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Escrito por

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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Adioses del año

 

Nunca acaba uno de dar las gracias a los amigos que se marchan. Para ellos, como pedía Rubén Darío al despedir a uno de los suyos: rosas, rosas, rosas, rosas.

 

Alejandro Rossi (Florencia, 1932)

El 91 estuvo Alejandro en el congreso sobre literatura venezolana que organicé en Brown, donde se reencontró con Adriano González León y José Balza; pero también consigo mismo, ya que se asumía como venezolano por parte de madre y memorias de infancia. Había nacido en Florencia, vivió en Caracas, después en Buenos Aires, estudió filosofía en Friburgo, y optó por hacerse mexicano. Ya entonces había imaginado una novela sobre su antepasado, el general Páez, tras cuyas huellas fue después a  la Biblioteca del Congreso, en Washington, donde un bibliotecario, al saber de sus búsquedas, le diría: Yo también soy descendiente del General Páez. En otra de sus visitas, charlábamos a lo largo de Prospect Street cuando de pronto se detuvo, miró la calle con asombro, y dijo: “Esta esquina me recuerda el tratado de Vitruvio,” explicándome, de paso, la simetría serena de mi ciudad. En esa o en otra ocasión, se enfermó, y en Urgencias le diagnosticaron una gripe. Estuve a punto de llamar a Octavio Paz y pedirle que consiguiera con el presidente Zedillo un avión para Alejandro. Zedillo, ¿o tal vez Salinas?, lo había hecho por Paz. Al menos en México, un escritor enfermo era una cuestión de interés nacional. Una vez me contó que las clases del seminario de Heidegger eran, en verdad, lecciones de filología: empezaban con la etimología de una palabra. Un peruano, Victor Li Carrillo, que escribía la tesis con Heidegger, le había dicho a Alejandro que su apellido era, claro, chino, pero que su apellido materno era un genérico que los peruanos le ponían a los hijos de los coolies. A mi, le dije, esa genealogía me resultaba una broma sutil de Li.  Para formar parte de su seminario, Heidegger exigía un año de griego clásico; Li Carrillo, su Instructor, se encargaba de esos rigores, y así se conocieron. Yo lo habia visto una vez, en Lima, de lejos, y admiraba su libro sobre el Hermógenes.  Alejandro estaba fascinado por su suerte, sus períodos de profesor en Venezuela, su historia familiar, sus ultimos años en Perú. Escribió una nota, “Gato fino,” en recuerdo de Li, que salió en Hueso Húmero, en Lima, como leve tributo al ausente. Podía ser irónico con elocuencia, pero sabía ser tolerante. Recuerdo que de una profesora preguntaba: “Y a Fulanita, qué raro que le guste Benedetti, ¿no?” En estas conversaciones descubrí que México era el único país donde uno podía ser, para siempre,  extranjero, y habría que agradecerle la gentileza de no convertirlo a uno en nativo. Todos los demás países te asimilan, lo que es casi un abuso de confianza.  Quizá por eso, Alejandro vivió cómodamente en México, en su Castillo, a cuyas puertas siempre llamaba alguien, decidido a retomar la conversación. Nos había convertido a sus amigos en interlocutores permanentes. Y era capaz de hacer citas telefónicas y viajes internacionales para continuar conversando.
Ha dejado la charla, pero uno sigue devolviéndole la palabra.
 

Blanca Varela (Perú, 1926)

Siempre había alguien que preguntaba por ella. Desde Octavio Paz, de quien había sido novia en el París de los años 50, hasta Rossi y Carlos Fuentes, quienes la recordaban con admiración.  Tenía la rara virtud de la inteligencia afectiva, y era capaz de preservar a sus amigos en un espacio encantado, libre de los malentendidos de la fama y los desentendimientos de la política. Pero era también pronta de ingenio irónico, nunca amargo, siempre reverberante. Con ella uno charlaba, mundana y familiarmente, como si ella no fuese la poeta que escribía los poemas más desagarrados que se han escrito, el equivalente verbal de un cuadro de Bacon.  La he visitado en su oficina del Fondo de Cultura Económica, del que fue directora varios años; en el taller de ropa que después tuvo en Miraflores; en la moderna casa que le construyó su marido, el pintor Fernando de Szyszlo, donde sobrellevó, si eso es posible, la muerte de su hijo. Pero antes de ello, a comienzos de los 80, pude invitarla a Austin, a un coloquio sobre poesía y traducción, con Juan Gustavo Cobo Borda y Emir Rodríguez Monegal. Se quedaron en mi casa y Emir, que tenia más autoridad, organizó los horarios. Blanca fue el alma de la fiesta. Su gentileza, paciencia, humor y elegancia fueron puestos a prueba, plenamente confirmados.  Juan Gustavo le declaraba amor eterno y ella le juraba noviazgo perpetuo. Iban del brazo como si danzaran. Y, sin embargo, había en ella una timidez íntima con estos eventos y tenía reservas sobre su  contribución al debate. Me dió a leer las páginas que presentaría en su sesión, que eran ciertamente personales y, por eso, mejores; y, como siempre, tuvo más que decir de lo que ella creía. Mi última conversación con Blanca, en Lima, fue sobre una antología de poesía latinoamericana cuya selección compartió con otros poetas; yo terminé defendiendo la antología. No sé  si llegué a contarle que en mis clases de Cambridge sus poemas son los que más demoraron a los estudiantes, fascinados por su enigma.
Me flaquearon las fuerzas para visitarla cuando perdía la memoria. Me consuela saber que era el amigo con quien ella habló poco y en voz baja.

 

Cintio Vitier (Cuba, 1921)

Cintio y Fina García Marruz, su mujer, extraordinarios poetas y maravillosos críticos literarios ambos, compartían uno y otro género, y a veces uno creía escuchar la voz de ella en las páginas de él, y al revés. No es raro, porque aunque son tan distintos, los unía una idea de la poesía en la que sus lectores fuimos educados: la noción de que la demanda poética es superior a nuestras fuerzas. Quien sepa de lo que hablo sabe lo que digo. Lezama Lima puso al día esas exigencias, entre misterios de la misa y placeres de la mesa. Los conocí en Poitiers en un homenaje a Lezama Lima, a comienzos de los 80. Yo había leido la colección completa de Orígenes en una biblioteca de Gainesville; la obra de Lezama en la biblioteca de Yale (sus libros dedicados rezaban: “A la biblioteca de la Universidad de Yale, con mis mejores deseos”), y la obra crítica y poética de Cintio y Fina en las grandes colecciones de Pittsburgh y Austin. De modo que nuestra charla hiperbólica fue un homenaje al estudiante local, Rabelais. Una de esas noches fuimos iniciados como caballeros del vino de la región del Poitou, a cuya fama debimos jurar fidelidad, luego de que unos nativos enormes, de nariz morada, nos ordenaran usando como espada una rama de vid. Años después, nos encontramos en el aeropuerto de Roma, camino a un coloquio sobre crítica genética convocado por la colección Archivos y el entusiasmo latinoamericanista de Amos Segala. Los llevé en un taxi a nuestro hotel en el Campo de Fiore. Todo lo olvidaré, menos el día en que el pueblo chileno votó NO a Pinochet, y lo celebramos en el Campo de Fiore.
Cintio fue siempre un hombre serio, claro, noble y recóndito. No era para nada el cubano desenfadado que cultivó Guillermo Cabrera Infante, a la hora social del té en su casa de Londres, celebrando extravagancias tropicales.  Cintio, además, era católico y llevaba sobre sus hombros la cruz de la Revolución. Si hubiera un santoral de los poetas, Cintio sería el santo patrón. Por eso, conocerlo era quererlo para siempre.
Tuve la rara suerte de estar en el jurado del premio Juan Rulfo que se lo concedió, en Guadalajara, el 2002. Fue un reencuentro feliz. Me tocó presentarlo en un foro, donde él recordó que en Poitiers yo le había dicho que la Revolución cubana había ocurrido para darle la razón al grupo Orígenes. Lo que equivale a decir que no hemos terminado de leer esa revista, estos poetas, aquellas promesas.
Qué vida fecunda la de este hombre esencial. En su mirada de asombro uno sintió el porvenir.
 
 



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1 de enero de 2010

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Para remontar el año

Al fin del año el mundo se acaba, y para contribuir con su renacimiento celebramos y ofrendamos, deseándonos bienestar.  Esa memoria atávica todavía nos exalta con la promesa de sus saberes y la incertidumbre del porvenir. Pero si lo moderno construye la memoria como una economía del olvido, de la fiesta colectiva nos queda todavía el lenguaje, que nos recuerda mejor, entre cuentos y recuentos de fin del año.  Frente a la zozobra de lo ilegible, el lenguaje nos sostiene, circular y locuaz. Y enumeramos sus mejores momentos para no olvidarnos de lo que es capaz; para celebrar lo mucho que puede el lenguaje contra el olvido, a pesar de lo mucho que puede el hombre contra el hombre.

Lo dice mejor el poema de José Emilio Pacheco que transcribo, celebrando el Premio Cervantes.

Comparto también, entre finales y recomienzos, la palabra de Roberto Méndez, poeta cubano de certidumbre madura;  de Luigi Amara, poeta mexicano de sutil diseño verbal y ensayista conversable, como lo demuestra su recomendación de lecturas del año; y de Meagan Morse, estudiante estadounidense que cree, con buena fe, que el español puede hacer lo que el inglés no puede: albergar a los inmigrantes pobres. 

