Skip to main content
Blogs de autor

El hombre cuenta (IV): una rara especie

Por 12 de febrero de 2021 Sin comentarios

Víctor Gómez Pin

El hombre, un animal…racional. Importante rasgo diferenciador que hace su especificidad. Desde Aristóteles, primer estudioso sistemático de las especies animales, no ha dejado de señalarse que el rasgo especificador del hombre en el seno de la animalidad no es homologable al rasgo mediante el cual se diferencian una de otra las demás especies.

Pero cierto es que desde que la teoría de la evolución se abrió camino, el concepto mismo  de especie se ha hecho problemático. Una especie vendría a ser lo que a un momento dado (por conveniencia clasificatoria) un “especialista” designa como tal,  con clara conciencia de provisionalidad, es decir, sabiendo que lo realmente importante no es  la estabilidad  de la especie sino, las condiciones que han determinado su llegada y determinaran  su  sustitución. Y el hombre no podría suponer una excepción. Desde el punto de vista de la  biología y de su rama la genética, el asunto  tiene poca discusión:

El hombre tiene unos rasgos por los que se distingue del chimpancé y del bonobo, como estos últimos  se distinguen entre sí. Estos rasgos aparecieron en un momento de la historia evolutiva  como resultado de un proceso de cientos de millones de años, y esta misma historia hará que un día sean sustituidos por otros. Si se cumplieran  las previsiones de catástrofe cósmica que (por ejemplo, pues no es el único factor)  el cambio climático deja entrever, entonces, dada su  aparición reciente, el hombre  sería no sólo un momento de la historia sino un momento muy efímero Y sin embargo…

El  presupuesto de que en la historia evolutiva la aparición de un animal de razón  supone una radical singularidad,  constituye el soporte, implícito o explicito, de lo que cabe designar como humanismo. Es obvio que si lo que diferenciara al chimpancé del bonobo fuera del mismo orden que lo que diferencia al hombre del chimpancé, la defensa de su especie por parte de los humanos no tendría más significación que la defensa de los lobos frente a otro depredador, y lo mismo cabría decir de la instrumentalización o consumo por el hombre de individuos de otras especies.

Sería, en suma, como mero reflejo de su instinto de conservación específica e individual que el hombre se protegería  del lobo o daría caza a liebres para alimentarse de las mismas.

Sin duda puede sostenerse esa posición, y de hecho es frecuente escuchar argumentos en ese sentido. Bajo la acusación de “especeísmo” se repudia, o al menos se  considera como una ilusión, el hecho de otorgar papel relevante  al animal que es el hombre. Pero en todo caso quien adopta esa posición  ha de ser coherente, asumir que está rebajando el peso mismo de la actitud moral que le hace posicionarse a favor de la homologación de sus derechos con el  de otras especies. Pues es difícil no otorgar que esta preocupación es manifestación de una  moralidad general  por la cual se supone que toda sociedad humana debería regirse. En suma:

Si  la actitud moral considerada recta exige preocuparse  por las demás especies, y a la vez consideramos que no hay jerarquía entre nuestra especie y otras especies animales, una de dos: o bien esta rectitud y altruismo, en general la moral, también se daría entre otras especies (eventualmente sin que nosotros nos apercibamos de ello); o bien se daría sólo en nosotros, pero no tendría de hecho más importancia que tal o cual característica sorprendente que a veces constatamos en una especie animal y que no se da en otras; ejemplo, sin ir más lejos: la singular capacidad que permite a la abeja  designar mediante un “baile”, algo que no está presente. Nótese de pasada que una manera de quitarle importancia a la moralidad es simplemente decir que constituye un simulacro, un arma más en la lucha por la subsistencia en razón de la competencia en el seno de la propia especie. Esta sospecha sobre la oculta esencia de la moralidad ha atravesado a muchos pensadores (Nietzsche entre ellos, pero hay que insistir en que no es el único), sobre todo tratándose de las formas de moralidad que ponen el acento en la compasión. Por mi parte, creo más bien que tal crítica no llega al núcleo de un tipo de moralidad como la kantiana, en la cual el principio rector es la inevitabilidad de asumir un imperativo, sin el cual no sería siquiera comprensible la persistencia de una sociedad humana.

Como en tantos otros propósitos bien intencionados, hay también  aquí el peligro de arrojar el bebé con el agua del baño. El equivalente de esta última (ya sucia bien entendido) podría considerarse que sería la disparatada utilización de la naturaleza, a la que una pretenciosa concepción de lo que la técnica posibilita ha conducido a los humanos. La técnica sólo puede actualizar lo que la naturaleza posibilita, si pretende dar  un paso más no sólo no conseguirá su propósito sino que además  la naturaleza le llamará al orden restableciendo un equilibrio que no es favorable a nuestra especie. En este sentido la ecología no sólo es una exigencia ética sino una exigencia del anhelo de supervivencia para nuestra especie.

Pero  si se niega la jerárquica singularidad de nuestra especie, si se pretende que nuestra causa no es causa final de nuestra acción, entonces se da un paso más: se está efectivamente  arrojando el bebé, es decir, se está repudiando lo que la humanidad, en su tensa lucha por algo más que sobrevivir ha ido construyendo: se está, como decía poniendo en tela de juicio los fundamentos del humanismo.

profile avatar

Víctor Gómez Pin

Victor Gómez Pin se trasladó muy joven a París, iniciando en la Sorbona  estudios de Filosofía hasta el grado de  Doctor de Estado, con una tesis sobre el orden aristotélico.  Tras años de docencia en la universidad  de Dijon,  la Universidad del País Vasco (UPV- EHU) le  confió la cátedra de Filosofía.  Desde 1993 es Catedrático de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), actualmente con estatuto de Emérito. Autor de más de treinta  libros y multiplicidad de artículos, intenta desde hace largos años replantear los viejos problemas ontológicos de los pensadores griegos a la luz del pensamiento actual, interrogándose en concreto  sobre las implicaciones que para el concepto heredado de naturaleza tienen ciertas disciplinas científicas contemporáneas. Esta preocupación le llevó a promover la creación del International Ontology Congress, en cuyo comité científico figuran, junto a filósofos, eminentes científicos y cuyas ediciones bienales han venido realizándose, desde hace un cuarto de siglo, bajo el Patrocinio de la UNESCO. Ha sido Visiting Professor, investigador  y conferenciante en diferentes universidades, entre otras la Venice International University, la Universidad Federal de Rio de Janeiro, la ENS de París, la Université Paris-Diderot, el Queen's College de la CUNY o la Universidad de Santiago. Ha recibido los premios Anagrama y Espasa de Ensayo  y  en 2009 el "Premio Internazionale Per Venezia" del Istituto Veneto di Scienze, Lettere ed Arti. Es miembro numerario de Jakiunde (Academia  de  las Ciencias, de las Artes y de las Letras). En junio de 2015 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco.

Obras asociadas
Close Menu