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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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Remedio para la melancolía regional

1

El ensayo es el  proyecto de una conversación propicia.  

Sabemos que la novela deplora el estado lamentable del diálogo civil y que la poesía explora las breves pausas de esa interlocución; por eso, decía Rubén Darío que los malos poemas "no acaban nunca." 

En cambio, el ensayo es el género donde una conversación se da dentro de otra conversación, la que a su vez convoca otros dialogantes inclusivos. 

Siempre he creído que Petrarca inventó la conversación no porque fuera un humanista dicharachero, que lo era, sino porque le escribía cartas a los antiguos quejándose de los malos tiempos que le tocaron entre comerciantes y neófitos; mientras que en los vuestros, protestaba,  no había demasiados libros ni tántos titulados a prisa. 

Desde de ese mismo formato, Montaigne lamenta no tener con quién conversar sobre el Nuevo Mundo, prodigio de noticias. Y echa de menos a Platón, quien tendría mucho que decir sobre unas gentes que no distinguen entre "lo tuyo y lo mío." Se refería a los tahínos, que según Colón eran "de risa fácil." No tuvieron lugar en el monólogo español, y desaparecieron en 50 años. 

En pocos pero encendidos momentos, la lengua española ha sido capaz de dialogar no sólo con Dios, la Patria y la Región, esa trilogía del énfasis, sino también en la parla del llano, cediendo el turno a otros interlocutores y a más idiomas.  Está por hacerse la laboriosa historia del español en el diálogo. 

Duodenarium(c. 1442), Cultura castellana y letras latinas en un proyecto inconcluso (Madrid, Almuzara, 2015), de Alfonso de Cartagena,  editado y traducido por Luis Fernández Gallardo y Teresa Jiménez Calvente, recupera para el lector más que curioso, la extraordinaria vivacidad del siglo XV español, no en vano un tiempo verbal italiano.  Este tratado de la virtud debe ser uno de los más fluídos y felices cruce de caminos entre ambas lenguas.  Todo parece adquirir, en castellano, una dúctil, razonada y compartida convergencia de saberes, de convicción clásica y reverberación itálica. 

La profesora Jiménez Calvente,  de la Universidad de Alcalá,  experta latinista, que estudia la trama del latín que sigue reverberando en el español, añade a este tomo un elegante estudio del género del diálogo. Su trabajo recupera, con provecho, para el interlocutor de  hoy, este formidable tratado de virtudes. 

Para recobrar hoy las bondades del diálogo, concluye uno, haría falta retomarle la palabra al siglo XV.            

 

2                                                        

Cartografias utópicas de la emancipación (Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2016), de Beatriz Pastor, catedrática de Dartmouth College, pone en orden el vocerío de la épocaSu último trabajo fue recuperar los testimonios y documentos del formidable Lope de Aguirre, cuyo diálogo con Dios es la estación furiosa del castellano en América. La Utopía, quizá porque significa “No hay tal lugar,” será otra gran conversación americana aunque, esta vez, gracias a la mediación del francés. La Utopía de Tomás Moro me temo que fuese ya anacrónica en su tiempo, y no en vano en La Tempestad, Shakespeare parece burlarse del buen Tomás cuando repite: “No more.”

En este tratado sobre la suerte del discurso utopista, Beatriz Pastor nos descubre hasta qué punto el horizonte utópico es la gran licencia de la conversación ilustrada. Esto es, una suspensión del monolinguismo tribal, pleno de autoridades lacónicas, que el mundo colonial impone a las ganas irreprimibles de inventar otro mundo para charlar a gusto. Las largas fatigas de la emancipación gestaron en los americanos liberales el ingenio verbal, el neologismo y la agudeza polémica.  Uno llega a creer que el ejemplo de los grandes liberales de esta lengua (Olavide, Jovellanos, Blanco White, Goya) inspiró a los liberales americanos a pasar de la oración a la traducción.  Andrés Bello no creía en los hombres a caballo y declinó la oferta de trabajo que le hizo Bolívar.  Aceptó, en cambio, organizar el sistema jurídico, la educación superior, las instituciones fundadoras de Chile. Este libro nos recuerda que Bello en su Oda calificó a Europa de “espacio carcelario” mientras América prodiga “la virtud y el goce;” y que  el patriota Heredia rehúsa conversar con un Bolívar dictador. La profesora Pastor actualiza esa memoria ilustrada que habla con el porvenir.

En la Facultad, el historiador José de la Puente Candamo nos enseñó a leer la emancipación como una utopía dialógica: el horizonte de discurso que la hace posible ha sido levantado por nuestros elocuentes precursores. Antes que las batallas están las proclamas, que anticipan el futuro imaginado como una gran tertulia metropolitana.  No es casual que los patriotas venezolanos en lugar de ponerse a redactar una nueva constitución provinciana, decidieran traducir la constitución de los Estados Unidos. La consideraban suya, dice Benedict Anderson, porque era un documento universal. Claro que, en español, tuvo más páginas. 

Ya Andrés Bello, en la Biblioteca Británica, consideró la necesidad de que España tuviera un texto fundacional. Lo tenían los otros países europeos,  y España merecería contar con uno, para beneficio de las repúblicas americanas. Bello descubrió que El Cid, considerado un texto casi bárbaro, producto de frailes ignaros, era, más bien, un producto refinado del Romance. Nuestros escritores encuentran lo que buscan cuando miran más allá de sus narices. 

García Márquez llamó a esas tareas, “la gran conversadera del exilio.” Ninguna más grande que las utopías, de cuya demanda de mundo este espléndido libro da cuenta, con precisión y bravura.

           

3

Enzo Del Búfalo, economista y profesor venezolano, nos vuelve a sorprender con otra proeza ensayística. Esta vez, una meditación crítica a partir del diálogo entre la historia y la filosofía puestas al día. Roma: historia y devenires del individuo (Bid & Co. Caracas, 2015), es un alegato erudito por mejorar la conversación sobre su país, Venezuela. Pero en lugar de prolongar la discusión sobre la Venezuela actual, se remonta a la historia ilustrada de Roma.  Buscas a  Caracas en Roma, peregrino.

Esto es, reconstruye  la genealogía del conocimiento dialógico, que construye la noción de sujeto desde el espacio del foro y la civilidad del individuo.

El profesor Del Búfalo, hace ya varios libros que viene demostrando que el mundo que habla español es, en verdad, otro mundo, porque proviene de todas las fuentes que forjan el diálogo de las disciplinas y el saber crítico moderno. Este es un tratado de especulaciones razonadas y felices, que convierten al lector en otro ciudadano de ese país equidistante, hecho desde la fundación de una ciudadanía elocuente.

 Si la historia, clásicamente, es la historia de Roma, para Del Búfalo “Roma nunca cayó, tan sólo se transformó en lo que hoy somos.”

El individuo, por lo mismo, es el devenir de esa historia, que enseña a leer la función del estado, las tareas de la ciudadanía, y el lugar de “la ciudad de Dios” ante la civitas romana.  

Busca en Roma y encuentra una guía virtual de la Romanía, la que todavía demanda los derechos de una ciudad de los hombres capaces de hablar en lenguas.

Por ello, concluímos, los tiranos de turno sólo son unos asaltantes de la calzada que dan voces. Pronto serán una nota al pie de estas conversaciones del camino.

Ahora que el horizonte del diálogo declina en Barcelona, estos tres tratados de virtualidades compartibles son  lección de virtud civil,  cotejo de futuro que excede a las islas, y  manual de ciudadanía plural.

 

         

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2 de diciembre de 2017
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Nuevo cuento mexicano

 
(Entrevista de Alessandra Miyagi, El Comercio, Lima)
 
 
¿Qué lo motivó a hacer una antología del nuevo cuento mexicano?


Las antologías  celebran la fugacidad de la literatura. Las malas  antologías pretenden un Olimpo, hacer justicia, postular un cánon. Yo creo que las mejores se deben a su tiempo, testimonian su deshora, el gusto de la lectura. Tienen la vivacidad de lo precario, y nos permiten compartir la creatividad de la ficción. Mi antología mexicana nace de esta inquietud por lo nuevo. Algo novedoso ocurre en  el relato mexicano reciente, que excede el agonismo  que ha dado cuenta del país y sus dramas. Los más jóvenes exorcisan la tragedia, construyen otras redes de lenguaje solidario. El ámbito emotivo, los lazos afectivos y la intimidad del habla, reinician en estos relatos con brío, ironía y agudeza, un horizonte alternativo.

 

 

¿Podemos ver el mismo fenómeno en el Perú y en otros países de Latinoamérica, o es algo exclusivo de la narrativa mexicana?


Ocurre otro tanto en todas partes, con distintas entonaciones. En Argentina, hay una búsqueda errática del lugar del sujeto en la ciudad. Los personajes se definen por su  control del espacio contrario. En Chile predomina una revisión  generacional, que cuestiona los linajes, el mito de la familia chilena. Hay una indeterminación del lugar a ocupar. Un poema dice: "Mi padre se fue de casa y me dejó el desierto de Atacama." Toda una declaración de pérdida, un cuestionamiento del orden patriarcal, y el desierto de futuro que los jóvenes heredan.


