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En la catástrofe (III): del ‘doctor Peste’ a ‘los Señores del aire’

Las catástrofes suelen llamar al sálvese quien pueda, en caso de caos, y como alternativa a una exacerbación del orden. Con su lúcida visión de las imbricaciones entre calamidad natural y mal social, Albert Camus habla de catástrofes en dos de sus obras. La una es la famosa La peste que tiene lugar en Orán. Pero hay una segunda a la cual ya me he referido aquí: la obra teatral "L'État de siège" que transcurre en Cádiz. Recuerdo la trama: La ciudad baña en una atmósfera de infección moral concretizada en el nombre mismo, Peste, de un jerarca que identifica orden con disciplina, vigilancia y cifrado de los comportamientos de los ciudadanos. Aterrorizados, todos se pliegan, excepto Diego, el protagonista, que a un momento dado exclama: "¡Habéis creído que todo se reduce a cifras y fórmulas! Pero con vuestra brillante nomenclatura habéis olvidado la rosa salvaje, los signos del cielo, las rostros del verano, la gran voz del mar, los instantes de desgarro y la cólera de los hombres!"

Como consecuencia de la actual situación de pandemia se asiste hoy a un renacimiento de la idea de "ciudad amurallada". Pero en una época en la cual cada país está interconectado con los demás y el intercambio de información es un ingrediente fundamental de la economía, la exigencia de aislamiento se traduce en el incremento de la comunicación "a distancia". Este compromiso es facilitado por el progreso tecnológico, pero a la vez sirve de acicate para la investigación en este terreno.

Ante la simple posibilidad de una nueva pandemia, o la repetición de la misma, en los próximos tiempos se asistirá a una actualización de los dispositivos que acentúen la telecomunicación a todos los niveles, en primer lugar el educativo, pero sin excluir el afectivo Por eso es tan importante luchar, aunque las posibilidades de éxito sean escasas, porque el control de la telecomunicación no siga en manos de aquellos que Javier Echeverría denomina "Señores del aire", cuyo poder podría (como un análogo contemporáneo del jerarca Peste de Camus) reducir efectivamente nuestras vidas a dígitos y nomenclaturas.

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20 de noviembre de 2020
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Contactos

Busco, en la agenda de mi iPhone, la dirección postal de mi amigo el industrial Gallardo y, de modo involuntario, constato la gran cantidad de nombres almacenados que no sé a quién corresponden, y no es que no les ponga cara es que no sé qué personas son esas, diría que nunca había oído semejantes apellidos. Luego, horrorizado, descubro el abundante plantel de fallecidos, algunos a los que telefoneaba con cierta asiduidad y otros que quedaron allí por cortesía tecnológica. Pero no son esas las reflexiones importantes que ofrece la lectura de la lista, la reflexión importante, iluminadora, es la que gravita sobre un hecho poco estudiado; cuántos de los registrados se alegrarán al conocer la noticia de mi muerte. Veo a Luis García Folgado al que convencí para que invirtiera en aquel fondo, a Benigno Antonio García Tenebro al que le rayé el coche en el aparcamiento de Callao dándome a la fuga sin saber que me estaba observando, a Marta Giménez de la Hoz a la que le rompí el sujetador en la sofocante y mutitudinaria cola de españoles apiñados en el vestíbulo del cine de Perpiñán donde proyectaban El último tango en París, a Sebastiá Grimau Puigdangolas a quien afeé en público su horrible acento catalán en la boda en Toledo de su única hija, a Marta Gutiérrez Arderiu a quien abrasé al menos dos dedos de una mano cuando recogió una de las monedas al rojo vivo que mi padre y yo arrojábamos desde la ventana a la calle partiéndonos de risa..., la relación resulta en extremo prolija y, no me apetece, desde luego no en este momento, proporcionar tal caudal de placer a un batallón de mentecatos; retrasaré el suicidio.

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20 de noviembre de 2020
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Vida de Brines

Cumplidos ya los 30, entre 1963 y 1965, Francisco Brines pasó dos cursos enseñando en Oxford, donde más de una década después se le recordaba con gratitud y una pizca de ironía oxoniense: en esos años nadie nunca le oyó una palabra en inglés. Algunos alumnos suyos de los años 60, más tarde profesores en las mismas aulas, insistían en su modestia; uno de ellos afirmaba haberle oído a Brines dos "thanks you" avergonzados. La modestia y la timidez lingüística no son necesariamente virtudes poéticas; hay muchos genios soberbios y políglotas, además de Neruda, pero Brines pertenece a la bella categoría de lo anti-pretencioso. Qué pareja más compasada debieron formar entonces él y Claudio Rodríguez, que enseñaba en Cambridge, paseando por la campiña bajo la mirada benévola de Clara, la mujer de Claudio.

