El extrañísimo 2020 está terminando para mí de una forma bella y clara, y ahora entiendo por qué.
Me pasé todo el año tratando de justificarme cuando me preguntaban que cómo estaba. Bien, decía, bastante bien, como pidiendo disculpas entre tanta gente que lo está pasando tan mal.
Parte de mi trabajo es escribir y enseñar sobre lo mal que está yendo este año de enfermedad global, muertes, encierro, crisis económica y exacerbación de las diferencias sociales. Y también trabajar con alumnos y colegas que están en medio de situaciones angustiosas.
Las redes sociales nos traen el dolor en forma de chistes y memes, pero el miedo y el hartazgo están aquí. La gente está mal, está aterrada, está deprimida. Siento que para muchos este año fue un detener lo que estaban haciendo. El año que no fue, el año que desapareció.
Allá por el mes de abril alguien dijo en Facebook o Twitter que debían devolverle el dinero por su agenda de 2020, porque no la iba a usar.
Sonaba a verdad amarga, pero ya en ese momento para mí era mentira.
No puse en mi agenda los horarios y códigos de los vuelos y las direcciones de los hoteles, porque no salí de Santiago, eso fue verdad. Pero la agenda se llenó de clases y conferencias y charlas y encuentros por Zoom y Teams y Google Meets, y de montones de plazos para entregar artículos, reseñas, y dos libros enteros que pude terminar este bendito año.
Sí, este año terminé dos libros.
Sin salir a la calle, hice más que nunca. Y viví más plenamente y con la plácida felicidad que hace años anhelaba.
Y ahora, al abrir mi regalo de navidad, me encuentro con la respuesta a por qué pasé tan bien y debo celebrar sin culpas este 2020 en que encontré mi rumbo, que hacía tiempo buscaba.
La respuesta está en la agenda que ayer me regaló Carmen.
Mejor dicho, en el cambio y la continuidad que van de la agenda de este año, que en 2019 compré en una tienda de Moleskine en la estación de tren de Venecia, a esta del año que viene.

Las dos agendas se ven en la foto que acompaña este texto. La gastada y cansada de este año, color cereza madura, tiene los inconfundibles dibujos de la primera edición de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.
Esa agenda a punto de expirar tiene en la tapa esos dibujos de Alicia, de la Reina de Corazones y de dos sirvientes o soldados-carta, del cinco de picas. Los soldados están mirando cada uno hacia un extremo de la tapa, como preguntando algo, y en medio, un rosal algo más alto que ellos.
Entre las Alicias figura una pregunta:
“How should I know?”
“¿Cómo saberlo?”
Sin haber hecho la relación, esa pregunta me llevó a vivir, leer, escuchar, escribir, enseñar, y sobre todo soñar una vida que en esta edad en que otros tienen sueños de nietos y de jubilación, para mí es un inicio de convivencia amorosa en una nueva casa, con libros y nuevos amigos y proyectos largamente postergados.
Carmen encontró, no imagino dónde, una Moleskine color rojo frutilla jugosa, más gruesa, también con personajes del Alicia original del genial dibujante John Tenniel.
Esta tapa tiene solo tres personajes. Muestra a los soldados del dos, el seis y el cinco de picas con el rosal mucho más alto y florecido. Esta vez los hombres se miran, conversan, y uno de dice a los demás:
“The best way to explain it is to do it”.
“La mejor forma de explicarlo es hacerlo”.
Mi vieja lapicera Parker de tinta azul ya se adosó a la nueva agenda, aunque el 2021 todavía haya empezado.
Pero yo ya tengo mi respuesta, la que me trajeron la vida y el amor.