ante su altar. Me estorban tantos feligreses. Compro, luego existo.

En una tienda gigante de Wal-Mart en Valley Stream, estado de Nueva York, un empleado fue arrollado por la multitud ávida que pasó rauda sobre su cuerpo, cada quien decidido a llevarse la mejor presea, y la más barata. Olvídate de los cadáveres.

La economía de los Estados Unidos depende de que todo el mundo compre lo que se fabrica, aunque sea ahora en China, o en Singapur, o en Guatemala, prendas de vestir, juguetes, relojes, discos, videocámaras,  carteras, chucherías infinitas que desbordan los estantes. 470 mil millones es el cálculo de las ventas de esta temporada navideña, que empieza en el viernes negro, un 2 por ciento mayor que el año pasado.

La manera de reactivar esa economía en apuros es entregando subsidios a los compradores, para que gasten en las tiendas,  no importa en lo que sea, lo importante es gastar, y gastar a toda prisa, aunque eso cueste vidas. La diosa del Consumo, desde su pedestal de acrílico, vestida de seda artificial, vigila que las cajas registradoras funcionen expeditas, mientras las multitudes encandiladas por las rebajas, pululan alrededor de su altar.

La tarjeta de crédito, sacerdotisa de la diosa. El reino del consumo es vasto e inagotable, y sus creyentes más que las arenas del mar, aunque no se reconozcan entre ellos, y se atropellen frenéticos.

Y la crisis, ¿cuál crisis? 

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2 de diciembre de 2008
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El valor del trabajo

La semana pasada compartí una charla en la librería El Astillero con los escritores Aníbal Jarkowski y Elsa Drucaroff. La convocatoria la hizo la revista El Interpretador, a partir de un interesantísimo artículo de María Vicens que ligaba tres de nuestras novelas (El trabajo en el caso de Aníbal, /upload/fotos/blogs_entradas/el_infierno_prometido_una_prostituta_de_la_zwi_migdal_med.jpgEl infierno prometido, una prostituta de la Zwi Migdal de Elsa y mi primer libro, El muchacho peronista) bajo el título Territorios de placer, dinero y anarquía: notas sobre el trabajo en la narrativa argentina contemporánea. El texto de María vale por sí solo, es fácil de encontrar en internet. Lo que incluyo a continuación son algunas ideas sobre el tema inspiradas por las vueltas de la charla.

El conflicto está expresado -o quizás sería mejor decir enterrado: algo que, inevitablemente, sólo puede ser extraido con esfuerzo de la materia original- en el relato fundante de nuestra civilización. El ser omnisciente a quien se atribuye la inspiración de la Torah, de la Biblia y del Corán crea el universo entero de la nada, en el lapso de seis días. Al séptimo, dice la narrativa, descansa. Pero cuando la primera criatura humana desafía sus órdenes, el ser omnisciente la destierra del Edén y formula una condena que pretende, por cierto, perpetua: ‘Ganarás el pan con el sudor de tu frente'.

La frase es simple, lo cual significa ante todo que será muy efectiva cuando se la use, como ocurrió durante la entera historia de la especie, para inducir al equívoco. No introduce el trabajo como parte de la condena -después de todo, ganarse el pan es la mitad de la frase que coincide con lo dado, con la asunción de la existencia como un esfuerzo tan natural como el del corazón al latir-, sino la modalidad en que sí opera como castigo: la recurrencia del sudor, esto es, del trabajar con un esfuerzo que se padece, que se hace sentir sobre el cuerpo, que lo lastra en contradicción con la levedad del ser. No creo que Dios, Yahweh o como quieran llamarlo estuviese sugiriendo que la creación del universo no fue un trabajo digno de encomio. Por algo se anota el descanso del séptimo día. Creo, más bien, que para Dios fue ante todo un placer, quizás inesperado. Que la necesidad del descanso sólo se impuso una vez que el trabajo había terminado. Y que al pensar en el peor de los castigos posibles para el hijo rebelde, se le ocurrió que nada lo haría rechinar más los dientes -que nada sería un infierno mayor- que el trabajar sin disfrute.

Una maldición que como suele ocurrir, opera no sólo sobre su víctima sino también sobre aquel que la pronuncia. A partir de entonces, Dios ya no consigue hacer su propio trabajo sino con enorme esfuerzo, y frecuentando el fracaso. En la versión cristiana de su historia se intenta, incluso, asumir el fracaso como parte inevitable de la existencia: Jesús muere para vivir, sucumbe para triunfar. Pero ni siquiera esa desmesura le alcanza a Dios para retomar la iniciativa política. La mera existencia de la especie humana es para Dios un telegrama de despido, o si se quiere, una permanente consulta popular que le recuerda que sí, aunque su claque y su oficina de prensa le juren lo contrario, la gente demanda que formalice su renuncia.

