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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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Tributo académico a Inés Sáenz

En mi primera visita a la ciudad de Mèxico, el verano de 1969, mis anfitrionas en la UNAM fueron Margo Glantz y Rosario Castellanos. Margo me llevò a conversar con su taller de escritura creativa. Rosario a dar una charla en la Libreria de la UNAM. Después, desde la U. de Texas en Austin, en 1981, convocamos a un gran congreso mexicanista en el que estuvieron José Emilio Pacheco, Monsiváis, Margo Glantz, José Luis Martinez, Montes de Oca, Maria Luisa Mendoza, José Pascual Buxó, Evodio Escalante, Noé Jitrik, Jorge Ruffinelli, Walter Mignolo, Enrique Pupo’Walker, Beth Miller.

Luego, en la Universidad de Brown,  nos ocupò elaborar una lectura más internacional, proyectar el mapa de Mèxico Transatlántico. Carlos Fuentes fue nombrado por Vartan Gregorian, Professor at large, lo que le permitìa venir cada año y participar en  una serie de coloquios que pudimos organizar, con la visita de José Emilio Pacheco, Rebeca Barriga, Gonzalo Celorio, Sealtiel Alatriste, Hernán Lara Zavala.  Y que luego replicamos en Madrid, NY, Cambridge y Buenos Aires.  Gracias a la UNAM y su Dirección cultural. Gonzalo Celorio, Ignacio Solares, Hernán Lara Zavala, y también Alejandro Rossi y Miguel Leon Portilla frecuentaron Brown.

Con El Colegio de Mèxico, y gracias a Rebeca Barriga, nuestros intercambios fueron más disciplinarios y temàticos. Antonio Alatorre, Rafael Olea Franco, Javier  García Diego, y también  nuestros estudiantes, nos visitamos con agenda. Los libros que resultaron del ágape postulan una biblioteca. La tarea de publicar estos archivos pertenece a los màs jòvenes. Los espera las voces de los que frecuentaron Guadalajara: Gabo, Nicanor Parra, Tomás Eloy Martínez, Saúl Yurkievich, Juan Goytisolo, Carlos Monsiváis,  José Emilio Pacheco, Ignacio Padilla, Carlos Fuentes. Guardo una documentada conversación con Aurora Bernárdez en torno a su vida con Cortázar. Y es un gran documento la charla de Toni Morrison en la Cátedra Cortázar de la UdeG. Poco antes de su partida, hicimos con Inés Saenz un tributo en el TEC del DF a los trabajos y obras de Alejandro Rossi. Estuvimos Adolfo Castañòn, Maria Pizarro y yo. Le llevamos la grabaciòn a su casa. Hay mucho que leer pero más por transcribir y editar.

Con la U. de Guadalajara hemos celebrado una serie intensa y animada de foros, gracias a la Cátedra Cortázar y la Feria del Libro. Con la ayuda puntual de Dulce María Zúñiga, organizamos una secuencia de coloquios transatlánticos en Guadalajara, Providence, NY, Madrid, Barcelona  y Paris. Estábamos poseídos por un entusiasmo celebratorio. Nuestra presidenta, Ruth Simmons, tomó en Guadalajara su primer reposado, alentada por Gabo. 

Y con el TEC de Monterrey hemos explorado formatos de diàlogo analìtico,  gracias a su decana, Inés Sáenz, quien hizo el doctorado en la Universidad de Filadelfia y conocía muy bien la capacidad creativa y el horizonte  dialógico que articula la idea de la Universidad en tanto adelantada versión del futuro. De modo que nuestro intercambio fue activo y feraz. Ambos estimamos la obra de Fernando del Paso y, en un coloquio, decidimos proponerlo para el Premio Nóbel. El TEC, por lo demás, es admirable por su inversiòn cultural y la proyección internacional de sus profesores y  estudiantes. La Cátedra Alfonso Reyes, gracias a la diligencia de su coordinadora, Ana Laura Santamaría, ofrece un programa estelar de conferencistas. Alfonso Reyes, regiomontano sin fronteras, es el escritor de quien más he aprendido. Todo parece factible desde el TEC, gracias a su voluntad de horizontes. Por ello, los mandos se suceden sin drama, afirmando el sistema. 

No me extraña, por lo mismo, que este año el TEC ocupe uno de los primeros lugares en el ranking de las mejores universidades latinoamericanas. En los últimos años el TEC ha sido co–gestor de foros académicos  en España, EEUU, Argentina, México y Perú. Desde el decanato de Humanidades, Inés Sáenz articulò el área  con una brillante planta de profesores. En el gran congreso Mèxico Transatlàntico, que compartimos en  Monterrey, pude comprobar el calado crìtico de las ponencias que leyeron los profesores del sistema nacional del TEC.  Una Universidad que practica el relevo demuestra que la formaciòn humanista es formaciòn ciudadana. 

Ines Sáenz acaba de ser promovida a la Vicepresidencia de inclusión y sostenibilidad.  Su área postula un espacio sociocultural de inserción, promoción y desarrollo. No es casual que el TEC  haga suya la noción clásica de la educaciòn para la autorealizaciòn y el diàlogo, Esto es, estudiamos para ser felices. Aunque parece una hipérbole, estamos aqui para una tarea. Nos lo enseñó la tradiciòn clàsica, que retomaron Buber, Levinas y Derrida. 

