Skip to main content
Blogs de autor

José Donoso pregunta por su obra

Por 29 de octubre de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Julio Ortega

 Me envía Luis Rafael Sánchez una crónica dedicada a la visita que a mediados de los años 90 hizo José Donoso a Puerto Rico. “De premios y desengaños” se titula, apropiadamente, su evocación. De buenas a primeras, dice, José Donoso le preguntó: “Luis Rafael, ¿qué piensas de mi obra?”  Y después de escuchar la admiración del amigo, volvió a preguntar: “¿ Entonces, por qué no me han otorgado uno de los premios importantes?” Luis Rafael, que tampoco ha ganado todavía ningún premio importante, replicó (me temo que piadosamente) que cada lector que selecciona una novela suya es el mayor premio. Pepe Donoso había perfeccionado esa suerte de epifanía suya,  la pregunta por el premio que no le darían nunca. Ese candor, ese reclamo, empobrecía premios y premiados. Nadie mereció más que Donoso recibir uno; no por el premio, que se repiten sin decoro, sino por Donoso, que es irrepetible.

Carlos Fuentes le votó año tras año para el Cervantes, como vota ahora por Juan Goytisolo, cada año.  Ya que uno duda de toda forma de justicia, al menos la justicia poética debería ser menos dudosa. Me temo que el Cervantes termine siendo redundante.

Justamente el día que se dictaminaba el Cervantes, hace doce o trece años, estaba Pepe en mi despacho, luego de su conferencia, y me pidió llamar a Madrid para saber el resultado del premio. Alegué la diferencia de hora, no encontré el número de Juan Cruz, cambié de tema.  Pero insistió y tuve que llamar.

Fue un gran escritor signado no necesariamente por lo que Julio Ramón Ribeyro, otro extraordinario narrador que jamás tuvo un premio,  llamó “la tentación del fracaso;” sino por una suerte de desamparo.  No era capaz de rencor o sarcasmo, esa aridez de los escritores cuyas deudas de afecto son impagables.  Tampoco era ajeno al humor de su propio destiempo.

Me sorprendió, sin embargo, cuando unos periodistas chilenos convirtieron sus cartas íntimas, que están en la Universidad de Iowa, en un escándalo sobre su sexualidad.  No porque lo hicieran sino porque Donoso no había protegido sus papeles. Por falta de instrucciones suyas, al día siguiente de su muerte eran públicos.  Llamé a la biblioteca de esa universidad para protestarles el protocolo y no distinguir entre lectores y buitres. Pero después dudé. ¿Y si Pepe deliberadamente no protegió su intimidad? ¿Habría apostado a un culto póstumo? Pero la idea de morirse para salir del closet resultaba estrafalaria, incluso para un escritor familiarizado con lo monstruoso. Sólo Enrique Lihn había sido capaz de convertir su muerte en un taller literario.

Por eso, cuando Alfaguara me pidió editar el manuscrito de la novela abandonada que su hija, Pilar Donoso, encontró entre sus papeles en la biblioteca de Princeton, profusamente acepté. Una novela incompleta de José Donoso, me dije, sólo puede ser una obra maestra en el sentido contrario.  Casi una novela restada de la novela. 

Pepe había empezado a escribir La cola de la lagartija (publicada como Lagartija sin cola el 2006) en enero de 1973 en el pueblo aragonés de Calaceite, donde había adquirido una casa desvencijada, que él y Pilar llamaban “un palacio del siglo XVIII.” Revisando el manuscrito para su edición,  fue inevitable concluir que Donoso renunció a terminar la novela. Corrigió unas  páginas, se detuvo en el primer capítulo, y dejó el resto en su primera redacción.  Lo extraño, lo admirable, es que ordenó esos papeles como un libro: los organizó en partes, pasó el primer capítulo a tercero,  y sospecho que imaginó su publicación.

Pilar Donoso, que escribía una memoria sobre su padre, me ha dicho que tal vez el golpe contra Salvador Allende interrumpió la novela y otras demandas narrativas se le impusieron, lo que me parece verosímil.

Dos líneas argumentales se alternan en el relato. Una es la historia amorosa  de un artista desencantado; otra, su búsqueda de una casa auténticamente antigua en un pueblo perdido de Cataluña. La idea de que un largo amor culmina finalmente en la amistad, es laboriosa y requiere más aliento. Pero la idea de que un pintor renuncia al mercado sólo para descubrir que el lugar ideal, donde busca refugiarse, ha sido tomado por el turismo, es anticipatoria. Esta novela es una de las primeras versiones de la pérdida de España en manos de las hordas de turistas.  Como suele ocurrir con su obra, hay también un subtexto, quizá dos: uno, público, la historia de un escándalo homosexual; otro, secreto, unos primos incestuosos.

Walter Benjamin había adelantado que la subjetividad adquiere las formas de la mercancía. “La cola de la lagartija” es una hipótesis sobre la ausencia de lugar  para la subjetividad, ocupada por la sociedad residual. El artista se rebela ante un sistema que lo reproduce como costo agregado. Pero la sociedad del espectáculo toma incluso los márgenes, y por eso los del pueblo no quieren que este artista compre una casa vieja sino la mejor casa, para convertirla en discoteca y atraer turistas. Quieren pasar directamente de la historia a la basura, gracias al espectáculo. Donoso prefigura el actual desvalor del artista, que empieza por su conversión en figura pública y culmina con su sobre-exposición, lo que satura su mensaje, que damos por sabido. El exceso de presencia deriva en ausencia: la reproducción cancela el diálogo y termina en residuo.

La visión de una Casa que convoque todos los tiempos vividos en un convivio liberado de la sociedad y sus demandas, se torna melancólica. La Casa está en venta pero no para alguien que busca darle lugar a su vida sino para quienes imponen el tiempo incautado del bienestar, y van ofertando los pueblos, uno a uno. La actualidad de esta novela (irónicamente deshabitada) es perturbadora.

Es raro que un escritor abandone una obra de tanta promesa. Pero Donoso era un artista mayor, y hasta el hecho de que dejase este libro lo confirma. Quiero decir, de un poeta esperamos que esté rodeado de inéditos. No de un novelista, que vive en la inminencia de ser premiado, usualmente no por su mejor libro. De modo que recorrí el texto preguntándome por su abandono; y por ti, por tu lectura.

¿Qué es la literatura sino la genealogía de una conversación.

Intentó vivir en varias ciudades como si viviera en Santiago pero siempre fue un extranjero. Una vez, en Sitges, me dijo que no podía entender a los nativos: nadie le había devuelto la invitación. Como a un personaje de Proust, no le respondían las preguntas para no tener que prolongar la conversación. Sólo atiné a excusar la amargura local de cenar en silencio. Por eso, fue feliz con su regreso a Chile. Lo reconocían en Correos, y decía él: “¡Que pueblo tan culto!”  Como en el caso de Cortázar, hoy nos interesa mucho más su sensibilidad narrativa, esa intimidad de su lenguaje; y mucho menos las familias chilenas que lo obsesionaron por su gusto perverso en lo banal. 

Siempre pensé que la calidad de Donoso se hacía evidente en la amistad de quienes lo querían.  En otra ocasión en que pude invitarlo a mi universidad, lo llevé a una fiesta en casa de Robert Coover y de inmediato se hizo amigo de Coover y John Hawkes. Pocos años después, cuando le conté a Hawkes que Pepe había muerto, me miro demudado y se le humedecieron los ojos. Lo había visto unas horas, había leído El obsceno pájaro de la noche, y no aceptaba su muerte.

 

 

 

[ADELANTO EN PDF]

profile avatar

Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

Obras asociadas
Close Menu