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Mitología del médico

Por 16 de febrero de 2021 febrero 18th, 2021 Sin comentarios

Jesús Ferrero

La medicina ha sido y es tan pródiga en mitos como la literatura. En realidad todas las ciencias generan literatura y muchas verdades científicas se trasmiten en forma de mito. Pondré un ejemplo: la teoría del big bang tal como se explica normalmente (el huevo cósmico tan pequeño que no tiene dimensión, y que de pronto estalla y da origen al universo), no deja de ser un mito con todas las características de un mito, que en principio es una narración breve, semánticamente muy cargada y con elementos mágicos moldeando su estructura, y que puede ser compartida por mucha gente.

Decíamos que la medicina ha sido generosa en mitos. Hablaremos de ellos, y empezaremos por el fundamental: el médico como arquetipo, tan frecuente ya en la antigüedad: el médico como leyenda, como personaje de la narrativa oral y escrita, como mito. En la antigua Grecia la medicina tuvo bastante prestigio, en Roma no lo tuvo tanto, y en el Siglo de Oro español su prestigio andaba por los suelos, si nos acercamos a los galenos que transitan algunas novelas. A menudo, esos médicos no eran cristianos viejos, circunstancia que no les ayudaba a elevar su dignidad ante sus desconfiados pacientes, la mayoría de ellos antisemitas.

El origen de la medicina se hunde en la noche del chamanismo. Los primeros médicos fueron con toda evidencia chamanes que conocían ciertas hierbas y practicaban ciertos ritos, y uno se pregunta si alguna vez hemos conseguido desgajar la figura del médico de la del antiguo chamán. Es evidente que la palabra de un médico vale más que la de un poeta, como ya referí alguna vez. Un poeta te dice que te quedan unos días de vida y te echas a reír, pero te lo dice un médico y empiezas a temblar. La palabra del médico sigue siendo en cierto modo sagrada, como la del chamán, y solemos depositar en ella una confianza bastante ciega.

Tanto la novela occidental como la oriental han tratado con cierta insistencia la figura del médico, pero en pocas esa figura aparece tan agraciada, tan melancólica, tan honda y tan dolorosa como en Doctor Zivago de Pasternak. Queriendo o sin querer, Pasternak dibujó al médico ideal, que además es poeta. Muchos le reprocharon a Pasternak haber escrito una especie de best-seller, precisamente él, que era uno de los poetas rusos más relevantes. Pasternak siempre negó esas acusaciones, y yo también las niego. Más que el retrato de un médico, Pasternak quiso hacer el retrato de un poeta ruso de su generación, que además es médico. Tras la vida de Zivago se detectan ecos de la vida del poeta Mayakovsky y de algunos otros, todos ellos víctimas del terror de Estado.

En la misma época en la que Pasternak escribía su Doctor Zivago vivía en Berlín un médico no menos relevante, que representaba un poco el mismo caso pero en el bando opuesto: el poeta Gottfried Benn. De joven, Benn se había afiliado al partido nazi, pero cuando sus correligionarios leyeron su primer poemario titulado Morgue, lo echaron del partido por decadente y degenerado. En aquel entonces Benn trabajaba en un hospital lúgubre y periférico, en la nave de las parturientas, y en sus primeros poemas narraba algunas de aquellas experiencias sofocantes, cuando la noche se preñaba de muerte en todos los hospitales de Alemania. Los nazis repudiaron esos poemas: ellos querían un mundo más falsificado y menos complejo. Recordemos que también Baroja fue médico, al igual que Alfred Döblin (uno de mis novelistas preferidos). Pero uno cosa son los médicos reales que por alguna razón se convirtieron en leyenda y otra cosa los médicos de las novelas, cuya personalidad puede variar mucho según el género.

En las novelas sentimentales suelen ser hombres ideales y estereotipados que acaban casándose con alguna mujer más o menos angelical. En las novelas de terror suelen ser malvados, con una clarísima propensión al sadismo. En las novelas realistas ni son buenos ni son malos, simplemente cumplen su función dentro del relato. En las novelas de ciencia-ficción a veces son buenos y cuidan con mucho esmero de los tripulantes de la nave, y otras veces les da por hacer barbaridades. En las novelas fantásticas tienden a aparecer una vez más como malvados, envueltos en una atmósfera más bien crepuscular, y su retórica suele ser contundente y radical.  No es de extrañar, pues si lo vinculábamos al chamán, el médico se presta bien a entrar en la estructura del terror por el poder que le damos a su mirada y a sus palabras.

Y si la palabra del médico siempre ha sido sagrada, en este momento de pandemia reiterada lo es todavía más. Ahora mismo los médicos son los protagonistas del relato social. Algunos los consideran auténticos héroes de nuestro tiempo, otros, más discretos, prefieren no opinar. En lo que a mí respecta, siempre me he sentido bien tratado por los médicos, a la vez que indico una sospecha: es posible que la corrosión del carácter, tan característica de nuestra época, también les esté alcanzando a ellos.

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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