Juan Pablo Murra, el nuevo rector del campus Monterrey,  estarà a   cargo de avanzar la articulaciòn de las Humanidades y las Ciencias Sociales. 

            En un mundo en el que las opciones creativas y comunitarias de la Universidad están amenazadas por el autoritarismo, por la burocracia,  y por el menoscabo  de su horizonte humanista, las labores, proyectos y diálogos que desarrollan los rectores del TEC de Monterrey, de la Universidad de Guadalajara y la UNAM, asi como la presidencia  de El Colegio de Mèxico, adelantan la república  futura como un mapa académico. 

          Cada una de estas grandes instituciones mexicanas y latinoamericanistas tiene su propia identidad, hecha en sus tareas, proyectos y horizonte. Cada una està a cargo de un tiempo en construcciòn. Cada quien protege la memoria creativa del mundo en México, y promueve el diálogo con sus intercambios propicios. Ya no me parece casual,  que  Silvia Giorgulique hizo el doctorado de Sociologìa en Brown University, sea presidenta de El Colegio de México. 

         El liderazgo gentil de Inés Sáenz, me recordó la devociòn de Rebeca Barriga, al frente del Centro de Literatura y Linguistica del Col Mex, cuyo claro entusiasmo fue una lección colegial. Y no en vano los rectores del TEC  han consolidado el  valor del  diálogo, esa tradición del camino. Carmen Junco, que preside el consejo consultivo, nos ayudará con los protocolos  de agradecer,  celebrando las nuevas tareas de nuestra admirada Inés. Cabe evocar la participación de Carlos Fuentes en todos los frentes. Y están todos invitados a las VII Jornadas Transatlánticas en la Universidad de Salamanca (Dic. 10 y 11, 2020)  que incluye un brindis colegial a Inés Sáenz. 

           

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28 de junio de 2020
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Varia variación

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Memo a la prensa

Permítanme reclamar un protocolo para representar la tragedia  de los mexicanos  bajo la pandemia. Lamento decir que las escenas que desnudan la peste a lo largo de América latina son de una cruda deshumanización. No sólo por el espectáculo feroz de la muerte viral si no también  por la falta de formatos que eviten la exhibición de la agonía humana en fotografías complacidas de prolongar la muerte. Inevitablemente, y me excuso, recordé los 90 volúmenes  de  Periódicos Varios  de Guerra en la Hemeroteca de Madrid. Cèsar Vallejo debe haber escrito su España, aparta de mí este cáliz, al pie de esas imágenes. Lina Odena se pegó un tiro para no regalarles otra fotografía a los cuervos.  "En más de un punto con Teresa, dice Vallejo.

         Si esta exhibición pretende ser una denuncia del estado mexicano, de su tecnología apremiada, de su crisis de salud pública, cabría protestar la ferocidad de la pandemia en países màs ricos.

  Sabemos que la salud será pública o no será. No en vano es ésta una de las estrategias y tecnologías hechas para proteger, resistir y remontar las plagas

que  asolan esta fase política y económica

de un desarrollo mal estructurado, y ferozmente desigual. 

         Y es bueno recordar la lección de no  añadir aflicción al afligido. 

Los lectores del país seguimos  la violencia de la peste en España, y agradecemos el decoro de su representación, que es el primer formato de su lectura sería, solidaria, y también nuestra.  

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14 de junio de 2020
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Dar las gracias

 

Hay días en que uno tiene la suerte de agradecer repetidamente. 

Son días animados por una de las palabras que Carlos Fuentes gustaba másMe temo que se levantaba temprano con ganas de darlas.

        Por nada, respondía uno. 

        Por todo, replicaba él. 

        Las repartía con un ligero sobresalto, graciosamente. 

   La ingratitud, en cambio,  era para él uno de los pecados de lesa Humanidades

      Para Gabo, en este terreno, sólo cabía el escepticismo. Se diría que cosechaba ingratitudes. “He logrado sacar de La Habana al novelista Fulano de Tal -me dijo una vez-, ya verás que dentro de poco me atacará.”  Y así fue.

       Gabo no esperaba demasiado de la realidad, que se dedicó a refutar con entusiasmo.

    En un homenaje a Carlos Fuentes en el Foro Iberoamericano, en Madrid, recordé que la más hermosa palabra de este idioma, que nos llega agraciada desde la tradición humanista, reparte y comparte lo mundano y lo divino. Y me complacía dárselas tambiéa Víctor García de la Concha, por si acaso no se las hubiesen tributado suficientemente, por su magnífico trabajo en la Real Academia de la Lengua, que él puso al día para todos nosotros, con Fuentes como protagónico testigo. Y a Darío Villanueva, se las dábamos  anticipadas, habiendo él adelantado su tempranísimo retiro de la dirección de la RAE. 

     Dados a agradecer a contra tiempo, las gracias eran así mismo debidas a Juan Luis Cebrián por la fundación, conducción y servicio cívico en El País, que escribió y subscribió, y que ya no sólo es un periódico sino otra academia de las voces que dan todos los lectores.  El proyecto de Cebrián,   César Alierta y García de la Concha, de una plataforma espacial que le de la vuelta al orbe con una biblioteca del español sideral, lo podría haber imaginado don Quijote, libre del escrutinio de los censores de siempre. 

