Estaba yo con un notorio director de escena y comentábamos las muchas adaptaciones de novelas que se suceden en los teatros europeos. La ausencia de autores dramáticos es una catástrofe. Mi amigo buscaba desesperadamente un argumento dramatizable para la próxima temporada.
Recordé entonces uno de los cuentos de Runaway, el último libro de Alice Munro, tan excelente como todos los anteriores, y se lo mencioné.
“¡Ah, me gusta la Munro! ¿De qué va?”
“No te lo puedo decir, toda la gracia del cuento se sustenta en un malentendido inesperado. Es fácil de dramatizar porque solo tiene dos escenarios y dos personajes. Léelo, se llama Pasión, ya me dirás”
Al cabo de un mes recibí una llamada del director de escena. Por su voz comprendí que estaba en pleno ajetreo. Le noté nervioso, impaciente, como si hubiera interrumpido la labor un instante para hablar conmigo.
“¡Oye, es fabuloso! No te he llamado antes para darte las gracias, lo siento, pero es que estoy en plena faena. La idea me cogió por sorpresa, ya me advertiste, ese automóvil arriba y abajo a toda velocidad por Canadá, la pareja encerrada en el coche... He pensado ya en tres o cuatro soluciones para la nieve y el lago, el suicidio, cuando lo tenga más avanzado te lo enseñaré. Pero no son dos escenarios, son diez o doce, mucho mejor de lo que decías”
“Perdona, ¿de qué cuento hablamos?”
“¿Alzheimer, tan pronto? De Pasión. Alice Munro. El otro día. En el Oxford. Sólo whisky”
“Claro, claro, espléndido, me alegro, ya me llamarás, que haya suerte”
Me había equivocado por completo. Abrí el libro de Munro y, en efecto, el cuento al que me refería se llama Tricks. La historia de una mujer que se enamora repentinamente de un montenegrino tras ver una pieza de Shakespeare, pero tienen que separarse durante un año... en fin, un cuento romántico.
Jamás habría imaginado que Passion, una especie de road movie neurótica, pudiera adaptarse para la escena, pero seguro que mi amigo lo convertirá en una pieza deslumbrante, como todo lo que escribe.
Así se pone en marcha una imaginación verdadera, gracias al error, al azar, a la irresponsabilidad de un informador equivocado, a lo imposible de prever, de planificar y de organizar. La creación verdadera no le debe nunca nada a nadie.