José Emilio Pacheco: La flecha

        

No importa que la flecha no alcance el blanco


Mejor así
        

No capturar ninguna presa
        

No hacerle daño a nadie 


pues lo importante
 es el vuelo         la trayectoria          el impulso
        

el tramo de aire recorrido en su ascenso
        

La oscuridad que desaloja al clavarse


vibrante
        

en la extensión de la nada

 

Roberto Méndez: Ofrenda

Las flores amarillas sobre la mesa

son mi única ofrenda

para este fin de año.

Parcas, silvestres,

tienen el tallo áspero

de la terca resistencia,

las corolas marcadas

por el polvo y la desmemoria

del sitio que las vio nacer.

¿Cuánto valen para ti?

(ayer costaron cinco pesos)

Nada mejor he podido guardar para estos días.

Nada.

Quiero abrir la ventana

y mostrarlas al aire.

¿Serán de San Lázaro, del Niño y su Madre,

o del caos

que ya las está devorando?

Ponles otra gota de agua

(mañana tendrán el precio de la esperanza).

 

La Habana, diciembre-2009

 

Luigi Amara: Mis favoritos del año

 

Lorrie Moore, Pájaros de América. Emecé

Una cuentista estupenda que retrata la vida cotidiana con crueldad y humor implacable (aunque “retrato” no es la palabra: es pura ficción).

 Charles Burns. Black Hole. Phanteon

Una enrarecida novela gráfica que sí cumple con el par de características del género: sí es una novela y su gráfica es admirable.

 Jimmie Durham, Entre el mueble y el inmueble. Alias

Ya quisieran muchos autonombrados escritores componer un libro con la libertad e inteligencia de este artista plástico. Una prosa diferente.

 Elsa Cross, Bomarzo. Era

Una largo y poderoso poema que explora las consecuencias de las posposiciones y los viajes imposibles.

 Michel Onfray, La fuerza de existir: manifiesto hedonista. Anagrama

Con una prosa llena de pólvora que hacía mucho no se veía en filosofía, Onfray arremete contra los pilares idealistas (y pacatos) de nuestra civilización.

 

Meagan Morse: Crónica de inmigrantes

La madre no tiene quién

La madre agitó el bolígrafo, intentando que asome la última gota de tinta negra sobre un trocito de papel. Pero el bolígrafo no tenía suficiente tinta como para terminar la carta a su hermana. La madre volvió la vista a la única ventanita rajada de su apartamento ruinoso. Vio la llovizna constante y gris del otoño de Providence.

Era otra vez octubre, el mismo de los últimos quince octubres en que la madre había esperado una llamada que le diera su turno. Quince octubres en la lista de espera para un apartamento público subsidiado no había disminuido su paciencia, sólo había arruinado el paraguas que empuñaba para salir a visitar a su asistente social. Este asistente era uno de los pocos hispanohablantes de la agencia; la madre tenía mucha suerte de haberlo encontrado. El primer viernes de cada mes, ella tomaba el bus 41 hasta la Oficina Pública de Vivienda para hablar con él y averiguar dónde estaba en la lista de espera, esperando, y ocultando esa esperanza, que hubiera avanzado su número.

Aguardando el bus bajo el paraguas, que  servía mejor para mirar las estrellas que para protegerla de la lluvia, la madre pensó en su hijo, producto de la escuela norteamericana. Vio al niño, escuálido y casi ahogado en su ropa holgada de segunda mano: su esperanza para el futuro. Pensó con un rasgo de abyección, soy hija de mi hijo. Es él quien llama a las agencias de vivienda y habla con el casero. Será él quien tome las clases de capacitación que yo no puedo tomar y solicite los trabajos que yo no puedo pedir.

Esa noche, sola en su cama y temblando de frío bajo su manta andrajosa, la madre escuchó la gotera de agua en el techo. Ahogada en la duda que seguía a cada viernes infructuoso, caviló, ¿Cuando conseguiré el apartamento? Hasta que lo obtenga, ¿cómo viviremos?

Pero como el bolígrafo agotado que esta mañana dejó a su mano muda por falta de tinta, ella no encontró ninguna respuesta.

 

Años de pobreza

Demasiados años después, mientras las termitas devoraban los muebles y todas sus pertenencias, Pilar pensó en el día que se mudó a Providence. Fue un caluroso día de verano; las paredes blancas de su nuevo apartamento brillaron tan resplandecientes como el sol tras su ventana.

Pero pronto Pilar se había percatado de que  la estufa del piso vecino emitía vapores nocivos. Los gases penetraban sus paredes y al entrar, se transformaron en fantasmas de los tres hijos y el marido que ella había dejado en su país natal. Esos espíritus la acompañaban constantemente y aunque a Pilar le encantaba ver a los niños que tanto extrañaba, no le hablaban; sólo andaban por la casa, como vagabundos, pidiéndole con los ojos que volviera. Los fantasmas la estaban volviendo loca de tristeza cuando por fin pidió al casero, Apolinar Moscote, por favor, que arreglara la estufa. Apolinar negó que hubiera un problema.  Los servicios legales la tenía caminando en círculos, rellenando el mismo papeleo, y en pos de un administrador hispanohablante.

Finalmente consiguió otro departamento, tan blanco como el primero. Pero sus esperanzas se estrellaron el día que  cayó por un tramo de escaleras al pisar  un canto de madera astillada.  Se rompió la cadera y se dislocó una rodilla. El departamento de servicios humanos y el hospital la tenían dando vueltas, rellenando el mismo papeleo y buscando a un hispanohablante para ayudarla a solicitar el seguro médico.

Con el apoyo de un médico que escribió varias cartas al casero, quien también se llamaba Apolinar Moscote, Pilar logró trasladarse a un apartamento del primer piso. Allí, un rumor interrumpió la soledad de su pobreza: el zumbido de una colonia de termitas que  comía las paredes y el techo. Se lo informó a Apolinar, pero éste se negó a llamar a los fumigadores.

Empezó a caer una lluvia furiosa que parecía querer borrar la faz de la tierra. Pilar se encerró en su cuarto, a esperar, mientras las termitas seguían engullendo el apartamento. Cuando escampó, cuatro años, once meses y dos días después, las termitas habían devorado todo, hasta los huesos de Pilar.

 



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24 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De la imposibilidad de comprar un libro

Esta primavera me había propuesto dictar un curso dedicado a la literatura trasatlántica del siglo XXI  para explorar el diálogo entre las orillas del idioma desde escenarios  comunes de lectura.  El 2000 dicté un curso  sobre la literatura del XXI aunque, en rigor, entonces no existía, pero cuyas tendencias anunciaban horizontes de escritura.  Un país cuya constitución exige a sus ciudadanos ser felices, como observó Borges, y cuyo deporte nacional es planear el porvenir,  nos asegura estudiantes capaces de creer en la literatura que vendrá, distintiva y necesaria.  Pero esta vez, además, contábamos en mi universidad con la estancia del escritor español Juan Francisco Ferré,  autor de la estupenda novela Providence  (Anagrama), a quien invité a hacerse cargo de las clases dedicadas a la nueva novela española. Después de haber hecho juntos una antología de la nueva narrativa española (Mutantes, término que se ha usado para nombrar al conjunto, más que grupo, de escritores que algunos llaman “Nocilla,” y otros “Nociva,” y que ha merecido una divertida e ingeniosa refutación de Javier García Rodríguez titulada Mutatis mutandis ), no fue difícil acordar los textos del programa. 

Pienso, por lo demás, que no hay ninguna razón, salvo las del funcionariado difundido, para que un profesor pase su vida en una sola universidad dictando para siempre las mismas materias. En el futuro los cursos serán cada vez más compartidos, con especialistas de distintas áreas, y entre facultades de España, América Latina y Estados Unidos. Esa aula plural está en construcción y se debe al carácter del nuevo humanismo, que será internacional o no será.

Pero he aquí que la librería de la Universidad me alerta de que los distribuidores de Nueva York o Boston que importan libros para las universidades norteamericanas no cuentan en sus fondos con títulos de la nueva novela española.

Y me advierten de que los precios serán hasta tres veces más caros que en España, dados los costos del transporte. Un problema del siglo XIX nos impedirá hacer un curso sobre el siglo XXI.

¿Es que no hay un distribuidor visionario, una librería dedicada a lo nuevo, una editorial que se adelante con su oferta? Ni siquiera en Amazon se puede comprar una novela española reciente.

No estoy seguro de que podamos pedirle al distribuidor de Boston los libros para este curso a los precios que nos asignan. No recuerdo que los textos de una clase exijan de los estudiantes ese costo. 

Estos son los libros, el precio que tendrían en dólares, y el que tienen en euros en una librería madrileña:

 

 Ricardo Menéndez Salmón. Derrumbe. Seix Barral: $52.95 (19 euros)

 Isaac Rosa. El país del miedo. Seix Barral, edición de bolsillo: $24.95 ( 7.95 euros)

 Belén Gopegui. Deseo de ser punk. Anagrama: $31.95 (15 euros)

 Agustín Fernández Mallo. Nocilla Experience. Alfaguara: $35 (16 euros)

 

No listo los libros latinoamericanos porque ya no existen. Lo lamentan, me dicen los libreros, pero esos libros están “out of print.”  Agotados, descatalogados,  descontinuados.  Casi el tango del libro.  ¡Y se trata de obras del siglo XXI! Alguien tendrá que escribir la historia del ingenioso caballero que de tanto leer libros por venir dio en imprimirlos.

