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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Eder. Óleo de Irene Gracia

Blogs de autor

El muro de Berlín

 Berlín deja una huella profunda en el viajero, de modo íntimo y a veces insólito. Walter Benjamin y Alfred Doblin trazaron esos pasos como el eco que otros caminantes retoman. Aquí el viajero sueña más que en ninguna otra ciudad. Quizá porque Berlin es, en verdad, un mausoleo. Y uno, de paso, se sueña soñado. En este aniversario de la caída del Muro, y para que caigan muchos otros, a algunos amigos les he propuesto este enigma alemán. He aquí sus respuestas, libremente transcritas.

Juan Goytisolo: La arena del desierto

Es cierto que uno sueña mucho en Berlin. Pienso que se debe a que Berlín está construida sobre un lecho de arena. De noche, dormidos, percibimos que la ciudad oscila, se desliza y mece. La arena es una materia similar a la del sueño, hecho a su vez del horror de lo vivo.

Carlos Fuentes: Los lagos de la imagen

Yo creo que soñamos más en Berlin no porque sea un cementerio, como dices, sino porque la ciudad está rodeada de grandes lagos. Son lagos que, de noche, reproducen el cielo como espejos fieles. La noche se hace clara gracias a esos tramos de luz que nos multiplican. En el sueño, vemos esas imágenes entre la luz nocturna. Aunque yo no escribo los sueños que recuerdo sino los que olvido.

Julián Ríos: La leche nocturna

Los meses que pasé en Berlín soñé muchísimo, pero yo no creo que los sueños sean lecturas, creo que deben escucharse. En Berlin, las voces que nos hablan en el sueño hablan turco. En las terrazas del Kreuzberg yo saboreaba la crepitación del lenguaje más terrestre. Y en mis sueños mamaba de esa fuente propicia.


Alfredo Bryce Echenique: Los ojos de Nefertiti

Vine a Berlín porque me dijeron que aquí estaba la Nerfertiti. Tomé un taxi, que resultó conducía un peruano, y le dije: Lléveme a ver a Nefertiti. Me llevó a una casa de ventanas ciegas, más allá del barrio árabe. Le aclaré que ella estaba en un museo, que era una reina egipcia. Por fin la vi, pero fue un encuentro antidramático. Ella no está acabada de hacer: el escultor que la perpetuó, seguramente un esclavo enamorado de la Reina, no le dibujó los ojos para no ser descubierto. Por eso soñamos, para que por fin Nefertiti nos vea.

 

Eugenio Montejo: Dos poetas en la cafetería

Fui en compañía de Antonio Gamoneda, y convinimos en que, después de estar frente a ese busto maravilloso, ya no se podía ver nada más ese día. Bajamos a la cafetería del Museo. Aparte de la belleza, de la estilización fascinante de la figura, me impresionó su cercanía humana, la concepción terrestre del arte egipcio. El egipcio ve a la sagrada mujer de un Faraón con la misma humanidad de una mujer que vende en una tienda del desierto. Sólo la distinguen los atuendos y la dignidad de la pose, pero es también la muchacha que Pound vio en el metro como el súbito temblor de unos pétalos

Héctor Abad: El aprendizaje de la filosofía

Sobre los sueños te digo algo muy triste para mí: casi nunca los recuerdo. Sé que sueño, pero no sé qué sueño. Y Machado decía que sólo el arte de evocar los sueños es el que hace al poeta, o algo así. Por eso escribo prosa, tal vez. Sin embargo, al poco tiempo de llegar a Berlín, tuve un sueño bellísimo, que recuerdo muy bien: un niño muy pequeño, de unos seis o siete años, se pasó toda la noche dándome clases de filosofía. Supongo que será uno de tus niños muertos; el idioma alemán es filosófico. ¿Sabes cómo dicen aquí "cámara lenta"? Zeitluppe, lupa del tiempo.

 
Diamela Eltit: El muro de Berlín

Soñé, en Berlín, con el muro de Berlín. En mis sueños todavía está, pero al despertar sé que ha sido derribado hace tiempo. Fui, como todos, a comprar mi pedazo de muro. Me vendieron en un sobre una estría del supuesto muro, con un sello de autentificación: "Éste es un fragmento verdadero del muro de Berlin". Berlin hace indistinta la verdad del muro y la falsificación turística del muro. La primera es del orden del sueño: la verdad es soñada. La otra, del simulacro: el precio de lo residual.