                                                   (Continuará.) 

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2 de diciembre de 2008
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¡Cursifíquenlo!

Corny. Cafona. Cursi. Kitsch. Todos lo somos, en algún rincón. No sirve avergonzarse, como no sea para subrayarlo. ¿Cursilón y además sonrojado? Thanks but no thanks. Sé que sobran ingenuos que aseguran haber sido criados con Stravinsky y esperan que este perro corra tras ese hueso. Toma tiempo aceptar las zonas de la educación sentimental que a uno le parecen impresentables, y a menudo le escuece la idea de que sean públicamente reveladas.

     A mi madre tal vez le habría gustado contar con una institutriz inglesa que en su ausencia cuidara de mi formación artística, pero al cabo debió conformarse con ponerme en manos de la cocinera y la recamarera, en cuya compañía tantas veces vibré escuchando arrebatos melódicos que a mi entender resumían entera la pasión de este mundo. Canciones de mal gusto, puede ser, pero a todos nos consta que el mal gusto de pronto sabe bien. Se le prueba como una ponzoña impaladeable, hasta que en un descuido va adormeciando las papilas gustativas -esas señoritingas- y nos permite entonces atragantarnos de aquello que tendría que habernos asqueado. ¿Cómo ostentar, al fin, verdadero buen gusto si nunca antes se ha compartido el malo?

     Hace ya tiempo que está de moda coolificar lo cursi, como otros cursifican lo que creíase cool. Quienes sufren, no obstante, de estos vicios culposos, tienden a revelarlos con cuentagotas, si no a guardarlos bajo doble llave. Querer que esas bajezas del instinto estético resulten socialmente aceptables equivale a empeñarse en perderlas para siempre. Muy al contrario, quiero que sean pecado. Que estén fuera de moda, que sean antiguallas y de lejos se note su low definition. Que su existencia implique la premura por saltarse una barda más allá de la cual viven sólo las ánimas chocarreras del desprestigio.

     ¡Atrévase a ser cursi!, podría intitularse un manual de autoayuda. Pero entonces habría que lanzar el antídoto: ¡Pare de ser cursi! En cualquier caso, siempre, los cursis son los otros. ¿Cursi yo? No jodas, ni me jodas, ni la jodas. Pero si la cursilería es perversa, ¿por qué no habría la perversidad de ser cursi? Cualquier defensa vale para explicar por qué uno realmente no es lo que parece que es y por supuesto nunca jamás sería.

     Afortunadamente, no es precisa la licencia. Prefiere uno que este asunto ampuloso de la cursilería permanezca dentro de los dominios de la ilegalidad. Que insista en dar vergüenza la mera tentación, de modo que el pecado conserve el sabor ácido del sacrilegio. Lo que llaman un upgrade. No es por tanto tan raro que el mal gusto, bien llevado, conduzca a parapetos más altos que el mal llamado bueno. Llegados a este punto, encuentro ya insalvable la confusión entre ambos gustos antagónicos, pero al primer llamado de mis prejuicios sería capaz de identificar un centenar de ejemplos según yo de mal gusto -el verdadero, digo, sin pizca de autocrítica- que me parecen imperdonables. Y allí estriba el deleite, quisiera uno decir, escuchar, gritar cosas que nadie nunca fuera a perdonarle, si llegara a enterarse.

     Estoy exagerando, como todos los cursis. Siento la tentación de escribir, en mi defensa, algún amago de existencialismo casual. Ay, qué hueva me doy, por ejemplo. Pero lo cierto es que me da más hueva obligarme a mentir sólo para que un puño de cursis discretitos no se rían de mí de dientes para afuera. ¿Se equivocan los cursis o los mesurados? Es de temerse que jamás lo sabremos. Vive uno condenado a ser las dos cosas y no identificarlas ante el espejo.

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1 de diciembre de 2008
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Amnesia, premios y pensamiento salvaje

Lévi-Strauss está celebrando vivo, lúcido y en compañía de su tribu, su centenario en la selva. Hace años nos acercó al pensamiento salvaje. Y seguimos como aquellas tribus viviendo entre mitos, ritos y creencias. Entre el tótem y el tabú. Hemos cambiado los trajes, las casas, la cocina y las lecturas. Tribus diferentes, pandillas indiferentes u hostiles que seguimos disputando a las otras sus cabañas, sus territorios. La mayor diferencia es que algunos quieren poder vivir sin tótemes. Quieren no creer. No es fácil desprenderse del tabú. Ni en un colegio de Valladolid, ni en los cantos de tribus dispuestas a defender la presencia del totemismo aunque tengan que usar el arma de la desmemoria. Siguen disparando con el olvido.