Lo que veo en la literatura reciente es el extravío de la comunidad. Se explora la precariedad de la nación, la ciudad, la familia...El Perú es una casa en ruinas, poblada de fantasmas, de violencia y corrupción. Se dice que América Latina nunca ha estado mejor que hoy, pero  me temo que nunca ha sido más infeliz. El lenguaje está herido, y los escritores negocian con ese rédito de violencia un espacio de respiración. De allí los retratos del patriarcado que hacen cuentas del extraordinario derroche de poca fe, que define al Perú contemporáneo. Los padres comparecen con sus versiones en las novelas y relatos de Ampuero, Cueto, Karina Pacheco, Renato Cisneros, Santiago Roncagliolo...

 

 

Hace diez años, cuando se realizó la primera edición de Bogotá 39, usted fue muy crítico de este evento...


Algunos eventos como aquel postulaban una voluntad canonizante. Casi una  iglesia que entronizaba autores obispales desde jerarquías basadas en la mera consagración de la prensa. De alli la obsolescencia de esa literatura ferial. La mejor narrativa va por otras vías. Para mí uno de los textos más importantes del Perú del siglo XX es Montacerdos de Cronwell Jara, que muy pocos han leído. Es una representación del Perú moderno como infierno. O sea, como lugar ilegible, cuya violencia autodestructiva nos ha degradado. Arguedas, en Los ríos profundos nos propuso una nación como Infierno. Y Vargas LLosa lo ha hecho en su Cinco esquinas, que es una metáfora infernal, donde la comunicación humana ha sido corrompida por la prensa amarilla. Y, ¿por qué Montacerdos no está en el primer lugar del canon peruano? Porque Cronwell Jara es un escritor ajeno a los purgatorios feriales. 


  ¿A qué cree que se deba que las editoriales grandes no apuesten por las formas breves y sí por las novelas? ¿Los cuentos no son rentables? ¿Cómo ve la salud del cuento?
El cuento actual, me atrevo a creer, es más audaz, creativo,independiente,global y empático que la novela. En estos años de empobrecimiento masivo de la novela (los best-sellers contribuyen al calentamiento global), el cuento ha renovado todos sus protocolos y convocaciones. Daniel Alarcón es uno de los mejores cuentistas nuestros, aunque es intraducible la vivacidad anímica de su prosa. Y, claro, César Gutiérrez es inclasificable. Y Leo Aguirre es capaz de escribir la historia de todos nosotros. 
Ud. ha mencionado a Carlos Yushimito, Ezio Neyra, Claudia Ulloa, Katya Adaui  y Karina Pacheco, entre los autores jóvenes que le llaman actualmente la atención. ¿ Y los menores de 40 años, como los de la antología del  cuento mexicano?
Realmente jóvenes son todos. Cronológicamente, hay promociones, ferias
y concursos…La edad de los autores no es una virtud en si misma, y los géneros  reparten lo mejor con imparcialidad deportiva. Hay autores que en cada libro son más jóvenes, como Fernando Ampuero y Alonso Cueto. En su Santiago Roncagliolo, última novela, se remonta a la infancia para recuperar al padre. En Perú, la juventud es un acto fe. 
¿Qué  le parece la nueva selección de Bogotá 39, donde aparecen tres peruanos: María José Caro, Claudia Ulloa y Juan Manuel Robles? Dejando de lado el hecho de la arbitrariedad de estas listas, ¿le parece que esta selección es justa o encuentra ausencias importantes?
Estimo mucho la prosa de Claudia Uloa, y habrá que leer a Caro y Robles. Para eso sirven las ferias, para no perder la esperanza en la próxima página. Repito que todos los escritores jóvenes ganarán algún premio, estarán en una feria, y serán antologados, simplemente por razones estadísticas. La parte ferial de la literatura no es para los escritores, es para el lector. 
 
 
J. Ortega. Nuevo relato mexicano. Lima, PEISA, 2017; México, Orfila, 2017. 
 
Cuentos de Aurora Penélope Córdoba, Pablo Piñero Stillman, Verónica Gerber Bicecci, Joserra Ortiz, Rafael Acosta, Elvira Liceaga, César Tejeda, Alejandro
Aguirre Riveros, MariJo Delgadillo, Nicolás Cabral, Vanessa Garza Marín,
Liliana Pedroza, Luis Felipe Lomelí, Heriberto Yépez.  

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19 de septiembre de 2017
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Obituario del obituario

 

Lamento comunicar la muerte de un ilustre género literario, de intensa vida periodística, por mucho tiempo conocido como el “obituario.” Aunque podría haber sobrevivido como “necrológica,” el deceso incluye a sus sinónimos. La desaparición del largamente estimado “obi” (como es llamado, con afecto) era harto anunciada debido, tal vez, a los notables accidentes que ha sufrido en su ilustre carrera sin fondo.
 

Es cierto que el género, de prosapia inglesa, se había democratizado con entusiasmo gracias a la educación laica,  y el Times de Londres lo consagró como la última medalla merecida por cualquier difunto en olor de tinta. Ser un ciudadano del Reino y no haber aparecido jamás en el Times se hizo una forma de inexistencia intolerable, a tal punto que un buen señor envió una carta que decía:
 

Sr. director, Le escribo aunque no tengo nada que decirle salvo la necesidad de enviarle esta carta con el ruego de que la publique.
 
Firmaba rotundamente, y, en efecto, el Times la publicó con lacónico humor.

 

En cambio, el Times de New York (NYT), posee un famoso archivo de obituarios adelantados, periódicamente puestos al día, esperando la ocasión propicia de ser impresos.
 

La primera vez que me llamó alguien de ese periódico para anunciarme que estaban haciendo el obituario de Carlos Fuentes, enmudecí. Acababa de ver a Fuentes, más saludable que nunca, y me apresté a rechazar la malísima noticia. El periodista era experto en silencios, y leyó de inmediato el mío: No hay que alarmarse, me dijo, escribimos los obituarios con mucha anticipación, y los ponemos al día periódicamente.
 

Ricardo Lagos cuenta que del NYT lo llamaron directamente para preguntarle por un dato: Escribo su obituario, le dijo el personaje de Poe, y requiero comprobar la fecha de su ingreso a la política. Recuperado de la noticia de su propio obituario, Ricardo se animó a contribuir con su enterrador: Recuerde, le dijo, que yo soy un político circunstancial; en verdad, soy un profesor de economía, un académico. El periodista le respondió: Sr. Lagos, si Ud. fuera un académico no estaría escribiendo su obituario.
 

No hace mucho, otra llamada de un periodista me conmocionó: me anunció la muerte de Alvaro Mutis, que acababa de ocurrir. Me pidió enviarle de inmediato una frase explicando la gravitación literaria de García Márquez en su obra. Intenté una frase pero me salió un párrafo que, naturalmente, no publicaron.  Recuerdo ahora que cuando César Antonio Molina dirigía un suplemento literario me llamó y me dijo: Julio, ha muerto Sarduy. Mándame una nota de 20 lineas... No fui capaz de hacerla. Tampoco pude escribir nada a la muerte de Cortázar, García Márquez, Fuentes. Mi tesis es que la amistad nos exime del testimonio fúnebre. En cambio, sí escribí, sin que me lo pidieran, un obituario en El País sobre uno de mis maestros más queridos de la Facultad, Luis Jaime Cisneros. Hasta creí que él me leía sobre el hombro y sonreía la pausa dramática de un punto y coma.
 

Todo profesor sabe que en su salón de clase está sentado el escriba que hará su necrológica.  Roland Barthes tuvo varios entusiastas, el mejor de ellos fue Alberto Ruy Sánchez, cuya prosa tersa, luminosa y sensorial es ideal para el género.
 

Supongo que en la Facultad todos nos hemos prodigado epitafios con entusiasmo. En los epitafios (sátira literaria en cuatro versos) del “Martín Fierro”, el joven Borges incluyó éste: “Aqui yace Manuel Gálvez/ novelista conocido./ Si aún no lo has leído/ que en el futuro te salves.” El epitafio de Borges anuncia que ha muerto “de un accidente gramatical.”

 

De modo que con la muerte actual del obituario desaparece del español una larga tradición.  El entierro ha ocurrido en la prensa española. No tengo la historia clara, pero todo debe haber empezado cuando al morir una figura ilustre apareció no un obituario sino dos. Es un misterio insondable que se hizo irresoluble cuando al fallecimiento de otro buen hombre, se publicaron tres obituarios, firmados rotundamente.
 

Francisco Márquez Villanueva, mi vecino y colega, jubilado de Harvard, quien vino a Brown a dictar su seminario sobre el Quijote, me explicó el misterio velado de los dobles y triples obituarios de la prensa española: No hay misterios en España –me dijo, con humor-, sino estrategias.  Los obituarios son la verdadera tumba del muerto propicio. Se escriben varios para asegurarnos del entierro.
 

Lo que ni él ni yo habíamos previsto es que los periódicos incluirían ya no dos o tres sino cuatro o cinco obituaries sobre un muerto ilustre. Ultimamente, una página entera, y en ocasiones mayores, dos. Por ello, ya no me extrañó que alguien escribiera el obituario de un periodista en el que, sin inmutarse, hablaba de sí mismo más que del difunto.
 

Debemos un responso al obituario. Como género literario hace mucho que dejó de existir. Y como crónica periodística acaba de perecer.
 

Quizá no sea casual. La crónica, después de todo, es el género de lo transitorio, de la precariedad. Esto es, de lo más vivo por más fugaz. Las mejores crónicas son aquellas que se leen y desaparecen. Lastradas hoy por el sentimentalismo y el exhibicionismo, nos dejan su vacío en el discurso. Alli duerme un sueño injusto el menor de los géneros, tu obituario.