Los bibliotecarios de la Asociación internacional de adquisición de libros de universidades, provenientes de unas 1500 bibliotecas universitarias, intercambian en sus reuniones anuales  historias de horror sobre la imposibilidad de comprar un libro en español.  En una de esas reuniones melancólicas un bibliotecario que había logrado comprar las obras completas de un autor peruano recibió una ovación. Se publican, tal vez, demasiados pero los mecanismos para distribuirlos son arcaicos.

Los editores y libreros argentinos, en cambio, han logrado un acuerdo con las compañías de paquetería internacional y tienen tarifas especiales para enviar sus libros a cualquier parte sin afectar los precios.

      Seguramente que el lector avisadísimo ya encontró la solución a estos  dilemas: que los libros se publiquen no solamente en papel sino en su inmediata edición electrónica. 

        Todavía no son tan caros como para que sean más baratos.

Pero entre la piratería de los libros más vendidos, la conversión en pulpa de los libros de poesía y la descatalogación de la nueva literatura,  tendría cierta lógica que ésta sea, al final, la que mejor circule, gracias a que es primicia y memoria del porvenir.

 

 


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18 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Trance de la lectura

 I

El e-book fue el regalo más popular en los EEUU el año pasado. Antes de la Navidad,  su producción se había agotado. Pero este año sus fabricantes esperan satisfacer la demanda. Jeff Bezos, el jefe de Amazon, acaba de anunciar, casi como una amenaza, que por cada cien ejempares de un libro impreso que vende,  48 copias del mismo libro son vendidos en su versión electrónica en el Kindle.  Hace dos años 90 mil títulos habían hecho el tránsito hacia su versión electrónica, hoy son 350 mil los títulos disponibles para ser leídos electrónicamente. 1,500 libros entran en un libro-e, se requieren 5 segundos para cargar uno, y la batería se puede recargar cada semana. Claro que esta librería electrónica a la mano está hecha de éxitos obvios, best-sellers y novedades populares; pero suma también series clásicas, canónicas, académicas y literarias.  Un editor independiente, así como cualquier autor, puede añadir sus libros a una plataforma controlada por Amazon, que paga el 35% por libro virtualmente vendido.  Esta competencia puede ser, eventualmente, más seria que la mera lista de títulos populares; las editoriales suelen pagar un 10% a sus  autores. La larga negociación de derechos, accesos, plataformas y compañías intermediarias empezará, este nuevo año, a diversificar el escenario editorial.

De allí la importancia sensible de la prensa literaria, que se debe al libro impreso. Las listas de lecturas favoritas deberían ser 1), cada vez más inclusivas y diversificadas, para incluir no más libros sino más lectores; 2) ninguna selección de títulos, lista de recomendaciones y antología de autores debe presumir de ser “la mejor,” “el canon,” o “la autorizada,” a riesgo de ejercitar las restas en una época hecha de sumas; y 3) en la esfera de la cultura, hoy la repetición pertenece a la reproducción mecánica, mientras que la variación forma parte de la creatividad renovadora.  La crónica del siglo XIX supuso el coche de caballos (como es el caso de De Quincey en el coche del correo inglés); la novela, el folletín en el diario;  la literatura del XX, el best-seller y el escritor como héroe cultural; y el XXI bien podría ser el siglo de la escritura electrónica, esto es, de la lectura multiplicada, que convierte al lector en interlocutor y a la pantalla del ordenador (o del libro-e) en plaza pública.

La diversidad es la apuesta que salvará a la cultura impresa. Sus síntomas son evidentes en inglés.  El NYT Book Review (diciembre 6), por ejemplo, lista 46 títulos de ficción y poesía entre los más “notables libros del 2009”, mientras que el New Yorker en su “Un año de lecturas”  (diciembre 14) lista 22, casi la mitad. Sólo coinciden en seis títulos.

En español, todavía tenemos problemas del siglo pasado. La distribución sigue siendo el nudo gordiano. En los medios la cultura se confunde con el espectáculo. Y los autores disputan su identidad en un mercado sin aliento.

II

Para contribuir desde este foro con la diversidad de la lectura (o, al menos, con su hipótesis) cedo ahora la palabra a dos interlocutoras.

Gabriela Polit Dueñas, quiteña, estudió en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, Ciencias Políticas en la New School for Social Research de Nueva York y literatura en la New York University, donde se doctoró; enseña ahora en la Universidad de Austin, Texas. Es autora de Cosas de hombres, Escritores y caudillos en la literatura latinoamericana del siglo xxi (Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2008), y trabaja en un nuevo libro sobre la representación narrativa del narcotráfico en Culiacán, Medellín y La Paz. Irma del Águila, limeña, estudió sociología en la Universidad Católica del Perú y obtuvo una maestría de NYU. Ha sido distinguida en varios concursos de relatos y es autora de la novela Moby Dick en Cabo Blanco (Lima, Estruendomudo, 2009), que reconstruye las incursiones de Hemingway en una caleta del norte peruano; trabaja en un proyecto de educación en Cusco.

 

Gabriela Polit

Voy a describir un poco los libros que me pides defina como los mejores. No me atrevo a hacer una lista sin más, porque todo libro se mide respecto a otros y respecto a las realidades que nos ilustran. A ninguno le doy un valor absoluto porque ninguno lo tiene. Esto digo como lectora convencida de que la crítica es una posición vital ante la lectura y, por lo tanto, se que libros tan tiernos, se miden también de acuerdo a nuestras búsquedas.

 

Novela. Una de las novelas escritas sobre México contemporáneo es Entre perros de Alejandro Almazán (Random House Mondadori, 2009). El autor explora la violencia descarnada del narco, a la par que muestra la moral endeble del periodista que pretende hacerse famoso al narrarlo.

 

Crónica. También mexicano y de Sinaloa, Javier Valdez es autor de Malayerba, (Jus, México, 2009), sus crónicas publicadas en los últimos años en Riodoce, un semanario sinaloense. Auténtico “story teller” de Culiacán, Valdez regresa a las víctimas, a su cotidianidad y lenguaje simple, y las humaniza.

 

Crítica. Contra el sueño de los justos (Lima, Instituto de Estudios Peruanos) de Juan Carlos Ubilluz, Alexandra Hibbett y Víctor Vich, me parece la mejor lectura de la literatura contemporánea peruana. Además, son muy agudas sus reflexiones sobre la narrativa de la violencia.

 

Cuento. El primer libro del peruano Paul Alonso Me persiguen (cuentos de escape),  (Lima, Matalamanga) me gustó mucho. Son cuentos negros, con una estética a lo Rubém Fonseca, y están bien escritos. Material humano, de Rodrigo Rey Rosa, es un libro con muchos aciertos. Debo decir, sin embargo, que algo de la frivolidad de Rey Rosa me resultó excesiva dado el tema de su libro. (No se si es el primer libro que se publica en Guatemala sobre el hallazgo de estos archivos).

Aunque del año anterior, y publicado en inglés, el libro The Art of Political Murder. Who Kill the Bishop?, de Francisco Goldman, estaría pegado al libro de Rey Rosa, pero lo supera.

 

Irma del Águila

Siete Culebras y Ángeles y Demonios son dos revistas literarias que sobreviven en el Cusco (antigua capital de los Incas y centro del flujo turístico a Machu Picchu), a pesar de la falta de apoyo de instituciones públicas que apuesten por sus industrias culturales. Se mantienen en pie gracias al empuje personal de sus directores y a las pocas empresas que anuncian, poniendo el hombro, a pesar de la orfandad de lectores.

La edición especial, Num. 5-6, de Ángeles y Demonios recoge interesantes artículos, narraciones y poesía escrita en ambos lados de los Andes, columna vertebral del Perú, por Carmen Ollé, Luis Nieto Degregori, Giovanna Pollarollo, Enrique Rozas Paravicino. Pero también de peruanos que escriben desde una “casa” algo más allá, como son Odi Gonzáles en NYC, Mario Suárez en Madrid. Y el aporte de escritores extranjeros como Jorge Carrión con una sugerente visión Google Earth de los viajes del tercer milenio.  

