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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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La biblioteca del futuro


 

Déjame que te cuente que está en construcción, en el campus de la Universidad de Chicago, la primera biblioteca del futuro.  En una esquina de la calle 57, junto a la biblioteca central, puede verse el armazón de acero que sostendrá la cúpula elíptica de vidrio, de 35 pies de altura. El domo, armado como un mecano tubular, hace pensar en la edificación de un templo; su figura articulada, sin embargo, no postula otro culto regional, sino el cultivo de la lectura favorecido por la tecnología. En este caso, la cúpula de vidrio más que al estilo se debe a la ecología: favorecerá la iluminación natural. En la economía simbólica de la arquitectura actual, el futuro alberga al pasado. La estética del derroche formal se ha vuelto redundante. Corresponde a la productividad modernista, según la cual el control tecnológico de la naturaleza nos haría más libres. Es cierto que ha aumentado la información y  mejorado nuestro plazo, pero el descontrol de ese imperativo optimista ha entrado en su ciclo catastrófico. Por eso, al pie de esta cúpula del siglo XXI, uno cree entender que la memoria escrita requiere la mejor tecnología, y que su enemigo actual no es la electrónica, sino el neo-oscurantismo que quiere tacharla.

El arquitecto de esta construcción, que evoca la forma primaria del habitat, es el alemán Helmut Jhan, de larga trayectoria académica y profesional.  (http://facilities.uchicago.edu/campusconstruction).

No hace todavía un mes que estuve en Granada y visité la vieja Biblioteca de la Universidad, un espléndido edificio renacentista, cuya vehemencia de espacio y pasión del detalle es propia de las encrucijadas andaluzas. Gracias a que tenían a mano el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano, de Espasa Calpe, pude salvar una error en la transcipción de un cuento que Borges había dejado inédito, y que me tocó recuperar. Días después, volví a la Biblioteca de Cataluña, que como la otra había sido también hospital, ésta de estilo gótico, severo y recogido; la frecuenté a comienzos de los años 70, y allí leí las Obras de José Martí. Hace sentido que los libros se resguarden en antiguos hospicios, de por si hospitalarios. Son, por lo demás, los únicos espacios libres de las hordas inhóspitas del turismo.

Todos hemos frecuentado al menos una biblioteca donde, cuando volvemos, “el polvo inmóvil se ha puesto ya de pie,” como en el poema de Vallejo. Si la conociste, recordarás el arduo crujir de la madera cuando el lentísimo bedel cumplía los pedidos en la antigua Hemeroteca de Madrid. Nunca terminaremos de agradecerle a las bibliotecas el tiempo que perdimos en ellas.

Pero si me preguntas cuál es mi biblioteca favorita tendría que volver a la Benson Collection de la Universidad de Texas, que recorrí los seis años que pasé en esa Universidad, al punto de que llegué a prescindir del catálogo. El mundo se divide entre las bibliotecas que te permiten ingresar a sus estantes, y las que te prohiben esa intimidad. Pero la que todavía me deslumbra es la modestísima biblioteca de mi escuela, donde el bibliotecario Fernández me permitía llevarme a casa colecciones enteras, sin sospechar que cada sección me cambiaba la vida. Hasta que el Quijote me enseñó que todos somos hechura de la parte de la biblioteca que nos tocó leer.

Uno, por lo mismo, llega a creer que la biblioteca del futuro será la que incluya todas las bibliotecas del pasado; incluso, y sobre todo, las que no hemos conocido. El tiempo que en ellas hemos cultivado no sólo da forma a nuestra biografía; alienta la idea de una comunidad de la lectura. Por eso, cualquier buen lector deseará que tus lecturas sean mejores que las suyas.

Construida 50 pies bajo tierra, la nueva biblioteca de la Universidad de Chicago pondrá en práctica lo que llaman el Automatic storage and retrieval system (ASRS), o “sistema automático de almacenaje y recuperación,” mecanismo que activa un brazo robótico que procesa tu pedido y lo trae en cinco minutos. Almacenerá de 3 a 5 millones de impresos.

La biblioteca lleva el nombre de Joe y Rita Mansueto, exestudiantes de UC, que han donado 25 millones de dólares para construirla. Joe, CEO de Mornigstar, obtuvo su MBA en Chicago,  y se dedicó a la inversión, la investigación financiera y la información. Rita trabajaba en el área de informática de la empresa.

En inglés, si eres muy rico tienes un serio problema: es muy difícil regalar tu dinero, aun si quieres hacerlo. Después de ser rector de la Universidad de Brown, Vartan Gregorian fue nombrado presidente de la Fundación Carnegie; a poco, recibió una llamada de Bill Gates pidiéndole lo asesorara en el arte de donar. Gates había regalado millones sin mayores consecuencias, pero como es un tío listo se dió cuenta de que no sabía hacerlo. Bill estaba seguro de que Vartan lo ayudaría a regalar su fortuna. Lo convenció de que debía donarla a los estudiantes más pobres, requeridos de ayuda para ingresar a la Universidad. Esta pequeña fábula, improbable en español, lleva moraleja: Nadie ha donado más dinero a los que quieren educarse.

Una vez, en Lima, me tocó ser director interino de la Biblioteca Nacional, pero pronto entendí que nada tenía el cargo de literario. Las dos sesiones que tuve con el personal fueron para presupuestar la reparación de unos baños estropeados por el último terremoto, y para comprar escobas y mantener presentable el recinto. Las bibliotecas, aprendí, no requieren de escritores ni mucho menos de figurones para dirigirlas, sino de bibliotecarios profesionales y veraces, capaces de asumir anónimamente su tarea. A nuestras bibliotecas les sobra simbolismo y les falta un patronato que las provea de escobas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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13 de junio de 2010
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El lector vuelve a casa

 

Al volver de un viaje y revisar revistas y periódicos acumulados, me doy cuenta de que ante la amenaza de su desaparición, el New York Times se ha hecho mejor que nunca.  No se puede decir lo mismo de otras publicaciones, porque ante el Times uno siente más viva la anticipación de la lectura. Te pones al día leyendo el periódico de ayer.
 

Leer retrospectivamente es uno de los placeres de la evocación cuando, como es el caso, el tiempo sigue vivo en un gran diario. Recobro, así, la página entera que el Times dedica al bicentenario de Chopin. Cuatro críticos, que se turnan la reseña musical, recomiendan sus grabaciones preferidas. Y aun si no está citado alguno de los pianistas que uno estima, la crítica nos enseña no a buscar la confirmación de nuestras opiniones sino a descubrir lo que no conocemos.  Y qué sensato, didáctico y deleitoso es celebrar el aniversario de un artista compartiendo el entusiasmo por sus mejores obras.
 

El mejor diario, concluye uno, es el que forma parte de tu vida cotidiana.  Leyendo hacia atrás, guardo el suplemento dominical de libros, para discutir de buena gana juicios y valoraciones. Ello sólo es posible porque los reseñadores, a diferencia de los nuestros, han leído los libros que comentan; y compiten en provocarnos, con ingenio y buen humor. Nada más soso que un suplemento incapaz de convocar la conversación. La reseña de un libro no es el mero recuento biográfico del autor ni la lista de sus obras; y mucho menos el gusto o disgusto del obligatorio ganapapel. Es, más bien, una charla  con el lector.
 

El Times sabe muy bien que su público más fiel forma parte de la comunidad cultural, que no es sólo literaria, que incluye tanto la gestión y el consumo de las artes como el espacio académico. En buena cuenta, la comunidad de la lectura. A pesar de la reducción severa de su personal de planta, han mejorado su Agenda de fin de semana, las notas de actualidad cultural, el debate sobre autores, ideas e instituciones. Uno termina guardando o recortando una página o un artículo como referencia. Si desaparecieran nuestros diarios preferidos, tu vida cotidiana perdería una parte de su diálogo más libre y creativo. Quedarías reducido a la tele.
 

Precisamente porque es tan fácil encontrar información básica en Internet, aunque muchas veces incompleta o tergiversada, la nota necrológica en el Times está matizada por el buen juicio, la evaluación discreta y el ingenio.  En español, tenemos la costumbre extravagante de publicar cuatro o cinco efusiones de admiración sobre el occiso en cuestión. Sería mucho mejor una página plena, rica en detalle y aguda de visión. Un observador de los hábitos españoles me asegura que cuando un muerto ilustre es celebrado con demasiadas notas, es porque ya no significa nada.  La efusión necrológica equivaldría, así, a un “trabajo de luto” público.
 