Cuando empezamos a leer en serio, muy pronto, nos gustaban más los catalanes, Gil de Biedma, Barral, Ferrater, si bien la meseta española no sólo daba berzas: ahí estaban, junto al citado Claudio tan vidente, Pepe Hierro o los astures a la madrileña Bousoño y Ángel González; todos amigos, en un grupo culto, vivaz y muy nocturno, aunque la mayoría pasaba consulta por la tarde en el locutorio de Aleixandre. De la rivalidad catalano-mesetaria habló nuestro nuevo Cervantes de hoy, esencialmente valenciano él, en una entrevista que en 1980 le hizo Isabel Burdiel en los cuadernos Cuervo, donde Brines, siempre conciliador, igualaba a las dos facciones por su "poesía escrita [...] desde la propia biografía, la ironía y un sentimiento muy concreto de frustración", añadiendo inteligentemente que todos ellos era "jóvenes burgueses con mala conciencia, y esa situación vital yo la entendía bien. Más que la crítica directamente política les interesaba la acusación de su propia clase".

Siendo velintónico, Paco Brines es cernudiano, como demostró en su elocuente discurso de entrada en la RAE contestado por otro miembro del grupo de los aleixandrinos seniors, Paco Nieva. Sin embargo, su desolación rara vez está malhumorada, ni su amar fue quimera. Las elegías de Brines llevan consigo el consuelo, como recuerdan estos hermosísimos versos de La despedida de la carne: "Misericordia extraña / ésta de recordar cuanto he perdido, / y amar aún su inexistencia."

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19 de noviembre de 2020

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El aforista junto al abismo

-I-

Ramón Eder es un hombre grave y sereno, circunstancia que no evita que pueda alegrarte la vida con notas esparcidas de humor, como en una pieza de Erik Satie. Sus aforismos van tejiendo una melodía luminosamente quebradiza y envolvente, donde el pensamiento va discurriendo de modo fragmentario: a saltos de baile clásico.

De sus libros de aforismos el que más me gusta es Aire de comedia. El vino de esa cosecha, selectiva y remozada, es cosa seria y a la vez tremendamente humorística. El vino de esa cosecha es, hablando en plata y bajo una palmera solitaria, la formalización de la excelencia.

Para Eder la vida es una materia ondulante, que no se puede abordar sin ironía, y a ser posible en un café de techos altos, lleno de simetrías francesas y pequeñas galaxias escondidas bajo la copa de vino de Borgoña.

Hasta ahora Ramón se ha dedicado, básicamente, a emitir relámpagos en forma de poemas y aforismos, pero juraría que lleva años construyendo una obra narrativa de bastante envergadura, y probablemente despiadada en alguno de sus momentos. No lo sé, simplemente lo sospecho. Ramón no me ha dicho nada a ese respecto, pero los viejos amigos las cazan al vuelo, las palabras, claro está, y de paso también los silencios.

Y los silencios de Eder suelen ser manifestaciones fundamentales de la elocuencia, quizá porque sabe que para que las palabras resalten es necesario envolverlas de silencio y dejar que resplandezcan como islas caribeñas en un plácido atardecer.

Ramón vive junto a un precipicio que da al mar bravío. Yo le llamo el aforista junto al abismo.

-II-

A continuación escojo siete gemas de su último libro Palmeras solitarias:

La vida es una ficción basada en hechos reales.

Un aforismo es una jaula de la que se escapa un pájaro.

Existe un tipo de generosidad que consiste en regalar nuestra ausencia.

El arte de la injuria les interesa mucho a los resentidos.

El mar es maravillo pero se tragó el Titanic.

Nadie es tan poca cosa que no ocupe exactamente el centro del universo.

Uno solo conoce sus límites si ha intentado rebasarlos.