/upload/fotos/blogs_entradas/a_cuerpo_abierto_med.jpgManuel Rivas, escritor y periodista indie y colaborador de este diario, acaba de recopilar escritos periodísticos que tratan de tribus, de jefes, de sometidos y de algunos rebeldes que se empeñan en luchar contra la "amnesia retrógrada". Lo presentó en compañía del juez, también indie, más famoso y solitario de toda su tribu, Baltasar Garzón. El juez con prudencia gallega -todo se pega, hasta los tópicos- habló claro, aunque bajito, como en un rumor, y valiéndose de citas del libro de Rivas, dijo estar en desacuerdo con su tribu. Y con la tribu que defiende los tótemes. Y con las que callan, disimulan, miran para otro lado y no quieren que la historia se desentierre.

Me gusta lo que hace el juez, seguir esa senda, ese camino que puede que esté lleno de errores, salidas del cerco, atrevimiento de cazador solitario y de la humana vanidad del que pretende escaparse del pensamiento salvaje. Salir de la tribu. Un camino difícil, lleno de tramperos, cazadores furtivos, quintacolumnistas y otros defensores de los viejos privilegios. No digo que sea Gary Cooper, ni si su mujer es Grace Kelly, pero es mucho mejor que aquel joven juez que hace décadas conocí en un camerino de Julio Iglesias. Ahora cantamos otras músicas, decimos otras letras. Aunque Raphael es de su pueblo y ataca por varios frentes.

Semana de premios indies, como el Nacional de las Letras, al menos nacional, tribal e ibérico de los escritores de nuestra lengua, Juan Goytisolo. Vigor del pájaro solitario, fuera del coro, exiliado de sí mismo, tan cerca de Argel, tan lejos del Cervantes. Premiado y cabreado. Contrario a la amnesia, complejo, quejica, laico, bisexual y español a su pesar./upload/fotos/blogs_entradas/la_tarde_del_dinosaurio_med.jpg

Otro premio civil, el mejor pagado de la poesía española -el Cervantes es otra guerra- donde se cruzan peras y manzanas, plumas y gallos, anabotellas y carmenalborches, para la poeta Cristina Peri Rossi, de sáficas antepasadas, visitante de sex shops. Dispuesta a rectificar sus poemas, cambiar de perfume: "El olor de tu sexo en mis dedos / dura más que el Must de Cartier". Ahora se llama Loewe.

Artículo publicado en: El País, 30 de noviembre de 2008.

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1 de diciembre de 2008
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Nuestros hijos

Los hijos son un problema. Desde que no los dominamos, ni les obligamos a trabajar para nosotros, ni tratamos de imponerles nuestras ideas ni objetivos, desde que saben que tienen derechos y que no debemos pasarles factura por traerles al mundo, ni chantajearles emocionalmente por haberlos criado y querido, los hijos son un problema. Desde que un hijo sabe que no ha nacido para estar contentando a sus padres, sino para buscar su realización personal, los hijos nos parecen egoístas.

Desde que no podemos levantarles la mano, ni paralizarlos con un grito, ni echarles una bronca energúmena e intimidatoria, los hijos ya no son tan dóciles. Desde que no nos creemos sus dueños, sino sus responsables y protectores, estos chicos son un quebradero de cabeza.

Desde que caímos en la cuenta de que no van a seguir nuestros pasos, o no van a ser ese modelo de estudiante que habíamos soñado y que, incluso aquellas dotes que despuntaban en él cuando nos dijeron que era superdotado se han esfumado en contacto con sus amigotes y con los encantos de la vida, los hijos son una decepción. Desde que ya nunca van a ser lo que tampoco nosotros fuimos, los hijos nos están privando de la última oportunidad de conseguir nuestros sueños aunque sea indirectamente.

Desde que les pusimos todas vacunas y les dimos todas las vitaminas y logramos que crecieran sanos, nos irrita que se machaquen inútilmente en el fragor de la noche. Desde que se pasan tantas y tantas horas vagando por la evasión de las discotecas, la noche se ha convertido en un negocio suculento. /upload/fotos/blogs_entradas/flores_y_velas_a_las_puertas_del_balcn_de_rosales_en_memoria_del_joven_asesinado._med.jpgDesde que nos han dicho que debemos descubrir si nuestros hijos se drogan porque de lo contrario nos sentiremos culpables de haber mirado para otro lado, nuestros hijos se han vuelto sospechosos. Pero sea como sea, los queremos por encima de todo, no podemos vivir sin ellos, entre otras cosas porque nos unen con el nuevo tiempo y con la nueva visión del mundo y además sin restregárnoslo por la cara. La falta de respeto social hacia los jóvenes va en contra de todos. Y, sobre todo, no puede ser que acaben con su vida unos matones de discoteca, cuya obligación es velar por su seguridad. Los porteros son los guardianes de una noche en que los jóvenes pasan a ser puro negocio. Con qué ligereza se le da una paliza a alguien hasta matarlo. Y como sabemos, el de Álvaro Ussía ha sido el más conocido pero no el único caso. 

