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El lector vuelve a casa

Por 2 de junio de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

 

Al volver de un viaje y revisar revistas y periódicos acumulados, me doy cuenta de que ante la amenaza de su desaparición, el New York Times se ha hecho mejor que nunca.  No se puede decir lo mismo de otras publicaciones, porque ante el Times uno siente más viva la anticipación de la lectura. Te pones al día leyendo el periódico de ayer.
 

Leer retrospectivamente es uno de los placeres de la evocación cuando, como es el caso, el tiempo sigue vivo en un gran diario. Recobro, así, la página entera que el Times dedica al bicentenario de Chopin. Cuatro críticos, que se turnan la reseña musical, recomiendan sus grabaciones preferidas. Y aun si no está citado alguno de los pianistas que uno estima, la crítica nos enseña no a buscar la confirmación de nuestras opiniones sino a descubrir lo que no conocemos.  Y qué sensato, didáctico y deleitoso es celebrar el aniversario de un artista compartiendo el entusiasmo por sus mejores obras.
 

El mejor diario, concluye uno, es el que forma parte de tu vida cotidiana.  Leyendo hacia atrás, guardo el suplemento dominical de libros, para discutir de buena gana juicios y valoraciones. Ello sólo es posible porque los reseñadores, a diferencia de los nuestros, han leído los libros que comentan; y compiten en provocarnos, con ingenio y buen humor. Nada más soso que un suplemento incapaz de convocar la conversación. La reseña de un libro no es el mero recuento biográfico del autor ni la lista de sus obras; y mucho menos el gusto o disgusto del obligatorio ganapapel. Es, más bien, una charla  con el lector.
 

El Times sabe muy bien que su público más fiel forma parte de la comunidad cultural, que no es sólo literaria, que incluye tanto la gestión y el consumo de las artes como el espacio académico. En buena cuenta, la comunidad de la lectura. A pesar de la reducción severa de su personal de planta, han mejorado su Agenda de fin de semana, las notas de actualidad cultural, el debate sobre autores, ideas e instituciones. Uno termina guardando o recortando una página o un artículo como referencia. Si desaparecieran nuestros diarios preferidos, tu vida cotidiana perdería una parte de su diálogo más libre y creativo. Quedarías reducido a la tele.
 

Precisamente porque es tan fácil encontrar información básica en Internet, aunque muchas veces incompleta o tergiversada, la nota necrológica en el Times está matizada por el buen juicio, la evaluación discreta y el ingenio.  En español, tenemos la costumbre extravagante de publicar cuatro o cinco efusiones de admiración sobre el occiso en cuestión. Sería mucho mejor una página plena, rica en detalle y aguda de visión. Un observador de los hábitos españoles me asegura que cuando un muerto ilustre es celebrado con demasiadas notas, es porque ya no significa nada.  La efusión necrológica equivaldría, así, a un “trabajo de luto” público.
 

La opinionitis que aqueja a algunos diarios en español, es ajena al inglés porque corre por cuenta de un grupo de articulistas que se turnan y relevan con fluidez. Un articulista critica a Obama, otro defiende sus políticas, demostrando la clásica lección liberal de que la verdad está al medio. Lo que no es común en el Times son las opiniones encarnizadas, intransigentes y rebajadoras del otro. Entre nosotros, abunda el articulista que fatiga el espacio de Opinión avanzando sus intereses y legitimando su propia agenda.  Los hay que sólo escriben para refutar el proyecto de Evo Morales; para negarle toda salida a las urgentes reformas cubanas; para anunciar con entusiasmo el fin del mundo en México. Nunca América Latina ha estado tan mal representada en la prensa española; exceptuando, claro, la era de La Mancha. 
 

Te habrá llamado la atención, por otro lado, la creciente diferencia que hay entre los diarios impresos y su edición digital. Algunas empresas han entendido que la versión digital no puede ser una imagen en el espejo, lo que crearía una competencia interna, irónicamente dando gratis la copia para que nadie compre el original.  Esta situación algo esquizofrénica se ha resuelto convirtiendo a la edición digital en un verdadero bazar. Cada hora se renueva el bazar con novedades, adelantos, videos en vivo, porque su duración ya no se debe a la lógica de la lectura sino a la del espectáculo. Varios diarios ingleses tienen un doble monstruoso en su espejo digital.
 

Me llamó la atención que el Defensor del Lector del NY Times volviese a cuestionar los métodos de la edición digital. Hace un par de meses, le dio un varapalo al diario digital por componer noticias con fuentes escritas, en lugar de hacerlo a partir de la investigación propia. Pero esta vez (30 de mayo) se trata de una cuestión ética. Ocurre que un reportero entró al cuarto de un jazzista legendario, recientemente fallecido, sin permiso de la familia y después de que la puerta fue forzada. El reportaje fue publicado en el blog del reportero en la versión digital del Times. En su escrupuloso recuento el Defensor pregunta por lo central: ¿hay un mismo criterio de rigor para la versión impresa y para la versión en Red, o son diferentes standards? Y concluye cuestionando si el reportaje habría sido mejor editado y concebido como artículo en el periódico que como un post. Este Public editor representa al lector porque es impecable en su evaluación. No se permite contarnos sus simpatías y diferencias, y nos deja con una pregunta ética sobre la lectura veraz en esta era digital.
 

Yo estoy convencido de que el lenguaje español más creativo siempre se ha mirado en el espejo de otra lengua. Pero ese es otro post.

 

 

 
 
 
 
 
 

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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