 

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6 de mayo de 2017
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Textos abandonados

1

Carlos Fuentes  había intentado escribir Aquiles o el guerrillero y el asesino primero como una crónica, pero siendo como fue, un escritor complejo, descubrió que la novela sería más creíble que la crónica, la  cual, irónicamente, está recargada más de opinión que de información y, por eso, ya no suele volar como volaba. Es lamentable que los periódicos la hayan condenado al papel de pastillas de menta: hoy leemos una croniquilla agridulce para soportar unos minutos de realidad. Cuanto más liviana su denuncia más fugaz su mal sabor. Lo que dice mucho de su naturaleza misma, ya que, como su nombre indica, la crónica es un pasaje para pasar el tiempo. En sus comienzos la crónica duraba lo que un viaje en coche de seis caballos. Luego, un viaje en tren. Después, para soportar el tiempo en un vuelo charter. Ahora, dura el trayecto de una estación en el metro. Con encatadora inocencia, los cronistas y las crónicas aputan sus emociones y nos las cuentan.  Propongo clasificarlas como crónicas de bus, metro y taxi. Se puede leerlas a sobresaltos pero también dejar de leerlas sin culpa. Mi admirada Alma Guillermoprieto acaba de escribir una sobre la odisea de montarse a un taxi en La Habana. El ensamblaje de piezas de diverso origen que es un taxi cubano, le parece una metáfora de la laboriosa identidad política de su chofer. El mio, en cambio, es un genio de la mecánica: en un pobre auto ruso ha montado un motor francés y una batería brasileña, y ha compuesto una obra de arte de la sobrevivencia. La última vez que me llevó al aeropuerto me dijo que tenía que encontrarle una pieza canadiense. Por eso, para ser solidario con su héroe agonista,  Carlos Fuentes se sentó al lado del guerrillero que va a ser asesinado.  Hay lectores que me han preguntado si es verdad que Carlos estuvo en ese vuelo  como testigo del asesinato de Carlos Pizarro. Les respondo que es verdad aunque no  sea cierto. Quiero decir que la sensibilidad ética le permitió reconocer el escándalo de la violencia y acompañar a la víctima ya no en la crónica indistinta sino en la certidumbre de la novela. ¡Cuánta falta nos hacen las crónicas de Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Edgardo Rodríguez Juliá y Alma Guillermoprieto!

2

Julio Cortázar, en cambio, escribió dentro de un taller literario prolífico y feliz. Por eso será para siempre un autor inédito. Acumuló miles de páginas que  fue ordenando en libros que querían ser más que simples compilaciones. Rayuela es, al final, una compilación de muchas historias hechas casillas de la rayuela (o "mundo") que hay leer como quien juega. Pero después de su muerte aparecieron varios libros de mérito desigual. Claro, todos son, al final, valiosos para el especialista o el crítico, pero no siempre para el lector devoto. Julio podía ser acerado y sutil pero estaba tentado por el sentimentalismo. Era querendón y, como la buena gente de antes, puntualmente agradecido. A veces, es cierto, exageraba su capacidad de asombro. No se podía comer con él sin oirlo exclamar: "Pero qué lindo...” ante el paso de unos niños del Kinder. Me temo, en fin, que no se animó a quemar sus papeles acumulados para evitarse la atroz tarea de elegir y salvar.

3

Me gustaría que me guste la novela abandonada de Bolaño pero siendo la suya una estética informalista (consagrada por Kerouack y su gran lección de apetito vital) no importa que esté o no acabada. Un relato vitalista no tiene principio ni final, es pura ocurrencia episódica y celebración elocuente del instante prolongado hasta los límites no del lenguaje sino de la fatiga. En verdad, Bolaño estaba vivo en su obra inédita, que podia seguir revisando para prolongar la euforia de refutar a la muerte. Cuando se termine de publicar todo lo que dejó, habremos terminado de leerlo. En eso, después de Bryce Echenique, es el narrador más cortazariano, por deberse a la duración, el transcurso y lo transitorio como la materia misma de lo vivo y vivido, que el relato convierte en espectáculo, esto es, en duración. La regla de oro del espectáculo es el tiempo que se toma. Si dura demasiado sofoca y agobia, si dura lo justo, alivia y complace. Esperemos que los herederos de Bolaño sepan mantenerlo vivo. Lo peor que le puede pasar a un escritor que deja obra inédita es que ésta sirva para que lo olvidemos mejor. 

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13 de noviembre de 2016
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Otra defensa de la palabra mutua

Falacia de la ley del más fuerte
 
"Nadie debería estar en la cárcel por sus ideas, pero hay que respetar la legalidad de todos los países” (Pablo Iglesias).

Justificar la prisión de Leopoldo López en Venezuela postula  una lógica canalla: las leyes de Hitler, Stalin, Franco, como las de Maduro, serían dignas de respeto por ser dictaminadas por el abuso  del poder.  La legalidad, felizmente, pertence a la palabra mutua, a la voz del otro, no a la extraordinaria violencia de negarle el turno del habla.
 
Falacia abecedaria
 
“El nacionalismo es un primitivismo.”
El Opinador asume que el capitalismo es anti-nacional. Pero hoy sabemosque sólo las regiones y países que más esfuerzo invirtieron en su desarrollo y son, por lo mismo, más modernas,  terminan siendo nacionalistas.

Falacia probabilista

"La policía estaría por reprimir a los manifestantes. No se descarta que se les encierre en las cárceles."
La Opinadora condena el presente a nombre de un futuro que, mecánicamente, entiende repetido. Sobreopinada, se revela más previsible que la policía.

Falacia del pan y circo
"La democracia en América Latina ha creado nuevas clases medias. Todos quieren un televisor HD y un iPhone.
El Blogero reparte chucherías para escamotear los bienes modernos: educación, trabajo, mejor información. Sears, nos dice, ha siido remplazada por Movistar; las clases sociales, por el  endeudamiento.

Falacia de la buena conciencia

“Abrir las fosas comunes de la matanza es abrir las heridas, volver al pasado, dividirnos aún más.”
La Cronista ignora que es la fuerza de lo reprimido lo que acaba con la paz de los sepulcros. Por lo mismo, las heridas sólo se cerrarán cuando los huesos, devueltos al lenguaje, adquieran  nombre, memoria, y piedad.
 
Falacia de la  ignorancia popular
"En América Latina, el 30% de pobres cultiva las expectativas del mercado: son los que sostienen, imaginariamente, el sistema."
El Asesor postula que las expectativas del mercado global demandan que el Estado sea local. Avanza la noción de que la subjetividad popular ha sido incautada por el fútbol. Pero el fútbol sólo es una siesta de la cultura.
 

Falacia de la minucia del valor

"El socialismo responsable debe sumarse a la derecha gobernante”.

El sobrentendido comparatista descarta el todo por la parte. En teoría, todas las rodillas son indiferentes.  Algunas son más flexibles.

Falacia de la baja intensidad
 
“Los estudiantes que protestan en las calles tendrán que sumarse a un partido o desaparecer.”

Más bien, quienes no los representan desaparecerán  cuando dejen de ser observados. Los espera el Congreso de los Imputados.

Falacia analógica

¨Humala es de origen castrense: no se puede descartar su autoritarismo populista.  Piñera es un hombre de negocios exitoso: no se puede sino contar con su deconfianza en el Estado."

La Bloguera construye una equivalencia para postular una oposición. Ardorosamente, propone una lectura premoderna del sujeto, al que explica como determinado por su origen. Darwinismo al revés: reduce el futuro a las opciones del siglo pasado.

Falacia tecnotrash

“El libro electrónico remplazará al libro impreso.”

Un millón de nuevos títulos se publicarán este año a nivel mundial. En español la piratería electrónica ofrece ya un catálogo donde todos los autores modernos están libres de costo. Pero la selva electrónica no te impedirá encontrar el libro escrito para ti.

Falacia del doble fondo

"Fidel hablaba demasiado, autoritariamente. Raúl no habla nunca, autoritariamente."
Hablen o callen, la Cronista se alimenta de su propia autorización.

Falacia presentista

"La Independencia americana fue un fracaso: estamos peor que nunca."
El Moderador juzga el pasado desde las carencias del presente.  Pero la generación emancipadora nos imaginó mejores. Los desastres presentes son  sólo nuestros.

Falacia del tercio excluído

“Los inmigrantes han aumentado la deuda nacional. Son ilegales, es preciso  deportarlos.”
Estadísticamente, pagan impuestos puntuales, cotizan a la seguridad social, legitiman la inclusión ciudadana. Su servicio social (doméstico, infantil, de ancianos) permite  la existencia de la familia nacional. 

Falacia del funcionariado difundido 

“Si los subsidios cesaran, la cultura desaparecería.”
Si la cultura  depende de las subvenciones, el espectador terminará reclamando  un sueldo por su papel de público. 

Falacia del espacio disponible

Mr. Nice fatiga el lugar común. Aparece todos los días en los diarios.  Jura en todos los jurados. Firma en cada Firma de Libros. Es premiado con todos los premios. Damos su nuevo libro por leído.  

Falacia demótica

“Los protestantes no saben lo que quieren.”
Quieren protestar. Ser parte del sistema. Algunos medios pretenden degradar el lenguaje de la protesta, en lugar de darles la palabra. ¿Quiénes, en verdsd, amenazan a la palabra pública?

