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La libertad de Vasili Grossman

Por 11 de enero de 2021 Sin comentarios

El escritor Vasili Grossman lee Estrella Roja. El camello es probablemente la mascota que acompañó a la 308ª División de Fusileros desde Stalingrado hasta Berlín.

Marta Rebón

Hace cuatro décadas, cuando se publicó en Lausana el manuscrito microfilmado inédito de Vida y destino después de haber burlado las fronteras, Vasili Grossman ganó póstumamente la partida del tiempo, revalidando así el mensaje contenido en su novela: la vida siempre acaba por abrirse paso, el deseo humano de libertad es inquebrantable. En un breve ensayo aparecido el año de la disolución de la Unión Soviética, Louise Glück afirmó que la creación artística es una venganza contra las circunstancias. Y ante los críticos (añadía la reciente Nobel) el autor cuenta con la mejor baza: sabe que el futuro acabará por borrar las pequeñeces de su presente. Hoy, las obras de los colegas que maquinaron contra el autor de Todo fluye, así como de otros que miraron para otro lado a cambio de prebendas, apenas se leen. El tiempo, ese “protector sosegado y leal de los tesoros literarios”, según Grossman, es el único juez legítimo. Una sociedad se define por qué y cómo lee, por lo que prohíbe o silencia. De ahí que nos interesen las biografías de escritores.

La única de Grossman disponible hasta la fecha en español era la firmada por los eslavistas Carol y John Garrard. Aparecida en 1996, se centraba sobre todo en el silencio en torno al exterminio judío en Europa Oriental, tal como indica su título original: Los huesos de Berdíchev. El asesinato de la madre de Grossman, junto con otras 30.000 víctimas, a manos de los Einsatzgruppen en la ciudad ucraniana de Berdíchev —donde nació el autor—, fue para él un punto de inflexión tanto en lo personal como en lo literario, subrayaron los Garrard, así como lo que vio y oyó en el frente.

Esa biografía, en que se privilegiaba el acercamiento íntimo (“el impacto de la herencia de la guerra en la vida y obra de un hombre”), se tradujo a nuestro idioma en 2010, cuando aún no se habían vertido al español obras de Grossman como El libro negro, Stalingrado —la versión sin censurar de 1.100 páginas (recién publicada por Galaxia Gutenberg) que, tras tres años de sufrida edición, se convirtió en 1952 en Por la causa justa— o la crónica de su viaje a Armenia como traductor al final de su vida, Que el bien os acompañe. Tampoco «La Madonna Sixtina» o «El camino»Que estos títulos estén ahora accesibles permitirá a los lectores seguir mejor esta nueva aproximación a la figura de Grossman a cargo de Alexandra Popoff, periodista e historiadora cultural moscovita afincada en Canadá, a la que conocíamos por sus ensayos sobre Sofia Tolstaia (Circe, 2011) o sobre las compañeras de varios titanes de las letras rusas (The Wives, 2013).

El título de su biografía, Vasili Grossman y el siglo soviético, revela cuál ha sido su intención al colocar a Grossman junto a su época, “el siglo soviético”, pues Popoff ha otorgado más peso al contexto que sus antecesores. Su vida estuvo estrechamente ligada a los acontecimientos históricos, que contó en sus reportajes bien como testigo directo, bien mediante declaraciones de otros, como cuando entrevistó a supervivientes del Holocausto o a expresos del Gulag, gracias a lo cual careó un totalitarismo con otro. Y antes presenció la guerra civil rusa, también los planes quinquenales, las purgas, las hambrunas genocidas o el antisemitismo soviético estructural.

Un planteamiento ambicioso, el de Popoff, encajado en 440 páginas de texto, que satisfará a un público amplio que busque guiarse por el laberinto de la burocracia y los códigos de la era soviética. Cierra el volumen un epílogo centrado en el actual clima de revisionismo. Según Popoff, la fría recepción dispensada hoy en Rusia a Grossman demuestra que su cosmovisión —humanista— está en las antípodas de la del Kremlin y que, en tiempos de Putin, su lectura es perentoria. Con todo, la hondura con la que Grossman analizó las raíces de la tiranía trasciende Rusia.