De mi lectura destaco el artículo del cusqueño Luis Nieto Degregori sobre la invisibilidad de los narradores andinos. Más allá de la inhóspita discusión sobre autores “andinos” (léase, mestizos en contacto con una tradición cultural indígena) y “costeños” (léase, criollos con herencia primordialmente hispánica) abierta en el (des)encuentro de Madrid, donde se espetaron adjetivos antes que conceptos, LND destaca la mirada de los narradores andinos durante el conflicto armado de los años ochenta y noventa. Muy cierto, a pesar del “toque de queda”, los andinos hablaron y fuerte, ahí están Colchado y Cronwell Jara, el mismo LND quien nos dejó un magnífico relato “Harta cerveza y harta bala”. Muy cierto. Y sin embargo… también podríamos volcarnos sobre la construcción de lo “andino” como canon. Y encontrar una construcción política que invisibiliza otras construcciones interiores (como quien dice, ser catalán sí quita lo charnego). Ahora que me siento a escribir, imagino a ML, miembro del Sindicato de Trabajadoras del Hogar (mujer quechua hablante que a los nueve años fue entregada por sus padres campesinos a una “madrina” del Cusco, antes de huir y terminar durmiendo en las gradas del Mercado San Pedro), leyendo en voz alta (ML no escribe) y conectándose, que es decir hablando, con los personajes de Navajas en el Paladar, del limeño Jorge Eslava, quien explora lo urbano desde los márgenes espaciales y lingüísticos, con niños disposable, consumidores de terokal (cola de carpintero) y, de oficio, pirañitas (ladronzuelos) del centro de Lima. La construcción de lo regional andino frente al centralismo de Lima siendo reciente no es menos legítima. Pero sin olvidar que hasta la Reforma Agraria de 1969, la contradicción principal en este espacio, no exento de confrontaciones sangrientas, era entre terratenientes mestizos (mistis) y campesinos indígenas.

Karina Pacheco, mujer cusqueña (otra voz invisible) y narradora emigrada, con un pie en Europa, es autora de La Soledad del Molle, novela que aborda este tema tabú, las distancias en la vida cotidiana de la ciudad andina. Expone una ideología gamonal (terrateniente),  racializando lo social, y “separando el rabo de la paja” de forma desgarradora. Nieto Degregori, por su lado, actualiza la ciudad en Cusco después del Amor y en algunos otros relatos, pero estos vientos no alcanzan para soltar amarras: falta que la narración andina se vuelque sobre esta urbe y la explore desde la intimidad. Esta mirada enriquecería su ya prolífica producción y, quien sabe, haría germinar una legión de lectores jóvenes adictos a lo suyo, a sus calles y su gente diversa. Y en el camino, valiosas revistas como Siete Culebras y Ángeles y Demonios podrían sentirse más acompañadas.

III

Termino con una breve muestra de la variedad de revistas literarias y culturales que, desde América Latina y España, acompañan al lector con calidad de diálogo.

Carátula. Revista nicaraguense de cultura y literatura. Dirigida por Sergio Ramírez, editada por Javier Sancho Más.

(http://www.caratula.net)

Argumentos. Revista del Instituto de Estudios Peruanos, Lima. Dirigida por Francesca Uccelli.

(www.revistargumentos.org.pe)

Las razones del aviador. Revista de creación y pensamiento. Coordinada por José María Castrillón y Jordi Doce.

(www.lasrazonesdelaviador.blogspot.com/)

Periódico de poesía. Universidad Nacional Autónoma de México. Dirigida por Pedro Serrano.

(www.periodicodepoesia.unam.mx)

Minerva. Revista del Círculo de Bellas Artes, Madrid.

(www.circulobellasartes.com/ag_ediciones-minerva.php)

PD. Rrevista del portal Posdata, Monterrey, México. Dirigida por José  Jaime Ruiz.

(www.rposdata.com)

Grumo. Sala Grumo. Revista cultural dedicada al diálogo entre Brasil y América hispánica.  Grupo de trabajo integrado por Diana Klinger (Universidad Federal Fluminense), autora de Escritas de si, escritas do outro. O retorno do autor e a virada etnográfica (2007); Paula Siganevich (Universidad de Buenos Aires), compiladora  de Lúmpenes peregrinaciones. Ensayos sobre Néstor Perlongher (1996) y Piquete de ojo. Visualidades de la crisis Argentina 2001-2003 (2008); Mario Cámara (Programa en Cultura Brasileña de la Universidad de San Andrés), editor de Delirios líricos de Glauco Mattoso (2005); Leminskiana, antología variada de Paulo Leminski (2007); y Poema sucio/En el vértigo del día de Ferreira Gullar (2008); y Paloma Vidal (Universidade Federal de São Paulo), autora de A história em seus restos: literatura e exílio no Cone Sul (2004) y de los libros de cuentos A duas mãos (2003) y Mais ao sul (2008); está incluida en Nuevo cuento latinoamericano (Madrid, Marenostrum, 2009). Traductora de Aparições (2002), de Margo Glantz, y O riso do ogro (2009), de Pierre Péju.

(www.salagrumo.org)

 

 


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12 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Más listas

Mis vecinos de  Babelia preparan la madre de todas las listas, la lista de los mejores libros publicados este año en España.  Para contribuir con el espíritu deportivo de estas encuestas (ya he dicho que documentan la fugacidad), incluyo ahora la de dos interlocutores de esta bitácora, y sumo la mía. 

Heike Scharm, especialista en narrativa española contemporánea, y Samuel Andrés Arias,  crítico bien informado y blogero alerta,  demuestran la diversidad (una forma de la inteligencia crítica) de estas listas de buena voluntad.   Heike recomienda libros publicados en alemán, inglés y español; Andrés, libros de latinoamericanos, indistintamente de su lugar de impresión; yo, libros de españoles (publicados en España) y de latinoamericanos (publicados en cualquier parte).  No se por qué piensas tú, lector, que te excluyen estas listas, cuando la tuya es tan buena como cualquier otra.  Todo demuestra que es más difícil incluir que excluir. Parece, en efecto, más fácil no incluir los libros publicados en América Latina pero, en verdad, es más complicado: el lector no se debe al lugar de impresión, y la lectura se ha hecho ilimitada gracias a Internet.

Cualquier lector puede adquirir cualquier libro en cualquier librería virtual.  Y puede, si es avisado, consultar en red (hay excelentes portales literarios) las reseñas de un libro publicado en Buenos Aires, Santiago, Lima, La Paz, Bogotá, Caracas, Quito, Centro América, México; para no hablar ya de la producción editorial en las ciudades del libro que hay dentro de cada país hispano, representada por ese gran espacio de cultura democrática que son las Ferias del Libro, donde van a dar todos los libros, los de las más grandes y más pequeñas editoriales, sin país de origen, postulando que el español es universal. Si el lector es sensible al destino del español en este mundo, tampoco dejará de lado los libros publicados, en su lengua, en Estados Unidos. 

Incluir es apostar por la concurrencia de la lectura; esto es, por un lector mejor educado.

Que tus lecturas sean mejores que las mías.

 

 

Heike Scharm

 

Herta Müller. Preferiría no haberme encontrado conmigo misma hoy (Heute wäre ich mir lieber nicht begegnet), Hamburg: Rohwolt Verlag, 1997. Traducción al castellano pendiente.

Sabido es que los premios de literatura cumplen la función de máquinas de promoción, y que no son necesariamente reflejo de la calidad literaria de una obra. Me alegra ver, sin embargo, que el premio Nobel de este año reivindica una obra de alta calidad, casi desconocida a nivel mundial y muy poco traducida. Hasta ahora, sólo cuatro de las diecinueve novelas de la escritora rumano-alemana han sido traducidas al castellano. Plena de imágenes kafkianas, su escritura, a la que resisto reducir a "feminista" o "femenina," vacila entre los ámbitos de la poesía, el pensamiento y la narración, sin nunca caer en una sabiduría tipo calendario, como le pasa a tantos escritores que intentan hacer pensamiento con la literatura. Siempre inesperadas, las observaciones y reflexiones, narradas con palabras simples pero exactas, convierten la lectura de esta novela en placer y estímulo continuo.

Más allá del interés que pueda despertar una escritora que vivió y escribió durante 34 años bajo una dictadura (da la casualidad que son los mismos años del franquismo), la novela trasciende su contexto político-histórico ya que al dejar que el ambiente de la opresión totalitaria invada la vida cotidiana e íntima, logra comunicar su experiencia a cualquier lector. El inicio de la novela evoca el ambiente sofocador del Proceso de Kafka: "Me han citado. El jueves a las diez en punto. [...] Desde las tres de la madrugada he escuchado el sonido rítmico del despertador: citado, citado, citado". Más tarde aprendemos que la narradora está sujeta a interrogatorios frecuentes por su intento fallido de escapar. La novela es un largo monólogo interior la mañana en que sale hacia el interrogatorio y, más tarde, de regreso a casa. Profunda, por carecer de cualquier pretensión de profundidad, Herta Müller captura en las banalidades, objetos, recuerdos y observaciones de cada día, el terror y la lucha de vivir bajo una dictadura. Evitando cualquier tono melodramático, lo narra con una voz ligera, entre vulgar y poética, burlona más que desconsolada, absurda y familiar como el aroma a "licor, café, cigarrillos, desinfectantes y polvo de verano" que  se desprende de sus páginas.  

Antoni Tàpies. En blanco y negro. (1955-2003). Ed. Xavier Antich. Barcelona: Galaxia Gutenberg, Circulo de Lectores, 2008.

El pensamiento artístico y crítico de Antoni Tàpies, recogido en esta colección de ensayos y entrevistas, parece más relevante  hoy día que en los momentos de su primera publicación. Respeto por la naturaleza, interdisciplinariedad y diálogo son la base de su obra plástica, visual, y también escrita. Lejos de caer en un misticismo gratuito, los ensayos de Tàpies recuerdan el poder del arte como acto de comunicación, al igual que sus muros pintados, que acoge y supera contradicciones, que construye puentes entre el este y oeste, entre un siglo y otro, entre el hombre y su cosmos.