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19 de noviembre de 2020
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La niña que se parecía a Antígona

Me contaba un amigo que una vez, hallándose en Rodas, se entretuvo observando a una niña que no obe­decía a su madre, hasta que se dio cuenta de que se lla­maba Antígona y que ya estaba imitando a la heroína antigua en el acto mismo de desobedecer. Antígona iba a lo suyo, como el personaje de Sófocles, y mi amigo sospechaba que iba a ser ya muy difícil cambiarle ese destino. Al parecer era una niña que desobedecía con autoridad, y que además daba explicaciones de por qué lo hacía.

En un instante fugaz, mi amigo asistió a algo parecido a la revelación de un destino, que era el eco de otro y de otro, en un sistema de repeticiones tan abismal como vertiginoso, y que al mismo tiempo no dejaba de incluir toda una cadena de estereotipos.

Y en medio de ese abismo llegamos; y lo primero que hacen es ponernos un nombre. Un sabio de nuestro tiempo pensó que tomarse en serio el nombre propio es estar loco, y habría que añadir: y es también sucumbir a la primera de las alienaciones que nos proponen, pues supone el primer acoplamiento de algo que no somos nosotros y que a menudo está lejos de parecernos la mejor repre­sentación verbal de nuestra persona. -La posesión de la vida-

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17 de noviembre de 2020
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Salomón

Estoy ahora en un galeón del hospital perseguido por el odiado Drake. Ojalá todo termine como en una novela de Stevenson

Como es algo perfectamente vulgar, puedo decirles que estoy en el hospital, pero no por el virus, sino por una septicemia, así que perdonen las deficiencias.

Los hospitales comienzan a ser espacios tan populares como los aeropuertos. Cuanto más se llenan los primeros, más vacíos los segundos. Son vasos comunicantes.

Por suerte me pude traer una compensación excelente. Desde niños hemos sido todos cautivos del hechizo de los Mares del Sur. Aquella inmensa extensión entre el Nuevo Mundo y Australia era un colosal espacio desconocido, una sabana de agua necesariamente tachonada de islas que excitaban la imaginación de los aventureros, Islas del Oro, Islas de Amazonas, Islas del Tesoro, Islas de Mujeres.

Los viajes de Europa a América son suficientemente conocidos pero los Mares del Sur son todavía una incógnita.

El sabio Juan Gil ha preparado un precioso trabajo sobre esos viajes disparatados: En demanda de la isla del Rey Salomón (Biblioteca Castro) es una descripción de algunos viajes por lugares inexplorados pero ya amenazados por los piratas ingleses que debilitaban a la Armada española. Solo el prólogo de este volumen es una novela de aquellas gentes entre las que había criminales, héroes, sabios, chiflados, inocentes y toda clase de increíbles aventureros, también jóvenes nobles y valientes como Álvaro de Mendaña, personaje que a los 20 años ya era Adelantado y que podría figurar en una aventura de Herman Melville.

Yo estoy ahora en un galeón del hospital perseguido por el odiado Drake.

Ojalá todo termine como en una novela de Robert Louis Stevenson.

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17 de noviembre de 2020
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Huyendo de la felicidad

Todos los libros buenos pasan desapercibidos. Me da rabia. No es ninguna novedad. El nenúfar y la araña es un libro que deberíamos haber aplaudido como merece. El miedo y su introspección son temas que me fascinan. En esta novela, editada impecablemente por Tránsito Editorial, hay de sobra.

Claire Legendre (Niza, 1979) ha escrito un libro sobre la violencia, la que ejercemos contra nosotros mismos, y la hipocondría. Legendre, además, es precisa y dispar en los temas: un nódulo pulmonar por sorpresa, la vivencia de su juventud conociendo la fecha exacta de su muerte, los sabotajes amorosos o la aracnofobia hereditaria. Recordaremos que «el modo más seguro de no temer a la araña es convertirse en ella».

Este es un libro sobre el momento exacto en el que la herida escuece. Lo triste aquí aparece como ineludible y virulento hasta que llega la litost checa -palabra que algunos traducen como remordimiento, aunque considero que no es acertado-; la litost es el espectáculo de la miseria propia. «Las litost pueden ser recientes o antiguas; las del mismo día son vigorosas, pero las viejas litost remachadas son las peores, se incrustan y se convierten en mitos. Una vez olvidada, digerida, puede resucitar ante una palabra que oímos en la radio, un vaso que se rompe, un encuentro fortuito... La resurrección intempestiva de litost puede acabar incapacitándonos en la vida cotidiana».