La opinionitis que aqueja a algunos diarios en español, es ajena al inglés porque corre por cuenta de un grupo de articulistas que se turnan y relevan con fluidez. Un articulista critica a Obama, otro defiende sus políticas, demostrando la clásica lección liberal de que la verdad está al medio. Lo que no es común en el Times son las opiniones encarnizadas, intransigentes y rebajadoras del otro. Entre nosotros, abunda el articulista que fatiga el espacio de Opinión avanzando sus intereses y legitimando su propia agenda.  Los hay que sólo escriben para refutar el proyecto de Evo Morales; para negarle toda salida a las urgentes reformas cubanas; para anunciar con entusiasmo el fin del mundo en México. Nunca América Latina ha estado tan mal representada en la prensa española; exceptuando, claro, la era de La Mancha. 
 

Te habrá llamado la atención, por otro lado, la creciente diferencia que hay entre los diarios impresos y su edición digital. Algunas empresas han entendido que la versión digital no puede ser una imagen en el espejo, lo que crearía una competencia interna, irónicamente dando gratis la copia para que nadie compre el original.  Esta situación algo esquizofrénica se ha resuelto convirtiendo a la edición digital en un verdadero bazar. Cada hora se renueva el bazar con novedades, adelantos, videos en vivo, porque su duración ya no se debe a la lógica de la lectura sino a la del espectáculo. Varios diarios ingleses tienen un doble monstruoso en su espejo digital.
 

Me llamó la atención que el Defensor del Lector del NY Times volviese a cuestionar los métodos de la edición digital. Hace un par de meses, le dio un varapalo al diario digital por componer noticias con fuentes escritas, en lugar de hacerlo a partir de la investigación propia. Pero esta vez (30 de mayo) se trata de una cuestión ética. Ocurre que un reportero entró al cuarto de un jazzista legendario, recientemente fallecido, sin permiso de la familia y después de que la puerta fue forzada. El reportaje fue publicado en el blog del reportero en la versión digital del Times. En su escrupuloso recuento el Defensor pregunta por lo central: ¿hay un mismo criterio de rigor para la versión impresa y para la versión en Red, o son diferentes standards? Y concluye cuestionando si el reportaje habría sido mejor editado y concebido como artículo en el periódico que como un post. Este Public editor representa al lector porque es impecable en su evaluación. No se permite contarnos sus simpatías y diferencias, y nos deja con una pregunta ética sobre la lectura veraz en esta era digital.
 

Yo estoy convencido de que el lenguaje español más creativo siempre se ha mirado en el espejo de otra lengua. Pero ese es otro post.

 

 

 
 
 
 
 
 

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2 de junio de 2010
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Borgeana

1

Una noche, en Nueva York, Yvonne Ochart recordó unos versos de Borges pero no pudo recordar el resto del poema. Es cierto que el lenguaje a veces nos devuelve la memoria que habita en el olvido; con suerte, entre palabras tentativas, un texto se nos impone. Todos hemos soñado el Poema, y al despertar hemos sentido el pánico de verlo desaparecer verso por verso. Yvonne desesperó ordenando su biblioteca. Estaba segura de que eran de Borges pero al no encontrarlos temió que fuesen versos de un poema que ella todavía no había escrito. ¿Qué buscaba preguntando por un poema disputado por el olvido? ¿Por qué esperamos de un texto de Borges lo que el lenguaje no puede ya decir?

2

Casi todo lo olvidaré menos el primer día de clases en la Universidad Católica, en Lima, cuando Luis Jaime Cisneros nos leyó la página de la enumeración de “El Aleph” (“vi el populoso mar, vi el alba y la tarde…”). Creí, con asombro, que Luis Jaime leía esa página para mí. Creí formar parte de la enumeración, asistir a una ceremonia, descubrir lo mucho que puede decir el español. Me fue dado ver el milagro del Aleph, la primera letra, que incluye a todas las demás.

3

En la Biblioteca Nacional de Madrid vi, por fin, el manuscrito de “El Aleph.” Leí cada palabra, reconociendo el estado original del relato,  la huella de la mano de Borges, la tachadura y la elipsis. El cuento se llamó primero El Mirab; Carlos y Beatriz fueron inicialmente hermanos. La página de la enumeración es conmovedora: Borges decidió su orden rehaciendo la sintaxis de los nombres en la visión. ¿Cómo no reconocer la parte de la lectura que nos ha tocado en la metáfora del Aleph?  Nos debemos a esa tinta del origen.

4

Después, en los archivos del Ramson Research Center de la Universidad de Texas, en Austin, en unas delgadas carpetas de Borges, di con tres páginas y un párrafo de su caligrafía; el título “Los Rivero” parece de otra mano, probablemente la de doña Leonor, la madre, quien le ayudaba con las transcripciones cuando la ceguera terminó por imponerse. De la letra de “El Aleph” a la letra de “Los Rivero” la escritura ha cambiado: la primera era del todo legible; la segunda es más laboriosa. Ese progreso de la miopía, en unos seis años, hacía de la escritura un documento intrigante. Borges, se diría, se aferraba a la letra a mano como si defendiera la lectura. Escribir, leer, son operaciones que debemos al lenguaje, donde buscamos habitar. Borges decía que la ceguera, después de todo, no estaba tan mal, aunque no la recomendaba. (Su padre, que presumía de galante, había padecido de una miopía aguda desde joven; una vez, en la plaza de Ginebra donde piropeaba a las señoras, una de ellas le respondió: “Pero Jorge, soy yo, tu mujer”).

5

“Los Rivero” es el comienzo de un cuento que Borges no terminó de escribir.  Releyéndolo, uno se pregunta por qué lo dejó de lado.  Lo llama “crónica,” y es un relato de origen histórico. Lo extraordinario es que un texto tan rico de latencias genéricas o discursivas haya sido abandonado. Pero quizá esa misma potencialidad disuadió a un escritor que descreía de la novela, a la que consideraba una prolongación indulgente de lo que podía ser un cuento preciso. Esa economía inversa no niega las grandes novelas que él admiró, desde el Quijote hasta el Ulises; pero revela la renuncia Modernista a lo que se dio en llamar la “prosa municipal y espesa” del realismo doméstico. “Los Rivero” son los descendientes de un militar argentino que dio batalla en las guerras de la independencia americana. Si el antepasado ilustre es un héroe fundador, los hermanos son personajes menores y patéticos, sin lugar social en una república de “gringos” nuevos ricos. Pero la historia de cada uno de ellos habría exigido un relato extensivo, profuso de incidentes, quizá excedido de énfasis criollos. En El informe de Brodie  hay una historia paralela ("La señora mayor"), sólo que el narrador interviene estableciendo una distancia más que irónica, burlesca, frente a los hechos narrados; con lo cual la historia de los descendiente de un fundador republicano se torna grotesca, ajena. “Los Rivero,” a pesar de ser sólo un fragmento, es mucho mejor: preciso, irónico, crítico. No menos inquietante es que “Los Rivero” sea posiblemente el último relato que Borges intentó escribir antes de perder la vista. El otro relato, el elocuente, que dictó ya ciego, demuestra que la composición mental y el dictado son operaciones de una escritura hecha en las simetrías de la memoria, cuando se ha perdido la letra, y la voz del narrador es menos impersonal. “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres,” había especulado Borges. Y tal vez la novela, que muchas veces prolifera en palabras y lectores, también lo es, sino debate su lugar en la escritura.

 

Los Rivero de Jorge Luis Borges ha sido publicado en edición única de cien ejemplares, con ilustraciones de Carlos Alonso, por Del Centro Editores (delcentroeditores@telefonica.net), que dirige Claudio Pérez Míguez, y la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama (Madrid, 2010).

 

           
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27 de mayo de 2010
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Del contrato radical de la crítica

¿Qué papel desempeña hoy y cuál es la función del escritor (poeta, narrador, ensayista)? ¿Qué papel y función piensa que deberían ser los suyos?

   Lamentablemente, el escritor no desempeña hoy ninguna función. Salvo la de ser el mejor agente de su propia redundancia. Algunos solitarios aún hablan desde los márgenes, pero su radio de acción ha sido incautado por el de los escritores mediáticos. En ello, no hacemos sino reproducir lo que ocurre en los Estados Unidos, donde ya no hay intelectuales (los académicos son "expertos," pero en el término medio de la opinión); y donde la crítica es ejercitada por los cómicos, los comediantes, que sí emiten voces de protesta y desapego. Por ello, el papel del escritor, hoy día, es combatir las exclusiones: favorecer no la repetición sino lo nuevo, alentar no la perpetuidad de los mismos sino el relevo por los otros, dialogar no con los pocos sino con los desconocidos, explorar las fronteras, poner en duda las convicciones...Cuestionar, en fin, el sistema de poder discursivo que lo sostiene y que él mismo alimenta.