Falacia de la  tautología

Opinión: “Dictamen o juicio que se forma de algo cuestionable.” Dictamen: “Opinión y juicio que se forma o emite sobre algo.”  Cuestionable: “Dudoso, problemático y que se puede disputar o controvertir.” (RAE).

El Diccionario sentencia que la "opinión" identifica en el objeto juzgado algo "cuestionable." En inglés, la opinión pertenece más a la doxa que a la epistemología: es una percepción común acerca de una creencia, o alguna convicción religiosa o política (Oxford). Se puede tener una "pobre" o "modesta" opinión, pero es mejor tener una "opinión educada" en lugar de una contundente o derogativa, que abusa del objeto. Por eso, los cómicos tienen mayor licencia para opinar, a veces con agudo sentido crítico. En inglés, el lugar del intelectual público es la comedia. En francés, el aula. En México, el estado o el error. En algunos países, la cárcel. En otros, el cementerio.

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1 de junio de 2016
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El periódico de mañana

Una vez Gabriel García Márquez me dijo que un buen argumento narrativo no se debe al suspense porque éste no resiste una segunda lectura. Cuando ya sabemos quién es el asesino, la relectura se adormece. Es como el periódico de ayer, sentenció Gabo, al fin y al cabo cronista del corazón de esta lengua.
Esa sentencia del sabio constructor de tiempos veraces que fue Gabo, viene a cuento a propósito del periódico de hoy. La suma de dilemas que el periódico nos propone , sin embargo, no creo que sea el mero registro del estado actual del mundo Me gustaría proponer que es, más bien,  nuestro modo de situarnos en el devenir público. Esto es, de leer, literalmente, el futuro.  

Hoy que el periodismo en español se juega, otra vez, su lugar y sentido en el proceso de avanzar una alternativa política seria, capaz de reconocer las diferencias sin descartarlas, me gustaría proponer que el mejor periódico es el de mañana. Y a pesar de las malas noticias, todavía leemos el diario contra el “vano ayer” que condenó  Machado al prometer “otra España nace.” Hoy leemos el pasado como la historia del futuro.

Cada periódico termina inventando a su público. El New York Times, por ejemplo, nos imagina mejores: necesitados de información puntual, urbanos en nuestra tolerancia del vecindario, y capaces de discreto escepticismo. Siempre he leido El País (sigo prefiriendo la edición impresa a la, a veces, profusa digital) como si leyera un parte metereológico antes de salir a la calle. Y sigo sugiriendo a mis amigos periodistas  que el mejor diario es una Agenda que nos permite elegir, y se hace parte de la vida cotidiana. Y lo cotidiano es el horizonte de lo político. Ese despliegue del tiempo futuro tiene que ver, en primer lugar, con la capacidad crítica del diario. No se trata de un programa didáctico, sino de la virtud liberal clásica: la de criticar la trama autoritaria que sigue dominando la conversación. Robustos, sentimentales y casuales, apenas un equipo contra la liga de los lectores. El periódico sera hecho por todos o casi no será.

En la España actual se concibe a los más jóvenes como más fugaces. Es bueno recordar que las mayores víctimas de la actual crisis global del sistema, son los estudiantes (las tumbas mexicanas suman incluso alumnos de la escuela para normalistas, lo cual multiplica el crimen a futuro), que acrecientan el promedio de excluidos. La juventud se ha convertido en la edad más mortal. Es cierto que el mercado global prevé la exclusión, ya no sólo la marginación. Los excluidos de hoy son en su gran mayoría, muy jóvenes, y los vemos en todas las mareas de refugiados. Pero también en las ciudades europeas trabajando en los servicios menos formales: han renunciado a la educación para sobrevivir del turismo. Al final, algunos países serán territorios del vano mañana. O sea, países sin lectores.  Los últimos países sin lectores propiciaron los infiernos ideológicos y religiosos del siglo XX.

“Con la Constitución”, el titular de El País  de hace 20 años, afirmaba el futuro frente al pasado arcaico. Juan Luis Cebrián lo ha contado no como una saga, que lo es, sino como un imperativo de esa ruptura y recomienzo hacia la incertidumbre del porvenir español.  Justamente, esa incertidumbre es inherente a la experiencia democrática. Las certezas rotundas e imperiosas son propias del autoritarismo inscrito en el lenguaje mismo, que sigue dando golpes de puño. Y de la mala información: seguimos llamando “nacionalismo” a lo que es, más bien, regionalismo.  En teoría de las naciones se entiende hoy al regionalismo como un subproducto de lo moderno: son más xenofóbicos los lugares a quienes costó más  el progreso modernizador. Bien vista, la corrupción tiene madriguera regional y partidaria, familiar y tribal.

Como buen lector, uno  entiende que el espacio es cada vez menor para los aspirantes a verse en el espejo del diario. Pero todavía nos falta el código ético del espacio disponible, que recomienda propiciar la alternancia, devolver la palabra. Firmar  todos los días es poco civil. Sobre todo ahora que se ha impuesto la licencia sentimental y el cronista nos confiesa su capacidad de llanto.

La apuesta a futuro  se opone al modelo genealógico de lectura, que lee hacia atrás,los orígenes, las fuentes de legitimación. El modelo proyectivo lee desencadenando los procesos, las rupturas, los horizontes en construcción. Esta lectura arborescente es la que hoy nos invita a formular vías de acceso, espacios de concurrencia, las demandas por venir.

Los periodistas siempre han tenido poca capacidad de renuncia.  Algunos parecen decididos a escribir sus propios obituarios. Pero si la comunicación no se releva, se estanca.  Por lo demás, el periódico forma parte del sistema de debate llamado esfera pública, constituida por los medios, los partidos políticos y la sociedad civil en tanto espacio comunicativo. La política se entiende como las fuerzas que buscan organizar la información con mejores accesos, relevos generacionales  y derechos de representación.  En algunos países nuestros ese espacio está asfixiado por la ausencia de opciones y voces más liberales y menos pacatas. Hoy día la propiedad de las comunicaciones se ha diversificado: es privada, institucional, asociativa, comunitaria, pero también se torna panameña. Con el monopolio hemos topado.

En un viaje a Madrid coincidí con el ingreso de Juan Luis Cebrián a la Real Academia Española (1997), donde dedicó su discurso a Jovellanos, quien había ocupado hacía 200 años el mismo sillón.  Su discurso exploró, en la vida y la obra del gran liberal perseguido, advertencias para la Transición española. Me doy cuenta que Cebrián no se interesaba en el pasado como historiador sino como intelectual: su lectura estaba definida por la conciencia liberal, y buscaba en la historia las lecciones del futuro. Explicó su visión de Jovellanos en estos términos: “un reformista y un modernizador, palabras que todavía suenan como símbolos de rebeldía en esta España tan proclive a resistirse al progreso. Un sano espíritu liberal, que hizo compatible la moderación de sus convicciones con la energía a la hora de defenderlas frente a los ataques de la envidia y el odio. Demasiadas coincidencias con nuestra historia reciente, y me temo que aun con la por venir, para no usar de ellas.” Como decía Alfonso Reyes de otro profesor: era más liberal que español.

La amenaza al futuro, en efecto, viene del peso pasado. Me interesa destacar, para cuando se estudie el carácter proyectivo de nuestro tiempo, el hecho de que Jovellanos, en esta lectura, buscaba hacer legible un mundo básicamente desarticulado. Era católico, noble, abogado y devoto asturiano, pero también hombre de ciencias, y como los intelectuales más modernos hasta el siglo XIX, creía que la agricultura era uno de los modelos económicos que optimizar. Los otros modelos para reformar el país eran el pensamiento liberal y la cultura clásica.  Deduzco que Jovellanos, como tantos liberales, veía su región como desarticulada. O sea, carente de un centro y a punto de hacerse ilegible. De allí los tres pilares de la reforma: la agricultura para sanear la economía, el liberalismo para superar los prejuicios atávicos, y el Latín para poner en orden el mundo en el lenguaje.  Lo desarticulado, lo sabemos mejor, es el Infierno: carece de centro y es impensable. Nuestros trabajos son un proyecto de rearticulación.

Por ello, creo que Juan Luis Cebrián se anticipó en asumir las tareas de lo que hoy entendemos como  agente cultural. Alguien capaz de ir más allá de la noción de sujeto, cuyo repertorio eran la identidad, la tesis de la resistencia y la crítica de los modelos de modernización, una agenda que fue fecunda y a veces heroica. Pero en nuestra historia intelectual, la destrucción de los proyectos socialistas nacionales, primero, y las migraciones y la violencia, después, demandaron la aparición de un intelectual que, más allá de la rebeldía y la disidencia, inculcadas por los modelos de Sartre, Camus y Marcuse, fuese capaz de articular una agencia de poder crítico y creativo que recuperara espacios en la esfera pública, liderazgo en la opinión liberal, y documentara la destrucción de futuro por el pensamiento ultramontano. El agente cultural, más operativo, gesta una conciencia crítica afincada en la sociedad civil, y asume la ética como acción que no se define ya por la bondad de tus opiniones sino por el lugar del otro en ti.

Esa justicia solidaria es central a la definición del lugar de enunciación crítica, cada vez menor e incautado por la conversión de la vida cotidiana en mercado.  No en vano Cebrián pertenece a la generación que en los años 70 se reconoció como producto de una “agencia de la crítica”. Así como a comienzos del siglo XX hubo una “agencia liberal” modernizadora, y en los años 30 tuvimos  una “agencia popular”, forjada por los nuevos partidos políticos de trabajadores y el socialismo emergente en las Universidades. En nuestro turno nos debemos a la puesta en crisis de la ideología ultramontana que era, y todavía es, la nervadura del lenguaje autoritario, el racismo impune, el machismo reciclado, el conservadurismo rancio, verdaderas pestes que asolan nuestro idioma.  La agencia cultural de la crítica reparte hoy nuestras tareas en la esfera pública, en la teoría del ágora civil, en la polis comunitaria.