Raoul Eshelman. Performatism, or, the End of Postmodernism. Colorado: The Davies Group Publishers, 2008. Traducción al castellano pendiente.

Aunque el título de este ensayo-libro del académico alemán-estadounidense puede despistar al lector (no propone realmente una ruptura con el postmodernismo, sino más bien, digamos, nuevas direcciones), Eshelman describe un fenómeno actual del arte: la forma de desfase o creciente divergencia entre la recepción de una obra (actitud, valoración, análisis, comprensión) y la obra misma (significados, potencialidad, mensaje). Llamando la atención a la insuficiencia de herramientas postmodernas a la hora de analizar obras de arte actuales, propone nuevos acercamientos ("post-posmodernos"), que aplica a disciplinas diferentes, como  la arquitectura, la literatura, el arte, cine, etc. El gran mérito del libro de Eshelman, mucho más quizá que  el mapeo mismo de las "nuevas teorías post", está justamente en plantear el estado de la cuestión al llamar la atención sobre la insuficiencia de las teorías postmodernas, tan enraizadas en el siglo pasado, y sumamente limitadas para nuestra era global.

Salvador Pániker. Asimetrías. Barcelona: Random House, 2008.

Para mí lo mejor y comprensivo del pensamiento de Pániker. Asimetrías es un libro-ensayo con un fuerte componente ético (sin moralizar o predicar) que anima a pensar, y que ayuda a vivir. Como en obras anteriores, Pániker re-examina críticamente el pensamiento occidental de una manera "retroprogresiva". Sin embargo, como el subtítulo indica, no se trata de una obra tradicionalmente filosófica dirigida a especialistas o académicos. Más bien, son "Apuntes para sobrevivir en la era de la incertidumbre," accesibles y de gran interés para cualquier lector. Estos apuntes, o "filosofía," si queremos llamarla así, divididos en ensayos profundos, cortos y manejables, son sobre todo una invitación a repensar críticamente nuestras tradiciones, religiones, opiniones, y actitudes occidentales, para recuperar valores disminuidos o hasta perdidos, al recordar que "la esencia de la persona es relación". Si la modernidad proclamó la muerte de Dios, y la posmodernidad el fin de las trascendencias, Pániker nos anima a abrir los ojos a nuestra nueva era de hibridismo, y recobrar en ella (y gracias a ella) otro tipo de trascendencia, a la vez íntima y colectiva, llamándola empatía, solidaridad, pluralismo, y respeto al próximo.

 

Samuel Andrés Arias

http://elcuadernodesamuel.blogspot.com/

La vida breve de Juan Carlos Onetti. Creo que no hay mucho que decir, excepto que llegué a ella tarde. Pero ¿qué es tarde? si la ventaja de los libros es que son pacientes y saben esperar al lector el tiempo que sea necesario. Fue llevada a juicio en El cuaderno de Samuel.

 

El manual del distraido de Alejandro Rossi. Sobra decir que también llegué tarde a Rossi. Si así era escribiendo, no me imagino el placer que debería ser charlar con él cara a cara.

 

Trabajos del reino de Yuri Herrera, editado por Periférica. Es una bonita fábula literaria sobre el narco mexicano. Ver la reseña que le hizo Camilo Jiménez en su blog El ojo en la paja.

 

El viento agitando las cortinas de Juan Carlos Rodríguez. Es el primer libro de cuentos publicado por este autor. Muy bueno. De los pocos que valen la pena de lo recientemente publicado en Colombia. Fue llevado a juicio en El cuaderno.

 

El viaje a la ficción de Mario Vargas Llosa. Confieso que soy un ferviente "vargasllosista" (siempre y cuando estemos hablando de literatura). Estos ensayos, además de disecar con inteligencia y tacto la obra de Onetti, muestran un profundo amor por el autor uruguayo, devoción que comparto con Vargas Llosa.

 

 

Julio Ortega

 

1. Españoles

Julián Ríos: Puente de alma, Galaxia. Ríos hace en el idioma español lo que los grandes narradores del inglés hacen hoy con el suyo:  utilizarlo no como un instrumento para representar el mundo sino como una materia para des-representarlo, libre del sentimentalismo, el lugar común, y la confesión campantes.

Manuel Vilas: Aire nuestro, Alfaguara. Vilas se ha propuesto inspirar la próxima gran rebelión de los lectores que batallan contra la resignación de un idioma peñas arriba. Y no lo hace desde fuera sino cuerpo a cuerpo, en la pública esfera redundante, contra los sucesos que acontencen en la rúa.

Vicente Luis Mora: Tiempo, Pre-Textos.  Más suelto de versos, estos poemas restados del tiempo, como su libro de deshoras, lo consagran, refutan, interrogan, cristalizan, plenos de sanidad sonora.

José Ovejero: La comedia salvaje, Alfaguara.  En el espejo de Goya, desde el carnaval esperpéntico de Valle Inclán, esta alegoría postula que la vida española está fundada en la violencia. Una pesadilla de la que sólo se puede salir leyendo.

Juan Francisco Ferré: Providence, Anagrama. Tiempo sin silencio, el nuestro, nos dice Ferré, está hecho como un nuevo retablo de las maravillas.  Con humor y vitalidad, se sobreimpone a sus interlocutores nortamericanos, no sin desenfado gozoso en un español, por fin, universal.

 

 

2. Latinoamericanos

Sergio Ramírez: El cielo llora por mí, Alfaguara. Deliciosa parábola policial de la búsqueda improbable de la verdad en un mundo que prescinde, rentablemente, de ella. Todo lo que nombra lleva la feliz urgencia de hacernos parte de su relato.

Cecilia Vicuña and Ernesto Livon Grosman, eds. The Oxford Book of Latin American Poetry, Oxford University Press. Espléndida edición bilingue que suma, traduce y resume la larga vida de la poesía latinoamericana, desde sus voces nativas hasta sus voces de relevo.

 

César Gutiérrez: Bombardero, Norma. A partir del ataque a las Torres Gemelas, esta edición accessible recorre las instancias del horror contemporáneo (la política sin polis, la civilizacion sin civitas), de cuyas ruinas sólo nos queda el horror, la risa y la novela.

Rodrigo Fresán: El fondo del cielo, Mondadori. Fresán no se rinde al éxito de una u otra de sus novelas, y lo apuesta todo a un nuevo camino.  Posee el genio de la variedad, y cada escena suya es más cierta en ilusiones ganadas.

María Auxiliadora Alvarez: Las nadas y las noches, Candaya. A Mario Campaña, editor de diálogos trasatlánticos, se debe esta muestra de una notable poeta venezolana, heredera del gran Juan Sánchez Peláez, cuya poesía completa (Lumen)  a punto de ser convertida en pulpa, es recuperada por esta vigilia de filiaciones y reparaciones. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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6 de diciembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las mejores lecturas del año

 

            Le he propuesto a varios jóvenes escritores compartir en este conversatorio sus cinco libros preferidos del año que acaba, y algunos de ellos me han hecho llegar sus listas, que aquí transcribo no sin ánimo cómplice, propio del entusiasmo y la ironía de la charla.

            De estas listas de fin de año debo confesar que me interesa más la diversidad de opciones de cualquier lector, hecho en la benevolencia de la lectura, que las estadísticas  de votos, que promedian una suma de restas, es decir, una declaración de ignorancia.  Siempre habrá un lector que al leer una página confirme su mal humor entrañable; y otro que en cualquier lista verifique su ausencia. Pero estas listas en sí mismas no son buenas ni malas, se deben a su inclusividad y riesgo, o sea, a su apuesta por el diálogo.  La mejor lista, digo, es un decir, sería aquella que ofreciera sólo libros que no hayamos leído.  Salvo que uno lea para confirmar sus opiniones, y requiera reafirmarlas a costa de la conversación.

            Por lo demás, nuestro idioma todavía no ha democratizado, por mala educación dialógica, la distribución moderna de las buenas noticias. Todavía creemos que una antología es buena porque está hecha para la posteridad, cuando es evidente que las mejores se deben a su fugacidad: documentan  el gusto del presente. Y son, por ello, más valiosas, más vivas; ilustran la fugacidad de nuestro propio gusto.  Es patética la violencia contra el lenguaje de algunos escritores que proclaman su antología como la mejor, hecha de los mejores, y a nombre del porvenir.  Las mejores son aquellas que dan cuenta de la escena actual, y haciendo adiós con el sombrero dejan paso a la siguiente muestra de lo nuevo.  En español sólo con muy poca fe se puede hacer una mala antología; hay tánto bueno de donde elegir que es difícil equivocarse.  Otro tanto con las listas.

            Al final, las listas no son de los mejores libros leídos, sino de los mejores lectores elegidos por los libros que, contra todas las razones en contra, han logrado encendernos con la luz de la atención.

 

Jordi Carrión

(www.jorgecarrion.com/blog/)

Agustín Fernández Mallo: Nocilla Lab.

La conclusión del proyecto Nocilla en una hibridación total (prosa, poesía, ficción, ensayo, cómic y video).

 

Martín Caparrós, Una luna.

Otra vuelta de tuerca a la no ficción de viaje, según Caparrós.

 

Manuel Vilas, Aire Nuestro.

Desopilante, desprejuiciada, la novela española en una órbita inédita.