 ¿Cómo podría un artista verdadero ganar el Premio Planeta sin tener que devolverlo, penosamente, por el resto de sus días?   ¿Cuáles son los más significativos cambios que, para bien o para mal, se han producido en el ámbito literario en estos últimos veinte años?  

El más importante cambio es el que ha convertido al escritor de héroe del discurso disidente en figura trivial de las novedades. Este fenómeno, según el cual la producción de nuevos títulos excluye a unos y otros, es sintomático de algo más serio. Ha cambiando la noción del lugar del hecho literario, que ya no es más la "trascendencia" de las obras inmortales, sino la precariedad fugaz del presente, cuyo simulacro es la moda.  Sólo los escritores muy menores se asumen desde la perspectiva de la eternidad. Hoy sabemos que la mejor literatura es  la que lleva el perfume de lo precario, por durable que sea, el temblor de lo pasajero. Las disciplinas del saber y el funcionariado académico, que regenta el monólogo cultural, han dado en creer que la mejor literatura es la canónica, que decide las jerarquizaciones. Nos hemos vuelto ligeramente patéticos luchando contra el sistema, o demasiado complacientes viviendo de él. Pero la buena literatura, desde Cervantes, ha estado siempre sometida por el peso de las malas artes. Ha inventado, eso si, una nueva sensibilidad para ser recuperada más tarde. Toda buena literatura está libre en su misma precariedad: queda librada al milagro de la lectura. Milagro: ver más.  

¿Qué obras o tendencias literarias actuales le parecen más dignas de consideración? ¿Hay solución de continuidad entre éstas y aquellas que para Ud. lo eran hace veinte años?  

 Me interesan las tendencias extra-sistemáticas de los más jóvenes. Por un lado, tenemos el habla inmediata de los afectos; en un mundo donde el lenguaje es más incierto, lo más genuino que los jóvenes pueden nombrar es lo emocional, que no tiene discurso codificado y  es un re-nacimiento del acto de hablar. Por otro lado, los nuevos escritores buscan librarse de la socialización del lenguaje y las representaciones codificadas por las ideologías, a través de la tecnología literaria, la puesta en página, la fragmentación, el juego proliferante, la erudición placentera... Como sabe cualquier lector educado, las palabras pueden ser las mismas pero todo buen escritor las hace nuevas, gracias a que recobra un espacio gratuito. Para mí, se trata justamente de la articulación de lo nuevo, hoy como ayer, que circula, felizmente, para quien pueda reconocerlo. No es fácil: el espacio disponible se ha vuelto residual. Pero gracias a Juan Goytisolo, Julián Ríos, Rafael Conte, y otros lectores y editores alertas, hay márgenes desde donde leer a Germán Sierra, Juan Francisco Ferré, Isaac Rosa, Javier Calvo,  Belén Gopegui, Manuel Vilas, Robert Juan-Casavella, Vicente Luis Mora, Mercedes Cebrián, Augustín Fernández Mallo, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta...Todos son distintos, y son más.  Están forjando lo que, ahora,  más importa: una nueva comunidad de la lectura.   

¿Qué relaciones establecería hoy entre literatura y lengua, literatura y tradición, literatura y educación, literatura e historia?  

 Ha terminado la sobrevaloración del demótico callejero, que plagó la literatura de los más jóvenes en los años 70, casi como una profesión de fe. Todavía se lee por ahí un castellano entrañable, visceral y prefroidiano, pero ese color local se ha vuelto patético. La única tradición válida es la que podemos actualizar, toda otra pertenece al museo. La llama viva, dijo Pound. Toda la tradición del relato acude a La comedia salvaje, la brillante novela de José Ovejero, para acompañar, por caridad, al lector peregrino de la violencia española. En cuanto a la educación, no acabaremos de lamentar la pobreza de nuestro universo académico. Es un escándalo que los planes universitarios sean enemigos de la literatura, y que el funcionariado bien pensante no cuestione su propia servidumbre. Un mundo en el cual los más jovenes no tienen futuro en la cultura, carece completamente de sentido.   Felizmente, gracias a la complejidad, mixtura y extravagancia de nuestras tradiciones, que demandan ver más, se han hecho oir mejores lectores y profesores más críticos, algunos de los cuales, todavía muy pocos,  son capaces incluso de entusiasmo.  Resulta, por eso, innovador el debate intelectual que proponen los trabajos de Fernando R. de la Flor, el último de los cuales es su opúsculo El misántropo, sobre los nobles españoles que se encerraron en sus torres para no hablar con nadie. Así mismo, es del todo actual el Barroco de ambas orillas, propuesto por Aurora Egido, con gusto y brío.  Y, desde la puesta al día del Humanismo,  Ángel Gómez Moreno desempolva un Medioevo deleitoso. Lo es también la cosecha de versiones populares que nos brinda José Manuel Pedrosa, recordándonos de dónde venimos. ¿Y qué sería de la poesía contemporánea sin los ensayos de Miguel Casado, que le abren puertas que dan al mundo? José María Micó ha escrito sobre Petrarca, Leopardi, Rubén Darío y César Vallejo, mejorando la conversación. Y Joaquín Roses Lozano, con solvencia, sobre Góngora y las Indias... No en vano Sor Juana Inés de la Cruz se imaginó en España y Cervantes en México. Se cruzan cada vez más en la página del futuro, la de las sumas.   Javier García Rodríguez, crítico de talento creativo, ha hecho la primera narración irónica, al modo de una sátira celebratoria, de estas nuevas narrativas en su hilarante Mutatis Mutandis (Hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o "nocilla qué merendilla¨), Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2009.  Ahora sí la crítica es parte de la conversación y el camino.   En lo que a la historia se refiere, hoy ésta se decide entre una voz sin verdad y una escritura sin voz, como decía Michel de Certeau. En América Latina, en cualquier caso, todavía creemos que la historia está por hacerse, esto es, por escribirse.   

 

 

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9 de mayo de 2010
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Por Cuba

 

Me permito sugerirte un poco de paciencia con la dificilísima apertura propuesta por el gobierno de Obama en Cuba.

Te lo digo con la libertad que me da no deberle un café a la Revolución cubana. Pero también con la deuda contraída por la amistad de Antonio Benítez Rojo, Jesús Díaz y Severo Sarduy, cuyas furias y penas compartí en algún tramo de “la gran habladera del exilio”, que dijo García Márquez. Ninguno de ellos ofició de víctima ni de inquisidor, ni tuvieron que demostrar fácil puntería con el cadáver de una revolución.
 
Distintas agencias de negociación trabajan en este proceso, desde las asociaciones de jóvenes empresarios cubano-americanos hasta un reciente bufete de asesores para inversionistas en la Isla. Sobran razones para el escepticismo, incluso alimentadas por las pautas del excepcionalismo cubano, cuya trama internacional ha revelado con detalle Joaquín Roy.  La muerte de Orlando Zapata pone al centro la cuestión fundamental de los derechos humanos y civiles, haciendo más urgente su demanda de futuro.
 

Las transiciones requieren mediadores capaces de desencadenar no sólo los cambios sino los intercambios.  Si uno no se permite el sobresalto democrático por excelencia, la incertidumbre, seguramente dará toda esperanza por perdida. Pero si las posibilidades de un cambio (reforma, proceso) negociado se abren, creo que hay tres lecciones ejemplares para  quienes gestionan las aperturas y relevos.
 

La primera lección es el feroz ejemplo de la transición rusa. Los sovietólogos estadounidenses no creyeron que la Guerra Fría terminaba y se negaron a darle capacidad de acción a Gorbachov. Aún no han dado explicaciones, mucho menos excusas, por su intransigencia. Vale la pena recordar  la desconfianza encarnizada en la Perestroika y la argumentación de esos especialistas negándose a apoyar un cambio gradual porque, según ellos, el Partido o los militares tomarían el poder para destruir un proyecto que sancionaron inviable. Creyeron que la destrucción del estado soviético les daba la razón. Pero estos becarios de la Guerra Fría se quedaron sin juego y no pudieron reclamar el jaquemate. Sus libros terminaron en una nueva sección de saldos de las librerías: Former USSR. No tardarían mucho, eso sí, en reciclarse y pasar de los búnkers del “interés nacional” a los think tanks de la “defensa nacional.”
 