Más allá de todo lo que podemos considerar como una buena prosa, ya sea porque su lirismo nos alcance racionalmente, la trama nos toque la fibra sensible o se le dé muy bien narrar experiencias comunes, Legendre comparte dos temas que, creo, serán de interés general. El primero, la tesina de su amiga Fanie Demeule sobre la anorexia mental. Viene a decir que si algo te gusta mucho y no puedes «estirarlo a voluntad», como mínimo podrás privarte al completo y así sentir el poder que mereces sobre aquello que amas. Bien lo cantó Jane Birkin: «Huir de la felicidad por miedo a que huya». El otro, el complejo del novelista. No hay consuelo en transformar las desgracias en libros, «las lágrimas en lirismo». El consuelo literario no existe.

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16 de noviembre de 2020

Foto: Ferrán Mateo

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Querida y terrible Rusia

Keith Gessen, nacido en Moscú y criado en Estados Unidos, confronta sus dos patrias a través de un ‘alter ego' que se ve obligado a regresar a su país de origen para cuidar a su abuela

Todas las familias felices se parecen. La nuestra, obviamente, no era una familia feliz", confiesa Andréi Kaplan, un treintañero emigrado a Massachusetts de niño, cuando el Kremlin autorizó la partida de soviéticos de origen judío, como Brodsky o Dovlátov, en la denominada "tercera ola". Melancólico y dubitativo, el protagonista de esta novela es una versión actualizada del hombre superfluo, incapaz de encauzar su vida, como los Oneguin y los Oblómov. "A mí me gustaba leer y había pensado que los libros me ayudarían a entender el mundo", confiesa. Tras encadenar cursos de cultura eslava en la universidad, en plena crisis financiera global, la realidad le demuestra lo contrario: su cuenta bancaria es un erial, su novia lo deja en un Starbucks, las perspectivas laborales en una facultad son remotas y vivir en Nueva York supone un coste prohibitivo. Solo encuentra salida en una llamada de su hermano, retornado a Moscú.

Decide probar suerte en la jungla darwinista postsoviética y cuidar a su abuela, historiadora jubilada, en el piso que le concedió Stalin. La expectativa de indagar en los recuerdos de la matriarca, y que eso le dé para un texto académico, es otro incentivo, pero descubrirá que la frágil memoria de la mujer casi centenaria apenas emite fogonazos de lucidez: "Mereció la pena intentarlo. Este es un país terrible y no va a funcionar nada, nunca", le comenta al nieto. La relación entre ambos (enfermedad cognitiva de por medio) le sirve a Kaplan de vínculo con su madre muerta y con una historia familiar repleta de contradicciones.

En su segunda novela tras Todos los jóvenes tristes y literarios, Keith Gessen, cofundador de la revista n+1 y traductor de Alexiévich y Petrushévskaia, se inspira en su bagaje personal para perfilar un análisis del reciente paisaje sociopolítico ruso a través de las expectativas truncadas del protagonista. Como él, el autor volvió a Moscú para cuidar a su abuela cuando su hermana, la también escritora Masha Gessen, tuvo que regresar a América por las políticas homófobas de Putin. Para Kaplan, Rusia representa la burbuja nostálgica de sus padres y de su estrecho círculo, el "gueto ruso" del que los hijos ansían huir al "Estados Unidos real". Por eso, no puede confrontar esas ideas preconcebidas sobre su lejano lugar de origen hasta el momento en que vuelve a sus raíces. A medida que traba amistad con moscovitas de todo pelaje y se enamora de una activista, la ciudad deja de ser "el lugar terrible donde había nacido" para convertirse en otra cosa.

Al alejarse del exotismo, Gessen se desmarca de una heterogénea corriente literaria, surgida en 2002 con El manual del debutante ruso, de Gary Shteyngart, e integrada por autores de origen eslavo marcados por su condición transnacional, plurilingüe y migrante. Además de narrar el conflicto intergeneracional, el extrañamiento cultural o el problemático tránsito a la madurez, Gessen confronta sus dos patrias, "terribles" cada cual a su manera. Aunque igualadas por el mismo patrón neoliberal -"la mercantilización de las relaciones humanas"-, la Rusia de Putin emerge como alumna aventajada, inspiradora de otras cleptocracias.