       A Carlos Fuentes no terminaremos de dárselas. Porque si Víctor cuidó del uso global de este idioma, y Juan Luis lo limpió de prejuicios y fantasmas autoritarios, Carlos le dió  inventiva en las sumas de España y las Américas del alba, que nos prometió Rubén Darío, en cuyo nombre laten, no en vano, todas las vocales. Sumas cuya geografía puso al día Darío Villanueva, a quien le aguardaban su biblioteca, familia, huerto y cátedra, siendo Rector Magnífico de la Universidad de Santiago de Compostela, donde las albas provienen del galaico-portugués y amanece, soy testigo, más temprano. Por mi parte, tengo que dárselas a medio mapa porque me hicieron honorario las de Perú, Venezuela, Nicaragua y Puerto Rico. Y la madre RAE me sumó de correspondiente. 

      Por azar favorable, Vartan Gregorian,  presidente de Brown University, concedió en 1997 a Carlos Fuentes, Jesús de Polanco, Rosario Ferré y Víctor García de la Concha el doctorado honorario de Humanidades, ceremonia que fue una celebración inexhausta  de la lengua española en este país que será bilingue o no será. Recuerdo que mientras marchábamos entogados empezó a lloviznar. Leopoldo Rodés, con su mundanidad gentil, nos confortó: “No sería Commencements si no lloviera,” dijo. 

     Recordaré dos encuentros con Carlos. El primero es de bienvenidas, en la ciudad de México, hace pronto cincuenta años. Y el último, de despedidas, en Brown University, poco antes de su partida.  Tuvimos  a Carlos como “Professor at large,” título creado por Vartan Gregorian para conseguirle visa de profesor visitante, la que había que renovar anualmente. 

     El verano de 1969 alguien llegó a la luna pero yo llegué a México. Conocí para siempre a Eduardo Lizalde, Margo Glantz, Gabriel Zaid, Elena Poniatowska, y entre los que se marcharon, a  Carlos Fuentes, Jose Emilio Pacheco, Carlos Monsivais, Rosario Castellanos, Jaime Sabines... 

      Treinta años después, en el campus de Brown, recuerdo bien el que sería mi último encuentro con Carlos. Iba él a dictar su conferencia anual, y la sala estaba, como siempre, repleta. De pronto, un señor de pelo blanco y largo, pálido y lento, se nos acercó, y le dijo: “Señor Fuentes, ¿cómo está Alejo Carpentier?” Carlos dió un brinco de alarma, y exclamó: “¡Alejo Carpentier murió hace tiempo!” El señor muy viejo con ojos enormes, no reaccionó y volvió a preguntar: “Señor Fuentes,  ¿ha publicado algo nuevo Miguel Angel Asturias?” “¡Asturias ha muerto!,” exclamó Carlos. Y el otro volvió a la carga: “Pero con Julio Cortázar sigue Ud. conversando…” Carlos me dijo: “¡Huyamos, éste hombre es un fantasma!”  Pero Carlos, respondí, es evidente que este señor no lee los obituarios, pero es el lector ideal: cree que todos los escritores están vivos. 

     Tienes razón, me dijo, agradecidamente. Y subió a la tribuna para evocar a sus tres mejores amigos norteamericanos: William Styron, Kenneth Galbraith y Arthur Miller. Los tres, en esa convocación de gratitudes, seguían vivos con elocuencia. Esta vez, gracias a la lengua castellana.

    Cuando se despedía para subir al taxi, le dije: “Olvidamos ir al Bookstore de Brown.” Lo hacíamos en cada una de sus visitas, donde se surtía de las novedades y, a veces, buscaba documentar la novela que escribía. Dudó un instante, y me dijo: “Gracias, pero iremos la próxima vez, ahora vuelvo a casa.” Lo vi fatigado de la jornada, y pensé qué raro que Carlos llame casa al hotel. Pero enseguida entendí: lo esperaba Silvia.

        Nos haría falta una tribuna de tributos para hacerle  justicia poética a Plácido Arango, quien se ha marchado sin que acabemos de celebrar sus donaciones de grandes maestros al Museo del Prado, incluyendo aguafuertes de Goya. Fiel a sí mismo, no aceptó que esos cuadros estén en una sala que consigne su donación. Pidió que se distribuyan por su época o escuela. Podría haber firmado el arte de ser patrono de las artes.

        A esta leve nave llamada El Boomeran(g) subí unas reflexiones sobre la sutileza dramática del arte de Cristina Iglesias. Plácido me escribió lleno de contento. 

Horas son también de agradecerle a la Fundación Santillana, conducida por Ignacio Polanco y Emiliano Martínez, amigos impecables y gentiles, de larga tarea en la editorial Santillana y el programa, en Santillana del Mar, de foros memorables que sumaban las orillas de la lengua. 