La crítica como puertas al campo del porvenir ha tenido estos años en los trabajos de Juan Luis Cebrián y en los días de El País un liderazgo intelectual y comunicacional, que suma periodistas, escritores, programadores, comunicadores, editores, lectores y gestores sociales cuya vocación internacional remonta el pesimismo de la inteligencia y actualiza el optimismo de la voluntad. Se trata de una apuesta por la inteligencia del porvenir como la hospitalidad ganada contra la furia y  la desmesura.

           

 

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11 de mayo de 2016
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Otras voces, otras escuchas

 

VICENTE LUIS MORA: Serie. Valencia. Pre-textos, 2015.

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970)  remonta, culmina y excede las varias líneas de fuerza contraria (restar del discurso robusto sus signos en clave) que recorren su obra innovadora (en devenir, hiperliteraria, virtual) y suma o más bien, cartografía una resta de variantes, rutas, anotaciones de amplio registro visual, reflexivo y también mundano. Aunque su poesía “alemana” (de líneas sueltas en la página) es más radical y, por ello, extraña al paisajismo español, éste tomo demuestra ser otra encrucijada (VLM cree en ellas, con provecho) porque asume en el diálogo los contextos de su trabajo, y nos hace parte de sus escenarios de celebración reflexiva. Es notable la calidad imantada de esta serialización del instante, capaz de desencadenar sus puntos de fuga tanto como su propio relato. El poema es un corte en la serialización, y su variante es una imagen salvada del flujo virtual del lenguaje. En “Neuropoemas” la síntesis favorece el trayecto del libro entre la imagen y sus preguntas, la encrucijada donde “el yo no es más que la continua sensación de alerta.” Tentado como está por las provocaciones, creo que es la primera aparición de “ecdótica” en un poema; y,  en Venecia, apela a Fray Luis contra Pascal. Los varios hablantes, voces, registros y formatos despliegan un poema transitivo, haciéndose en la lectura post-veneciana y trans-atlántica que, entre riesgos felices, practica.

  

RAÚL BUENO: Ensayo General  (Poesía reunida, 1964-2014). Lima, Hipocampo Editores, 2015. 

Bueno (Perú, 1944) reúne en Ensayo General (Lima, 2015) sus libros publicados entre 1964 y 2014, y estos 50 años de su constacia poética se distinguen tanto por la discreción del profesor emigrado (enseña en Dartmouth College) como por el laconismo de su figura poética, bien conocida por los especialistas pero aun requerida de difusión y estudio. El prólogo de  Beatriz Pastor y el epílogo de Roger Santiváñez, uno de los mejores poetas peruanos de hoy, así como la edición de un tomo dedicado a su obra por José Antonio Mazzotti (Argos Arequipensis, Boston, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 2014), ponen en relieve los valores intrínsicos de una poesía hecha fuera del sistema literario pero íntima a la actualidad de la poesía como sabiduría afectiva y morada del lenguaje. No en vano arde en el paisaje de este libro la lección de los clásicos sobre el poema como emoción evocadora: la memoria de la dispersa tribu que acude al mapa de su lenguaje para hacer legible el desierto. Las voces que arden y se apagan, la nostalgia restitutiva, las ironías y paradojas de los ciclos, discurren bajo la luz de una atención meditativa que es, a la vez urbana y elegíaca: “Caballo muerto en un poema de Bueno en que las cosas/ ocurren de un modo casi literal.” Aunque Bueno cultiva a Kavafis no lo visitan ni el escepticismo ni la melancolía. Más bien, su humor sutil juega con paradojas civiles: “Su imprecisa esperanza/ de algún día /tener una esperanza.” Al final, un poeta estoico y quevediano. Su saber es el nuestro: “el artificio/ sabe de precisión y desvaríos.”

 

JORGE FORNET: El 71, Anatomía de una crisis. La Habana, Letras cubanas, 2015.

Fornet en este su valiosísimo recuento reconstruye con documentación exhaustiva la desgarradora polémica suscitada ese año por la dirigencia política cubana y los intelectuales disidentes. “El caso Padilla” demostró los límites de tolerancia en el sistema y, la polémica consiguiente, la partición de los aguas revueltas. El propósito del libro es reconstruir el intenso período de crisis en la cultura política que produjo la condena de los intelectuales disidentes, apresados y expulsados del país. Fornet, destacado investigador literario, fomado en El Colegio de México, trabaja sobre las fuentes y a lo largo de la crisis a partir de testimonios directos y documentación histórica. Todos tenemos una opinión formada y hasta una versión de los hechos, y en los últimos años hemos visto el tristísimo olvido y la agonía de los escritores cubanos en el exilio, expulsados por unos y abandonados por otros. Fornet, con impecable distancia académica pero no sin juicio crítico del autoritarismo de la hora, recorre cada caso y nos deja las conclusiones. No busca reproducir los juicios sino exponer su desmesura y desatino. Edad oscura de una revolución que hoy busca reinsertarse en la comunidad internacional desde una serie de reformas y puestas al día, proceso evolutivo que es sensato apoyar en su desarrollo. Este libro cuya labor médica es también una lección histórica y política, nos convoca a mirar, con más detenimiento, un proceso de intolerancia exacerbada, para que no se repita.

  

BERTA GARCÍA FAET. La edad de merecer. La Bella Varsovia, Córdoba, 2015.

Berta García Faet (Valencia, 1988) es autora de tres libros de poemas que han merecido un premio cada uno, seguramente favoreciendo su edición, y en éste su sorprendente nuevo poemario, libre de los modelos de la poesía de la experiencia y de la poesía del lenguaje, se vale de ambas para buscar, explorar y hacer suyo, un coloquio dialógico, que opera desde la invención del lector como interlocutor, personaje, y finalmente co-autor del decir del poema. Esta poesía espera, propicia y presupone la intimidad del diálogo hospitalario con el lector. Su libertad verbal hace que el poema reverbere en este diálogo creativo, tienda puentes con elocuncia empática, y desarrolle un intercambio vivaz y novedoso de afectividad, humor, y mutua inteligencia. Por ello, lo notable no es sólo su repertorio temático urbano ni su derroche de fresca mundanidad sino su capacidad de establecer un territorio de comunicación que no se debe sólo al poeta y al lector, ambos convertidos en actores del discurso, sino a la textura, calidad, pálpito y fluidez del habla mutua, que es la materia que nos hace más vivos.  El poema, así, es un territorio del habla, y no sólo del habla oral sino de sus registros temporal, emotivo, gozoso, irónico y duradero. Nos dice: “Todas las preposiciones son mentira. Todas las conjunciones adversativas son una exageración ruin. Coincidir es un milagro.” La ductilidad de su discurso comunica la sensibilidad de un diálogo modélico y extrraviado. Como un ABC poético en este comienzo sobrescrito del siglo, BGF nos enseña el solfeo verbal más actual: leemos, recontamos, dramatizamos en el gran teatro del poema, por una vez tomado por la clara gracia de una voz que nos retorna, a manos llenas, el don de la palabra.

 

RODOLFO HASLER. La vida en el hotel Greco. Madrid, Centro de Arte Moderno, 2015.

Poeta cubano que vive en Barcelona hace más de 20 años, Hasler reúne en La vida en el hotel Greco (Madrid, Centro de Arte Moderno, 2015) una antología de su poesía reciente que tiene en el espacio del hotel y el sobrenombre del pintor los dos ejes de su meditada y asombrada reflexión poética, sostenida, central y solitaria, librada a su suerte en un exilio sin otro término de referencia que su misma obra. De su tradición cubana, frondosa de haceres y decires, Hasler trae la poética de las revelaciones favorecidas por la noción del lenguaje como un paisaje en gestación. En sus poemas, breves precipitados verbales, escenarios de contemplación musical y visual, el mundo está siempre recomenzando en el lenguaje, tentativo, amaneciendo, rehaciendo su camino visionario y apelativo. No hay un secreto a descifrar en el poema sino un proceso que desencadenar. Con destreza y fe, el poema no señala una ruta, más bien nos deja proseguir al azar asociativo de la lectura. En la estación pasajera de un hotel encantado, el poeta planea no un poema sino un libro, para explorar la noción de lo transitivo. Aun si debe seguir su ruta incierta, el libro no será una guia sino el trayecto reflexivo de vernos en el trance incierto de las suficientes palabras ciertas, las más justas.

 

ISABEL SOLER. El sueño del rey. Viajes y mesianismo en el Renacimiento peninsular. Barcelona, 2015.