Atraviesa la novela, salpicada de apuntes de literatura rusa, el tema del dinero y la desigualdad como nueva forma de dictadura. Si la gente no puede permitirse hacer nada aparte de sobrevivir (cavila un Kaplan más incisivo), probablemente no se organice ni adquiera ningún poder político. Así que "ya no era necesario meterlos a todos en un gulag". El protagonista se siente frustrado por no saber brindar una "nueva interpretación de Rusia" que cambie la forma en que la gente percibe ese país más allá de los tópicos, algo que Gessen, en cambio, sí consigue.

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16 de noviembre de 2020

Mafalda con frase que nunca escribió ni hubiera escrito Quino

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Encontrar la grandeza de Quino en las frases falsas atribuidas a Mafalda

Cuando el 30 de septiembre falleció, a los 88 años, el gran dibujante e historietista argentino Joaquín Lavado, Quino, comenzaron a llenarse las redes sociales de “homenajes”, casi todos con su dibujo más conocido y admirado, el de la niña contestona e inquieta Mafalda.

El más difundido mostraba a una Mafalda indignada que gritaba: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”

En otro, una Mafalda, tomada de la mano de su padre y mirando al Océano Atlántico en una de sus vacaciones en Mar del Plata, opinaba que había que tirar a todos los políticos al mar.

La muerte de Quino sirvió para la creación de “mafaldas particulares”, en las que cada tuitero de ocasión colocara al lado del dibujo toda clase de improperios hacia sus enemigos.

He visto, de parte de “mafaldistas” argentinos, versiones en las que la niña ataca al actual gobierno peronista y su vicepresidenta Cristian Kirchner, o al gobierno anterior del conservador Mauricio Macri. En México hay mafaldas contra el presidente López Obrador y contra el PRI que lo antecedió. Mafaldas de derecha, contra la falta de libertades en Cuba o Venezuela, y mafaldas de izquierda, contra el gobierno de los ricos y los contubernios entre empresarios y gobernantes.

Y después están las mafaldas de cuyos “globitos” brotan frases de poster New Age o autoayuda:

“En la vida no hay premios ni castigos, sino consecuencias”. “No estoy gordita, solo llenita de amor”. “¿No sería mejor el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?”. “Qué ironía la tecnología..., que nos acerca a las personas lejanas, pero nos aleja de las cercanas.” “¡Sonríe, es gratis y alivia el dolor de cabeza!”. “El problema de las mentes cerradas es que siempre tienen la boca abierta”

Ninguna de estas frases es de Quino. Lo lamento si alguno de ustedes repitió una o dos.

Y también lamento informarles que este falso mafaldismo no es un fenómeno nuevo. El querer que los genios hayan escrito lo que nosotros queríamos que dijeran no empezó con los memes y las redes sociales, aunque, obviamente, ahora es mucho más fácil.

Hace tiempo que pululan por las redes los falsos poemas de Borges lamentándose de haber leído demasiados libros en vez de tomar más helados o de ver más atardeceres, falsos párrafos de García Márquez alegrándose de haber vivido una vida plena y falsos versos de Benedetti alentando a sus lectores a no rendirse.

“Ahora entiendo a Borges”, me dijo una vez una amiga que no entendía sus cuentos. No me animé a desengañarla. Obviamente ahora lo entendía… porque no era Borges.

Poner frases engañosas en la boca de Mafalda es más efectivo: al colocar el dibujo de la “verdadera” Mafalda al lado de la frase mentirosa parece cierta: incluso parece más cierta que las verdades incómodas de la verdadera: ahora dice lo que nosotros pensamos. ¡Qué alegría encontrarse con que odia al político que nosotros odiamos!

Mafalda nunca odió a este o a aquel. Trataba con desdén la política y con pena a sus creyentes; sentía angustia por el mundo; sentía dolor por la falta de vida de su mamá y por los temores de gris burócrata de su papá; se sentía cercana y entendía la fascinación de Felipe por las historietas y su aversión a los deberes, el gusto de Susanita por las costumbres de la burguesía a la que siempre miraría desde abajo y de Manolito por los lujos de Rockefeller, a quien siempre admiraría desde su puesto en el almacén de su papá.

Mafalda los escuchaba a todos, por todos sentía una humana piedad. En un mundo de rencores y cerrazones, fue lo más parecido que se creó en América Latina a un personaje que represente la filosofía de una democracia vivible.

Pero ojo: no era ninguna conformista. Tal vez su política se acerque más a su amiga revolucionaria, Libertad. Mafalda pensaba lo mismo que su amiga, pero con menos estridencia. Sabía que el bastón del policía era “el palito de abollar ideologías” y que cuando en una pared encontraba la pintada “¡Basta de censu…” probablemente no era que al rebelde se le acabó “la pintu…”, sino que le cayeron encima a abollarle la ideología.