La segunda lección es el ejemplo de la transición española. Por mucho tiempo fue el paradigma académico de las transiciones negociadas, aunque hoy corremos el peligro de perder la memoria de esa transición. El borrón y cuenta nueva, la pala de tierra (ese golpe completamente serio, que dijo Machado) se han convertido en formas políticas del olvido, presuntamente reparador. Nos hemos adaptado a convivir con el anacronismo y la trivialidad, aunque la violencia contra las mujeres y los inmigrantes demuestra que la sociedad de bienpasar no siempre se exige el bien. La crisis económica, además, alimenta la revancha autoritaria de las ideologías arcaicas.  La pérdida de veracidad en los discursos públicos está mejor documentada por el buen periodismo, el autocrítico,  y por la literatura de alarma que le debemos  a la nuevos escritores, los que ahora mismo inventan al lector futuro.  
 

Pero lo tercero, y más importante, son los cubanos mismos. El otro día en la tele una mamá cubana le decía a su pequeña cubanoamericana: “Recemos por tu abuelita, que está en el cielo”. “¿En cuál cielo —preguntó la niña —, el de Cuba o el de Miami?” Y la madre respondió: “El de Miami, m’hija”. Al menos no dijo: en Cuba no hay cielo. Pero si hay dos, podría haber puente aéreo, digo yo.
 

Acabamos de dedicarle en mi Universidad el Quinto Congreso de Estudios Trasatlánticos a la magnífica poeta Reina María Rodriguez, cuyos espacios de comunicación cultural forjados en La Habana son ya un territorio del porvenir. La extraordinaria austeridad y dignidad de su trabajo son una lección esperanzada. Uno cree reconocer en ella la genealogía de la conversación que alentó la obra de José Lezama Lima y Cintio Vitier, esa fe en la palabra como la trama duradera de la humanidad cubana.
 

Se discute en los foros de expertos si el modelo cubano será el capitalismo chino o el vietnamita. ¿No podría Cuba forjarse uno propio? No para exportarlo esta vez, sino para democratizarse. Lo mejor que ha exportado, al final, es su extraordinaria riqueza cultural. Valiosos científicos, intelectuales y escritores han elegido quedarse en Cuba, es cierto. Pero no pocos prefirieron el exilio, no sin buenas razones, aunque los mejores han sido capaces de demostrar su vocación democrática, solidaridad y buena fe. Acordar desacordar será difícil, pero tendrá futuro.
 

En una encuesta me preguntan cuál debería ser el papel de los intelectuales en un eventual proceso de cambios en Cuba. La respuesta es obvia: el que decidan, libre y responsablemente. Libres, primero, del autoritarismo que ha creado —dentro y fuera— pequeños napoleones y feroces josefinas.  Cada quien es responsable de su lugar y turno:  la transición empieza en casa, y pasa del monólogo a las varias voces.
 

Esperemos, eso si, que los expertos respondan por sus opiniones. Y que esta vez  se paguen el café.

 

 

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2 de mayo de 2010
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Conversaciones al pie del taller

 
Es probable que el escritor sea el pretexto que tiene un libro de convertirse en otro. Pero el taller, se dice aquí, está hecho de escritores que estudiaron en algún taller y enseñan ahora técnicas de escritura a jóvenes escribas que conducirán otro taller. Hasta hay, se dice, una literatura que lleva el aire de fábrica del taller literario.  Hace unos años, los poetas repetían que el único modo de publicar un poema en el New Yorker era mencionando la palabra agua. En cambio, mi viejo amigo Christopher Middleton en uno de los poemas que le ha publicado la revista, menciona a Dios en español; como si sólo fuese posible citarlo en esta lengua.  Ya que estamos en ello, recordaré que el New Yorker tuvo una reunión editorial para evaluar la publicación, por primera vez en su historia, de la palabra “shit.” La usaba Gabriel García Márquez en un capítulo de Cien años de soledad  que tradujo Gregory Rabassa, y la revista quería publicar. Los editores, impecables, la admitieron.
 
Algunos interlocutores de esta bitácora me han hecho llegar comentarios y noticias a propósito del taller, y consigno algunos para prolongar la conversación.
 
Propuesta de Juan Andrés:
 
"La poesía es un árbol sin hojas 
que da sombra."
(Juan Gelman) 
 
Un verso que lleva todas las vocales, es casi una provocación. Siempre he creido que Rubén Darío se hizo poeta al descubrir en su nombre todas las vocales, casi el idioma entero en las manos.  Y es notable cómo el pie quebrado grafica el sentido de lo dicho, en este caso, la sombra. Lo otro es el eco anagramático: que da sombra, ¿o queda sombra?  ¿O que asombra?  Y, luego, el taller favorece las variaciones de estilo: Sombra sin hojas/ árbol es/ la poesía.  O tambien: Sombra da un árbol, hojas de la poesía.
 

Comentario de Abelardo Martínez:
 

“Puedo entender un taller de narrativa, de novela, donde se le pueden dar las pautas al alumno de como hilvanar una historia, de como jugar con los tiempos, etc. Ahora bién, un taller de poesía es algo muy complicado. En Noviembre pasado, impartí uno, de forma solidaria, en la mayor prisión de Europa, que es la de Picassent, ante treinta y cinco reclusos, miembros del grupo de lectura de la cárcel. No me llevé ni papeles, ni esquemas ni nada por el estilo, improvisé como siempre hice. Leer textos, hacer que recitaran, hacerles ver que en la poesía nada está escrito, salvo los sentimientos personales, las vivencias y las formas de soltar nuestros demonios. Me acompañaron amigos escritores, que tambien les daban alguna charla magistral sobre literatura, incluído un Premio Nacional de poesía. Lo pasaron bien, muy bien. Fruto de aquellos talleres, nació el libro Poemas desde la prisión, que este año está muy dignamente en la Feria del libro de Valencia. Gracias a ese taller, al proyecto, un recluso cumpliendo condena, estará el día 25 de Mayo, firmando ejemplares del libro, que lleva mi firma. En la caseta de la organización. A su lado, estará firmando tambien ejemplares de su libro el escritor Fernando Delgado. Este hecho, es la primera vez en la historia que ocurre. Todo, todo este proyecto solidario, cuyos beneficios van para una noble causa en la prisión, surgió a raiz de ese taller que impartí sin tener ni puñetera idea de como se imparte un taller de poesía; pero que fue precioso, ya lo creo.”
 

Extraordinaria historia: la poesía le permite a ese recluso dejar la prisión y firmar la antología que lo incluye. Le debe al poema ese día de libertad. Que la poesía abra las puertas de la prisión es algo que sólo ocurre en la poesía.  El taller de escritura se debe al lugar donde se produce, está situado en su contexto, para excederlo. Por eso, siempre he creído que la poesía pertenece a un tiempo verbal futuro. Al leerla se actualiza, pero acontece en el porvenir, donde las palabras hacen nuevo ámbito.  Varios escritores norteamericanos han formado parte de proyectos culturales dedicados a los presos, que incluyen el taller de escritura. En Lima, la poeta Rocío Silva Santisteban promueve un concurso de escritura creativa entre los presos.  Pero lo que cuenta Abelardo es único.
 

Los poetas Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, que hace unas semanas celebraron sus 85 años de entusiasmo intacto por la poesía, son responsables de haber hecho de la poesía una forma cotidiana, en buena parte desde los talleres, con los que han mejorado la calidad de vida en Nicaragua. Claribel me contó en Managua del taller para niños enfermos de cáncer que Cardenal sostenía con donaciones del exterior. Un niño había escrito un poema que llamó el Poema de los No, que recuerdo así:
 
No a la guerra
No al hambre
No a la violencia
No quiero morirme.
 

Taller de Pablo Torche
 

Torche es uno de los jóvenes narradores que encontré explorando las nuevas rutas del relato chileno para la Cátedra Chile que dicté en Salamanca en enero.  Sus cuentos están escritos con un desenfado nuevo, que busca abrir espacio en la asfixia literaria del país. Su primera novela, Acqua alta, es una historia de amor en Venecia, hecha desde varios estilos parodiados, desde Borges hasta Bolaño, casi un taller narrativo sobre como encontrar ante los modelos establecidos una línea de fuga que sea de recomienzos.  Uno de los capítulos está hecho enteramente de citas apropiadas, recortadas por la máquina de podar narrativo.
 
Su empresa,  no se basa en la práctica serial de la literatura conceptual, tal como la practica el argentino Pablo Katchadjian en sus libros El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (07) y El Aleph engordado (09), operativos de un taller-post; esos textos ilustres son reordenados por una intervención  metódica, que desmonta el monumento cultural con la objetividad gratuita de un lenguaje transaliterario. Torche, en cambio, actúa por saturación, para desbrozar el bosque escrito y encender su propio fuego.
 