La profesora Isabel Soler añade a su fundamental bibliografía sobre la historia de Portugal en el teatro atlántico, este trabajo erudito y preciso sobre un área hasta ahora incierta y dejada, mas bien, a la especulación. En la larga interacción histórica entre los reinos de España y Portugal, la trama de los viajes y el horizonte del mesianismo son dos claves fecundas que requerían seria consideración. Isabel Soler, por lo demás, suma a su riqueza de fuentes, que le permite el acierto del detalle, su vocación por los escenarios ideológicos o religiosos, como el mesianismo, no exentos de promesas más mundanas; lo cual le permite, a su vez, un recuento preciso de la desmesura, lo que favorece la lectura y agradece el lector. Pocos historiadores tienen esta virtud de la prosa sugestiva en el recuento histórico y en su historicidad. Porque no sólo narra la historia sino que la conceptualiza en su excepción. Tratándose de la temprana exploración atlántica la suma de motivos es casi novelesca, como el hecho de que en los viajes de Colón hubiesen marinos portugueses; y, como el intrigante trayecto de los navíos portugueses hacia Oriente, lejos del horizonte americano y a pesar de Brasil. Un libro que no sólo ilustra sino que ilumina.

 

ZULEICA ROMAY. Cepos de la memoria. Impronta de la esclavitud en el imaginario social cubano. Ediciones Matanzas, 2015.

En una época en que los académicos prefieren mantener la autonomía de sus discursos fuera de la esfera pública a nombre de su autoridad, a tal punto que la dimensión específica escapa a su escrutinio, los trabajos de sociología histórica y, por tanto, de las mentalidades inculcadas como la cotidianidad, que viene realizando Zuleica Romay (La Habana, 1958) son no sólo críticos de las representaciones del racismo heredado sino de su fuerza configuradora de las identidades y roles sociales en este siglo, hecho por la conversión de la cotidianidad en la esfera pública  del mercado global. Experta en las configuraciones que naturaliza el racismo, Romay ha diseñado los círculos de su dominio, que se extienden hasta el presente, mutando sus motivos no sin convicción. Este libro completa su anterior monografía, Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad (2012), y es un estudio de los círculos ideológicos que en Cuba, y en muchos otros países, naturalizan  estereotipos y actúan como un control social de las diferencias. Legible, dramatico, pleno de estadisticas pero también de historias de vida, ésta monografía demuestra que en el ámbito simbólico la sociedad sigue reproduciendo exclusiones y dominación. Lo había previsto Einstein, cuando observó que es más fácil dividir el átamo que un prejuicio. Un trabajo fundamental para entender la mala conciencia dominante.

 

JORGE CARRIÓN. Los difuntos. Ilustraciones de Celsius Pictor. Badajoz, Artistas Martínez Ed.

Extrañísimo y, a la vez, cautivante por su escritura de alto grado lúdico y lúcido, empezamos a leer este relato (híbrido de steam punk, western y filosofía, lo anuncia su autor), como la secuela narrativa de la trilogía  Los muertos, Los huérfanos y Los turistas (Galaxia Gutemberg 2014-15), que son relatos diferenciales de una saga de fin de siglo, donde los límites del lenguaje ya no son los de la representación. La tecnología narrativa que maneja Carrión no es ni realista ni fantástica sino post-apocalíptica, esto es, una imagen del mundo transicional de la E-motion, configurado por el movimiento, la fugacidad y la instrumentación del relato como documento del porvenir. Los difuntos proviene de la serie tecnológica, que culmina justo antes de la primera guerra mundial, Proviene también de un “taller literario,” y se propone como obra colectiva. Y se puede leer como un manual del fin de finales: un relato del día siguiente, cuando sólo nos queden las palabras, y el bravado de estas páginas, libres de representar en vano este mundo.

 

ABEL PRIETO. Noche de sábado y otros cuentos. Santa Clara, Editorial Capiro, 2015.

Este escritor cubano, que trabaja como asesor del Consejo de estado, donde se diseña el proceso de reformas en marcha, es autor de la mejor novela satírica del “socialismo real” que se ha escrito en Cuba. Viajes de Miguel Luna (2012) es, en efecto, la historia del único escritor cubano que no ha ganado una beca a un país socialista, y agoniza en su marginalidad literaria, hasta que por fin lo invitan a un pais regimentado y pesadillesco, donde la figura nacional, la comida nacional, y el culto nacional, es la cabra. Esa crónica de malentendidos es hilarante, pero este libro que reúne sus cuentos, de estupenda factura y agudo análisis, busca recuperar a los pequeños héroes de la vida cotidiana, jóvenes fanáticos del rock, exploradores urbanos, jóvenes que agonizan en sus ritos de pasaje, y personajes rurales que parece escapados de Faulkner, atrapados en situaciones kafkianas y joycenas, donde el espesor de la vida cotidiana es, de pronto, fracturado por una licencia a la regla. La bonhomía disitingue a estos personajes, salvados por su lengua gozosa y extravagancia, por su obsesión y tenacidad. En “El juez”, que es una pequeña obra maestra,  la abuela que lleva a su nieta a ser juzgada por un supuesto héroe social, nos descubre a  ésta última autoridad fronteriza, presidiendo la arcaicanecesidad popular de una justicia restitutiva.  Prieto nos ofrece, con empatia, la humanidad  de un tiempo que no pasa en vano.

 

CARMEN OLLÉ: PARA SU HOMENAJE EN LA CASA DE LA LITERATURA PERUANA

Con Carmen Ollé tengo una deuda demorada y me complace empezar a aliviarla con este reconocimiento público de la calidad de su obra, y de su coraje literario.  Fui testigo de su boda con Enrique Verástegui y más o menos responsable de que se marcharan a París, pero no he dejado de leerla con la misma alarma, curiosidad y deslumbramiento de sus primeros textos. Alarma porque su poesía revela las convenciones de nuestras lecturas complacientes; curiosidad, porque siempre hay algo más en su escritura, que no se agota gracias a su sutil entramado; y deslumbramiento porque el lenguaje, en sus manos, es una noble materia lúcida, capaz de humanizar la miseria del paisaje que nos ha tocado. Siempre pensé que nuestras escritoras han sufrido más la peruanidad mal distribuida que nos define. Si fuesen argentinas estarían mejor fotografiadas, traducidas y premiadas. Y es que las plagas ideológicas que azotan a nuestra lengua (el machismo, el racismo, el conservadurismo) se han demorado más en el Perú, y lo han hecho de un modo perverso: el peruano carece de todo remordimiento. Vivimos el mal con inocencia y,  a veces, con venganza. Ese paisaje de desafecto aparece en la gran poesía de Blanca Varela como la sombra del luto. Con nuestras escritoras hemos practicado la ignorancia: las hemos olvidado con inocencia. Más aún, las hemos obligado a dejar la poesía para empuñar otras armas, menos sutiles, y algunas han cedido al papel de feministas aguerridas sin entender que ilustran el peor machismo. Contra ese paisaje feroz, la obra de Carmen Ollé, así como los trabajos de Magdalena Chocano, Mariela Dreyfus, Giovanna Pollarolo, Victoria Guerrero, Rocío Santisteban, Katya Adaui, Cecilia Podestá (entre varias otras más), abren espacios de respiración e indignación, de crítica e ironía, de inteligencia y paciencia. Nos han mejorado, sin protestar.  La lección de Carmen Ollé es de integridad. Ha adquirido frente al animal masculino una tolerancia irónica pero casi tierna. No nos exime de la poca capacidad de reconocimiento, porque todavía nos cree moralmente redimibles. A nuestras escritoras les debemos una parte de nuestra libertad. También les debemos las gracias y las excusas. Pero les debemos más, sus libros. Que este homenaje a Carmen, que declara nuestra admiración, lleve también propósito de enmienda. Hay que leerla y releerlas.

La Habana, 1 de marzo, 2016

 

 

 

 

 

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2 de marzo de 2016
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Otras lecturas, otros ámbitos

La euforia de la lectura actual anuncia, más allá de nuestros balances, los inicios de una nueva exuberancia creativa que presupone, quiero creer, el desborde tanto de los límites nacionales como de los cánones académicos y los valores del mercado, lo cual distingue a la escritura del Romance venidero. Contra el conservadurismo profesional, creo que este movimiento recupera la libertad radical de lo nuevo en un distinto horizonte de lectura. En ese contexto operan varias estrategias de articulación. Cualquier escritor libre sabe que no puede contar con las autoridades del plazo académico, que han perdido horizonte crítico en sus facciones y prisiones; pero tampoco con el periodismo cultural, demasiado ocupado en hacer su propia crónica. Por lo mismo, la primera articulación es política: todas las lenguas son nuestro idioma en el espacio transatlántico, hecho de las sumas del español mediador, el inglés intervenido, el francés coloquial, y las lenguas peninsulares y mundanas. Un despliegue proteico excede el sonido y la furia monológica. Y gracias a las lenguas originarias recobramos hoy la materialidad de nuestras transiciones y la compatibilidad horizontal de lo uno y lo otro. La segunda articulación nos viene de la gran lección de César Vallejo, quien anunció que nuestros monumentos históricos no nos hablan del pasado sino del futuro. La asumió Joaquín Torres García al postular el "constructivismo" desde la sintaxis arquitectónica pre-colombina: hizo de las piedras del muro Inca el alfabeto de la nueva vanguardia transatlántica. Llamó "Indoamérica" a su suma de la geometría catalana, el grafismo ruso, la composición cubista y el principio asociativo del Tawantinsuyo solar. Esa euforia por los otros, por las sumas y restas del dispositivo atlántico internacional, reverbera en una genealogía que pertenece al devenir. Maria Zambrano, Joan Brossa, Borges, Lezama Lima, Paz, Cintio Vitier, Haroldo de Campos, Fuentes, Sarduy. Levrero, Jesús Urzagasti, José Miguel Ullán, Héctor Libertella, J.E. Pacheco, Pedro Lemebel, Antonio Cisneros, Roberto Bolaño, nos dejaron la suma lección de su hospitalidad creativa. La han proseguido abriendo espacios de rehabitación Diamela Eltit, Julián Ríos, Edgardo Rodríguez Juliá, Javier Vásconez, Nuria Amat, Tamara Kamenszain, Reina María Rodríguez, Julia Castillo, Cristina Rivera Garza, Carmen Ollé, Susana Rafart, Manuel Vilas, Fernández Mallo, Rocío Cerón, María Auxiliadora Alvarez, Luigi Amara, Roger Santibáñez, Esperanza López Parada, Victoria Guerrero, Jordi Carrión, Carlos Yushimito, Patricio Pron, entre quienes hoy exploran en lo dado la saga de lo imaginario y, en la ficción, debaten las certidumbres. Ha hecho, con empatía, un metarelato transfronterizo el grupo de Mac-Hondo (Paz Soldán, Fuguet), mientras que los del Crack (Volpi, Palou, Urraz), han avanzado con brio la una biografía de los saberes dominantes, su irónico responso. No se trata de la fácil ficcionalización ni de la buena conciencia de la verosimilitud. Pocas prácticas son más audaces que los lenguajes de la tecnología, el espacio permutativo, la sintaxis visual, la deconstrucción de las verdades únicas. Vivimos hoy la imaginación del diálogo.

