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Conversaciones al pie del taller

Por 19 de abril de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

 
Es probable que el escritor sea el pretexto que tiene un libro de convertirse en otro. Pero el taller, se dice aquí, está hecho de escritores que estudiaron en algún taller y enseñan ahora técnicas de escritura a jóvenes escribas que conducirán otro taller. Hasta hay, se dice, una literatura que lleva el aire de fábrica del taller literario.  Hace unos años, los poetas repetían que el único modo de publicar un poema en el New Yorker era mencionando la palabra agua. En cambio, mi viejo amigo Christopher Middleton en uno de los poemas que le ha publicado la revista, menciona a Dios en español; como si sólo fuese posible citarlo en esta lengua.  Ya que estamos en ello, recordaré que el New Yorker tuvo una reunión editorial para evaluar la publicación, por primera vez en su historia, de la palabra “shit.” La usaba Gabriel García Márquez en un capítulo de Cien años de soledad  que tradujo Gregory Rabassa, y la revista quería publicar. Los editores, impecables, la admitieron.
 
Algunos interlocutores de esta bitácora me han hecho llegar comentarios y noticias a propósito del taller, y consigno algunos para prolongar la conversación.
 
Propuesta de Juan Andrés:
 
"La poesía es un árbol sin hojas 
que da sombra."
(Juan Gelman) 
 
Un verso que lleva todas las vocales, es casi una provocación. Siempre he creido que Rubén Darío se hizo poeta al descubrir en su nombre todas las vocales, casi el idioma entero en las manos.  Y es notable cómo el pie quebrado grafica el sentido de lo dicho, en este caso, la sombra. Lo otro es el eco anagramático: que da sombra, ¿o queda sombra?  ¿O que asombra?  Y, luego, el taller favorece las variaciones de estilo: Sombra sin hojas/ árbol es/ la poesía.  O tambien: Sombra da un árbol, hojas de la poesía.
 

Comentario de Abelardo Martínez:
 

“Puedo entender un taller de narrativa, de novela, donde se le pueden dar las pautas al alumno de como hilvanar una historia, de como jugar con los tiempos, etc. Ahora bién, un taller de poesía es algo muy complicado. En Noviembre pasado, impartí uno, de forma solidaria, en la mayor prisión de Europa, que es la de Picassent, ante treinta y cinco reclusos, miembros del grupo de lectura de la cárcel. No me llevé ni papeles, ni esquemas ni nada por el estilo, improvisé como siempre hice. Leer textos, hacer que recitaran, hacerles ver que en la poesía nada está escrito, salvo los sentimientos personales, las vivencias y las formas de soltar nuestros demonios. Me acompañaron amigos escritores, que tambien les daban alguna charla magistral sobre literatura, incluído un Premio Nacional de poesía. Lo pasaron bien, muy bien. Fruto de aquellos talleres, nació el libro Poemas desde la prisión, que este año está muy dignamente en la Feria del libro de Valencia. Gracias a ese taller, al proyecto, un recluso cumpliendo condena, estará el día 25 de Mayo, firmando ejemplares del libro, que lleva mi firma. En la caseta de la organización. A su lado, estará firmando tambien ejemplares de su libro el escritor Fernando Delgado. Este hecho, es la primera vez en la historia que ocurre. Todo, todo este proyecto solidario, cuyos beneficios van para una noble causa en la prisión, surgió a raiz de ese taller que impartí sin tener ni puñetera idea de como se imparte un taller de poesía; pero que fue precioso, ya lo creo.”
 

Extraordinaria historia: la poesía le permite a ese recluso dejar la prisión y firmar la antología que lo incluye. Le debe al poema ese día de libertad. Que la poesía abra las puertas de la prisión es algo que sólo ocurre en la poesía.  El taller de escritura se debe al lugar donde se produce, está situado en su contexto, para excederlo. Por eso, siempre he creído que la poesía pertenece a un tiempo verbal futuro. Al leerla se actualiza, pero acontece en el porvenir, donde las palabras hacen nuevo ámbito.  Varios escritores norteamericanos han formado parte de proyectos culturales dedicados a los presos, que incluyen el taller de escritura. En Lima, la poeta Rocío Silva Santisteban promueve un concurso de escritura creativa entre los presos.  Pero lo que cuenta Abelardo es único.
 

