Clara Sánchez
Los hijos son un problema. Desde que no los dominamos, ni les obligamos a trabajar para nosotros, ni tratamos de imponerles nuestras ideas ni objetivos, desde que saben que tienen derechos y que no debemos pasarles factura por traerles al mundo, ni chantajearles emocionalmente por haberlos criado y querido, los hijos son un problema. Desde que un hijo sabe que no ha nacido para estar contentando a sus padres, sino para buscar su realización personal, los hijos nos parecen egoístas.
Desde que no podemos levantarles la mano, ni paralizarlos con un grito, ni echarles una bronca energúmena e intimidatoria, los hijos ya no son tan dóciles. Desde que no nos creemos sus dueños, sino sus responsables y protectores, estos chicos son un quebradero de cabeza.
Desde que caímos en la cuenta de que no van a seguir nuestros pasos, o no van a ser ese modelo de estudiante que habíamos soñado y que, incluso aquellas dotes que despuntaban en él cuando nos dijeron que era superdotado se han esfumado en contacto con sus amigotes y con los encantos de la vida, los hijos son una decepción. Desde que ya nunca van a ser lo que tampoco nosotros fuimos, los hijos nos están privando de la última oportunidad de conseguir nuestros sueños aunque sea indirectamente.
Desde que les pusimos todas vacunas y les dimos todas las vitaminas y logramos que crecieran sanos, nos irrita que se machaquen inútilmente en el fragor de la noche. Desde que se pasan tantas y tantas horas vagando por la evasión de las discotecas, la noche se ha convertido en un negocio suculento. Desde que nos han dicho que debemos descubrir si nuestros hijos se drogan porque de lo contrario nos sentiremos culpables de haber mirado para otro lado, nuestros hijos se han vuelto sospechosos. Pero sea como sea, los queremos por encima de todo, no podemos vivir sin ellos, entre otras cosas porque nos unen con el nuevo tiempo y con la nueva visión del mundo y además sin restregárnoslo por la cara. La falta de respeto social hacia los jóvenes va en contra de todos. Y, sobre todo, no puede ser que acaben con su vida unos matones de discoteca, cuya obligación es velar por su seguridad. Los porteros son los guardianes de una noche en que los jóvenes pasan a ser puro negocio. Con qué ligereza se le da una paliza a alguien hasta matarlo. Y como sabemos, el de Álvaro Ussía ha sido el más conocido pero no el único caso.