         Y fue en la puesta al día de las plataformas de comunicación que  el escritor y editor Basilio Baltasar, director de la editorial Bitzoc, que había instalado la actualidad literaria en Mallorca, coordinó coloquios y talleres que, a la larga, produjeron  este espacio, El Boomeran(g), hecho de voces distintivas, cuya celebratoria  actualidad incluye la crítica ilustrada de los usos y desusos de la lectura. La norma de habla que el Boomeran(g) introdujo es la de una paciente civilidad, ganada a pulso e ironía. En lugar de la llamada crónica urbana, que dura un viaje en metro de una a otra estación, estos apuntes, lecturas y notas son ejercicios para despertar;  esto es, de agudeza gentil y paciencia civil.  Documentan, se diría, la gracia de leer aquí y a deshora. Gracias a Basilio y su brillante equipo se demuestra, otra vez, que el mensaje es el formato.  

    Desde este mirador electrónico, donde se escribe y se lee gratuitamente,  las gracias acrecientan el linaje de nuestra lectura. 

 

 

Providence, 24-2-2020.  

  

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24 de febrero de 2020
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Nellie Campobello. Cartucho, ed. de Josebe Martinez

Vine a Bilbao para llevarme Cartucho, Relatos de la lucha en el Norte de México (Madrid, Cátedra, 2019) un clásico de la etnografia fantástica de la Revolución mexicana, que cada dia combate mejor, con un coro heroico y popular, y una suma de escritores forenses de vidas de asombro. Para despedir el año literario nada mejor que esta espléndida edición, debida a la diligencia critica de Josebe Martinez, profesora de la Universidad del Pais Vasco, mexicanista de puntual y placentera erudición.  

Cartucho, Relatos de la lucha en el Norte de Mexico, se publicó en 1931, y aunque la vida de su autora, entre la danza y el periodismo, es de por si novelesca, dada su belleza y talento, su tránsito legendario entre los lideres revolucionarios y los constructores del estado, entre intelectuales y artistas, no sólo es pintoresca, sino un modelo de agencia femenina, capaz de confirmar su papel histórico de hija emblemática y libre en una revolución predominantemente masculina. Margo Glantz, Doris Meyer, Mary Louise Pratt, Vicky Unruh, y Kristine Vanden Berghe, han estudiado la diversa articulacion de la condición femenina en su obra. Habia ella contribuido con su saga de mujer revolucionaria al reescribir su vida como otra instancia fabulosa de su obra.

En su pulcra y justa edición, Josebe Martinez no se propone reivindicar la proteica persona o personaje, sino establecer, documentalmente, la interacción de su vida y la historia que le tocó representar en sus recopilaciones orales de gentes y batallas, bajo lo cual late una épica a punto de exceder la historia con su voluntad de hacer y rehacer el testimonio que da forma al protagonismo del testigo.

Esa impronta hiperbólica de la mujer en la historia mexicana situa a la Campobello no en el paisaje fantasmatico de Rulfo sino en la épica de las testigo protagonicas. También Helena Poniatowska ha contado la saga de las victimas de la violencia policial como la de de otra catastrofe sismica. Ya la gran Rosario Castellanos habia repartido sus tierras entre sus peones, mientras que Margo Glantz logró, por fin, naufragar. Frida Khalo, no sin ironia, firmó su propia muerte.

A esa estirpe pertenece Nellie Campobello, quien gracias a ésta documentada edición, nos devuelve, entre cartuchos y cartucheras, a un mundo que la mujer disputa a la muerte.

 

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17 de diciembre de 2019
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Leer a Mario en Lima

 

Leyendo una novela de Mario Vargas Llosa a más de un lector le ha ocurrido que reconoce Lima, incluso el Perú, y se siente parte de un paisaje urbano, que es a la vez familiar y desmemoriado. Uno puede estar leyendo que un personaje recorre la calle Tarata del viejo Miraflores, con sus casitas de discreta intimidad, como si le siguiera los pasos al enchompado personaje. Y puede también reconocer una calle del centro viejo, y evitar ese "suelo chancroso." Pero si el lector se encuentra en la intersección llamada "Cinco esquinas" no podrá salir ya de la populosa ciudad que se cierne, siniestra. Todos los lectores de Mario hemos vuelto al jirón de la Unión para verificar que hasta los perros de la ciudad lo recorren demostrando que el Perú se ha convertido en otra novela, con perros literales en pos de su relato. Cuando uno vuelve a Lima, cree despertar en una novela de Vargas LLosa. Cómo leerlo sin dar un grito.

Hace un año, luego de las jornadas de lectura en nuestra formidable Feria del Libro de Lima, al regresar en un taxi al aeropuerto vi, con horror, que una pareja mayor de turistas chilenos lamentaba el asalto que acababa de sufirir: en cuanto salieron del taxi, el chofer partió llevándose sus maletas. Lo que más me duele, me dijo la mujer, es que se llevó los regalos peruanos para los nietos. Ese taxista, me dije, hace méritos para estar en una novela de Mario sobre el fin del mundo en Lima. El apocalipsis será limeño, pero será. Cualquier lector puede recordar o anticipar otra escena agonista porque el país mismo adelanta, no sin énfasis, su obituario.