 

Mathias Enard, Zona.

Si la tendencia en novela contemporánea es abarcar Europa, Enard pretende abarcar el Mediterráneo; con ese objetivo, conecta a Cervantes con el conflicto palestino-israelí, los Balcanes con Barcelona. La historia es una corriente de conciencia.

 

Quentin Tarantino: Malditos bastardos.

Un guión (y una película) que trasladan el topos "segunda guerra mundial" a una dimensión nueva: brillante (artísticamente) e incómoda (éticamente), pero imprescindible.

 

Felipe Cusen

(www.letras.s5.com/archivocussen.htm)

álvaro bisama (chile, 1975): musica marciana (emecé).

una novela episódica en la que, debajo de las capas de cultura pop y posmodernismo, se descubre una intensa melancolía.

 

pablo torche (chile, 1974): acqua alta (emecé).

mucho más que una serie de "ejercicios de estilo," una completa operación de barrido de todos los estilos.

 

cynthia rimsky (chile, 1962): los perplejos (sangría).

dentro de la "moda" por mezclar ficción, historia y crónica, rimsky no hace trampas: se suelta de las barandas y se arriesga a perderse verdaderamente al interior de sí misma.

 

mario montalbetti (perú, 1959): 8 cuartetas en contra el caballo de paso peruano (album del universo bakterial).

este libro renueva una vez más las estrategias de montalbetti, capaz de construir una poesía a partir de ruidos, reiteraciones y dislocaciones de sentido, sin concesiones: seca y dura.

 

julian barnes (inglaterra, 1946): nothing to be frightened of (jonathan cape).

al igual que todos los mortales, me aterra la muerte. barnes exprime hasta la última gota de este terror.

 

Heriberto Yépez

(heriberto-yepez.blogspot.com)

 

Antonio Saborit: Una visita a Marius de Zayas (Universidad Veracruzana, 2009).

 

Ruben Bonet: Jaikus maníacos (Moho, 2009).

 

Jongsoo Lee: The Allure of Nezahualcoyotl. Pre-Hispanic History, Religion and Nahua Poetics  (University of New Mexico Press, 2008).

 

Vanessa Place y Robert Fitterman: Notes on Conceptualisms (Ugly Duckling Press, 2009).

 

Christine Wertheim et al. Feminaissance (Les Figures Press, 2009).Nuevas poéticas experimentales de mujeres en Estados Unidos.

 

Andrea Jeftanovic

(www.losnoveles.net/e3ajeftanovic.htm)

Cynthia Rimsky: Los perplejos (Santiago de Chile, Sangría editores, 2009).

Una novela que sigue un registro de diario de viaje contemporáneo, pero esta vez tras la ruta del filósofo Maimonides, donde baja y alta cultura se cruzan en un desplazamiento insólito por el sur de Chile, los Balcanes y el sur de España.

 

Giovanna Rivero: Niñas y detectives (Madrid, Bartebly, 2009).

Reúne los relatos de esta escritora boliviana que indaga en lo erótico, la femeneidad  y la infancia de modo fresco, transgresor y preciso  con un húmedo Santa Cruz de fondo.

 

Juan Terranova: Los amigos soviéticos (Buenos Aires, Mondadori, 2009).

Novela que trata las migraciones en un escenario global, en este caso desde los rusos que llegan a la Argentina tras la Perestroika, y lo hace con una escritura desenfadada; conocemos esa historia de cruce cultural.

 

Erri de Luca: El día antes de la felicidad (Siruela, 2009).

Este escritor italiano, obrero de formación, ha sido un descubrimiento; su prosa intimista y  melancólica nos habla de un Napóles escenario de guerras y miserias.

 

Diego Trelles Paz, editor: El futuro no es nuestro (Eterna Cadencia- Argentina, La Hoguera_ Bolivia, Uqbar- Chile, 2009).

Recomiendo esta antología  no sin pudor porque hay un relato mío incluido, pero hace tiempo no leía una muestra tan novedosa y sólida de distintos narradores latinoamericanos. Autores: Oliverio Coelho y Samanta Schweblin (Argentina), Giovanna Rivero (Bolivia), Santiago Nazarian (Brasil), Juan Gabriel Vásquez y Antonio Ungar (Colombia), Ena Lucía Portela (Cuba), Lina Meruane y A. Jeftanovic (Chile), Ronald Flores (Guatemala), Tryno Maldonado y Antonio Ortuño (México), María del Carmen Pérez Cuadra (Nicaragua), Carlos Wynter Melo (Panamá), Daniel Alarcón y Santiago Roncagliolo (Perú), Yolanda Arroyo Pizarro (Puerto Rico), Ariadna Vásquez (República Dominicana), Ignacio Alcuri (Uruguay) y Slavko Zupcic (Venezuela).

 

Mayra Luna

(www.mayraluna.blogspot.com)

Slavoj Zizek: Cómo leer a Lacan.

 

Roger Fowler et al: Lenguaje y Control.

 

Soren Kierkegaard: Diario Íntimo.

 

Peter Sloterdijk: Crítica de la razon cínica.

 

 

 



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24 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Se busca lector

 

¿Te acuerdas, ocupadísimo lector, de aquellas maravillosas novelas cuyo personaje central eras tú? 

Presuponían que el lenguaje no tenía la obligación de ser literal;  y hacían de tu lectura un proyecto  de invención.

¿Habrá pasado la hora del lector?  Yo protesto que no, porque no me resigno a darte por perdido.

Prefiero creer que tu mejor hora apenas empieza.

Es cierto que todo conspira para someterte al regimen laboral del lenguaje normativo, programado como un mapa al tamaño de lo real. 

Pero, en español, contamos con el mejor remedio para ello: el Quijote,  que se debería recetar a los adolescentes hispanofónicos para que aprendan a tiempo el arte de leer creativamente. 

Nos dice la novela que cuando Don Quijote está frente a la imprenta, en Barcelona, lee escrito en la puerta: “Aquí se imprimen libros.”  Wittgenstein aprobaría esa ironía contra el lenguaje tautológico. “Aquí” está de más, no es en otra parte; “se imprimen” es redundante, no se dibujan ni pintan; y “libros” sale sobrando, ese es su oficio. Bastaría con una palabra: “Imprenta”, que contiene todas las palabras.

 La crítica del circunloquio, que ignora la agudeza y  el sobrentendido, recorre el Quijote, y tiene en el refranero de Sancho su énfasis cómico. Mi tesis es que la novela le enseña a leer a Sancho para que se lea a sí mismo. Y en feliz lección moderna, Sancho, al final, aprende, y lee. Lo demuestra en su Insula, cuando lee cada caso como una novela, pero ya no desde la carencia de lo literal sino desde el horizonte de la lectura  y su promesa.  

El ocio y la poca fe de la crítica tiene mucho que ver con esta validación del lenguaje como sopor del mundo. La pesadumbre del habla de cada día ha consagrado el pleonasmo,  y  se ha perpetuado en una prosa “municipal y espesa.” Esa servidumbre referencial explica, por ejemplo, que la poesía del Aleixandre de la “comunicación”  sea considerada superior a su poesía, más intrigante, de los cuadernos “parasurrealistas.”  O que los profesores taciturnos prefieran el luto de La colmena al goce verbal de la Mazurca. Es la misma tozudez que descarta la inventiva como mera “experimentación.” Es una crítica que declara su nombradía con la monotonía de Mario Benedetti.

Contra el pesimismo  que ese modelo de leer impone, y que casi todos los escritores de éxito han terminado por asumir (con la valerosa excepción de algunos autores mayores que siguen haciendo camino al desandar), las literaturas alternas a las obligaciones domésticas del lenguaje están abriendo espacios no cartografiados. Recuperan la interacción trasatlántica, no se resignan a las representaciones  sancionadas, y registran una más libre percepción. Se trata de una mirada que fluye entre la cultura popular, el repertorio tecnológico,  el descentramiento del sujeto, las lenguas migratorias, el humor truculento,  las elisiones en la gramática del relato, y la invención operativa del lector. 

En efecto, las nuevas narrativas te asignan la conducción del aparato novelesco y te convierten en un lector pasajero.

Porque el lector o el espectador de hoy ya no se debe a los cortes del collage y los recortes del montaje. Su  percepción deja de ser  homóloga a la “imagen-tiempo” del cine, cada vez más dado a los “efectos especiales.” Se hace, en este siglo de anticipaciones, en la fragmentación y lo discontinuo, entre tensiones  que despliegan un campo de fuerzas en flujo que resisten su rearticulación. Seguramente sabremos cada vez más sobre la construcción tecnológica de la representación y la percepción biológica del objeto artístico. En todo caso, el arte incorpora sus mediaciones y la mirada sabe que una obra no es del todo literal. Sólo la pornografía es transparente, dice Rosalind Krauss.

Pues bien, las nuevas literaturas empiezan a demostrar su función en este debate sobre los modos de desrepresentar lo ideologizado y liberar la lectura. Y es una demostración de los turnos en relevo el que algunas editoriales mayores busquen sintonizar con la diversidad proteica de esta nueva narratividad trasatlántica.  Se trata de una Comedia de la Lectura que trama las varias orillas del lenguaje literario, entre España, Estados Unidos y América Latina. Esa triangulación hace del español internacional una intermediación horizontal, dialógica y celebratoria. Con inteligencia, con humor, con audacia, estos textos preguntan por el lector venidero, lo imaginan, incluso lo inventan; y le hacen lugar en la página para que se reconozca de paso, pasajero.