Este es el problema de la sociedad chilena ahora: valoramos sólo lo racional, lo concreto; en el fondo, lo literal. Por quedarnos con estas pequeñas verdades literales, perdemos el sentido más profundo. Por eso a Chile le cuesta ahora reconocerse a sí mismo, se siente extraviado, enrabiado, herido", ha dicho al diario La Tercera. En el blog Panikocl, Antonio Díaz Oliva le pide su opinion sobre la literatura chilena actual, y Torche responde: “Es magra. Es bonito decir lo contrario, pero nadie se lo cree. Quizás en poesía es más fuerte, más variado, más exploratorio. Pero en narrativa estamos en anorexia, y ni siquiera desde un punto de vista súper literario o cultural, sino simplemente de escritores que tengan un grupo de lectores, gente que los lea, los disfrute: son poquísimos, todo el mundo sabe eso.” La próxima pregunta se impone: Y el efecto que ha tenido Bolaño en el último tiempo, ¿qué te parece?” Creo, responde Torche, que la influencia de Bolaño ha sido excesiva. Eso es típico de Chile, la búsqueda del padre, una especie de referente, y cuando lo encontramos, nos subimos todos al carro, sin ningún pudor. Y resulta que ahora tenemos mucho “bolañito”, algo medio desvergonzado. “Maten a Bolaño” como dijo Gombrowicz al irse de Argentina.”  Lo dijo de Borges, como quien recomienda el suicidio. Sólo que en el caso chileno ya no se trata de Bolaño sino de su figura.
 

No me extraña, por todo esto, que Torche hable desde su propio taller literario, incluído en una idea del Taller, que en Chile es uno de los pocos espacios de respiración para los escritores jóvenes.  Ese mapa de talleres está articulado por el planeta rotante de blogs, donde predomina una crítica ardorosa y feliz, o sea, de buena salud. Está por escribirse el papel fundamental que los talleres literarios jugaron en los años de la dictadura y a lo largo de la transición chilena. Varios de ellos fueron modelos, más que de escritura, de lectura crítica, que de eso se trata, ayer y hoy: de la puesta en crisis de las formas de lectura dominante y de los modos de reproducción validados. 

  

  
 
 

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19 de abril de 2010
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Taller y talleristas

Ana Merino, poeta vivencial, estuvo la semana pasada en mi Universidad compartiendo las jornadas del quinto Congreso de Estudios Transatlánticos, esta vez dedicado a los escenarios del Futuro. Uno de ellos corre a cargo suyo, ya que acaba de sumarse al fecundo espacio de la Universidad de Iowa, donde dirige una Maestría de escritura creativa en español. Hemos descubierto que dentro de todo taller hay otro taller; y, para ilustrarlo, reúno estas versiones de mis estudiantes, que algún otro tallerista debe haber ya ensayado. Los tres primeros ejercicios parten de la fábula “Por qué las mujeres escriben mejor que los hombres,” de Ana María Shúa; los dos últimos rescriben el cuento “Carne,” de Mariana Enríquez; ambas son argentinas y formidables.
 

Olivia Singer:  Otra representación de los afectos

Hay demasiadas maneras de narrar este cuento. Podríamos empezar con una discusión sobre los hombres.  Hablemos de su imposibilidad de ver las cosas que para nosotras resultan tan obvias.  Luego, yo narraría directamente mi reacción ante la frialdad del hombre.  Es posible que entiendas algo de mi desilusión.  Pero esta vez, desde este momento, el ritual no va a funcionar. Mis labios no pueden apoyar estas ceremonias: estoy cansada de su ritmo y de este cuarto vacío. No quisiera que mis tragedias sean tan “cliché”, tan “del año pasado.” Mi deseo es que sientas esta emoción como si la hubieses vivido. Los colores brillantes regresan mortecinos. Tengo una visión de lágrimas en las que fluyes, hasta perderte.  Sin tocarla, vas a sentirla toda.

¿Piensas que es justo herir así? He llevado mucho por tanto. Pero llega el momento en que se tiene que dejar la dureza, abrir la boca. Revelar no será suficiente.  Hablar sobre las tradiciones sólo me enterraría más.  El signo más obvio de la locura es la incapacidad de reconocer su propia existencia. No quiero decir que estoy presente y consciente.  Tiemblo con el deseo de ser suficientemente sana para que veas esta presencia. Podemos hablar sobre lo que ha pasado, pero nadie verá estos sueños de reconocimiento.  Vamos a olvidar estas improbabilidades, y sacarte de la rutina a otro momento de desorientación.

Con cada palabra que escribo, recuerdo la verdad de la historia.  En realidad, no hay modo de comunicar este trozo de tiempo. Busco las conexiones y las comprensiones, pero sólo voy a tener páginas llenas de mentiras. Tú no puedes advertirlo. Estás completamente entumecido. La persistencia de esta acción, la de tratar de explicar, lleva mi vida a una irrealidad. Hay demasiadas maneras de terminar este cuento pero ninguna empieza diciendo que me has abandonado, amante.

 
Matt Doup: Otra modesta proposición

Según los expertos, incluyendo los de las Naciones Unidas y el Tribunal Internacional del Crimen, los niños son más apropiados para la guerra que los adultos. Las estadísticas no mienten: históricamente, los niños han experimentado menos bajas que los hombres en situaciones de guerra. Presentan blancos más elusivos para el enemigo, y a veces provocan la compasión del adversario. Los estudios demuestran que los niños tienen 76% más éxito en evitar las balas, y  50% menos probabilidad de detonar las minas de tierra, gracias a su peso ligero.

El humanitario Sadam Hussein afirmaba que los niños y los adolescentes son más prescindibles que los hombres en términos de su contribución intelectual a la sociedad. Hussein explicó que esta distinción es independiente de la clase, raza o etnicidad. Por eso, según él, los niños son los candidatos naturales cuando se trata de seleccionar gente como refuerzo humano.

Los niños pequeñitos, se arguye, son los mejores guerrilleros por su curiosidad inherente y su completa ignorancia del peligro. Esta combinación de calidades les hace luchadores temerarios.  Si el enemigo tuviese corazón para matarlos, los convertiría en fuerzas inmortales a los ojos de la comunidad internacional. 

Tiene sentido la visión de nuestro gobierno de mandar exclusivamente niños a la guerra y otros actos de violencia. El presupuesto de la defensa nacional (y el endeudamiento) se reducirá considerablemente. El gobierno ya no requerirá gastar dinero en armas, porque los niños no sabrían cómo operarlas ni tendrían la fuerza para llevarlas.

En fin, que un niño es detector de bombas o bomba humana, lo que se requiera. Los hombres, simplemente, no compiten con su valor y versatilidad guerrera.
 

Michelle Levinson: Las mujeres controlan el mundo

Además de las razones obvias de inteligencia superior, gentileza, y gran capacidad de tomar decisiones difíciles, la evidencia científica prueba que las mujeres deben controlar el mundo. Estudios recientes han demostrado las correlaciones entre cocinar y la facultad de elegir la mejor opción.

La paciencia, que es esencial para esperar que hierva el agua, también asegura que las decisiones son hechas con suficiente reflexión. Aunque es común querer decidir a prisa, es peligroso no tener todas las opciones en consideración. Los hombres ocupan su tiempo en mirar carreras de autos y prefieren orinar en el  matorral en vez de buscar el baño. No tienen experiencia en esperar y tienden a decisiones apresuradas. En cuanto a los problemas más complejos del mundo, como las relaciones de seguridad y la guerra, esta paciencia es crítica para asegurar que los malos entendidos no terminen en crisis violentas. 

Los hombres son bastante débiles en este arte porque sólo pueden enfocar su atención en un problema a la vez. Esta debilidad viene de una predisposición peculiar que se manifiesta entre el cuarto y el séptimo año de vida: la obsesión singular. Aunque es aceptable que un chiquito se obsesione con los trenes, la construcción o los dinosaurios, esa predisposición tiene serias consecuencias. Los especialistas en desarrollo juvenil todavía buscan un remedio para esta tendencia. Hasta que lo encuentren, será mejor dejar las decisiones multifacéticas para las mujeres, quienes pueden considerar todos los aspectos con mayor facilidad. Problemas complejos como el cambio medioambiental y la distribución mundial de recursos económicos tienen demasiados lados para que los hombres los entiendan.

Mientras aprenden, será mejor para todos que las mujeres controlen el mundo.

 
Jennifer Glass : Email en cadena

Dos chicas que pronto cumplirán dieciocho años se liberan de padres y médicos para tocar las canciones de “Carne” en sótanos y garajes. Las fans esperaban, las uñas pintadas de negro y los labios manchados de vino tinto, el mensaje que les daría la fecha y el lugar de la Segunda Venida, el mapa de una tierra prohibida. Y escuchaban la última canción de “Carne” (donde Espina susurraba: “Si tenés hambre, comé de mi cuerpo/ Si tenés sed, bebé de mis ojos”), soñando con el futuro.

