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¡Cursifíquenlo!

Por 1 de diciembre de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

Corny. Cafona. Cursi. Kitsch. Todos lo somos, en algún rincón. No sirve avergonzarse, como no sea para subrayarlo. ¿Cursilón y además sonrojado? Thanks but no thanks. Sé que sobran ingenuos que aseguran haber sido criados con Stravinsky y esperan que este perro corra tras ese hueso. Toma tiempo aceptar las zonas de la educación sentimental que a uno le parecen impresentables, y a menudo le escuece la idea de que sean públicamente reveladas.

     A mi madre tal vez le habría gustado contar con una institutriz inglesa que en su ausencia cuidara de mi formación artística, pero al cabo debió conformarse con ponerme en manos de la cocinera y la recamarera, en cuya compañía tantas veces vibré escuchando arrebatos melódicos que a mi entender resumían entera la pasión de este mundo. Canciones de mal gusto, puede ser, pero a todos nos consta que el mal gusto de pronto sabe bien. Se le prueba como una ponzoña impaladeable, hasta que en un descuido va adormeciando las papilas gustativas -esas señoritingas- y nos permite entonces atragantarnos de aquello que tendría que habernos asqueado. ¿Cómo ostentar, al fin, verdadero buen gusto si nunca antes se ha compartido el malo?

     Hace ya tiempo que está de moda coolificar lo cursi, como otros cursifican lo que creíase cool. Quienes sufren, no obstante, de estos vicios culposos, tienden a revelarlos con cuentagotas, si no a guardarlos bajo doble llave. Querer que esas bajezas del instinto estético resulten socialmente aceptables equivale a empeñarse en perderlas para siempre. Muy al contrario, quiero que sean pecado. Que estén fuera de moda, que sean antiguallas y de lejos se note su low definition. Que su existencia implique la premura por saltarse una barda más allá de la cual viven sólo las ánimas chocarreras del desprestigio.

     ¡Atrévase a ser cursi!, podría intitularse un manual de autoayuda. Pero entonces habría que lanzar el antídoto: ¡Pare de ser cursi! En cualquier caso, siempre, los cursis son los otros. ¿Cursi yo? No jodas, ni me jodas, ni la jodas. Pero si la cursilería es perversa, ¿por qué no habría la perversidad de ser cursi? Cualquier defensa vale para explicar por qué uno realmente no es lo que parece que es y por supuesto nunca jamás sería.

     Afortunadamente, no es precisa la licencia. Prefiere uno que este asunto ampuloso de la cursilería permanezca dentro de los dominios de la ilegalidad. Que insista en dar vergüenza la mera tentación, de modo que el pecado conserve el sabor ácido del sacrilegio. Lo que llaman un upgrade. No es por tanto tan raro que el mal gusto, bien llevado, conduzca a parapetos más altos que el mal llamado bueno. Llegados a este punto, encuentro ya insalvable la confusión entre ambos gustos antagónicos, pero al primer llamado de mis prejuicios sería capaz de identificar un centenar de ejemplos según yo de mal gusto –el verdadero, digo, sin pizca de autocrítica- que me parecen imperdonables. Y allí estriba el deleite, quisiera uno decir, escuchar, gritar cosas que nadie nunca fuera a perdonarle, si llegara a enterarse.

     Estoy exagerando, como todos los cursis. Siento la tentación de escribir, en mi defensa, algún amago de existencialismo casual. Ay, qué hueva me doy, por ejemplo. Pero lo cierto es que me da más hueva obligarme a mentir sólo para que un puño de cursis discretitos no se rían de mí de dientes para afuera. ¿Se equivocan los cursis o los mesurados? Es de temerse que jamás lo sabremos. Vive uno condenado a ser las dos cosas y no identificarlas ante el espejo.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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