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1 de diciembre de 2008
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Los fracasos de la rentrée

Los datos parecen acertados. Hubo fracasos fuertes en la "rentrée littraire": famas no reconocidas, libros que no se venden. 15.000 ejemplares para Christine Angot, menos de 35.000 para Bernard-Henri Lvy y Michel Houellebecq. /upload/fotos/blogs_entradas/le_fait_du_prince_med.jpgAl contrario, se confirma que Amélie Nothomb sigue siendo una máquina de vender libros, alcanzando los 200.000 cada año desde 1992, lo que es toda una hazaña.

La lista de las mejores ventas de ficción confirma una verdad internacional: la serie de los "millenium" de Stieg Larsson es una locomotora, como la novela (mala a mi juicio) de Muriel Barbery que aparece en todas las librerías del mundo entero. Al descubrir la pareja Levy/Houellebecq en la posición 20 de la lista de las mejores ventas de no-ficción uno puede entender lo que es el drama actual: los libros se venden mal en Francia.

La promoción tradicional con los premios literarios no funciona, dicen muchos dueños de librerías. No aparece el premio Renaudot, atribuido a Tierno Monnembo en la listas de los bestsellers. Y como es Atiq Rahimi el que se llevó el premio Goncourt, los franceses parecen confundidos con autores que vienen de ultramar para ganar los premios. Ni J.M.G Le Clezio con su premio Nobel arrasa tal como debería. La crisis, en las librerías, también, sí.

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1 de diciembre de 2008
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Cuando las ciudades hablan…

Hay ciudades admirables que dirigen la palabra a los escritores que la aman, a sus personajes y, por consiguiente, a sus lectores. Desde las primeras páginas el protagonista de Noches Blancas se siente interpelado por San Petersburgo, precisamente cuando la ciudad está siendo abandonada por sus habitantes y el sentimiento de su propia soledad se acentúa. /upload/fotos/blogs_entradas/las_noches_blancas_med.jpgLas casas se le asemejan viejos conocidos que vienen a su encuentro, y abiertas las ventanas como grandes ojos le interrogan sobre su estado de ánimo, y le hablan de sus propias cuitas, la necesidad de ser remozadas o la milagrosa salvación de un incendio. Entre ellas el protagonista tiene favoritas: "Nunca olvidaré la historia de un primoroso edificio rosa pálido. Era una casa de mampostería, tan atractiva, que me miraba con tanto afecto y contemplaba con tanto orgullo a sus deformes vecinas, que se me alegraba el corazón al pasar junto a ella".

En ocasiones, estas ciudades que nos hablan son como un eco emblemático de la condición humana: ciudades intrínsecamente expuestas, erigida como desafío a la naturaleza y vencedoras de la misma; ciudades irreductibles a toda tentativa de explicar su nacimiento en razones de necesidad o peligro; ciudades en las que todo viajero cree reconocer una suerte de encrucijada que sería origen más que confluencia de destinos. Así en múltiples lugares de A la Recherche du Temps Perdu, el Narrador se complace en describir la explosión de ensoñaciones que provocaba en su espíritu el nombre mismo Venise. Venecia, ciudad a la que dirige la palabra, teniendo la enorme suerte de obtener respuesta: "Aprehéndeme, ahora que paso ante ti, si tienes fuerza para ello y lucha por resolver el enigma de felicidad que te propongo...e inmediatamente la reconocí, era Venecia"

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1 de diciembre de 2008
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Novelas I

Vicente Blasco Ibáñez

Biblioteca Castro
 
Prosiguiendo con su discreta pero tenaz labor de mantener viva la mejor tradición novelesca española, Biblioteca Castro publica  ahora  el primero de los cinco tomos que acogerán la obra novelística de Vicente Blasco Ibáñez.