Una vez le preguntaron a Quino en una entrevista por qué no siguió con la Mafalda adolescente. En los setenta se hubiera convertido en una desaparecida, dijo.

Mafalda (y Quino, su padre) nunca fueron partidarios ni fanáticos de líderes y partidos, sino de principios e ideales. Los de abajo, los obligados a obedecer, los rebeldes aplastados. Y sobre todo el feminismo, que en los años de la tira cómica (se publicó de 1964 a 1973) era una idea revolucionaria.

Mafalda le pregunta a su mamá: “¿Qué te gustaría ser si vivieras?”. La mamá está fregando, cocinando, con el bebé Guille en brazos, y pone tal cara de terror al entender la cruel verdad de su hija que todos los que vimos esa tira en la infancia no se nos quitará jamás de la cabeza.

Con la muerte de Quino, cada diario y revista de España y Latinoamérica rindió su despedida elogiosa al gran Quino, pero también medios en países y para públicos alejados de su obra aprovecharon el momento para explicar por qué Mafalda es importante.

The Economist empieza así su homenaje, llamado La niña que odiaba la sopa: “Mafalda fue más política que Peanuts y más moderna que Asterix, pero no menos famosa que sus rivales. Joaquín Lavado, quien la dibujó con el nombre de Quino que usaba desde la infancia, publicó sus tiras en toda América Latina y el sur de Europa. Fue traducida a 26 idiomas y se sigue republicando hoy”.

Hay en Mafalda una profunda creencia en la inteligencia y la bondad de la humanidad en su conjunto y de sus lectores en particular, y una aguda seriedad bajo la superficie del chiste. Algo que suele faltar en las falsas citas.

En un nivel superficial, es fácil descubrir un falso Mafalda: no está escrito con la caligrafía redonda, cálida y cuidada de Quino, sino en frías letras de imprenta o con escritura falsamente aniñada. Un verdadero “quinista” reconoce la letra de su héroe a la primera.

Pero en el fondo, no hace falta ese detalle formal: Mafalda nunca le da consejos al lector, como sí hacen los gurús de la autoayuda y el New Age.

Y no quiere bajarse del mundo. Ella para siempre querrá cambiarlo.

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14 de noviembre de 2020
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La indecencia

No siendo historiador ignoro si en los tiempos modernos ha habido un periodo en el que coincidieran, como ahora, tantos jefes de estado odiosos, y me refiero aquí a un odio universal, no partidista ni solo ideológico, sino fundamentalmente estilístico. Porque una cosa es tenerle manía a tu alcalde pedáneo y discrepar radicalmente de una presidenta territorial, y otra muy distinta verse afectado por un diluvio lejano que a todos nos arrastra o nos salpica. Mi lista actual de bestias negras blancas de rasgos humanos se extiende por varias latitudes, y ustedes tendrán las suyas, coincidentes o no, pero es imposible, incluso para los memoriosos de la segunda parte del siglo XX, recordar una explosión de júbilo como la causada en el mundo por la caída de Trump.

Pensé en lo que dijo Paul Auster respecto al contrincante al que iba a votar, sin que le entusiasmara: "Biden is a decent man". El adjetivo inglés tiene un significado muy amplio, pues tanto abarca la falta de obscenidad como el carácter amable. De las once acepciones que el Diccionario Oxford conciso da de decent, ninguna de ellas le cuadra a Trump, y casi todas a Biden. Lo que significa que, más allá de otros razonamientos, setenta millones de norteamericanos votaron el pasado miércoles a sabiendas a alguien de tan exhibida indecencia como Trump. ¿Desea tanta gente, y en países civilizados, ser regida por el fanfarrón, por el sexista, por el hazmerreír, por el que habla de todo sin saber de nada, por el que aferra la carne involuntaria de una mujer por la costumbre que tiene de agarrarlo así todo? ¿Son sus votantes iguales que el votado, le envidian, o sólo se aprovechan del fantasma para fastidiar y dar miedo? ¿Dónde saldrá el próximo fantoche de la política? Una alegría añadida a la celebración: saber que es posible cortarle el rollo en directo, urbi et orbi, al presidente de los Estados Unidos.

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13 de noviembre de 2020
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El Boomeran(g)
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