CHICAS! Si eres una verdadera Espinática, reenvía este email a todas las otras fans.

Quizás hayas escuchado ciertos rumores circulando…¡no son mentiras! Dos chicas han verdaderamente consumido la música y el mensaje de Espina, y tú también podrás hacerlo. Llega el momento de liberarnos de los que no nos entienden. Los críticos, los profesores, hasta nuestras familias temen la venida del futuro. El futuro es Espina. ¡Viva Argenespina!

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo también daré por la vida del mundo es mi carne. Juan 6:51.

Reorganiza las letras:

SANTIAGO ESPINA à IS PAN, I EAT A SONG

AVISO: Si te crees fan y no reenvías este email a todos los demás, ¡te arrepentirás!

 
Colleen McDonald:  Otro suicidio en Barcelona

P-¿Un espejo, dijiste? ¿Y que viste en ese espejo?

A-Había un gran espejo, y poca luz. Vi mi propia imagen y, detrás, la de mi madre, y en sus manos dos píldoras. Pienso que de colores diferentes- azul y rojo, o algo así. Al tomar una moriría en veinticuatro horas, y mi cuerpo sería enterrado. Si tomaba la otra, moriría en pocas horas y mi cuerpo sería incinerado. Traté de adaptarme a esa realidad. Lo romántico de todo ello, la belleza halagüeña de la muerte, pero…

P-¿Y qué pasó?

A-Nadie me contestó. Mamá me dijo que tuve que morir, que estaba bien, que ella estaba bien, que no me preocupara.

P-¿Puedes seguir, Ana? No hay nada que no me puedas decir.

A- No tengo un alma, no tengo un dios. Tengo sólo esta fealdad de mi cuerpo, que es todo lo que soy. No podría hacer nada más,  nunca más la vería. Sería mi fin. ¿Y cuál escoger? ¿El fuego, o la desintegración?  Le dije que no, no tragaría ninguna de sus medicinas.

P-Veo que estás agotada. Llamaré a la enfermera, para que te lleve a tu cama.

N-Noticia especial: una monja joven muere de inanición. Mientras que sus superiores hablan de la enormidad de su devoción, sus padres, separados, amenazan con demandar al convento. “Es claro, dijo el padre a la prensa, que mi Ana sufría de una gran negligencia por parte de sus superiores.” Pero los doctores tienen una historia diferente.

P- Días antes de su muerte, Ana insistió en que podía vivir con el cuerpo de Dios y nada más; que se sentía bien. Pero, con casos de esta magnitud, la posibilidad de una recuperación es pequeña. Cuando Ana me dijo que la hostia era sucia, supe que la perderíamos en poco tiempo.

N-¿Una mártir o una víctima? El debate sigue.

 

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14 de abril de 2010
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El crítico peregrino

  

Joaquín Marco. El crítico peregrino. Leer y escribir sobre narrativa española. Madrid: Marenostrum, 2009. 

 

Esta recopilación de ensayos, balances y artículos sobre novela española moderna y contemporánea  es, en primer lugar, una biografía intelectual de Joaquin Marco, de su vasta producción crítica y su permanente fe en la lectura. Esto es, de la necesidad vital de interpretar la producción literaria como el íntimo proceso de la formación nacional moderna. Editor de largo aliento, crítico constante desde la prensa barcelonesa, compilador de trabajos criticos sobre autores y movimientos literarios claves; hombre, en fin, de letras comprometido con la escritura de su tiempo, Marco representa la estirpe más civil del crítico como agente  cultural, a la vez tolerante y justo.  Durante cuarenta años, Marco ha practicado la crítica como testigo privilegiado del  movimiento cultural que buscó abrirle puertas a la cultura española, siguiendo la promesa moderna de una sociedad que, en la lectura, adquiría su conciencia reflexiva y su capacidad de diálogo.  Este libro prueba que las palabras ganaban, desde la literatura,  la veracidad mutua.
 

No es casual, entonces, que la primera parte de esta compilación se titule “Una literatura para la democracia,“ y empiece con las evidencias: las literaturas de España se han desarrollado, desde la Guerra Civil, frente a un escollo principal: la censura. Este libro incluye trabajos que van de 1965 hasta 2003, aunque la mayoría son de la década de los 70, y corresponden, por lo mismo, al horizonte de expectativas abierto por la democracia. Pero si el largo debate por hacer de la crítica una forma adelantada de libertad ciudadana, es parte ya de la historia intelectual de la recuperada modernidad española; las promesas de la transición, en cambio, no se cumplieron literariamente como movimiento de renovación.  Las grandes novelas que saldrían a la luz al acabar la censura, no aparecieron. Más bien, las mayores novelas se dieron en esos años de fermento y lucha contra las censuras. Y también, cuando se asumió el riesgo formal,  el diálogo creativo con la novela latinoamericana y la recuperación de la novela española del exilio. En la sección “De Nada a la Modernidad,” Marco recuenta principalmente la obra de Cela, Delibes y Torrente Ballester, seguramente proyectos modélicos. Pero en la siguiente sección y más decisiva, “Una narrativa camino a Europa,” el crítico recorre la gran diversidad narrativa de  la transición: Semprún, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Martín Gaite, García Hortelano, Juan Goytisolo, Martín Santos, Marsé y Luis Goytisolo, sobre cuya obra se detiene con más atención, y no sin buenas razones; la serie iniciada con Recuento es una de las mayores articulaciones contemporáneas de la novela escrita dentro de España. Luego, Marco reúne bajo el rubro de “Por caminos inciertos,”  la disyunción de voces y tendencias que van de Vázquez Montalván a Enrique Vila-Matas.  Mientras que las secciones anteriores están signadas por la certidumbre, ésta testimonia las rutas no de la ficción sino del campo cultural,  que estos años de bienestar  transforman sus convicciones, hábitos, y expectativas. La literatura deja de ser una actividad heroica y pasa a ser materia del mercado en la sociedad del espectáculo.  Pero el crítico, con mano firme, separa la paja del grano y, con buen ánimo, recobra aquello que promete futuro.
 

Joaquín Marco empezó su fructífera carrera  en Destino y fue crítico literario de La Vanguardia. Su trabajo incluye la monografía, el estudio académico, y la edición formal, pero nunca consideró su labor divulgadora como menor  y fue capaz de hacer, con igual rigor, la reseña periodística. Fue por mucho tiempo unos de los pocos críticos españoles dedicados con fervor a las literaturas latinoamericanas. En la memorable serie OCNOS que fundó y editó, aparecieron por primera vez en España los principales poetas latinoamericanos pero también algunos libros de poetas españoles del exilio. Catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona, fue uno de los muy pocos que le hizo lugar a las escrituras de la otra orilla. No menos rico de lecturas y recuentos será el tomo de sus trabajos sobre hispanoamericana que debe seguir a esta compilación.
 

La atención crítica de Joaquín Marco tiene la forma de su devoción literaria. Merece reconocimiento esa labor discreta,  tan vital como intelectual, tan gratuita como necesaria.

 

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5 de abril de 2010
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Dialogismos

 
 

Marie Pinot, profesora de español en una escuela secundaria, comenta las composiciones de mis estudiantes incluidas en esta bitácora: “el español no es la lengua de mis estudiantes, pero con ese ejercicio en torno a ‘Borges y yo’ siempre terminan por expresar la otredad propia y la otredad de la lengua a través de formas muy encantadoras.”  Mi experiencia es la misma: mis estudiantes tienen distinto grado de control del español. Sólo algunos de ellos son hablantes nativos; otros, son de origen hispánico y  manejan un español doméstico, pero buscan recuperar la fronda que les fue arrancada de raiz; la mayoría ha nacido en el inglés. Y, en efecto, es fascinante ver la creatividad que ensayan en la otra lengua; el español es una suerte de espejo que les devuelve un nuevo hablante. Prefieren el español a otro idioma extranjero porque creen ser más libres en español. Lo bueno es que ambas lenguas, el inglés y el español, conversan a gusto. Me alegra saber que en la secundaria francesa se puede rescribir a Boges, como se hace en la norteamericana, donde los profesores tienen el privilegio de decidir los textos de sus cursos. Páseme unas versiones de sus estudiantes, estoy seguro de que los míos las disfrutarán al ver en el espejo otros hablantes de paso.

 

Carmen Saintain,  estudiante de filología española en la Universidad de Borgoña, me escribe que está investigando  los blogs de escritores españoles y latinoamericanos guiada por una pregunta: ¿es el blog una nueva forma de escritura? Y me hace algunas otras preguntas, que aqui comparto.