/upload/fotos/blogs_entradas/vicenteblasco_med.jpgArroz y tartana, Flor de mayo, La barraca y Entre naranjos son las cuatro novelas que integran este primer volumen, y no hay más que ver los títulos para entender que pertenecen al llamado ciclo valenciano, esto es, el de sus inicios.  A los críticos y los especialistas les entretiene señalar las tendencias naturalistas o los restos románticos ( que en su época eran respectivamente el futuro y el pasado del novelar) detectables en estas obras de formación. Y bien está. Pero al lector actual lo que de verdad le interesará es saber si Blasco Ibáñez es un autor que se puede (debe) leer o si se trata de una antigualla ilegible tipo Jacinto Benavente o José Echecharay, al hablar de los cuales te viene inevitablemente a los dedos un "don" que denota con toda claridad el venerable muro de cartón piedra que los cubre como un sudario.

Pero en el caso de Blasco Ibáñez la respuesta es un sí rotundo. Se le puede/debe leer porque, en primer lugar, es un escritor diáfano, vigoroso e imaginativo , que no sólo toma partido por sus personajes sino que los defiende ardorosamente hasta el final, incluidos los malos, siendo este uno de los rasgos que mejor definen a un gran escritor. Y en segundo lugar se puede/debe leer a Blasco Ibáñez porque, según vaya avanzando en su evolución personal, su escritura  irá poniendo progresivamente de manifiesto una conciencia moral perfectamente contemporánea y que bien pudiera servir de modelo ahora que ya no hay figuras señeras y capaces de marcar el rumbo a seguir. Al leer su biografía de inmediato empiezan a surgir términos  como "rebelde", "temerario", "generoso", "enamorado de las mujeres", "antimonárquico furibundo", etc. Un tipo capaz de batirse en un duelo a pistola con un oficial de artillería por defender un ideal. O sea, un loco encantador. La clase de compinche que todo joven debería tener a su lado para emprender con éxito la travesía de la vida.

Para no empantanarme ahora en la enumeración de las virtudes que distinguen a cada una de las cuatro obras que integran esta primera entrega, tomo por ejemplo La barraca, una novela de estructura compleja y con varias corrientes narrativas que de inmediato traspasan los límites del naturalismo  contemporáneo para irrumpir, de un lado, en la vertiente más mística y ancestral de la relación con la tierra, y de otro en la crítica social más dura y comprometida. En ella vale, además, lo que antes decía acerca del cuidado de los personajes o la precisión y belleza de la prosa.

Y sin embargo fue escrita en unas condiciones personales extremas, pues allá por 1895, y en respuesta a sus apasionados artículos contra las guerras coloniales,  Blasco Ibáñez estaba teniendo unos problemas con la autoridad militar que le costaron una serie de multas, juicios, destierros y estancias en la prisión. Claro que tampoco es de extrañar porque, por ejemplo, uno de los artículos contra la guerra de Cuba que le costó dar con sus huesos en la cárcel se titulaba Que vayan todos: pobres y ricos.

Según cuenta él mismo, escribió La Barraca durante las madrugadas, una vez que daba por finalizada la edición de un periódico de su propiedad llamado El Pueblo y en el que ejercía de director, redactor, corrector, tipógrafo e impresor. Allí fue publicando los diez capítulos de esa novela que luego sería ofrecida al público en forma de libro del que se editaron 700 copias y se vendieron 500, cerrándose la operación con unas ganancias netas de 79 pesetas.

Años más tarde, y tras el éxito fulminante de la edición en francés, el libro llegaría a superar el millón de copias, de las que 100.000 se vendieron en España. Pero ni siquiera cuando ya era un autor mundialmente consagrado dejó de luchar contra los opresores.  La llegada al poder de Primo de Rivera le sorprendió cómodamente instalado en el sur de Francia y a punto de formalizar su pecaminosa relación extramatrimonial con Elena Ortúzar. Tanto en Argentina como en Estados Unidos sus visitas se saldaban con éxitos clamorosos, y Hollywood le había distinguido dedicando a la adaptación cinematográfica de sus novelas a estrellas de la talla de Rouben Mamoulian y Vicente Minnelli, así como a Rodolfo Valentino, Tyrone Power o Rita Hayword. Incluso el gobierno español estaba apoyando activamente su candidatura al premio Nobel.  Momento que Blaco Ibáñez eligió para escribir un artículo  titulado Una nación secuestrada que le costó perder otra vez sus honores y su respetabilidad y el Nobel. Y el ayuntamiento de Valencia incluso le retiraría el nombre de la plaza que le había dedicado. Genio y figura.

Pero, con independencia de que personalmente fuera esto o aquello, lo importante es que se trataba de un escritor inmenso y que su prosa se mantiene tan fresca como pueda mantenerse la de Zola para los franceses. Y conste que la comparación no es casual ni gratuita.

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1 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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