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Del contrato radical de la crítica

Por 9 de mayo de 2010 Sin comentarios

Julio Ortega

¿Qué papel desempeña hoy y cuál es la función del escritor (poeta, narrador, ensayista)? ¿Qué papel y función piensa que deberían ser los suyos?

   Lamentablemente, el escritor no desempeña hoy ninguna función. Salvo la de ser el mejor agente de su propia redundancia. Algunos solitarios aún hablan desde los márgenes, pero su radio de acción ha sido incautado por el de los escritores mediáticos. En ello, no hacemos sino reproducir lo que ocurre en los Estados Unidos, donde ya no hay intelectuales (los académicos son "expertos," pero en el término medio de la opinión); y donde la crítica es ejercitada por los cómicos, los comediantes, que sí emiten voces de protesta y desapego. Por ello, el papel del escritor, hoy día, es combatir las exclusiones: favorecer no la repetición sino lo nuevo, alentar no la perpetuidad de los mismos sino el relevo por los otros, dialogar no con los pocos sino con los desconocidos, explorar las fronteras, poner en duda las convicciones…Cuestionar, en fin, el sistema de poder discursivo que lo sostiene y que él mismo alimenta.

 ¿Cómo podría un artista verdadero ganar el Premio Planeta sin tener que devolverlo, penosamente, por el resto de sus días?   ¿Cuáles son los más significativos cambios que, para bien o para mal, se han producido en el ámbito literario en estos últimos veinte años?  

El más importante cambio es el que ha convertido al escritor de héroe del discurso disidente en figura trivial de las novedades. Este fenómeno, según el cual la producción de nuevos títulos excluye a unos y otros, es sintomático de algo más serio. Ha cambiando la noción del lugar del hecho literario, que ya no es más la "trascendencia" de las obras inmortales, sino la precariedad fugaz del presente, cuyo simulacro es la moda.  Sólo los escritores muy menores se asumen desde la perspectiva de la eternidad. Hoy sabemos que la mejor literatura es  la que lleva el perfume de lo precario, por durable que sea, el temblor de lo pasajero. Las disciplinas del saber y el funcionariado académico, que regenta el monólogo cultural, han dado en creer que la mejor literatura es la canónica, que decide las jerarquizaciones. Nos hemos vuelto ligeramente patéticos luchando contra el sistema, o demasiado complacientes viviendo de él. Pero la buena literatura, desde Cervantes, ha estado siempre sometida por el peso de las malas artes. Ha inventado, eso si, una nueva sensibilidad para ser recuperada más tarde. Toda buena literatura está libre en su misma precariedad: queda librada al milagro de la lectura. Milagro: ver más.  

¿Qué obras o tendencias literarias actuales le parecen más dignas de consideración? ¿Hay solución de continuidad entre éstas y aquellas que para Ud. lo eran hace veinte años?  

 Me interesan las tendencias extra-sistemáticas de los más jóvenes. Por un lado, tenemos el habla inmediata de los afectos; en un mundo donde el lenguaje es más incierto, lo más genuino que los jóvenes pueden nombrar es lo emocional, que no tiene discurso codificado y  es un re-nacimiento del acto de hablar. Por otro lado, los nuevos escritores buscan librarse de la socialización del lenguaje y las representaciones codificadas por las ideologías, a través de la tecnología literaria, la puesta en página, la fragmentación, el juego proliferante, la erudición placentera… Como sabe cualquier lector educado, las palabras pueden ser las mismas pero todo buen escritor las hace nuevas, gracias a que recobra un espacio gratuito. Para mí, se trata justamente de la articulación de lo nuevo, hoy como ayer, que circula, felizmente, para quien pueda reconocerlo. No es fácil: el espacio disponible se ha vuelto residual. Pero gracias a Juan Goytisolo, Julián Ríos, Rafael Conte, y otros lectores y editores alertas, hay márgenes desde donde leer a Germán Sierra, Juan Francisco Ferré, Isaac Rosa, Javier Calvo,  Belén Gopegui, Manuel Vilas, Robert Juan-Casavella, Vicente Luis Mora, Mercedes Cebrián, Augustín Fernández Mallo, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta…Todos son distintos, y son más.  Están forjando lo que, ahora,  más importa: una nueva comunidad de la lectura.   

¿Qué relaciones establecería hoy entre literatura y lengua, literatura y tradición, literatura y educación, literatura e historia?  

 Ha terminado la sobrevaloración del demótico callejero, que plagó la literatura de los más jóvenes en los años 70, casi como una profesión de fe. Todavía se lee por ahí un castellano entrañable, visceral y prefroidiano, pero ese color local se ha vuelto patético. La única tradición válida es la que podemos actualizar, toda otra pertenece al museo. La llama viva, dijo Pound. Toda la tradición del relato acude a La comedia salvaje, la brillante novela de José Ovejero, para acompañar, por caridad, al lector peregrino de la violencia española. En cuanto a la educación, no acabaremos de lamentar la pobreza de nuestro universo académico. Es un escándalo que los planes universitarios sean enemigos de la literatura, y que el funcionariado bien pensante no cuestione su propia servidumbre. Un mundo en el cual los más jovenes no tienen futuro en la cultura, carece completamente de sentido.   Felizmente, gracias a la complejidad, mixtura y extravagancia de nuestras tradiciones, que demandan ver más, se han hecho oir mejores lectores y profesores más críticos, algunos de los cuales, todavía muy pocos,  son capaces incluso de entusiasmo.  Resulta, por eso, innovador el debate intelectual que proponen los trabajos de Fernando R. de la Flor, el último de los cuales es su opúsculo El misántropo, sobre los nobles españoles que se encerraron en sus torres para no hablar con nadie. Así mismo, es del todo actual el Barroco de ambas orillas, propuesto por Aurora Egido, con gusto y brío.  Y, desde la puesta al día del Humanismo,  Ángel Gómez Moreno desempolva un Medioevo deleitoso. Lo es también la cosecha de versiones populares que nos brinda José Manuel Pedrosa, recordándonos de dónde venimos. ¿Y qué sería de la poesía contemporánea sin los ensayos de Miguel Casado, que le abren puertas que dan al mundo? José María Micó ha escrito sobre Petrarca, Leopardi, Rubén Darío y César Vallejo, mejorando la conversación. Y Joaquín Roses Lozano, con solvencia, sobre Góngora y las Indias… No en vano Sor Juana Inés de la Cruz se imaginó en España y Cervantes en México. Se cruzan cada vez más en la página del futuro, la de las sumas.   Javier García Rodríguez, crítico de talento creativo, ha hecho la primera narración irónica, al modo de una sátira celebratoria, de estas nuevas narrativas en su hilarante Mutatis Mutandis (Hacia una hermenéutica transficcional de las narrativas mutantes: de Propp al afterpop (o "nocilla qué merendilla¨), Editorial Eclipsados, Zaragoza, 2009.  Ahora sí la crítica es parte de la conversación y el camino.   En lo que a la historia se refiere, hoy ésta se decide entre una voz sin verdad y una escritura sin voz, como decía Michel de Certeau. En América Latina, en cualquier caso, todavía creemos que la historia está por hacerse, esto es, por escribirse.   

 

 

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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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