 

¿Por qué elegir este soporte más bien que una publicación tradicional?


 

Casi toda escritura es, en español, provinciana: está limitada por sus fronteras. Y la que presume ser cosmopolita es provinciana con énfasis.  Borges decía que cuando Lugones iba en el tren se sentía obligado a anotar el paisaje. Cada vez que visito un museo, yo tengo que controlar la urgencia de escribir una crónica. Más provinciano todavia, un buen amigo no puede ir al cine sin tener que publicarlo. Rubén Darío tiene la culpa: inventó el cosmopolitismo para dejar de ser del siglo XIX, y creyó que debía escribir el obituario de todo muerto ilustre.  Escribir en español demanda definir un interlocutor en un espacio comunicativo indeterminado.  El blog, en cambio, permite borrar fronteras, y apostar por  la inmediatez de la conversación. Es un acto de fe comunicativa, digamos, porque postula la inteligencia y la decencia de la interlocución.  El blog inventa la conversación: actualiza la hipótesis de una comunidad dialógica.  Y, para un escritor, tiene sobre los demás medios una virtud: es una escritura gratuita. Se puede compartir el luto por las víctimas de las varias violencias, gratuitamente.
 

¿A quién se dirige? Y, ¿con cuál(es) objectivo(s)?


 

Leyendo los comentarios que algunos blogs convocan, uno llega a temer por la suerte de la democracia. Se dice que el correo electrónico ha aumentado la agresividad pero, de nuevo, la tecnología no es buena ni mala en sí misma, depende para qué se usa. El objetivo es seguir abriendo lugares de comunicación y humanizar el espacio de debate. Lo ideal seria que los lectores formaran parte del blog, para poder diversificarlo, más allá de su monólogo discreto, hacia nuevas formas de intercambio. Es un espacio en construcción. A mi me tienta la posibilidad de no escribir dos iguales.
 

¿Por qué no escribir una novela o algo como folletines mediante el blog?


 

Algunos escritores jóvenes empiezan a hacerlo. Por lo pronto, cuelgan en sus blogs capítulos de sus novelas en proceso. Y no dudo que varios lo asumen como un work in progress, aunque la realidad virtual no está destinada a terminar en un libro.
 Más bien, pronto el cuaderno de notas, los dietarios y prosa varia tendrán el blog como destino. La libreta de viajes que se convierte en libro hoy nos resulta de un anacronismo conmovedor. El blog está terminando también con la autobiografía, que es tolerable en la pantalla pero imposible en la página. Por ejemplo, el otro dia leí este comienzo: “Cuando yo era niño, fui a la escuela.” En el blog es irónico (supone complicidad en la parodia del género más redundante); en la página, en cambio, resulta banal (literal, y de un humor involuntario). 
 

¿Estaría usted a favor de una "autopublicación" mediante un soporte informático?


 

Yo sí, a pesar de que aun creemos que la publicación en papel impreso tiene una validación y autoridad propias. En el mundo académico, con la crisis que viven las editoriales universitarias, imposibilitadas de publicar libros eruditos, tendremos que valorar la publicación electrónica en paridad con la impresa. Ahora que la evaluación se ha contabilizado, seguramente que algunas editoriales electrónicas tendrán mecanismos internos de selección de manuscritos equivalentes a los de las editoriales establecidas y las mejores revistas. La cuestión crucial será esa: el valor crítico de las ediciones electrónicas, que dependerá de su calidad; o al menos, de su evaluación. 
 
¿Piensa usted que la publicación electrónica pone en peligro el mundo de la edición?


 
No hay que olvidar que la preservación de la información electrónica es perecedera. Irónicamente, las cartas escritas a máquina de escribir durarán mucho más que los mensajes electrónicos guardados en el disco duro. Lo mismo ocurre con los manuscritos de los libros: las copias impresas en papel libre de ácido vivirán más que la versión guardada en devedes. Es probable que el libro electrónico acelere la crisis de las editoriales pequeñas y medianas, cuyos costos de producción son cada vez más onerosos. Pronto no podremos incluir en nuestros cursos en las universidades de las Américas, libros publicados en España porque sus precios son tres veces más altos, dados los costos de transporte y los porcentajes que imponen al libro las distribuidoras y librerías. Por otro lado, hay autores y libros que son de acceso sólo nacional, y resultan inhallables fuera de sus países; las grandes editoriales carecen de colecciones para autores literariamente significativos, que no llegarán a ser best-sellers ni mucho menos pero cuya obra nos es fundamental. Las editoriales tendrán que adaptarse a la demanda y diversificar sus colecciones, de modo de que no abandonen a la literatura que no reproduce la lógica del mercado.
Sería el fin del mundo tal como lo hemos leído si las grandes editoriales terminan publicando libros de entretenimiento y las ediciones electrónicas se dedican a la literatura que vale la pena leer y estudiar.
 
Muchas gracias por sus preguntas.
 
 

 

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28 de marzo de 2010
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Borges y tú

A partir de “Borges y yo,” mis estudiantes pusieron a prueba el tema del doble y escribieron sus propias versiones, no sin humor y con bravura.  Selecciono algunas para proseguir con la hipótesis del lenguaje como la conversación de que estamos hechos.

 

Ana Carmen Martínez-Ortiz Carcheri: Martínez y yo

Ni a mí ni a la otra, a Martínez, se nos ocurren cosas. Camino por la biblioteca y me demoro viendo títulos de libros, acaso libros que quisiera leer, para mirar la evolución del conocimiento y la fractura de mi inteligencia; de Martínez tengo noticias por el correo, y veo su nombre en una notificación que exige que devuelva libros que no leyó, alfabetizados por el apellido del autor. Me gustan los dibujos de sátira política, los índices, la tinta indeleble de la historia, las listas, el sabor del papel, y las fotografías de los famosos; la otra comparte esas preferencias, pero de un modo intelectual que las convierte en placeres plebeyos de tonto. Sería triste si nuestra relación fuera desigual; yo disfruto de tonteras, yo me meto las hojas de los libros en la boca para que Martínez pueda tramar su apariencia de académica y esa apariencia me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado seducir a los consejos del rector, pero el rector no me puede salvar, quizá porque la sabiduría no es de nadie, ni siquiera de la otra, sino de los muertos o los moribundos. Por lo demás, yo estoy destinada a balbucear, siempre, y sólo un aliento moribundo de mi cuerpo podrá sobrevivir la imposibilidad de ser sabia. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su estupidez envuelta de libros prestados. Darwin entendió que todos los seres vivos quieren subir de rango; los que viven de la admiración de los consejos del rector quieren que el rector los admire, y los tontos quieren salir de la tontera. Yo he de quedar en Martínez, no en mí (si es que logro deshacerme de su prejuicio contra los tontos que parecen tontos), pero me reconozco menos en sus aires de grandeza intelectual que en muchos chiquillos pobres que creen que los libros sirven sólo para encender un fogón. Hace años traté de librarme de ella, pero me di cuenta de que la vida les es cruel a los pobres tontos que son tan tontos que lo parecen; pero el juego de no parecer tonta es de Martínez y tendré que aceptar su sensatez. Así, mi vida es teatro y toda hoja de libro que mastico es del olvido, o de la biblioteca.

 

Emily Latorraca: Emily y yo

La otra, Emily, es la que alcanza sus metas. Yo deambulo por los senderos de la Universidad de Brown y a veces me paro cerca de las puertas ostentosas para pensar en el privilegio de asistir a la universidad; de ella tengo noticias por lo que hace y veo su nombre en los trabajos entregados o en un programa de la orquesta. Me gustan los libros de neurobiología, la música de Ravel, la textura de los aguacates, los gatos siameses y las montañas Rocosas. Ella tiene preferencias parecidas pero de una manera pretenciosa que las convierte en sustantivos. Vivo para que ella logre sus objetivos académicos y estas metas me sostienen. Puedo confesar que ha escrito algunos buenos trabajos y que ha tocado con éxito unos conciertos para violín, pero la música, como el conocimiento, es fugaz y pertenece más a los compositores y a la cultura. De todos modos, sigo rindiéndole mi ser, aunque sé que ella se preocupa demasiado por destacar. Me quedo en Emily, pero me reconozco menos en el trabajo de ella que en las partituras o en la lluvia torrencial más allá de los límites de la vegetación arbórea en las montañas. Antes traté de escapar de sus cadenas académicas y pasé a la música, pero ahora este atributo le pertenece, y tendré que encontrar otra pasión única. Así, mi vida es una carrera que se enfrenta al reloj de arena, y sigo perdiendo poco a poco.