DANIEL ESCANDELL (Universidad de Salamanca): Dormir es de patos, de Rodrigo Cortés (Delirio, 2015).

Cortés (España, 1973) ha escrito este libro parcialmente en Twitter. La plataforma, por tanto, ha servido como bloc de notas y como espacio creativo condicionante, lo que sitúa sus páginas en el foco de las textualidades digitales. Dormir es de patos puede leerse bajo la observación de corrientes que están chocando en el tejido digital: este año se ha publicado en español (¡al fin!) Escritura no-creativa de Kenneth Goldsmith (Caja Negra), un estudio en el que la apropiación textual en la red se reivindica como expresión artística; frente a él se encuentra La imaginación en la jaula de Javier Aparicio Maydeu (Cátedra), que no escatima críticas a ese fenómeno. El dominio sobre la esfera digital, como espacio constructor de intertextualidades y referencias socioculturales -abordado recientemente por Memes in Digital Culture de Limor Shifman (MIT Press, 2014)- no es fundamental para disfrutar de la lectura de los aforismos, sentencias y muestras de ingenio de Cortés, pero sí es el eje de una de sus muchas lecturas posibles: una que ilustra esa confrontación de corrientes y en cuyas páginas la creatividad surge como triunfadora.

VICENTE CERVERA SALINAS (Universidad de Murcia): El pequeño corredor y otros, de José Cervera Tomás (Murcia, La fea burguesía)

Decían los latinos: "non solum sed etiam". Así mismo comienzo: no sólo por razones evidentes, aunque también, este año no puedo sino escoger esta colección de cuentos que hemos sacado del baúl de los recuerdos y que la editorial murciana "La Fea Burguesía" ha editado recientemente con esmero. Se trata de los catorce títulos que integran El pequeño corredor y otros cuentos, una colección que José Cervera Tomás (Valencia, 1921-2015) publicó en 1954 prologada por Mariano Baquero. Como señala el gran teórico del cuento en su umbral, son un ejemplo decantado de la teoría del relato como argumento puro, sin distracciones ni tramas subalternas. La infancia de la posguerra española, en blanco y negro, como en la fotografía de Ontañón que sirva de cubierta, queda ilustrada en títulos como "El niño que quiso ser hombre" o "El hombre del saco", donde la ilusión se deshace ante la inflacion de sueños que la realidad cruelmente desinfla. Otros relatos como "El hombre del cuello torcido" o "El velatorio" indagan en los fenómenos de la experiencia siniestra y oblicua de unos narradores tan originales como absortos en la armadura de su imaginación."

PAULINE DE THOLOZANY (Clemson University): L'Arabe du Futur, de Riad Sattouf (Paris, Allary Editions, Vols. 1 y 2, 2014 y 2015).
Hay dos modos de pensar que hoy más que nunca necesitamos pero que rara vez se encuentran en las publicaciones recientes: uno es la risa, y el otro se puede describir como una mirada infantil sobre el mundo. El cómic autobiográfico de Riad Sattouf combina ambas; los dos primeros volúmenes tratan de su infancia en los años 80, en Libia, Francia, y Siria. Riad es hijo de una bretona un poco hippie y de un siriano convencido del progreso del panarabismo encarnado por Kadhafi en Libia y por Hafez el-Assad en Siria. El lector ríe en cada página, y el héroe, el pequeño y cándido Riad, descubre (sin entenderlo) el pantano indescriptible de la situación política y social en Libia y Siria durante los años 80.

CAROL MURILLO RUIZ (Quito): La Marilyn vestida de Channel, de Raúl Vallejo (Random House).

Todo recomenzaría en algún poema ardiente sacado del diario secreto de Marilyn... "El sexo es parte de la naturaleza y yo me llevo de maravillas con ella"... Un relato que contiene la sombra y la luz de toda buena literatura: la obsesión y el mito. Porque sólo nombrar a Marilyn Monroe, en la cultura occidental del siglo XX, nos remite a la agitación de la literatura contemporánea: la obsesión y el mito visual. Y también a ese resplandor majestuoso de todo acontecer humano: el símbolo. En este caso, el símbolo sexual. Una época en que las mujeres, para su emancipación y para su histeria, empezaron a ocupar un lugar fuera de casa y fuera de la guerra. Marilyn se volvió el arquetipo de una economía cultural signada por la belleza y el placer. A partir de su regodeo artístico en el cine, el influjo de su desamparo espiritual fue ganando terreno. El hilo del relato es el tráfico de un supuesto diario secreto de Marilyn que cae en manos del jardinero John G. Greene. Semejante documento vale oro y paraíso, y su preservación será la alucinación de Greene. Son los años de la Guerra Fría, y La Habana es el mejor lugar para escapar y entregar el diario único. El gran telón de la historia continental americana y caribeña nos acerca a los debates políticos de un período largo y clamoroso, pero la novela discurre para redimirla sin reproches, con explícitas referencias a autores y filmes que se volvieron clásicos en el siglo de Marilyn.

EDUARDO GARATEA (Austin) : Asociación Ilícita, de Leonardo Aguirre (Lima, Animal de Invierno)

Poco divina y quizá demasiado humana, esta Comedia limeña de Leonardo Aguirre es una excelente metáfora para conocer la interioridad, involuntariamente jocosa, del desarrollo social del escritor en el Perú. Producido por los medios de comunicación, este escritor más que público se ha hecho biográfico. La crónica mundana que lo confirma lo ha situado ya no en la esfera de la política sino en la conversión de lo privado,hecho público en la farándula. Los escritores han dejado de ser agentes culturales para convertirse en parte del espectáculo. Se les va la vida en tener razón y su fanatismo los torna pintorescos. Aguirre ha inventado la crónica de auto-ficción, que es una variante probablemente patentada por el Decamerón, según la cual, el cronista (disfrazado de testigo protagónico) reconstruye biografías casi escandalosas con la objetividad de un documentalista impecable en la distancia irónica e imperturbable ante las interpretaciones que se convierten en evidencias. Basándose en archivos de prensa, en entrevistas a sus personajes, en testimonios de protagonistas y testigos, este cronista ejerce su trabajo escrupulosamente, como si elaborara un documento histórico o jurídico. Como toda Comedia capaz de incluirnos, ésta nos persuade con su versión puntual y, pronto,nos hacemos parte de su Nave de Locos, más que verosímil, veraz. La verdad, nos dice, es otro producto del gran sistema de sustituciones peruanas: es gratuita y arbitraria, pero apasionada. Se ha dicho que la memoria es una economía del olvido. En el Perú, parece sugerir el genio burlesco de Aguirre, toda memoria es doméstica. Esa levedad de estar aquí y ahora tiene en esta desapasionada Comedia el pálpito del habla viva y, por eso, la intensa emoción de lo fugaz. Por lo demás, abusaré este espacio para recordar que Bryce Echenique, Sergio Ramírez, L.R. Sánchez, Ricardo Piglia, Castellanos Moya, Carlos Franz, José Millás, Fernando Ampuero, Ana Teresa Torres, Juan Francisco Ferré, Federico Vegas, Leonardo Padura, Arturo Fontaine, Carlos Cortéz, Isaac Rosa, Alonso Cueto, Alvaro Uribe, Antonio López Ortega, Sergio Misama, Juan Carlos Méndez Guedes, Santiago Roncagliolo, Robert Juan Cantabella, Armando Luigi, Mayra Santos Febres, y los grandes minimalistas máximos, César Aira y Mario Bellatin, así como también los más populares, Perez Reverte y Cercas, han diversificado la biografía imaginaria, aquella que hoy se postula como implausible bravado. Esta larga suma sugiere los sueños exorcisados de la nación razonada: los sueños de la nación producen estrellas de televisión. Pero todos parten del modelo quijotesco por excelencia. Estos remedios de melancolía nos han persuadido de que nadie es imposible en la saga transatlántica de salvar al lector del olvido.