Una vez García Márquez me dijo que Mario tenía la capacidad narrativa de nombrar plenamente: escribe, explicó, como quien levanta una pared, y la ves. Ese poder de representación comunica a su relato la presencia tangible del mundo que narra. Y cuanto más derruída está la sociedad, y más deteriorada la solidaridad, mayor es la evidencia de su apocalipsis peruano. Estas novelas nos han proveído de vecinos inciviles, pero en Cinco esquinas la ciudad misma se nos impone como una metáfora del infierno. El infierno no es tal porque hace calor sino porque es ilegible. La ciudad romana postula cuatro esquinas: la ciudad como tablero de ajedrez, que es la lección clásica de la armonía civil. La ciudad es el espacio humanizado por el diálogo. La comunicación horizontal promete ciudadanos que han vencido a la selva.

En Nueva York hubo una zona llamada "Five points" (el feroz tema de una película de Scorcese), donde las migraciones irlandesa e italiana se batían criminalmente. José Martí dijo que esas migraciones están hechas "con levadura de tigres." El Cercado de Lima más que una plaza pública fue una empalizada levantada por los fundadores y, pronto, una muralla militar. El primer muro representa a la nación dominante, el segundo al estado en armas. En "Cinco esquinas" Mario nos dice que en manos de la prensa amarilla y el poder corrupto, la ciudad de los hombres fue tragada por la selva.

Contra los multiplicados muros, que documentan la actual violencia extrema que padecen los migrantes; contra la corrupción de los jueces, el feminicidio y el sexismo; contra la conversión de la vida cotidiana en mercado de desvalores; los jóvenes, hoy chilenos, mañana peruanos, tienen, otra vez, varios muros por vencer.

 

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22 de noviembre de 2019
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Con Toni Morrison

Por fin, luego de una larga cena, en un congreso de escritores en Puerto Rico, pude hacerle la pregunta que tenía para ella:

-Toni, los negros que en tus novelas vuelan de vuelta al África,¿vienen del libro de García Márquez?
-No -respondió de inmediato-, vienen de Ohio.
Reímos.
-Cuando yo era estudiante graduada en Ohio -contó de buena gana-, decidí hacer un trabajo de campo en las afueras de la ciudad, donde la comunidad negra sobrevivía de la pequeña agricultura. Un día una muchacha me dijo que su padre había regresado, volando, al África.
¡Un evidente mecanismo de control social!
También en español se cuenta del padre que dice "voy a comprar cigarrillos," y no vuelve nunca, dije.
¿Era un mito local o una leyenda proveniente del África? Concluí que se podía asumir como una protesta contra la esclavitud; pero que en este siglo se repita una hipérbole colonial, es inquietante. Luego,Toni encontró que conforme la ciudad se expandía sobre los márgenes rurales, la leyenda del vuelo de regreso iba desapareciendo.
En la ciudad los dramas familiares de dominación patriarcal se negocian en los juzgados.
Cotejando relatos, resultó evidente que la historia del vuelo era otra estrategia de control de la humillación social. Cuando la figura paterna desaparecía, la familia sólo tenía los recursos de su cultura para suturar el desamparo.
Remedios la bella, en Cien años de soledad, es una epifanía del mismo linaje popular.
En este caso, la historia de una muchacha que desaparece con un vendedor ambulante, y el padre anuncia al pueblo que ella ha subido al cielo en cuerpo y alma.
Por eso, imaginé que el personaje de Toni es el Ángel de la historia que contempla las ruinas coloniales de su cultura, sin bienes que repartir a los suyos. Y Remedios, la bella, es el Ángel del relato, que huye más allá de los pájaros de la memoria, hacia el mito popular, donde ya no hay penuria social. Ambos, quiero creer se cruzan en el cielo luminoso del Caribe y se hacen adiosito. Aunque, en verdad, se avistan en el horizonte de la novela, sin culpa ni pena, recuperados por la iluminación de la lectura.

Toni Morrison había cometido el peor error de un escritor que va a un congreso: llevar a su hijo pequeño. El chico se pasaba el día en la piscina, y yo hacía turnos para acompañarla con una piña colada.
De pronto Juan Rulfo cruzó el jardín, leve y frágil, tan discreto que nos hizo volver la mirada para saber quién hacía tanto silencio. Lo vimos desaparecer como el personaje de un cuadro que escapase con un hop lewiscarreano.
Esa noche, en la tumultuosa recepción, me topé con Rulfo al centro del salón, y me dijo:
-He visto una mesita vacía al fondo, vayamos allá...
Lo seguí sorteando celebrantes, pero no lo reconoció nadie. En efecto, una mesita nos esperaba con dos sillas bajo una luz cenital. Me contó lo que bien podría ser el origen de Pedro Páramo.
Otra vez en la piscina con Toni, le propuse que fuese a Brandeis, donde yo dirigía Latin American Studies, y habíamos empezado unos encuentros con escritores. Toni aceptó de inmediato. Me pidió que la mitad de sus honorarios fueran directamente al fondo de la asociación afroamericana.
El Premio Nobel de Literatura de 1993 fue para Toni Morrison.
Ruth Simmons, presidenta de Brown entre 2001 y 2012, me contó con detalle la destrucción de sus archivos en el incendio de su casa. Ruth, que entonces era Provost de Princeton, se mudó a la casa quemada para supervisar la tarea restauradora. Puedo verla entre el grupo de estudiantes y el equipo técnico, comprometida en los detalles de su misión. No ha habido, hasta donde sé, dos mujeres de semejante talento disputando palabras a la ceniza.
Me doy cuenta ahora que el relato de Rulfo como el de Toni Morrison son, contra toda fuerza destructiva contraria, la intermediación que resuelve los extremos de la violencia dominante.
Juntos, ambos mundos se refractan, distintos pero paralelos.
El espacio de Rulfo es de economía inversa: una resta que sólo puede terminar en el desierto. Pero la cultura popular que asoma en el lenguaje empírico brilla en las costuras del desierto como una breve huella del huerto perdido en manos del padre errático. En pocos libros las palabras del pueblo llevan su peso terrestre. Por lo demás, la mascarada de la muerte tiene más que ver con la perspectiva indígena, si no carnavalesca por lo menos guiñolesca. Justamente, la cultura popular permite a la novela abrir leves espacios donde asoma el horizonte. Y es en un carnaval donde Pedro Páramo es asesinado por su hijo Abundio. De modo que en el esquema de dos espacios confrontados (huerto/desierto; comunidad/infierno; padre/hijo), el relato, sin embargo, es disputado por el principio barroco de la hipérbole.No hay sólo un discurso en la novela, sino el espacio virtual de un despliegue dialógico, capaz de remontar la economía de la destrucción.