No sé cuál de las dos soy.

 

Rafael Cebrián: Yo y Rafael

Al otro, a Rafael, es al que envidio. Yo me quedo en España recreándome en una sociedad aletargada que se mira el ombligo,

comparándose con el de al lado para ver quién lo tiene más limpio; pero Rafael vuela,

vive en el aire,

a caballo entre dos mundos hermanos pudiéndose escapar de uno cuando agota, y del otro cuando aburre.

Yo me acabo de despertar y de Rafael sé lo justo por lo que me cuentan mis amigos que son sus amigos, pero a quienes empieza a cuestionar. Yo los conocí antes que él, pero él los conoce mejor. A Rafael el mundo le enseña lo que a mí un país y mucho estudio nunca me enseñaron, y decide compartirlo conmigo.

Su generosidad crece con la voluntad y la mía con los años.

Me gusta el rock, el cine y el teatro, el chocolate, la gente y el olor del verano moribundo; el otro coincide con mis gustos sólo que hace de ellos pasión, y de pasión hace profesión.

La verdad es que nos llevamos muy bien: por las mañanas yo le recuerdo de donde viene y él, por las noches,

me enseña algo nuevo y diferente. De tal forma que:
1. yo me dejo guiar por él y él se deja aconsejar por mí
2. yo le permito avanzar y él me ayuda a crecer
El es ambicioso y cuando se propone algo lo consigue, de ahí que en poco tiempo haya logrado varias cosas que satisfacen en lo personal, y ayudan a confiar en ti mismo. Por eso sé que él me necesita tanto como yo a él. Rafael es libre, yo no, soy prisionero de la vida ordenada y del sentido común; pero sé que muy pronto él me dará mi libertad, o al menos se la pediré prestada. Al fin y al cabo lo mío es de él aunque, lo de Rafael se quedará en él.

Mientras tanto, yo seguiré esperando y él volando hasta que un día aterrice en mí para yo ser él y él ser Rafael.

Buenas noches.

 

Andrew  D'Avanzo: Yo y Borges

La parte de mi que conoce a Borges no soy yo. Cuando pienso en eso,  me pierdo, y esa parte que encuentra a Borges se pierde en mi. Me gustan los poemas, aunque nunca se me han revelado completamente. Yo prefería que el poema fuese puesto en música. Me gusta la clave,  la caja y el ritmo de la salsa habanera que no puedo encontrar en Borges. No obstante, tampoco me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, aunque esas páginas no me provoquen emoción. Pero algo, dentro de mi, se da cuenta de que escribe con sentido y también con emoción. La separación  y unidad del carácter, de la identidad. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá encontrarse en el poema. Una vez logre mi propia creatividad, me encontraré en el lenguaje de la poesía.

 

Sara Mann: Las dos Saras

 Cada vez que pierdo algo—mis llaves y mis zapatillas son las sospechosas habituales—mi primer instinto es Googlearlo.  Me acostumbré tanto a poder Googlear cualquier información que necesito que no puedo captar la realidad de no saber algo y no poder saberlo.  Busco por mi cuarto en un pánico ausente.  Estoy agitada, inquieta.  Pero mientras levanto mis libros y la ropa amontonada, de hecho no espero encontrar las llaves ni las zapatillas ahí.  Apenas pienso en mi entorno.  No, pienso en la pura imposibilidad de la pérdida de lo que sea que perdí, la injusticia de su desaparición, lo ilógico que es perder.  Mi mente se bifurca: la mente que sabe que las cosas no se vaporizan espontáneamente, y la que observa que sí.

Ojalá todo fuera tan sencillo como el tema de las cositas, las llaves, las zapatillas.  Por lo menos con esas cosas hay alivio: existe la colisión, el momento en el que las dos mentes vuelven a superponerse, como dos lentes monocromáticas que juntas te dejan ver en tres dimensiones. Sólo hay que descubrir que las zapatillas estaban siempre debajo de la cama, las llaves tras una taza de té que hace unos días dejé enfriarse.  No todo se encuentra tan fácilmente.  A veces me pregunto si la Sara que vive en ese espacio de la vaporización espontánea de las cosas, donde las sombras tienen más peso que los objetos que las proyectan, se estará alejando cada día más de la Sara que anda por esta zona concreta.  La Sara que se calza, que cierra la puerta de su cuarto con llave, y cuyos pasos resuenan en el pasillo cuando baja las escaleras.  No sé cuál de las dos es la que escucha esos pasos.  Y no sé cuál se lo pregunta. 

 

Lucy Dunning Stephenson: Lucy y yo

Soy Lucy. Mi nombre traduce bien al español. No trae problemas de pronunciación. Pero yo siempre me debato entre los idiomas, las costumbres, y esto y aquello. Mi nombre traduce bien, pero yo no. ¿Es correcto tratar de traducirse a sí mismo? Vuelvo a pensar en español, pero son pensamientos “gringotescos,” como describía mi acento mi profesora de español. Ella sabe, es de México, y tiene que saberlo. Mis pensamientos pasan por mí, un yo que funciona como una maquina inteligente. Ah, caray (¿es mexicano, “caray”?). A veces esta maquina se humaniza, comprendiendo íntimamente como  se usa un concepto fluido. Buena onda. A veces siento otro yo emergiendo, echando una ojeada a la estructura rígida que yo (¿quién?) he construido a través de años de estudiar tantos libros como aspectos de la vida hispánica. 

¿Quién es este yo nuevo, procurando salir del cascarón? Mi compañera de cuarto me dice que hablo una mezcla de español peninsular literario, y castellano porteño y mexicano, todo coloreado, yo supongo, por mi cadencia norteamericana. Imagino que habrá un poco de Guatemala también, por trabajar en Austin, y quizá algo de Colombia, por conscientemente deconstruir el estilo comunicativo de Juanes y Shakira. Mi compañera sabe, es de Puerto Rico, y tiene que tener razón.
 

¿Cuándo florecerá mi propio ser hispanohablante? Siento el fuego, pero ¿cuándo irradiará por cada aspecto de mi existencia? Parece hacer luminosos a otros, pero a mi me quema. Todos en Córdoba conocen cumbia o salsa, y esto y aquello, y todo parece fluir por los aspectos aun más difíciles de la vida latinoamericana. ¿Es un estereotipo? Probablemente. ¿Estoy demasiado consciente en esto? Sé algo, sin duda, aunque no ha llegado a florecer la hispanohablante natural.
 

El “Stephenson” indica de donde vengo; soy y siempre seré anglosajona, protestante por herencia, hace no sé cuántos años. La “Dunning” es irlandés, un viejo nombre de la familia. Sigo trabajando en la Lucy.

 

Daniel Loedel: Leonard y yo

Yo inventé a Maxwell Leonard para poder hablar secretamente de Daniel Loedel. Es decir, de mí mismo. Le di todos los cuentos verdaderos de mi vida y los escondí bajo del título de ficciones. Así pude decir de ellos, sin la arrogancia de esos personajes Victorianos que lamentan sus destinos, que fueron, honestamente, trágicos. Le di también mi personalidad, mi temor de morir, de desaparecer; y pude decir que esas ficciones eran curiosas, interesantes, y casi universales. Pude decir, sencillamente, que se trataba de un hombre moderno, el primer ejemplo de esa nueva conciencia mundial, que el universo es infinito, y la experiencia humana del todo insignificante. En efecto, pude decir de Maxwell Leonard todo lo que quise decir de Daniel Loedel. Fue, en ese sentido, tal vez algo común. Pero poco a poco Loedel empezó a cambiar, aunque Leonard siguió siendo él mismo. A Loedel le interesaba la política del día, la casa y la vida, mientras que Leonard todavía se interesaba en el tiempo, el universo y la muerte. Cada vez que Loedel escribía de Leonard, le reconocía menos, como si su imagen en el espejo no se moviese con él, sino por voluntad propia; y finalmente,  parecía que estaba investigando a otro y que, por primera vez, no encontraba respuestas. Como Loedel ya no escribía de Loedel, sino de otro, de Leonard, un personaje mucho más complicado e importante que Loedel; y como Loedel ya no tenía a nadie que escribiese de él, le vino una terrible envidia, y un deseo de venganza. Fue pronta y fácil su solución:  lo iba a destruir. Lo iba a dejar sin autor. Pero antes, tenía que darle alguna clase de funeral porque, a pesar de todo,  quería mucho a ese Maxwell Leonard suyo. Escribió un cuento dedicado a esa relación, y quedó tan satisfecho de ello  como del funeral. El cuento se llamaba “Leonard y yo,” y fue lo ultimo que  escribió de Maxwell Leonard.

 

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22 de marzo de 2010
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