J.ORTEGA (La Habana): Yoro, de Marina Perezagua (Barcelona, Libros del Lince)
Pocas novelas como ésta se deben al exceso de lo imaginario que rehace la norma de lo posible y que explora la insondable transformación de lo humano. Esa lección nos viene de Bataille, de la contraeconomía del exceso y la práctica de la diferencia. Poner a prueba los límites del cuerpo es cuestionar la dualidad que organiza las representaciones y proponer la saga de lo imaginario en la confifguración misma de lo natural. El contexto japonés le permite a Perezagua la audacia de lo impensable: Yoro es victima de la bomba, que transforma su sexo, y por una vez ella no emerge de las aguas lustrales sino de su mutación. El sujeto, parece decirnos, no proviene de su genealogía sino de su despliegue como proceso futuro. No se explica por su buena conciencia y mucho menos por su ideología, sino por su radical diferencia. Puede ser ilustrativo cotejar esta versión con las crónicas de Chernobyl, que declaran la prolija monstruosidad de lo real. Introducir en esa deshumanización la creatividad de otro sujeto, distingue a la saga exhuberante que Perezagua nos propone no sólo como una revelación de la mecánica de la muerte sino del exceso especular de lo vivo. Novela ferozmente lírica, demuestra que la nueva narrativa puede ser una saga de lo veraz transfigurado. No es ya el espejo del camino sino el camino abierto a pulso dentro de los espejismos. Silvina Ocampo, Elena Garro, Blanca Varela, Inés Arredondo, Margo Glantz, Nelly Richard, Josefina Ludmer, Paz Errázuri, Victoria Destéfano, Carmen Berenguer, Diamela Eltit han hecho camino grande al desandar. Perezagua hace el suyo nadando contra corriente. Como Carmen Boullosa, Matilde Sánchez, Lina Meruane, Katya Adaui, Gabriela Alemán, Giovanna Rivero, Mercedes Cebrián... Perezagua no se debe a la primera persona sino a la última, en extremo venidera.

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26 de enero de 2016
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Votar en Madrid

 

Premisa

          Basta de marear la perdiz.  Basta con escuchar a la gente de a pie: el voto mayoritario ha sido en contra de todos los partidos.  Ninguno ha ganado las elecciones y todos la han perdido. En la lista del reparto electoral, los que más votos han recibido son los  más derrotados.  Salvo que la lista se ordene de modo inverso: empezando por los partidos menos votados y terminando con el que más.

 Hipótesis

         Cada vez que uno toma un taxi en cualquier ciudad española, ingresa a un tribunal de justicia, a una cabina electoral, a la memoria creciente de la impunidad. De vuelta a Madrid, nos ponen al día en el café de la esquina sobre los progresos del malestar.  Pero que justo antes de las elecciones hubiese gente incrédula del golpe que recibió el presidente Rajoy ante las cámaras de televisión, me pareció ya un exceso de poca fe.  Con la memoria del agravio no es mucho lo que se puede hacer. Salvo votar en contra. Se ha votado contra la corrupción impune. Pero no sólo  contra su escándalo sino porque nadie, desde el poder, ha tenido el coraje de confrontarla fehacientemente.

Pactos

         En español la noción de pacto carece de aura. Los pactos son acuerdos, más bien, oscuros, secretos, vergonzantes. Casi cosa de corruptos. Las alianzas son más bien de conveniencia mutua y ganancia repartida.  Es como hacer un equipo de fútbol, me dice el camarero, con jugadores del Barcelona y el Madrid, el BarMad. El ingenio amargo de los contertulios sólo se alivia con la picardía de Bárcenas y su reclamo de vacaciones. 

Tesis

            A éste posparto electoral le falta horizonte. Esto es, futuro. Cada una de las barajas posibles requiere de un perdedor. Más lamentable es que el Partido Socialista, que podría mediar en la definición de ese horizonte, tendría que hacer de chivo expiatorio. A este acuerdo de gobernabilidad le falta un marco teórico, un término de referencia, un estado de legitimidad. La Ley tendría que convocar, desde la justicia transicional, no un pacto electoral ni una alianza inmediatista sino un proceso de reformas que garanticen el estado de derecho social, la operatividad judicial contra la corrupción. Y en ese espacio de debate, acordar la reforma constitucional, que asuma las diferencias regionales. Si el país pierde las elecciones por un número dividido de votos, no se le puede imponer a las regiones que ganen por mayoría absoluta. España, históricamente, es una larga derrota electoral.  Se requiere de un marco jurídico inclusivo, digno del nuevo siglo, a favor de las ideas de renovación, más allá de la feroz austeridad, y a nombre de los más.  Por lo pronto, urge una mejor explicación.

Pausa

         En medio de la catástrofe jurídica de la corrupción habría que preguntarse por otro acuerdo post-electoral. Parece que no hay alternativa a un pacto de partidos, y es improbable acordar una figura independiente capaz de articular esta crisis de legitimidad, y armar un equipo de trabajo médico que propicie la transición del estado corrupto al estado de salud. La alternativa de otras elecciones generales, en cambio, es de pronóstico reservado. Y, al final, quizá sea más saludable que gobiernen las minorías en lugar de una mayoría absolutista.

                       

 

 

 

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29 de diciembre de 2015
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Carta a Leopoldo López


Querido Leopoldo:

 

No te escribo a la cárcel de Caracas, que te retiene preso, sino a cargo de mis amigos venezolanos, a quienes, estoy seguro, les falta el mismo aire que a tí te falta. Y no excluyo a quienes creen en las promesas del chavismo.  Respeto las  creencias más que las promesas pero pienso que es un contrasentido el mutuo encono actual porque nos aumenta las prisiones. Comparto, por eso, la dolorosa esperanza en los  acuerdos civiles  que mejoren la conversación.

 

Te escribo para invitarte a venir a mi Universidad y hablar en mi seminario sobre tu lectura de otro preso ilustre, César Vallejo, cuya poesía hemos compartido en Caracas y en voz alta.

 

No hay, Leopoldo, silencio más elocuente que el tuyo. Es un silencio que me dice que yo también soy otro reo, que tus carceleros están todos presos; los carteros, presos; y las cartas, más presas todavía porque no le llegan a nadie. Y Caracas misma no tiene quien le escriba, a pesar de su luz maravillosa y tinta de oprobio.

 

Te he visto fugazmente en las noticias y tu imagen alucinada me ha parecido la del único hombre libre en un país encarcelado. El martirio de liberar a Venezuela de sus largas condenas, revela la integridad de tu agonía.

 

Resiste, amigo. Quédate preso un rato más. No es fácil tarea ayudar a ser libre al carcelero.

 

Al embajador del Perú, Carlos Urrutia, le debo nuestro encuentro en Caracas. Como buen peruano, Carlos se había propuesto que César Vallejo tuviese un monumento en Venezuela. Y lo había logrado gracias a ti, que entonces eras alcalde de Chacao. Recuerdo bien la mañana luminosa en que ese joven, que había sido mi vecino en Harvard,  develó el busto del poeta en una plazuela hospitalaria. Leyó un breve discurso, inevitablemente vallejiano, y terminó citando, de memoria, unas estrofas.

 

Esa noche, en casa de Carlos Urrutia, Leopoldo nos contó de su afición por Vallejo, su poeta preferido. Casi todos los políticos peruanos citan a Vallejo, pero haciéndolo parte de su discurso licencioso. Inevitablemente terminan aumentándonos las deudas: "¡Hay, hermanos, muchísimo que hacer!" La lectura de Leopoldo, fue más civil.

 

Confío que aceptes venir a esta Universidad lo más pronto que tus compromisos didácticos te lo permitan, y que a nombre de la justicia poética, que es la poca que va quedando, nos devuelvas la visita que te hicimos a nombre de Vallejo y la patria grande.

 
 

No en vano hemos compartido aquí el diálogo académico y cultural con la gran Universidad Central, el corazón de Caracas; con la honda Universidad Simón Bolívar; y también con la de Carabobo y su feliz Feria del Libro, donde Rafael Cadenas y yo presentamos un libro mío que no salió a tiempo, verdadero acto de fé; y con la U. de los Andes, ágora de la literatura latinoamericana. Tampoco es casual que hayamos organizado aquí la primera conversación  internacional sobre la literatura venezolana, gracias al apoyo de Oscar Zambrano Urdaneta, ilustre presidente del CONAC, y a Simón Alberto Consalvi, gran embajador ilustrado. Memorable encuentro venezolanista en el que brilló Alejandro Rossi, lloró  Adriano González León (y no sólo aqui, supe luego), deslumbró José Balza...Y pudimos recibir a buen número de escritores y colegas. Luego, con la cátedra Andrés Bello dictaron cursos sobre la cultura venezolana dos investigadores de mucho valor, Yolanda Salas y Carlos Pacheco.Y más tarde,estuvieron de profesores visitantes Enzo del Búfalo, agudísimo ensayista; Heinz Sonntag, sociólogo bien conocido, y Patricia Guzmán, poeta de voz visionaria. Y han compartido nuestros coloquios amigos de toda la vida, como Juan Sánchez Peláez, Federico Vegas,  Antonio Lopez Ortega, Nela Ochoa, María Auxiliadora Alvarez, Helena Arellano, y María  Ramírez Ribes, gestora generosa de proyectos que nos siguen ocupando. Todos ellos, Leopoldo, te acompañan.

 

Incluso el presidente Nicolás Maduro pasó por aquí, cuando era embajador en Wáshington, y nos dió una charla en la que reafirmaba las libertades públicas en el socialismo bolivariano. Estoy seguro de que mis buenos amigos Gonzalo Ramírez y Luis Alberto Crespo, comprometidos bolivarianos, ayudarán a que esta carta de invitación se cumpla. 

 

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16 de septiembre de 2015
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