Dada la tradición narrativa estadounidense en torno a la experiencia afroamericana, Toni Morrison no requiere resolver la discordia fundacional de la violencia, sino confrontar las consecuencias de la precariedad familiar y, en su caso, la demanda de alguna justicia reparadora contra los demonios del discurso patriarcal. Pero lo decisivo es que su instrumental analítico proviene del realismo mágico, y aunque ella se tomó en la representación menos libertades que Rushdie, había asimilado la lección de García Márquez para demostrar la capacidad resolutiva de la cultura popular, hecha de varias fuentes y corajes. De modo que el pasado no impone el trauma, sino la tarea de exorcisarlo en el relato.

Ella sobrevuela el horizonte de nuestra lectura.

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25 de agosto de 2019
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Las voces a ellas debidas, y 10

 
  
 

Reina María Rodríguez (La Habana, 1952).

La caja de Bagdad. La Habana, Editorial Letras Cubanas, 2018.

 

La obra apelativa y el activismo literario de Reina María Rodríguez  se distinguen tanto por su inmediatez, exploración del coloquio y fe poética, como por su labor de difusión de las nuevas voces fuera de Cuba, un pais, como también Puerto Rico, cuyos orígenes documenta la poesía. Le ha tocado la tarea de proseguir la genealogía fundacional que asumieron José Lezama Lima, Fina García Marrúz, Cintio Vitier, Lorenzo García Vega... El Premio Nacional de Literatura que recibió, conlleva la publicación de un tomo representativo del autor. Ella optó por hacer un libro que fuese una caja de prosas y poemas que ilustran la sobrevida de una legendaria tribu inspirada que aquí registra su pálpito. Pocos poetas han dedicado su obra a sostener la continuidad del diálogo, que en Cuba es una prolongada tertulia con Martí. Pero la imagen de la caja postula también una de costura, la que remite a su madre, costurera de oficio, cuya capacidad de convertir un vestido en otro, armado de retazos, fueron su primera lección de lo mucho que puede la textualidad. Este Libro es un tríptico que incluye “La caja de Bagdad,” “Otras mitologias,” y “Variedades de Galiano”. 

        El primer libro traza el horizonte imaginario, que siendo isleño es también una constelación de referencias, memorias, barrios y oficios; su lección es el barroco insular, que decanta el horizonte expansivo de Lezama Lima en el entramado actual. Reina María está afincada en su hora y su espacio, cuyas coordenadas incluyen la familia, los amigos que circulan como otro destiempo,  y el taller cultural de su azotea, espacio alternativo y feliz. Su épica de lo cotidiano es un tratado del diálogo en tiempos de peregrinaje y precariedad. Pero la caja es también una de música, que prodiga la  dicción y la textura del diálogo, que es el paisaje del poema. Todo lo cual anuncia el himno del milagro cotidiano de una Isla sostenida por los discursos del origen plural. Esa fecunda figuración se prolonga más allá del libro, en los poetas amigos que partieron, plenos de talento, como Juan Carlos Flores. Pude traerlo a mi Universidad y fue afectuosamente feliz, pero no podía estar solo. En New York logró su sueño de conocer el MOMA y el  Yankee Stadium. Sobrevivía medicado hasta que se colgó en su balcón de Alamar.        

        El segundo libro, celebra la memoria de su tiempo, siempre un presente pleno de voces. Esa condición colectiva de la poesía iba más allá del “taller,” del “cenáculo,” del “grupo generacional.” Más bien, respondía al modelo barroco lezamiano, cuyo espacio operativo era el diálogo, y cuyo saber se basaba en un formato iniciático que recuerda a Novalis y los discípulos en Sais. Lo notable de la lección lezamiana es su pedagogía gratuita: la sabiduría cognitiva no es histórica sino mítica, y ocupa tanto la obra de los poetas como sus trayectos. Más mundano y del tiempo vital es el himno en Cintio Vitier, quien da al desvivir cotidiano una dimensión heroica. En esa magnífica tradición, Reina María Rodríguez reafirma el lugar de la escritura como central a la familia afectiva, porque en el canto se plasma la circulación del sentido, tan vital como ético, de estar ahora y aquí, en esta lengua celebratoria, y en esta Isla encantada por sus orígenes en la fe poética. Leer es aquí un espejo memorioso.