Los poetas Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, que hace unas semanas celebraron sus 85 años de entusiasmo intacto por la poesía, son responsables de haber hecho de la poesía una forma cotidiana, en buena parte desde los talleres, con los que han mejorado la calidad de vida en Nicaragua. Claribel me contó en Managua del taller para niños enfermos de cáncer que Cardenal sostenía con donaciones del exterior. Un niño había escrito un poema que llamó el Poema de los No, que recuerdo así:
 
No a la guerra
No al hambre
No a la violencia
No quiero morirme.
 

Taller de Pablo Torche
 

Torche es uno de los jóvenes narradores que encontré explorando las nuevas rutas del relato chileno para la Cátedra Chile que dicté en Salamanca en enero.  Sus cuentos están escritos con un desenfado nuevo, que busca abrir espacio en la asfixia literaria del país. Su primera novela, Acqua alta, es una historia de amor en Venecia, hecha desde varios estilos parodiados, desde Borges hasta Bolaño, casi un taller narrativo sobre como encontrar ante los modelos establecidos una línea de fuga que sea de recomienzos.  Uno de los capítulos está hecho enteramente de citas apropiadas, recortadas por la máquina de podar narrativo.
 
Su empresa,  no se basa en la práctica serial de la literatura conceptual, tal como la practica el argentino Pablo Katchadjian en sus libros El Martín Fierro ordenado alfabéticamente (07) y El Aleph engordado (09), operativos de un taller-post; esos textos ilustres son reordenados por una intervención  metódica, que desmonta el monumento cultural con la objetividad gratuita de un lenguaje transaliterario. Torche, en cambio, actúa por saturación, para desbrozar el bosque escrito y encender su propio fuego.
 

Este es el problema de la sociedad chilena ahora: valoramos sólo lo racional, lo concreto; en el fondo, lo literal. Por quedarnos con estas pequeñas verdades literales, perdemos el sentido más profundo. Por eso a Chile le cuesta ahora reconocerse a sí mismo, se siente extraviado, enrabiado, herido", ha dicho al diario La Tercera. En el blog Panikocl, Antonio Díaz Oliva le pide su opinion sobre la literatura chilena actual, y Torche responde: “Es magra. Es bonito decir lo contrario, pero nadie se lo cree. Quizás en poesía es más fuerte, más variado, más exploratorio. Pero en narrativa estamos en anorexia, y ni siquiera desde un punto de vista súper literario o cultural, sino simplemente de escritores que tengan un grupo de lectores, gente que los lea, los disfrute: son poquísimos, todo el mundo sabe eso.” La próxima pregunta se impone: Y el efecto que ha tenido Bolaño en el último tiempo, ¿qué te parece?” Creo, responde Torche, que la influencia de Bolaño ha sido excesiva. Eso es típico de Chile, la búsqueda del padre, una especie de referente, y cuando lo encontramos, nos subimos todos al carro, sin ningún pudor. Y resulta que ahora tenemos mucho “bolañito”, algo medio desvergonzado. “Maten a Bolaño” como dijo Gombrowicz al irse de Argentina.”  Lo dijo de Borges, como quien recomienda el suicidio. Sólo que en el caso chileno ya no se trata de Bolaño sino de su figura.
 

No me extraña, por todo esto, que Torche hable desde su propio taller literario, incluído en una idea del Taller, que en Chile es uno de los pocos espacios de respiración para los escritores jóvenes.  Ese mapa de talleres está articulado por el planeta rotante de blogs, donde predomina una crítica ardorosa y feliz, o sea, de buena salud. Está por escribirse el papel fundamental que los talleres literarios jugaron en los años de la dictadura y a lo largo de la transición chilena. Varios de ellos fueron modelos, más que de escritura, de lectura crítica, que de eso se trata, ayer y hoy: de la puesta en crisis de las formas de lectura dominante y de los modos de reproducción validados. 

  

  
 
 

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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