Julio Ortega
1
Una noche, en Nueva York, Yvonne Ochart recordó unos versos de Borges pero no pudo recordar el resto del poema. Es cierto que el lenguaje a veces nos devuelve la memoria que habita en el olvido; con suerte, entre palabras tentativas, un texto se nos impone. Todos hemos soñado el Poema, y al despertar hemos sentido el pánico de verlo desaparecer verso por verso. Yvonne desesperó ordenando su biblioteca. Estaba segura de que eran de Borges pero al no encontrarlos temió que fuesen versos de un poema que ella todavía no había escrito. ¿Qué buscaba preguntando por un poema disputado por el olvido? ¿Por qué esperamos de un texto de Borges lo que el lenguaje no puede ya decir?
2
Casi todo lo olvidaré menos el primer día de clases en la Universidad Católica, en Lima, cuando Luis Jaime Cisneros nos leyó la página de la enumeración de “El Aleph” (“vi el populoso mar, vi el alba y la tarde…”). Creí, con asombro, que Luis Jaime leía esa página para mí. Creí formar parte de la enumeración, asistir a una ceremonia, descubrir lo mucho que puede decir el español. Me fue dado ver el milagro del Aleph, la primera letra, que incluye a todas las demás.
3
En la Biblioteca Nacional de Madrid vi, por fin, el manuscrito de “El Aleph.” Leí cada palabra, reconociendo el estado original del relato, la huella de la mano de Borges, la tachadura y la elipsis. El cuento se llamó primero El Mirab; Carlos y Beatriz fueron inicialmente hermanos. La página de la enumeración es conmovedora: Borges decidió su orden rehaciendo la sintaxis de los nombres en la visión. ¿Cómo no reconocer la parte de la lectura que nos ha tocado en la metáfora del Aleph? Nos debemos a esa tinta del origen.
4
Después, en los archivos del Ramson Research Center de la Universidad de Texas, en Austin, en unas delgadas carpetas de Borges, di con tres páginas y un párrafo de su caligrafía; el título “Los Rivero” parece de otra mano, probablemente la de doña Leonor, la madre, quien le ayudaba con las transcripciones cuando la ceguera terminó por imponerse. De la letra de “El Aleph” a la letra de “Los Rivero” la escritura ha cambiado: la primera era del todo legible; la segunda es más laboriosa. Ese progreso de la miopía, en unos seis años, hacía de la escritura un documento intrigante. Borges, se diría, se aferraba a la letra a mano como si defendiera la lectura. Escribir, leer, son operaciones que debemos al lenguaje, donde buscamos habitar. Borges decía que la ceguera, después de todo, no estaba tan mal, aunque no la recomendaba. (Su padre, que presumía de galante, había padecido de una miopía aguda desde joven; una vez, en la plaza de Ginebra donde piropeaba a las señoras, una de ellas le respondió: “Pero Jorge, soy yo, tu mujer”).
5
“Los Rivero” es el comienzo de un cuento que Borges no terminó de escribir. Releyéndolo, uno se pregunta por qué lo dejó de lado. Lo llama “crónica,” y es un relato de origen histórico. Lo extraordinario es que un texto tan rico de latencias genéricas o discursivas haya sido abandonado. Pero quizá esa misma potencialidad disuadió a un escritor que descreía de la novela, a la que consideraba una prolongación indulgente de lo que podía ser un cuento preciso. Esa economía inversa no niega las grandes novelas que él admiró, desde el Quijote hasta el Ulises; pero revela la renuncia Modernista a lo que se dio en llamar la “prosa municipal y espesa” del realismo doméstico. “Los Rivero” son los descendientes de un militar argentino que dio batalla en las guerras de la independencia americana. Si el antepasado ilustre es un héroe fundador, los hermanos son personajes menores y patéticos, sin lugar social en una república de “gringos” nuevos ricos. Pero la historia de cada uno de ellos habría exigido un relato extensivo, profuso de incidentes, quizá excedido de énfasis criollos. En El informe de Brodie hay una historia paralela ("La señora mayor"), sólo que el narrador interviene estableciendo una distancia más que irónica, burlesca, frente a los hechos narrados; con lo cual la historia de los descendiente de un fundador republicano se torna grotesca, ajena. “Los Rivero,” a pesar de ser sólo un fragmento, es mucho mejor: preciso, irónico, crítico. No menos inquietante es que “Los Rivero” sea posiblemente el último relato que Borges intentó escribir antes de perder la vista. El otro relato, el elocuente, que dictó ya ciego, demuestra que la composición mental y el dictado son operaciones de una escritura hecha en las simetrías de la memoria, cuando se ha perdido la letra, y la voz del narrador es menos impersonal. “Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres,” había especulado Borges. Y tal vez la novela, que muchas veces prolifera en palabras y lectores, también lo es, sino debate su lugar en la escritura.
Los Rivero de Jorge Luis Borges ha sido publicado en edición única de cien ejemplares, con ilustraciones de Carlos Alonso, por Del Centro Editores (delcentroeditores@telefonica.net), que dirige Claudio Pérez Míguez, y la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que dirige María Kodama (Madrid, 2010).