        El tercer libro despliega un registro  más mundano y narrativo; posee el pálpito del reconocimiento de otro trayecto: el espacio urbano de la amistad,  de las ceremonias de la solidaridad y la inventiva.  Si las prosas de este libro construyen una tierra firme memoriosa, los poemas son a la vez recuentos y epifanías. La dicción del verso es de una textura fluída y resonante, capaz de acarrear una entonación salmódica, sumaria y sensórea, que nos hace parte de su tierra firme.

        Esa suerte de mutualidad creadora da a la obra de Reina María Rodríguez su fuerza articulatoria y su fe en una familia colectiva, aunque dispersa, siempre viva. El coloquio propicia las sumas del porvenir.

 

 

 
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28 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 9

 

Rocío Cerón (México, 1972)

 

Materia oscura. México, Parentalia, 2018.

 

         Una de las poetas más creativas entre las que hoy exploran la naturaleza misma del poema –su enunciación tanto como su formalización y, en último término, su pertinencia, Rocío Cerón es, además, una artista del formato, que hace del lenguaje un acto de arte múltiple. 


      Su despliegue incluye las artes visuales, la performance, y el campo abierto de la acción poética. Sus textos son la cartografía de ese tránsito, que produce una sintaxis que resitúa el diálogo entre la escritura y la lectura, ese espacio proteico. Las palabras postulan un enunciado que formula otras secuencias de enunciación: el poema grafica una acción cuyos ejes son un montaje visual en proceso; como si cada poema ensayase otra sintaxis del mundo en el lenguaje. Hay un antes y un después de la poesía mexicana a partir de esta poeta del grafos, el collage verbal, y el desplegado de la página. 


         Sus libros son talleres de una forma en transición. 


      Esta lúcida lección de formatos, convoca otro paisaje escritural, que es un montaje terso y objetivo, en trance, y procesamiento de lo actual. Los nombres y las cosas se sustituyen reformulando la hipótesis del sentido: “Arde, todo arde en el lenguaje,” anuncia. Se diría que los trances barrocos que tributan la plenitud, adquieren en el poema su forma conceptual: “Pliegues donde el lenguaje prehistórico del barro formula tácticas de guerra.” Se trata de recomenzar, de volver a ver, desde otra demanda, la de “salir de los muros”. El proyecto es “Dejar la vista sin ataduras.”


         Este apetito de veracidad demanda  remontar las murallas y liberar la mirada. 


         La agudeza y rigor de la obra de Rocío Cerón la hacen del todo contemporánea: No hay nada gratuito en su autoridad y apelación. Contamos con las palabras, nos dice, para ejercer la invención en otro registro, desde un grafos y una conceptualización visual. Nos hace contemporáneos de todas las miradas. 


         Somos del lado del poema: 


                        En el horizonte –azul convexo– verticalidades

                        y grietas. Insistente, la mancha supura grafito y

                        humo. En el aire, un punto. Gravitan formas ante

                        la vista. El habla del mundo, la naturaleza de los

                        objetos, mueren y renacen en el espacio, ante la

                        mirada. Pliegues y estructuras en lo minúsculo.

                        Cuerpo ovillo, fruto.

        

        
        Su exploración de la escritura es una celebración de poética

y de futuro. De una en el otro, esta lectura nos prefigura.


          Anatomía del nudo. MéxicoCONACULTA, 2015, reúne sus libros y plaquettes publicados entre el 02 y el 15.   

 
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21 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 8

 
 
 

 

Lucía Estrada (Medellín,1980). Katábasis.

Medellin, Tragaluz, 2018.

 

Notable es la producción poética en Colombia, especialmente entre las poetas. Desde María Mercedes Carranza hasta Gloria Posada prevalece la ética  del rigor formal, luego de las tendencias confesional y narrativa. La sobriedad y la apuesta por un oficio libre de los fastos regionales fueron evidentes en el canto mundano de Alvaro Mutis, en la bonhomía civil del coloquio de Juan Gustavo Cobo Borda, en las epifanías y alabanzas de Giovanni Quessep, y en el canto gozoso de Elkin Restrepo. No en vano en las voces más vivas se advierte hoy la apelación por el lector dialógico, contra la elocuencia confesional. Lucía Estrada convoca a Blanca Varela y María Mercedes Carranza (¡no logré convencerlas de que eran feministas a pesar suyo!), cuyas voces son paradigma del rigor estoico y la agudeza lacónica. He leído con atención los libros de María Paz Guerrero, Sandra Uribe y Yenny León, publicados en 2018, y en ellos es también patente la bondad del oficio y el don de convertir  una experiencia en cifra metafórica. Luego, en la buena pista, me encontré con el libro de Lucía Estrada, cuya virtud es trabajar a favor del silencio. Con cualquiera de ellas (y no dudo que hay otras) podría yo tomar un té lleno de tarde y elocuencia; pero diré algo sobre Lucía Estrada, cuyo arte de descender a tierra cita a dos cercanos cómplices del trance de la caída: Eugenio Montejo y Marosa di Giorgio. Descenso o pie a tierra, la poesía es una lección de cosas de asombro y transición. Eugenio y Marosa cultivaron una curiosidad tierna. Y asumían con sobriedad el asombro. Lucía Estrada define bien al oficio en “Alfabeto del tiempo”: “desaparecer secretamente como un enigma, como una sombra, o como el pájaro muerto al que ningún aire reclama.” 