En mi próxima conversación daré noticia de algunas lecturas recientes.  No diré nada de best-sellers, que contribuyen con el calentamiento global, sino de libros que te buscan porque requieren de un gran lector.

Tenemos, en español, una extraordinaria literatura contemporánea. Lo que no tenemos son mejores lectores. Y sin grandes lectores no habrá una literatura mayor.

Pero, antes, te invito a listar las fórmulas en sobreuso que habría que descartar este fin de año. Propongo dos: el  voluntarioso “en definitiva” (reemplazarlo por “en total incertidumbre”) y el grito callejero “¡Venga!” (decirlo interrogativamente). Juan Goytisolo propone combatir el abuso del idiotismo “paradigmático,” y jura haber escuchado la variante diminutiva “es un libro muy paradigmático.”

Te dejo con una parábola.

Contaba Borges que el maravilloso pintor Xul Solar había declarado una guerra personal contra el gerundio: veía uno y lo tachaba con su lápiz. Una tarde, después de varias batallas, llegó al café con la gran noticia:

-Amigos, ¡el gerundio ha muerto!

Una dama contertulia exclamó:

-Pobrecito. ¿Quién era…?

 Xul Solar fue quijotesco. La señora, literal.

 

 

 

 

 

 

 

 



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14 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Novelas orales

De la conversación del camino he recuperado algunas "novelas orales," como dimos en llamar a las pequeñas historias que algunos escritores dejaban caer como quien no quiere la cosa.

El antipático término de "minicuento" (o también y tampoco, "microficción") hoy día nombra a todas las formas breves, con lo cual no diferencia a ninguna y sólo designa la brevedad. Para que haya un "cuento" tiene que verificarse, al menos, la infracción de un código. De otro modo se trata de poema en prosa, estampa, fábula, parábola, paradoja, anotación, aforismo, anécdota...O de lo que Juan José Arreola llamó "prosa de varia invención."

En todo caso, adelanto aquí estas anotaciones, más o menos reconstruidas por la memoria, como mínimos tributos al cuento compartido en el azar de los viajes. Como se dice en el Quijote, "en el camino de la amistad".

 En San Juan de Puerto Rico, en medio de un congreso de escritores, me encontré a solas con Juan Rulfo en una mesa de café. Recordó, como si lo dictara, el episodio de su vida que transcribo. Después entendí que me había contado el origen de Pedro Páramo, donde el hijo recupera el alma al volver a su pueblo. Pero hoy creo algo más: también el lector es atado en Comala y, gracias a la lectura, salvado.

En Guadalajara, en una pausa entre sesiones de la Cátedra Julio Cortázar, hablando de la capacidad de mentira de Alberto Fujimori, Gabriel García Márquez anunció que había escrito una novela sobre el Perú, y nos la dijo de memoria, como una sentencia histórica sobre el tiranuelo y su fuga. La realidad, siempre mejor novelista, lo devolvió después a una cárcel peruana.

En Providence, en una de sus visitas a mi Universidad, Carlos Fuentes me contó la versión londinense del confinamiento clínico de Pinochet. Como Artemio Cruz, el monstruo por fin se mira en el espejo, y reconoce su banalidad.

En Albuquerque, Nuevo México, invitados por Ángel González fuimos con Juan Benet a conocer Madrid, un pueblo fantasma, antiguo recinto minero. Benet se entusiasmó con este Madrid abandonado como el set de una mala película. Su conclusión sobre la verdad autoritaria, esa mentira encarnizada, me pareció un conjuro contra el fantasma de Franco, que insiste en regresar.

En Madrid, con Javier Ruiz y Julia Castillo visité una tarde a María Zambrano, y  de esa conversación en torno a las convicciones mayores (César Vallejo, José Lezama Lima) anoté la anécdota que nos contó sobre la despedida de Machado y Emilio Prados en Barcelona, días antes de la caída de la República.

Estas versiones quieren ser fieles, pero los autores no son responsables de su mera transcripción. 

 

Juan Rulfo: Fábula mexicana

En una época de mi vida viajaba yo por los pueblos de la sierra recogiendo historias. Una noche, ya muy tarde, llegué a un pueblito perdido en la montaña. Para mi sorpresa, los pobladores me estaban aguardando. Sin decir una palabra, me rodearon y me llevaron al centro de la plaza. Me ataron al tronco de un árbol y, en silencio, se marcharon. A la mañana, muy temprano, regresaron. El que parecía autoridad, me dijo: "Cuando te vimos llegar nos dimos cuenta de que venías sin tu alma. Tu alma te andaba buscando. Por eso te amarramos, para que te encuentre. Ya podemos soltarte."

(San Juan, 24 de febrero, 1982)

 

Gabriel García Márquez: Parábola peruana

Había en Japón un niño muy astuto que de grande quería ser rico. Decidió que para conseguirlo tenía que mudarse a un país lejano, donde hacerse elegir presidente. Estudió el globo terráqueo, y descubrió el Perú. Fue elegido presidente. Se hizo poderoso y rico. Y regresó al Japón.

(Guadalajara, junio, 2003

 

Carlos Fuentes: Espejo chileno

Cuando el general Pinochet entró a la Clínica de Londres, el memorable dia de 1998 en que la justicia española lo reclamó a juicio, no sabia él que se trataba de un hospital de lunáticos. En el jardín interior vio a unos señores ingleses que paseaban en silencio. Se acercó a uno de ellos, y le tendió la mano:

-Soy el general Pinochet -le dijo.

El otro se la estrechó, y respondió:

-Yo también soy el general Pinochet.

(Providence, abril, 2000)

 

Juan Benet: Lección española

Vivir en el franquismo fue no saber nada.

Cuando la policía nos pedía confesar lo que sabemos, decíamos toda la verdad: no sabemos nada.

Quien dice en España "Yo tengo la verdad," es que forma parte de la policía.

Todos los demás dudamos.

Sólo la policía sabe.

(Albuquerque, 29 de octubre, 1977)

 

 María Zambrano: Adioses de Barcelona

Mientras esperaba ser trasladado a Francia, Antonio Machado pasó unos días en una casa que le asignó la República en Barcelona. Allí lo visitó una mañana Emilio Prados. La pasaron conversando y, cuando se despedían en la puerta, escucharon, de pronto, el canto de un pájaro en el árbol de la calle. Los dos quedaron absortos, mirando al árbol. Hasta que Machado le dijo a Emilio:

-No se lo cuente Ud. a nadie. Nos acusarían de trotskistas.

Se despidieron para siempre, con una sonrisa.

(Madrid, primavera de 1982)

 

NB. Algunos lectores me exigen las fuentes bibliográficas de las versiones sobre soñar en Berlín con que inauguré estas conversaciones. Tendría que haber sugerido  las varias atribuciones de autoría, para sumarlos con mejor humor. Agradezco tambien a quienes prometen enviarme su pedazo del muro.



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5 de noviembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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José Donoso pregunta por su obra

 Me envía Luis Rafael Sánchez una crónica dedicada a la visita que a mediados de los años 90 hizo José Donoso a Puerto Rico. “De premios y desengaños” se titula, apropiadamente, su evocación. De buenas a primeras, dice, José Donoso le preguntó: “Luis Rafael, ¿qué piensas de mi obra?”  Y después de escuchar la admiración del amigo, volvió a preguntar: “¿ Entonces, por qué no me han otorgado uno de los premios importantes?” Luis Rafael, que tampoco ha ganado todavía ningún premio importante, replicó (me temo que piadosamente) que cada lector que selecciona una novela suya es el mayor premio. Pepe Donoso había perfeccionado esa suerte de epifanía suya,  la pregunta por el premio que no le darían nunca. Ese candor, ese reclamo, empobrecía premios y premiados. Nadie mereció más que Donoso recibir uno; no por el premio, que se repiten sin decoro, sino por Donoso, que es irrepetible.

Carlos Fuentes le votó año tras año para el Cervantes, como vota ahora por Juan Goytisolo, cada año.  Ya que uno duda de toda forma de justicia, al menos la justicia poética debería ser menos dudosa. Me temo que el Cervantes termine siendo redundante.

Justamente el día que se dictaminaba el Cervantes, hace doce o trece años, estaba Pepe en mi despacho, luego de su conferencia, y me pidió llamar a Madrid para saber el resultado del premio. Alegué la diferencia de hora, no encontré el número de Juan Cruz, cambié de tema.  Pero insistió y tuve que llamar.

Fue un gran escritor signado no necesariamente por lo que Julio Ramón Ribeyro, otro extraordinario narrador que jamás tuvo un premio,  llamó “la tentación del fracaso;” sino por una suerte de desamparo.  No era capaz de rencor o sarcasmo, esa aridez de los escritores cuyas deudas de afecto son impagables.  Tampoco era ajeno al humor de su propio destiempo.