Antonio Cisneros: Monólogo del insomne

Me convertí en Berlín, al caer de la noche, en un insomne radioescucha de onda corta. Y terminaba, aburrido y errático, recorriendo sin cesar el dial del aparato en pos de alguna palabra reconocible. La BBC de Londres, Radio France y las emisiones en lengua española de Viena, Tirana o Budapest fueron voces de arrullo en esos siniestros duermevelas donde maldije, más de una vez, el siempre bien ponderado ocio creador de los helenos.

Antonio José Ponte: El hilo del habla

En el Museo de Arte de Berlin me encuentro con una magnífica serie de estelas aztecas.

Un sacerdote vestido de tigre sujeta a su victima mientras le corta, de un tajo, el hilo de habla que ondea bajo su boca, circula sin peso y se apaga. El sacrificio humano no es aquí estrellarle la cabeza ni sacarle el corazón: es cortarle el habla. En mis sueños soy el sacerdote, soy la víctima, soy la frase cortada. Y escucho que alguien sentencia: "Ha dejado de hablar." Despierto, salvado por una sílaba.

 

Agustín Fernández Mallo: Informe a la Academia

Fui a Berlín a estudiar la lengua alemana pero me asaltaban unas pesadillas en las que hablaba sin pausa en alemán. Entendí que uno no aprende alemán, vuelve a nacer en ese idioma. El alemán se apodera de tí y te obliga a traducirlo todo, como si todo fuese transparente menos el alemán mismo, que es intraducible. Sospecho que por eso hay tantas malas novelas en español que ocurren en alemán. Y tuve miedo de hablarlo porque todos los otros idiomas, incluso el mío, me hubiesen abandonado. Ya casi no lo sueño, pronto lo habré olvidado.

Imma Turbau: Las puertas del infierno

Pensé que el Grito de Munch no se debía al horror de Europa sino al de la ciudad: ocurre exactamente en una calle como ésta, ante un puente vacío. Un autobús pasó a mi lado y se detuvo en la esquina. No iba nadie en él y tampoco nadie lo esperaba. Pero el chofer abrió las puertas. Quedé inmóvil, temiendo que se abrían para mi. Pero él sólo cumplía su deber: se detenía en cada paradero, donde nadie lo esperaba, y abría sus puertas. Pronto las cerró, y pleno de nada, siguió su ruta vacía. El Grito viaja en bus.

 
Matilde Sánchez: Einbahnstrasse

Libro A-Z. Durante la noche siguiente sueño con Anzorena, el amigo de mi padre. Lleva túnica y birrete de juez...está de pie, en medio de la corte, extiende algo, un paquete. Es un libro. Cuando lo abro compruebo que es el viejo libro de fotografías de la guerra que he comprado esa misma tarde. (La ingratitud)

 

Libro-ciudad. En mi versión la lectura se aproximaría al estilo de un paseo fortuito de un inmigrante que descubre su ambiente...Un relato como una ciudad en laberinto, donde se pasara una y otra vez ante las mismas fachadas sin reconocerlas ni dar con la salida, al principio azarosamente y después de acuerdo a un método establecido, una ruta interna como sólo podía ofrecer Berlín, con un principio y un final. (La canción de las ciudades)

Juan Francisco Ferré: Ver Berlin

Fui a la Ópera a ver las ubérrimas valquirias wagnerianas pero no quedaba un asiento libre y me ofrecieron una entrada para ciegos. Todo está irreversiblemente ordenado, como en una pesadilla: yo pagaría la mitad por sentarme al lado de un ciego, que se sentaría frente a una de las columnas casi al final de la platea. No necesitaba, claro, ver a Wagner. Pero yo tendria que llevarlo a su casa esa noche. Me tocó en suerte una ciega, de anteojos de pedrería brillante y peluca violeta. Es la condena de Fausto, me dije, resignado.

Jorge Carrión: Último hombre en Berlín

Vi parado en una esquina con las manos en los bolsillos a un hombre soñoliento. Parecía un trabajador temporero, seguramente agrícola. Tú eres español, le dije, adivinando. Se sobresaltó. ¿Y se puede saber qué haces?, le pregunté. Nadar, respondió. ¿Cómo que nadar? Es el intransitivo de nada, dijo, sin ironía. Desperté, en una esquina de Berlín, conjurado.



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22 de octubre de 2009
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