        Y en “Del tiempo de este reino,” prolonga ella la lección del poema: “Allí donde todo sucumbe, algo o alguien –acaso– logre saltar el impedimento; alguien o algo avance por fin contra la corriente.”

        No menos relevante es la lección de “Regreso a Itaca”:

“Impronunciable la luz, el agua que corre y la piedra que silenciosa la recibe. Impronunciable aquello que visto tras el humo permanece.”

        En “Cotidiana” las palabras circulan como una Sortes vigilianae, en su fraseo: “Vivir es una extraña condición de la muerte. Yo la llevo conmigo, pero no pesa en mi cuerpo su luna espectral.”

        Rehacer Colombia, o cualquier país nuestro, palabra a palabra, es el proyecto que alienta en esta poesía, que resuena como la última alianza del lenguaje salvado por el lector. El lector acompaña esa tamaña empresa, liberado, a su vez, de los jurados inevitables de concursos prescindibles:

        “También el silencio –que guarda la hora del mundo- se ha retirado. Un rumor enemigo y salvaje es todo cuanto queda.” 

      El poema es, así, una cicatriz viva del escepticismo. (“Escepticismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad,” recetaba Mariátegui). No en vano en el mundo hispánico prevalece hoy el luto: El femicidio, el autoritarismo del dictamen neoliberal, la conversión de la vida cotidiana en mercado, la violencia contra los migrantes que cruzan muros y fronteras, el contrabando como la forma de las relaciones humanas, y la pérdida de la literatura viva en el espectáculo mercantil... Nuestros economistas dicen que América Latina acrecienta su clase media y que nunca ha sido menos pobre. Más bien, nunca ha sido más desdichada. La corrupción es la matriz de estas debacles.

        Es otra lección de cosas: nos creíamos ya modernos pero las migraciones de los más pobres, tanto como la serie de desastres por el cambio climático, y la desocupación de los más jóvenes, demuestra que hemos vuelto a la pre-modernidad. Esto es, a merced de lo precario.
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13 de julio de 2019
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Las voces a ellas debidas, 7

 
 

 

Carmen Berenguer (Santiago de Chile, 1946). Obra poética. 

Santiago, Cuarto Propio, 2018. Prólogo de Eduardo Espina.

 

 

Los libros de Berenguer, la poeta chilena que prosigue a Gabriela Mistral con renovado aliento vivencial, mundanidad inmediata y cierto hiperrealismo visionario, se pueden, por fin, visitar entre sus varios pisos casi ecológicos por terrenales, materiales y políticos.  Quien haya leído algunos poemas suyos reconocerá en cualquier otro suyo el timbre urgido, la demanda de mundo, y la apasionada solidaridad con la historia social de violencia ejercida contra el cuerpo de la mujer; esto es, contra sus derechos a piso y paso, y no sólo a un cuarto propio. Más sarcástico que irónico, su coloquio maduro avanza como un sistema no sólo oral, sino hecho en la duración de la voz mutua. Por ello, sus trazos de habla respiran, palpitan, y desencadenan un discurso de la mujer latinoamericana (tantas veces marginal); posicionada en lo específico, despliega con vigor, ironía y certidumbre, una dimensión de la oralidad que no ha llegado a la literatura sino como ruptura del código. En sus libros, sin queja y con furia, esa voz alerta actúa como presencia y suficiencia del balance, el testimonio, la confesión, la protesta, así como la oración y el canto, pero también la sátira y el escarnio. Se puede demostrar que esta plaza tomada por la oralidad empieza con el coloquio popular, cierne el desenfado beatnik, reapropia el demótico cifrado en  las pintas de la protesta política. Se propuso, y lo logró, hacer hablar a la ciudad. Por lo demás, Carmen Berenguer nos hace lugar en su conversación con Villon y Ginsberg, Janis Joplin y Nicanor Parra... Su rebeldía viene de lejos y su demanda nos incluye. Entre burlas y veras del sistema literario, su desenfado es un corto-circuito de la institución de las Letras a nombre de la humanidad de la palabra común.  

        Lo dice tal cual:

        “La poesía, mis amigos y amigas, no son deberes verbales, ni siquiera verdades...La poesía no tiene mandato, ni ley ni orden. Y como sé que amáis al decadentismo formulario...sois culposos. Y como amáis la fe sois arrogantes. La poesía no tiene nada que ver contigo.“ 

        Una poeta mayor, amiga de las Furias. No escapa a su dictamen la misma mundanidad de la obra:

                Cómo vas a presentarte ante mí de esta forma tan impía

                        tan dulce y sofisticada como la locura

        dispuesta a hablar bajo el imperio de los sentidos últimos

                                de una muerte dispersa

                        Oh fatua repentina de cabeza laxa

        expuesta a la indulgencia de aquél que atraviesa a la deriva

                        Oh vacua exposición de lo inaudito 
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8 de julio de 2019
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