Sergio Ramírez
Aurora Bernárdez es la legendaria Maga de Julio Cortázar en Rayuela, la figura femenina misteriosa y etérea que vuelve romántica esta novela de múltiples laberintos lúdicos. Acaba de estar en Madrid para participar en una mesa sobre su marido celebrada en la Casa de América, en la que comparecimos junto con ella Carlos Fuentes y quien escribe, como amigos de Cortázar, cada uno de los dos desde su propia experiencia, Carlos lleno de historias esplendentes de sus años juveniles del boom, y yo que conté el viaje clandestino de 1976 a la comunidad religiosa de Ernesto Cardenal en el Gran Lago de Nicaragua, cuando escribió su cuento Apocalipsis de Solentiname.
Aurora vino desde Paris en tren, doce horas de traqueteo, algo que no valdría la pena anotar sino es porque la Maga tiene noventa años de edad, algo que no esconde, sino que muestra con todo desafío. Me cuenta, mientras desayunamos en el hotel, que se enzarzó en una variada conversación política con el chofer del taxi que la recogió en la estación de Chamartín, larga porque había embotellamientos en la ciudad gracias a la cumbre Europa-América Latina, cada jefe de estado y de gobierno acompañado por una ruidosa caravana; y como las opiniones de Aurora son siempre contundentes y dejan pocas salidas, el chofer terminó por reconocer que se trataba de una contendiente muy lista, opinión a la que agregó el asombro cuando quiso saber su edad, y al declararle ella sus noventa, el se negó a darle crédito, con lo que la combativa y dulce Maga le pidió que se estacionara un momento para mostrarle el pasaporte, y demostrárselo.
La memoria de Aurora, y sus habilidades dialécticas, son cosa de cuidado. Es la Maga para la historia, y para la leyenda, un personaje que salta de las páginas de la novela que encantó a mi generación, y sigue encantando a los jóvenes desde luego que sus reediciones son continuas, la última de ellas con la misma tapa negra de la original, y esa trama de rebeldía un tanto ácrata y llena de sabios divertimentos traspasó con toda salud hace ratos los límites del siglo veinte, precisamente porque sigue siendo un libro de culto para los jóvenes, no importa la lejanía de los años cincuenta parisinos del siglo pasado que Rayuela tiene por escenario.