Me sorprendió, sin embargo, cuando unos periodistas chilenos convirtieron sus cartas íntimas, que están en la Universidad de Iowa, en un escándalo sobre su sexualidad.  No porque lo hicieran sino porque Donoso no había protegido sus papeles. Por falta de instrucciones suyas, al día siguiente de su muerte eran públicos.  Llamé a la biblioteca de esa universidad para protestarles el protocolo y no distinguir entre lectores y buitres. Pero después dudé. ¿Y si Pepe deliberadamente no protegió su intimidad? ¿Habría apostado a un culto póstumo? Pero la idea de morirse para salir del closet resultaba estrafalaria, incluso para un escritor familiarizado con lo monstruoso. Sólo Enrique Lihn había sido capaz de convertir su muerte en un taller literario.

Por eso, cuando Alfaguara me pidió editar el manuscrito de la novela abandonada que su hija, Pilar Donoso, encontró entre sus papeles en la biblioteca de Princeton, profusamente acepté. Una novela incompleta de José Donoso, me dije, sólo puede ser una obra maestra en el sentido contrario.  Casi una novela restada de la novela. 

Pepe había empezado a escribir La cola de la lagartija (publicada como Lagartija sin cola el 2006) en enero de 1973 en el pueblo aragonés de Calaceite, donde había adquirido una casa desvencijada, que él y Pilar llamaban “un palacio del siglo XVIII.” Revisando el manuscrito para su edición,  fue inevitable concluir que Donoso renunció a terminar la novela. Corrigió unas  páginas, se detuvo en el primer capítulo, y dejó el resto en su primera redacción.  Lo extraño, lo admirable, es que ordenó esos papeles como un libro: los organizó en partes, pasó el primer capítulo a tercero,  y sospecho que imaginó su publicación.

Pilar Donoso, que escribía una memoria sobre su padre, me ha dicho que tal vez el golpe contra Salvador Allende interrumpió la novela y otras demandas narrativas se le impusieron, lo que me parece verosímil.

Dos líneas argumentales se alternan en el relato. Una es la historia amorosa  de un artista desencantado; otra, su búsqueda de una casa auténticamente antigua en un pueblo perdido de Cataluña. La idea de que un largo amor culmina finalmente en la amistad, es laboriosa y requiere más aliento. Pero la idea de que un pintor renuncia al mercado sólo para descubrir que el lugar ideal, donde busca refugiarse, ha sido tomado por el turismo, es anticipatoria. Esta novela es una de las primeras versiones de la pérdida de España en manos de las hordas de turistas.  Como suele ocurrir con su obra, hay también un subtexto, quizá dos: uno, público, la historia de un escándalo homosexual; otro, secreto, unos primos incestuosos.

Walter Benjamin había adelantado que la subjetividad adquiere las formas de la mercancía. “La cola de la lagartija” es una hipótesis sobre la ausencia de lugar  para la subjetividad, ocupada por la sociedad residual. El artista se rebela ante un sistema que lo reproduce como costo agregado. Pero la sociedad del espectáculo toma incluso los márgenes, y por eso los del pueblo no quieren que este artista compre una casa vieja sino la mejor casa, para convertirla en discoteca y atraer turistas. Quieren pasar directamente de la historia a la basura, gracias al espectáculo. Donoso prefigura el actual desvalor del artista, que empieza por su conversión en figura pública y culmina con su sobre-exposición, lo que satura su mensaje, que damos por sabido. El exceso de presencia deriva en ausencia: la reproducción cancela el diálogo y termina en residuo.

La visión de una Casa que convoque todos los tiempos vividos en un convivio liberado de la sociedad y sus demandas, se torna melancólica. La Casa está en venta pero no para alguien que busca darle lugar a su vida sino para quienes imponen el tiempo incautado del bienestar, y van ofertando los pueblos, uno a uno. La actualidad de esta novela (irónicamente deshabitada) es perturbadora.

Es raro que un escritor abandone una obra de tanta promesa. Pero Donoso era un artista mayor, y hasta el hecho de que dejase este libro lo confirma. Quiero decir, de un poeta esperamos que esté rodeado de inéditos. No de un novelista, que vive en la inminencia de ser premiado, usualmente no por su mejor libro. De modo que recorrí el texto preguntándome por su abandono; y por ti, por tu lectura.

¿Qué es la literatura sino la genealogía de una conversación.

Intentó vivir en varias ciudades como si viviera en Santiago pero siempre fue un extranjero. Una vez, en Sitges, me dijo que no podía entender a los nativos: nadie le había devuelto la invitación. Como a un personaje de Proust, no le respondían las preguntas para no tener que prolongar la conversación. Sólo atiné a excusar la amargura local de cenar en silencio. Por eso, fue feliz con su regreso a Chile. Lo reconocían en Correos, y decía él: “¡Que pueblo tan culto!”  Como en el caso de Cortázar, hoy nos interesa mucho más su sensibilidad narrativa, esa intimidad de su lenguaje; y mucho menos las familias chilenas que lo obsesionaron por su gusto perverso en lo banal. 

Siempre pensé que la calidad de Donoso se hacía evidente en la amistad de quienes lo querían.  En otra ocasión en que pude invitarlo a mi universidad, lo llevé a una fiesta en casa de Robert Coover y de inmediato se hizo amigo de Coover y John Hawkes. Pocos años después, cuando le conté a Hawkes que Pepe había muerto, me miro demudado y se le humedecieron los ojos. Lo había visto unas horas, había leído El obsceno pájaro de la noche, y no aceptaba su muerte.

 

 

 



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29 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Próximo Congreso de la Lengua

 

Estoy releyendo La Araucana de Ercilla para estar en forma y remontar el Congreso de la Lengua Española que se reunirá en Santiago de Chile.

Recuerdo que para el primer Congreso  me quedé con la sesión puesta: el congreso tuvo que ser cancelado debido a la insurrección Zapatista, que fue la primera guerrilla posmoderna, porque empuñó las armas para reclamar un lugar en la mesa. Habíamos pasado, en las izquierdas relevadas, del modelo de la resistencia (forjado por el fervor de los años 60) al modelo de la negociación (debido a la noción de que la vida pública demanda consensos). El debate sobre el congreso que no se produjo reveló el vasto substrato linguístico del español americano. Imaginar un Congreso de todas las lenguas, esa Utopía plural bien valía las penas.

Del segundo Congreso, en Zacatecas, leí que Gabriel Garcia Marquez había pedido la abolición de la ortografía a nombre del habla oral, y que un delegado catalán se declaró silenciado por el español. Las voces de los márgenes, que prologan el presente, se hacían escuchar. El tercer Congreso, en Valladolid, fue interrumpido por el ataque a las Torres Gemelas. Una sesión a mi cargo, sobre la literatura latina en EEUU, fue diezmada por el miedo al terrorismo, que es peor que el terrorismo. El tema fue luego recuperado, gracias a Víctor García de la Concha, en un número de la revista Insula.  

Al Congreso de la Lengua en Rosario, Argentina, le nació un contra-congreso, dedicado a las lenguas indígenas. Precisamente, me había tocado organizar una mesa de escritores y críticos sobre el español como lengua de contacto, para demostrar que lo que tienen en común el catalán, el quechua, el zapoteco, y el aymara, es el español, que promedia entre ellas y nos hace, con suerte, bilngues. Le sugerí a César Antonio Molina que desde el Instituto Cervantes iniciara una Escuela de Verano donde todos aprendiéramos quechua y catalán gracias al español. Me respondió que ya empezaba una para las lenguas de la península.

Y en el último congreso, en Cartagena de Indias,  en una mesa propiciada por el Fondo de Cultura Económica en torno a las comunicaciones y el libro, Juan Luis Cebrián y Carlos Monsiváis dieron las primeras voces de alarma sobre la disparidad de la tecnología digital y la lectura en español. Estos congresos han estado recargados de futuro, y no es casual que sea así;  el español es la lengua con más horizonte y, por ello, un debate permanente.

En todo caso, aunque no conviene fundar otra superstición, parecería que estos congresos del español universal coinciden con la urgencia de ocupar su plaza para interrogar su lugar en un tiempo contrario y muchas veces contrariado. Es claro que se precisa ampliar la mesa y compartir las otras voces. 

El congreso en Chile ha empezado más temprano. Arrancó con la polémica entre Pablo Neruda y Gabriela Mistral como figuras tutelares. Los últimos congresos le han dedicado un libro clásico al país huésped (el Quijote en Valladolid, Cien años de soledad en Cartagena), pero en el caso de Chile se han exigido dos, porque Neruda y la Mistral ya no son sólo escritores sino alegorías nacionales, y es mejor un empate que una derrota.  Si alguna vez le toca a mi país, tendrán que ser cuatro libros: el Inca Garcilaso, César Vallejo, José María Arguedas y Mario Vargas Llosa, porque la agonía de los empates nos sabe a triunfo.

La buena noticia es que la literatura Mapuche es de muy alta calidad. Y en Chile, uno de los países más modernos de América Latina, será cabalmente moderno tener a ese pueblo pleno de identidad como interlocutor del mundo a través del español.

Por lo demás, éste será el primer congreso de la lengua en la era posglobal. Ahora que caen las ilusiones economicistas de la globalización, el español puede ser también una lengua de las regiones y las particularidades, que la globalidad no pudo acallar.

No está nada mal que dejemos de polemizar sobre el Mercado, que exageró las validaciones y confundió los valores, y volvamos a la literatura y la conversación.

 


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24 de octubre de 2009
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