Popoff no destaca por ser una gran estilista. Hay pasajes en que la narración se difumina. La cantidad de nombres que asoman la obligan a detenerse para presentarlos, cuando un anexo con notas biográficas habría evitado tener que dar esa información en el cuerpo de texto. Otras veces, se echan de menos más datos específicos e ilustrativos, en lugar de citas de otros escritores, como cuando aborda la atmósfera efervescente de los años veinte moscovitas.

La ambición de totalidad prima sobre la mirada lenta hacia los detalles, una de las máximas de Grossman. Aun así, Popoff logra ofrecer una idea de conjunto que permite detectar los elementos de continuidad en su obra, en la línea de otros investigadores que no ven en él tanto una “conversión” a partir de la guerra como una confirmación de los principios que regían su mirada, ya perceptibles en su primera novela ambientada en las minas del Donbás. Si bien la extensión no alcanza para profundos análisis literarios, sí acierta Popoff en subrayar las ideas relevantes de sus principales obras, ricas en implicaciones literarias y filosóficas. Debido a su imperativo de contar la verdad —su crónica sobre Treblinka se adjuntó como prueba en los juicios de Núremberg—, Popoff a veces incurre en usar aspectos de su narrativa de ficción con valor factual.

Esta biografía se ha beneficiado de la apertura de archivos oficiales rusos y de los de familiares y amigos del escritor, que sirven para corroborar o desmentir aspectos del “mito Grossman”, construido a partir de finales los setenta, cuando se quiso atraer la atención sobre su obra para facilitar la publicación en el extranjero. Presentarlo como un disidente indoblegable resultaba más eficaz.

Grossman ascendió en las filas de la literatura oficial, a la sombra del realismo socialista, y trabajó para medios estatales. De no ser así, no habría podido publicar, y, si se salvó en las arremetidas de Stalin contra el Comité Judío Antifascista, se debió a que el georgiano murió súbitamente en 1953. La ambición de Grossman fue no tanto renovar la literatura como reflexionar sobre cuestiones atemporales —»lloro cuando leo o miro obras de otras personas que han unido con amor la verdad del mundo eterno y la verdad de su yo mortal”— o defender que no hay novela sin subjetividad. En una sociedad atrofiada inyectó el lenguaje de la libertad adoptando puntos de vista marginales: un asno, un anciano, un exconvicto, un judío, un operario, un perro, un niño, un soldado raso. Popoff muestra que Grossman escribió en las condiciones más adversas, ya fuera en las minas, el frente o el ostracismo de sus últimos años. Aunque el secuestro de Vida y destino fue una estocada dolorosa, no dejó de escribir ni hacer valer eso que proclamó Zamiatin en 1921: la literatura avanza gracias a los ermitaños, los herejes, los soñadores, los rebeldes, los escépticos.

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Marta Rebón

Marta Rebón (Barcelona, 1976), se licenció en Humanidades y Filología Eslava. Amplió sus estudios en universidades de Cagliari, Varsovia, San Petersburgo y Bruselas, cursó un postgrado en Traducción Literaria en Barcelona y un Máster en Humanidades: arte, literatura y cultura contemporáneas. Tras una breve incursión en agencias literarias se dedicó a la traducción y a la crítica literarias. Ha traducido una cincuentena de títulos, entre los que figuran novelas, ensayos, memorias y obras de teatro. Entre sus traducciones destacan El doctor Zhivago, de Borís Pasternak; El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov; Cartas a Véra, de Vladimir Nabokov; Gente, años, vida, de Iliá Ehrenburg; Confesión, de Lev Tolstói o Las almas muertas, de Nikolái Gógol, así como varias obras al catalán de Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura en 2015. Actualmente es colaboradora de La Vanguardia y El Mundo. Sus intereses de investigación incluyen el mito literario de varias ciudades y la literatura rusa del siglo XX. Fue galardonada con el premio a la mejor traducción, otorgado por la Fundación Borís Yeltsin y el Instituto Pushkin, por Vida y destino, de Vasili Grossman, escogido el mejor libro del año en 2007 por los críticos de El País. Ha expuesto obra fotográfica en Moscú, La Habana, Barcelona, Granada y Tánger en colaboración con Ferran Mateo, quien también participa en sus proyectos editoriales. Ha publicado En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017) y El complejo de Caín (Destino 2022). Copyright: Outumuro

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